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Full text of "La cruzada de los treinta y tres; lema: "Diana triunfal""

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CO"Cej0  de  Administración  Departamental  de  Montevideo 


La  cruzada  de  los 


s 


Treinta  y   Tres 


Lema:  "DIANA  TRIUNFAL". 


(Trabajo  premiado  en  el 


concurso  histórico 


organizado  por  el  Concejo  de  Administración 
Departamental).- 


POR 


LUIS    ARCOS    FERRAND 


Imprenta  Nacional  Colorada 
Cerro  Largo,  1031 

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THE  LIBRARY  OF  THE 

UNIVERSITY  OF 

NORTH  CAROLINA 


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DIALECTIC  AND  PHILANTHROPIC 

SOCIETIES 


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Concejo  de  Administración  Departamental  de  Montevideo 


La  cruzada  de  los 


Treinta  y    Tres 


Lema:    "DIANA    TRIUNFAL".. 


{Trabajo  premiado  en  el  concurso  histórico 
organizado    por   el    Concejo   de  Administración 
Departamental).- 

POR 


LUIS    ARCOS    FERRAND 


Imprenta  Nacional  Colorada. 
Cerro  Largo  3031. 


MONTEVIDEO 


CAPÍTULO  I 


PRIMERAS     CAUSAS 


1.  —  Tacuarembó  y  la  Agraciada. 

2.  —  Los  tenientes  de  Artigas.  —  Sumisión  del  país. 

1. — Cuando  en  1823,  el  Síndico  General  de  la  Provincia  Cis- 
platina,  don  Thomas  García  de  Zúñiga,  para  calificar  la  identidad 
de  los  "anarquistas"  que  entonces  se  agitaban  en  Montevideo, 
afirmaba  de  ellos  que  "en  vano  claman  los  perversos,  en  vano 
disimulan;  las  mismas  causas  producirán  siempre  los  mismos 
efectos,  y  fuera  muy  raro  que  en  cinco  años  de  jaula  hubieran 
perdido  su  conocida  ferocidad  los  tigres  del  Uruguay  (1),  no  ha- 
cía sino  configurar,  en  términos  que  las  circunstancias  del  mo- 
mento explican,  una  verdad  esencial  de  nuestra  historia,  a  saber: 
la  vinculación  del  movimiento  que  en  Tacuarembó  cesa,  con  el 
que  después  culmina  en  la  Agraciada;  la  comunidad  en  la  voca- 
ción de  los  que  años  antes  — según  la  expresión  de  un  funcionario 
de  la  época—  "hicieron  a  los  pueblos  andar  sobre  cadáveres"  (2), 
con  los  que  años  después  tomaron  sobre  sí  la  pesada  empresa  de 
reaccionar  contra  un  estado  de  cosas  que  por  inercia  iba  tornán- 
dose definitivo;  y,  en  medio  del  asombro  de  sus  contemporáneos, 
hicieron  — puede  decirse  sin  hipérbole —  que  la  marcha  de  los 
sucesos  volviera  a  su  cauce  natural,  que  la  historia  comenzada  en 
1811    prosiguiera  el  curso  de  su  feliz  culminación. 

Separados  en  apariencia  por  los  años  corridos  desde  Tacua- 
rembó hasta  la  cruzada  de  Abril,  el  examen  de  los  hechos  nos 
revelará  que  en  todo  ese  lapso  de  tiempo,  no  hubo  un  solo  día  en 
blanco  para  la  causa  de  la  libertad.  Ahogada  la  resistencia  militar 
en  1820  y  consumada  la  sumisión  y  dispersión  de  los  dirigentes 
de  la  campaña,  una  mirada  un  poco  prolija  que  abarque  el  esce- 
nario que  nuestros  campos  y  nuestras  ciudades  ofrecían  entonces, 
pondrá  en  evidencia  cuando  más,  uno  de  esos  estados  transitorios, 
en  que  no  se  obra  pero  se  espera,  en  que  los  ánimos  se  inmovili- 
zan sin  anularse  del  todo  y  en  que  los  hechos,  ligados  a  las  vo- 


(  1  )  Manifiesto  del  1.°  de  Abril  de  182.3.  —  Archivo  del  Juzgado  Le- 
trado Departamental  de  San  José  (hoy  en  el  Archivo  y  Museo  Histórico). 

(  2  )  Manifiesto  del  7  de  Enero  de  1823  del  Gobernador  Intendente 
don  Juan  Th.  Duran.  —  Archivo  del  Juzgado  Letrado  de  San  Jo^-é  (hoy 
Archivo  y  Museo  Histórico). 


liciones  de  los  hombres,  parecen  participar  también  de  la  ines- 
tabilidad del  ambiente  y  se  muestran  equívocos. 

La  resistencia  no  ha  muerto.  El  espíritu  de  asociación,  que 
es  el  síntoma  de  las  situaciones  aciagas,  va  formando  en  la  cam- 
paña y  en  los  centros  urbanos,  núcleos  que  sigilosamente  man- 
tendrán en  latencia  el  espíritu  de  rebelión,  y  también,  sigilosa- 
mente, pugnarán  por  estimular  en  los  hermanos  decepcionados  y 
temerosos,  la  última  predisposición  patriótica.  La  lucha  no  ha 
terminado.  Silenciosa,  por  no  denunciarse  a  destiempo,  vela  la 
inquietud. 

'  2. — De  los  oficiales  que  acompañaron  a  Artigas  en  la  cam- 
paña, el  Capitán  Juan  Antonio  Lavalleja,  tomado  prisionero  en 
las  puntas  de  Valentín  (2  de  Febrero  de  1818),  cumplía  en  los 
calabozos  de  la  isla  das  Cobras,  la  pena  que  su  patriotismo  y  su 
valor  (1)  le  habían  conquistado  (2);  el  también  Capitán  Manuel 
Oribe,  en  unión  de  su  superior  jerárquico  Coronel  Rufino  Bauza, 
de  su  hermano  Ignacio  y  de  otros  oficiales,  se  habían  separado 
en  Octubre  de  1817  de  las  fuerzas  que  entonces  mantenían  el 
sitio  de  Montevideo,  bajo  el  mando  de  Otorgues,  "cansados  del 
desorden  y  sin  esperanza  de  suceso";  y  habían  llegado  a  un 
acuerdo  con  Lecor,  "a  efecto  de  que,  a  condición  de  separarse  de 
la  guerra  que  le  hacían,  se  les  permitiera  embarcarse  en  Monte- 
video, con  sus  fuerzas,  para  dirigirse  a  Buenos  Aires"  (3),  como 
lo  hicieron  (4)  ;  y  Fructuoso  Rivera,  con  aquellos  pocos  patriotas 
que  los  sucesos  habían  hecho  últimos  depositarios  de  la  consigna 
de  resistir  a  la  conquista,  deponía  sus  armas,  "acosado  estrecha- 


(  1  )  "Lavalleja  cometió  la  imprudencia  de  irse  con  seis  hombres  y 
un  ayudante,  Salado,  sobre  la  columna  enemiga  que  había  campado  al  po- 
nerse el  sol,  y  allí  le  hicieron  prisionero."  Memoria  de  los  sucesos  de  armas. 
Escrita  en  1830  por  un  oriental  contemporáneo  — Biblioteca  de  Plata —  1849. 

(2)  "En  el  año  1821  la  Banda  Oriental  del  Uruguay,  con  el  nombre 
de  Provincia  Cisplatina,  se  declara  unida  al  reino  de  Portugal,  Brasil  y  Al- 
garves.  Con  motivo  de  esto,  los  prisioneros  de  la  isla  das  Cobras  recuperan 
su  libertad,  después  de  tres  años  de  ostracismo  y  amarguras.  Antes  de  la 
partida  de  nuestro  héroe  es  llamado  por  D.  Pedro  I,  quien  le  ofrece,  a 
trueque  de  su  sumisión,  los  despachos  de  Sargento  Mayor  del  Regimiento 
de  Dragones  de  la  Unión."  —  Mario  Fernández  Latorre,  "Minas-Lavalleja". 

(3)  "Memoria  de  los  sucesos  de  armas",  op.  cit. 

(4)  Senna  Pereyra,  oficial  de  Lecor,  entendía  que  la  -actitud  de  Oribe 
"dio  a  conocer  que  en  ella  se  envolvían  ideas  de  futura  restauración".  El 
historiador  Alfredo  Várela,  en  "Duas  grandes  intrigas",  dice  a  propósito  de 
Oribe:  "aquel  brioso  oficial  que  abandonando  con  Bauza  las  huestes  de 
Artigas,  puso  eficaz  impedimento  a  las  mayores  pretensiones  de  Lecor.  Sa- 
bedor de  la  discordia,  intenta  éste  conseguir  la  adhesión  del  Cuerpo  a  que 
pertenecían  los  dos  militares.  Seductoras  ofertas  le  hace;  pero  ambos  re- 
sisten con  nobleza,  sindicándose  ya  en  el  incidente  el  futuro  Jefe  del  Partido 
Blanco.  Gracias  a  él  pudo  la  referida  unidad  trasladarse  intacta  a  la  otra 
Banda,  sin  deslustrar  en  lo  más  mínimo  un  paso  político  de  origen  hasta 
hoy  no  muy  conocido".  —  Citas  de  la  obra  "Oribe  y  su  época",  Lorenzo 
Carnelli. 


—  5  — 

mente  por  el  gobierno  de  Montevideo,  que  le  declaró  rebelde  si 
no  se  sometía  a  su  legítima  y  reconocida  autoridad",  y  por  las 
tropas  portuguesas,  que  "le  perseguían  en  todas  direcciones"  (1). 
Fué  entonces  cuando  para  llegar  a  ese  resultado  tan  apetecido 
por  el  Barón  de  la  Laguna,  algunas  milicias  y  vecinos  de  Santa 
Lucía  y  Miguelete  presentaron  a  Lecor  una  exposición  en  la  que 
se  manifestaban  "persuadidos  de  que  las  intenciones  benéficas 
de  V.  E.  no  se  dirigen  a  hacer  la  guerra  contra  sus  pacíficos  ha- 
bitantes, sino  a  restablecer  el  orden  y  la  tranquilidad  pública  y  a 
sofocar  la  anarquía";  y  dispuestos  a  consentir  en  "la  incorporación 
de  la  milicia  armada  y  del  territorio  de  su  jurisdicción  al  orden 
establecido  en  la  capital"  (2).  Lecor,  que  con  esta  representación 
y  con  otras  hábiles  medidas  que  la  siguieron,  buscaba  únicamente 
suprimir  o  suavizar  las  asperezas  que  para  manifestarse  pudiera 
encontrar  el  sometimiento  de  Rivera,  consiguió  que  el  Cabildo 
mandase  a  aquél  una  diputación,  cuyas  instrucciones,  en  las  que 
se  trataba,  como  siempre,  de  atenuar  y  disfrazar  el  único  objetivo 
perseguido,  tenían  por  fin  aparente,  "conferenciar  con  las  corpo- 
raciones, jefes  y  habitantes  de  la  campaña,  manifestándoles  las 
miserias  de  la  anarquía  y  del  desorden,  convidándolos  a  entrar 
en  negociaciones  con  S.  E.  el  Sr.  Barón  de  la  Laguna,  por  inter- 
medio del  Cabildo,  como  legítimo  representante  de  la  provincia, 
el  cual  depositaba  en  el  general  toda  su  confianza".  Los  compo- 
nentes de  la  diputación,  D.  Juan  José  Duran,  D.  Lorenzo  J.  Pérez 
y  D.  Francisco  Muñoz,  después  de  llenar  su  cometido  y  con  fecha 
4  de  Marzo,  decían  al  Cabildo:  "La  Comisión  tiene  la  satisfacción 
de  incluir  copia  de  una  comunicación  de  D.  Frutos  Rivera,  que 
acaba  de  recibir  en  este  momento.  Por  ella  verá  V.  E.  el  resultado 
de  las  negociaciones  que  había  entablado  con  aquel  jefe:  es  deci- 
sivo y  asegura  la  entera  pacificación  de  la  provincia.  Por  este 
feliz  resultado  la  Comisión  felicita  a  V.  E.,  por  haber  cumplido 
satisfactoriamente  su  misión".  (3) 

En  consecuencia  del  éxito  de  la  gestión,  "se  convino  en  un 
armisticio  entre  Rivera  y  Bentos  Manuel  Rivero,  armisticio  que 
fué  violado  por  las  fuerzas  portuguesas  antes  de  su  término"  (4). 
Suprimidas  las  desavenencias  que  este  suceso  llegara  a  producir, 
Rivera,  en  nota  del  8  de  Marzo,  expresaba:  "Desde  el  momento 
en  que  determiné  reconocei  al  Supremo  Gobierno,  como  autoridad 
del  país,  nada  más  consulté  que  la  aniquilación  total  de  la  anar- 
quía, y  el  restablecimiento  de  su  tranquilidad,  creyendo  siempre 


(1)  Deodoro  de  Pascual,      "Apuntes  para  la  historia   de  la  República 
Oriental  del  Uruguay". 

(2)  Deodoro  de   Pascual,  op.  cit. 

(3)  Deodoro  de  Pascual,  op.  cit. 

(4)      Isidoro  De-María,  "Compendio  de  la  Historia  de  la  República  O. 
del  Uruguay". 


que  el  Excmo.  Cabildo  era  el  autor  de  aquella  tan  grande  y  plau- 
sible empresa,  inspirada  sin  duda  por  los  sentimientos  más  pa- 
trióticos. Mis  esperanzas  me  llevaron  siempre  a  creer  que  una 
estipulación  amistosa,  fundada  en  sólidas  bases  de  justicia,  con- 
solidaría aquellos  principios  que  Vuestras  Señorías  y  mi  división 
deseaban  ardientemente.  .  ."  "Esto  se  ha  realizado;  y  desde  aquel 
momento  se  ha  comprometido  mi  honor,  sin  reserva  alguna,  a  ob- 
servar con  religiosa  fidelidad  tocio  cuanto  Vuestras  Señorías  exi- 
gen de  mí  a  este  respecto."   (2) 

".  .  .Otorgues,  Lavalleja,  Bernabé  Rivera,  Barreyro,  Andre- 
sito,  Sotelo,  Oribe,  Bauza,  ya  no  están.  Y  ¿hora,  por  fin,  el  mismo 
Rivera,  el  de  india  Muerta  y  de  Guayabos,  ya  no  está.  Y  los  otros, 
todos  los  otros,  todos  los  hombres  que  respiran  en  tu  tierra,  res- 
piran como  hombres  que  parecen  dormidos  o  muertos."  (3) 

Empero,  la  lucha  había  cesado  pero  no  había  concluido.  "La 
resistencia,  aunque  débil  e  impotente  para  reñir  combates  y  bata- 
llas con  el  conquistador,  lo  molestó  dónde  y  cómo  pudo,  mante- 
niendo viva  la  agitación  montaraz  en  las  campañas,  en  las  sierras 
y  en  ¡los  bosques,  y  latente  o  expectante  en  la  mayoría  de  los 
centros  urbanos,  descontentos  y  anarquizados."   (4) 


(2)  Ueodoro  de   Pascual,   op.   cit. 

(3)  Zorrilla  de   San  Martín,  "La  Epopeya  de  Artigas". 

(4)  J.  Amadeo  Baldrich,  "Historia  de  la  guerra  del  Brasil". 


CAPÍTULO  II 


FACTORES  DE  LA  CONQUISTA  PORTUGUESA 


1. — España  y  Portugal  en  Europa. 

2. — España  y  Portugal  en  América. 

3. — Buenos  Aires  y  las  Provincias.    Artigas. 

4. — La  diplomacia  argentina  en  Río  de  Janeiro. 

5. — El  anuncio  de  la  invasión  portuguesa. 

6. — La  diplomacia  española  y  la  expedición  de  Cádiz. 

7. — Todo  favorece  los  planes  de  Portugal. 

Antes  de  entrar  a  estudiar  las  características  de  la  conquista 
portuguesa  en  el  período  de  su  intento  de  consolidación,  hemos 
de  reseñar,  aunque  sea  en  forma  breve,  los  factores  que  determi- 
naron la  invasión  y  las  causas  que  hicieron  posible  su  manteni- 
miento, en  un  escenario  que,  tanto  por  los  antecedentes  de  un 
pasado  no  muy  remoto,  como  por  la  comunidad  de  origen  que 
con  las  Provincias  Unidas  lo  ligaba,  parecía  ya  entonces  destinado 
a  ser  con  aquéllas,  el  asiento  obligado  de  la  democracia  y  del 
gobierno  propio.  Empero,  todos  los  cálculos  habían  de  fallar,  y 
la  Banda  Oriental  habría  de  resignarse,  agotada  en  la  lucha,  a 
soportar,  durante  más  de  dos  lustros,  los  estragos  de  una  con- 
quista militar  extranjera,  en  medio  de  la  pasividad,  cuando  no 
de  la  complacencia  de  los  pueblos  civilizados  de  la  Europa,  y  de 
los  que  en  América  franqueaban,  en  ese  lapso  de  tiempo,  los  co- 
mienzos de  su  vida  institucional. 

1. — España  y  Portugal,  zanjadas  sus  eternas  diferencias  de 
límites  en  el  Río  de  la  Plata,  en  virtud  del  tratado  de  1777,  vivían 
en  paz,  cuando  sobrevino  entre  ambas  un  nuevo  motivo  de  dis- 
cordia. España,  aliada  de  Francia,  invadió  en  1800  el  territorio 
de  su  antiguo  rival  y  se  apoderó  de  la  plaza  fuerte  de  Olivenza, 
a  lo  que  Portugal,  contando  con  el  apoyo  de  Inglaterra,  respondió 
con  la  inmediata  ocupación,  en  América,  de  los  siete  pueblos  de 
las  Misiones,  que  pertenecían  al  dominio  español  desde  el  tratado 
de  1777.  Liquidado  en  Badajoz  este  nuevo  conflicto,  no  lo  fué  de 
manera  definitiva  y  sólida,  pues  que  Portugal,  alegando  fútiles 
motivos,  resistióse  a  la  devolución  de  los  pueblos  de  Misiones, 
con  lo  que  España  se  creyó  autorizada,  a  su  vez,  a  retener  la  plaza 
de  Olivenza.  Así  las  cosas,  España  une  sus  destinos  a  los  de 
Napoleón  Bonaparte.   De  esa  unión  derivan  para  la  primera,  mu- 


chos  desastres  y  no  pocas  enemistades  de  entidad.  Es  así  que 
Inglaterra  invade  las  colonias  españolas  de  América.  Entretanto 
acordaban  Francia  y  España  el  tratado  de  Fontainebleau  (1807), 
que,  en  último  término,  importaba  suprimir  a  Portugal  como  es- 
tado independiente,  y  repartir  entre  los  signatarios  de  la  Conven- 
ción sus  despojos,  no  sólo  europeos,  sino  también  americanos. 
Asistimos  a  la  ocupación  de  Portugal  por  las  armas  francesas,  y 
al  retiro  de  Lisboa  del  Rey  Juan  VI,  que  bajo  el  apremio  de  las 
circunstancias  decide  trasladar  su  Corte  a  Río  de  Janeiro  (1808). 

2. — Las  abdicaciones  de  Carlos  IV  y  Fernando  VII  y  el  cariz 
que  los  sucesos  europeos  tomaban  por  entonces,  arraigaron  en  los 
portugueses  la  convicción  de  que  España  estaba  enteramente  so- 
juzgada. Esa  convicción,  que  Inglaterra  compartía,  y  que,  por 
otra  parte,  armonizaba  con  los  propósitos  de  expansión  territorial 
a  que  Portugal  aspiraba,  con  probada  tenacidad,  en  el  Río  de  la 
Plata,  excitó  de  nuevo,  esta  vez  con  más  intensidad,  aquella  vo- 
cación atávica;  y  en  el  pensamiento  de  los  hombres  del  Janeiro 
quedaron  desde  entonces  tendidas  las  líneas  de  la  futura  pero 
fatal  invasión  a  la  Banda  Oriental.  Tan  fué  esto  así,  que  cuando 
en  1811  el  Gobierno  Portugués  ofreció  su  ayuda  a  las  autoridades 
de  Montevideo,  a  la  sazón  sitiada  por  el  ejército  patriota,  "los 
españoles,  recelosos  de  las  insidias  portuguesas",  consideraron 
"este  auxilio  como  un  presente  griego";  y,  más  temerosos  de  las 
intenciones  de  sus  nuevos  aliados  que  de  las  hostilidades  de  sus 
enemigos,  se  apresuraron  a  firmar  con  éstos  un  armisticio,  a  fin 
de  justificar  el  retiro  de  las  tropas  portuguesas  (1).  El  Congreso 
de  Viena,  que  intentó,  sin  conseguirlo,  el  arreglo  de  los  negocios 
europeos,  no  concedió  a  Portugal  ninguna  ventaja  y  hasta  le  negó 
la  restitución  de  la  plaza  de  Olivenza.  Sin  compartir  del  todo  el 
criterio  que  el  General  Mitre  sustenta,  de  que  esta  circunstancia, 
unida  al  resentimiento  con  España,  fué  lo  que  determinó  a  la 
Corte  de  Río  de  Janeiro  a  apoderarse  de  la  Banda  Oriental,  no 
puede  negarse  que  ambos  factores  debieron  contribuir  a  predis- 
poner más  aún  la  inveterada  vocación  de  Portugal  a  llevar  ade- 
lante la  conquista. 

3. — Terminada  la  dominación  española  en  el  Río  de  la  Plata, 
los  años  1814  y  1815  acusan  la  disidencia,  primero,  y  la  lucha, 
después,  entre  Artigas  y  los  elementos  directoriales  de  Buenos 
Aires;  lucha  en  que  se  afirma  más  cada  vez,  la  pugna  que  tendrá 
después  repercusiones  hasta  mediado  el  siglo,  entre  las  aspira- 
ciones absorbentes  de  Buenos  Aires  y  la  vocación  autonómica  de 
las  demás  provincias;  lucha  en  que  Artigas,  y  Artigas  era  entonces 
la  Banda  Oriental,  representará  la  causa  de  las  provincias,  y  en 
la  que  — en  medio  de  generales  extravíos  doctrinarios —  su  pres- 


(1)     Mitre,  "Historia  de  Belgrano  y  de  la  Independencia  argentina" 


tigio  culminará  y  se  extenderá  su  influencia  a  Santa  Fe,  Córdoba, 
Entre  Ríos,  Corrientes  y  Misiones.  Es  la  apoteosis  del  "Protector 
de  los  pueblos  libres";  es  la  caída  de  Alvear;  es  la  derrota  de 
Buenos  Aires.  Pero  no  es  la  derrota  definitiva;  no  es  ni  siquiera 
una  derrota  duradera.  Fracasados  sus  empeños  de  dominación, 
agotados  todos  los  recursos  propios  para  anular  la  influencia  del 
caudillo  de  la  Banda  Oriental,  que  ellos  debieron  mirar,  con  razón, 
como  la  encarnación  del  régimen  que  había  dado  con  ellos  en 
tierra,  no  cejaron  los  hombres  de  Buenos  Aires.  Había  que  con- 
cluir con  Artigas,  como  fuerza  eficiente  y  representativa.  Si  no 
se  podía  anular  del  todo  la  resonancia  de  sus  postulados,  había 
que  deshacer,  por  lo  menos,  su  influjo  en  las  provincias  de  Santa 
Fe,  Córdoba,  Entre  Ríos,  Misiones  y  Corrientes.  Esto  había  que 
obtenerlo  de  cualquier  manera,  a  cualquier  precio.  Todos  los 
medios  eran  buenos.  Y  como  en  la  época  que  estamos  relatando, 
la  Banda  Oriental  empezaba  a  vivir  sin  amos  extraños  — lo  que 
ciaba  a  Artigas  relativa  libertad  en  sus  movimientos — ,  el  pro- 
blema se  reducía  a  buscar  el  medio  de  atarlo  a  su  provincia.  Las 
circunstancias  se  aliaron,  en  este  caso,  al  plan  de  anulación.  Sólo 
iba  a  ser  necesario  estimular,  en  un  agente  extraño,  una  propen- 
sión en'  éste  natural.  El  medio  era  cómodo,  porque  era  indirecto. 
Se  suprimía  la  responsabilidad  de  la  acción,  y  sólo  se  corría  el 
riesgo,  siempre  remoto,  de  que  la  sugestión  llegase  a  adquirir 
notoriedad. 

4. — Más  elocuentes  que  todos  los  comentarios  que  pudiera 
tejerse,  son  las  notas  que  a  continuación  se  transcriben,  dirigidas 
desde  Río  de  Janeiro  a  su  Gobierno,  por  el  Ministro  argentino 
Manuel  José  García. 

Dicen  así:  "Yo  creo  que  es  un  error  imaginar  proyecto  alguno 
de  sólida  prosperidad,  mientras  sus  bases  no  se  asienten  sobre  las 
ruinas  de  la  anarquía  que  actualmente  nos  devora.  Estoy  persua- 
dido igualmente,  y  aún  la  experiencia  parece  haber  demostrado, 
que  necesitamos  la  fuerza  de  un  poder  extraño,  no  sólo  para  ter- 
minar nuestra  contienda,  sino  para  formarnos  un  centro  común 
de  autoridad,  capaz  de  organizar  el  caos  en  que  están  convertidas 
nuestras  provincias."  "El  poder  que  se  ha  levantado  en  la  Banda 
Oriental  del  Paraná  fué  mirado  desde  los  primeros  momentos  de 
su  aparición  como  un  tremendo  contagio.  Muchos  se  han  enga- 
ñado porque  contaban  sólo  con  sus  buenos  deseos  o  porque  no 
querían  escuchar  sino  la  voz  de  sus  pasiones.  Empero  la  expe- 
riencia ha  puesto  ya  su  fallo,  y  la  opinión  de  los  hombres  sen- 
satos no  puede  estar  dividida  sobre  este  punto:  así  no  recelo  a 
asegurar  que  la  extinción  de  este  poder  ominoso  es  igualmente 
necesaria  a  la  salvación  del  país."  "La  desmoralización  de  nues- 
tro ejército  ha  privado  al  gobierno  de  la  fuerza  suficiente  para 
sofocar  aquel  monstruo,  y  la  pasmosa  variedad  de  opiniones  y  de 


—  10  — 

intereses,  privará  también  al  Soberano  Congreso  del  poder  que 
necesita  para  subyugar  a  su  autoridad  genios  feroces,  y  hombres 
acostumbrados  a  mandar  como  déspotas,  y  a  ser  acatados  por 
las  primeras  dignidades  del  Estado.  En  tal  situación  es  preciso 
renunciar  a  la  esperanza  de  cegar  por  nuestras  manos  la  fuente 
de  tantos  males.  Pero  como  ellos  son  igualmente  terribles  a  los 
Gobiernos  vecinos,  de  aquí  proviene  que  alarmado  este  Ministerio 
de  los  progresos  que  sobre  el  Gobierno  de  las  Provincias  Unidas 
va  haciendo  el  caudillo  de  los  anarquistas,  no  ha  podido  menos 
de  representar  a  S.  M.  F.  la  urgencia  de  remediar  en  tiempo  tantas 
desgracias,  y  S.  M.  parece  inclinado  a  empeñar  su  poder  en  extin- 
guir hasta  la  memoria  de  esta  calamidad  haciendo  el  bien  que 
debe  a  sus  vasallos,  y  un  beneficio  a  sus  buenos  vecinos,  que  cree 
le  será  agradecido."  "...es  preciso  tener  presente  que  por  una 
combinación  de  circunstancias  harto  feliz  para  los  americanos  del 
Sud,  los  intereses  de  la  Casa  de  Braganza  han  venido  a  ser  ho- 
mogéneos con  los  de  nuestro  continente,  así  como  los  de  Estados 
Unidos  del  Norte  y  los  de  cualesquiera  otro  Poder  que  se  estable- 
ciese en  esta  parte  del  Atlántico.  El  establecimiento  del  trono 
del  Brasil  es  reciente,  y  después  de  haber  dado  el  paso  de  abolir 
el  sistema  colonial  poniéndose  al  lado  de  la  América  en  la  cuestión 
que  la  divide  ahora  de  la  Europa,  necesita  nuevas  fuerzas  para 
seguir  cortando  los  lazos  que  todavía  detienen  los  pasos  de  su 
política,  y  embarazan  la  marcha  natural  de  esta  parte  del  mundo 
a  sus  altos  destinos."   (1) 

"  La  escuadra  está  al  ancla  esperando  el  viento.  Artigas  creo 
que  dejará  luego  de  molestar  esta  Provincia.  Hay  sus  intriguillas 
de  marinos  que  temen  la  estación,  pero  creo  que  no  prevalecen. 
He  tratado  muy  de  cerca  al  General  Le-Cor;  me  parece  buen  ca- 
rácter; va  bien  instruido.  Nuestro  amigo  H...  estará  luego  en 
Montevideo.  El  mismo  no  lo  sabe,  ni  se  lo  diré  hasta  la  última 
hora.  El  será  el  depositario  de  nuestras  comunicaciones,  y  así 
serán  más  prontas  y  seguras.  Será  además  encargado  de  otras 
cosas.  Las  primeras  medidas  de  Le-Cor  pienso  que  inspirarán 
confianza;  esta  es  maniobra  complicadísima,  y  se  necesita  la  cir- 
cunspección del  mundo  paia  salir  sin  desgracias.  Vaya  usted  pen- 
sando en  el  sujeto  que  ha  de  acercarse  a  tratar  con  H.  y  el  Ge- 
neral; que  sea  sin  ruido,  y  que  el  tal  hombre  sea  sobre  todo  manso, 
callado  y  negociador.  Por  Dios:  que  no  sea  asustadizo  ni  de  aque- 
llos que  lo  quieren  todo  en  un  abrir  y  cerrar  de  ojos."  "El  día 
12  del  corriente  mes  dio  la  vela  de  este  puerto  la  escuadrilla  portu- 
guesa, compuesta  de  un  navio  de  guerra,  una  fragata,  dos  corbe- 
tas y  cuatro  bergantines  con  seis  grandes  transportes  conduciendo 
cuatro  mil  hombres  de  línea  y  una  abundante  provisión  de  per- 


(1)     Nota  de  9  de  Junio  de  1816,  Mitre,  op.  cit. 


—  11  — 

trechos  de  guerra.  La  expedición  debe  tocar  en  Santa  Catalina 
para  recibir  la  brigada  de  artillería  y  algunas  tropas  más.  Su 
destino  es  a  las  costas  de  Maldonado  y  Montevideo.  La  mayor 
parte  de  la  caballería  europea  y  las  mejores  milicias  de  esta  arma 
deben  obrar  por  las  fronteras  de  la  Banda  Oriental,  en  combina- 
ción con  aquellas  tropas  de  desembarco  y  todas  a  las  órdenes  del 
Teniente  General  D.  Federico  Lecor." 

"  Desde  que  llegué  a  esta  Corte  procuré  ponerme  en  la  misma 
dirección  de  los  sucesos  públicos  y  de  los  intereses  políticos  de 
aquellos  con  quienes  debía  tratar.  Pues  no  teniendo  fuerza  alguna 
para  detener  aquéllos  y  alterar  éstos,  habría  sido  deshecho  en  el 
caso  de  aventurar  un  choque.  Así,  pues,  mi  empeño  fué  combinar 
los  intereses  peculiares  a  esas  Provincias,  con  los  de  las  extran- 
jeras, y  neutralizar,  ya  que  no  era  posible  destruir,  los  principios 
de  oposición.  Los  resultados  hasta  aquí  son  los  siguientes:  1.° 
Suavizar  las  impresiones  que  un  sistema  exagerado  de  libertad 
popular  había  hecho  sobre  el  corazón  de  soberanos  constituidos 
y  apoyados  además  por  la  opinión  del  mundo  civilizado.  2.°  Con- 
servar la  buena  armonía  y  las  relaciones  mercantiles,  que  siendo 
fruto  de  transacciones  celebradas  en  circunstancias  totalmente 
diversas  de  las  actuales,  debían  naturalmente  alterarse  con  ellas. 
3.°  Desviar  del  Gobierno  de  Buenos  Aires  el  golpe  de  los  proce- 
dimientos anárquicos  que  el  caudillo  de  la  Banda  Oriental  estaba 
preparando.  4."  Contribuir  de  este  modo  para  que  las  operaciones 
militares  sobre  esta  provincia  se  modifiquen,  de  manera  que  sean 
útiles  a  las  demás,  tanto  por  la  aniquilación  del  poder  anárquico 
de  Artigas  como  por  la  preparación  de  un  orden  de  cosas  mejor 
que  el  que  jamás  pudo  traer  la  anarquía,  ni  esperarse  de  una 
subyugación  enteramente  militar."  (1) 

La  complicidad  del  Gobierno  de  Buenos  Aires  con  las  ma- 
niobras de  su  representante  diplomático  en  Río  de  Janeiro,  está 
acreditada  por  el  hecho  de  que  el  8  de  Julio  de  1816,  cuando  ya 
había  llegado  a  su  noticia  la  primera  nota  de  García,  lo  único 
que  se  le  ocurría,  frente  a  las  enormidades  que  en  dicha  circular 
se  estampaban,  era  publicar  una  proclama  anunciando  que  la  Corte 
de  Portugal  se  disponía  a  despachar  "un  armamento  misterioso 
con  destino  a  las  provincias  argentinas";  y,  a  continuación,  de- 
nunciando que  el  paso  que  daba  se  reducía  a  una  mera  formalidad, 
invocaba  su  confianza  de  que  serían  respetados  los  tratados  de 
1812.  "Si  se  compara  esta  ambigua  manifestación  con  los  cono- 
cimientos exactos  de  que  el  Gobierno  estaba  en  posesión  desde 
un  año  atrás,  se  ve  bien  que  era  un  papel  que  lepresentaba,  y 
no  un  deber  serio  que  se  preparaba  a  cumplir."  (2)    Ni  la  apa- 


(1)  Mitre,   "Historia  de   Belgrano" 

(2)  Mitre,   op.   cit. 


—  12  — 

ratosa  caída  de  Balcarce,  ni  la  que  algunos  reputaban  promisora 
exaltación  de  Pueyrredón  al  gobierno  de  Buenos  Aires,  variaron 
en  el  fondo  la  política  directorial,  menos  aún  la  falsa  posición  en 
que  el  Gobierno  se  hallaba  colocado.  Hubo,  sí,  muchas  procla- 
mas, mucho  cambio  de  notas;  y  las  deliberadas  y  simuladas  pro- 
videncias del  Directorio  y  del  Congreso  se  publicaron  con  verda- 
dera profusión.  No  obstante  ser  bien  determinada  y  precisa  la 
orientación  de  los  dirigentes  ante  los  problemas  que  el  momento 
aparentemente  les  planteaba,  el  aspecto  externo  de  los  sucesos 
configuraba,  para  los  espectadores  desprevenidos,  una  situación 
de  inseguridad,  de  incertidumbre. 

Contribuía  no  poco  a  destacar  el  tono  sospechoso  e  incierto 
del  ambiente,  la  franca  disposición  evidenciada  desde  los  primeros 
rumores,  por  el  pueblo  de  Buenos  Aires,  en  pro  de  un  tempera- 
mento que  armonizara  mejor  con  el  apremio  de  las  circunstancias. 
"Mientras  tanto,  dice  Mitre,  las  tropas  portuguesas  avanzaban,  la 
opinión  patriótica  se  alarmaba,  sordos  rumores  acusando  al  Con- 
greso y  al  Director  de  connivencia  con  la  invasión  extranjera, 
circulaban  por  todas  partes."  En  consonancia  con  sus  primeros 
pasos  en  esta  contienda,  la  política  del  Director  y  la  del  Congreso 
se  conservaron  inalterables  en  cuanto  a  mantener  la  más  estricta 
neutralidad  formal  del  gobierno  que  representaban,  sin  perjuicio 
de  que  el  mantenimiento  de  su  obsequioso  embajador  ante  la  Corte 
de  D.  Juan  VI  fuera  para  muchos  una  sugestiva  revelación.  Acor- 
des también,  en  lo  fundamental,  con  las  soluciones  monárquicas 
que  García  abordara  explícitamente  en  sus  extraordinarias  notas 
oficiales,  se  sindica  este  período  de  la  historia  argentina  por  una 
constante  y  siempre  renovada  tendencia  a  propiciar  soluciones 
dinásticas,  como  el  único  medio  capaz  de  sojuzgar  la  anarquía, 
de  que  a  todas  horas,  y  en  todos  los  tonos,  se  lamentan  los  im- 
provisados monarquistas.  De  este  lamentable  proceso  se  destacan 
dos  objetivos  esenciales,  por  los  que  empeñosamente  pugnan  el 
Congreso  y  los  Directores:  1.°,  desligar  cuanto  antes  la  cuestión 
de  la  Banda  Oriental  de  los  intereses  y  de  la  suerte  de  las  otras 
provincias;  2.°,  obtener  que  Portugal  reconociera  la  libertad  e 
independencia  de  las  Provincias  Unidas;  y  en  caso  de  ser  impo- 
sible tal  declaración,  proponerle  la  coronación  de  un  Infante  del 
Brasil,  en  el  gobierno  de  las  mismas  Provincias  Unidas  (1).  — 
Refiriéndose  a  esta  cuestión,  el  doctor  Eduardo  Acevedo  expresa 
que  las  ideas  de  García  dieron  "orientación  definitiva  a  la  diplo- 
macia argentina,  señalando  como  suprema  aspiración  del  momento 
la  adjudicación  de  la  Provincia  Oriental  a  la  Corona  portuguesa, 
en  odio  a  Artigas  y  a  su  programa  de  república  federal",  y  agrega: 
"El  agente  García  abrió  su  correspondencia  a  fines  de  1815,  anun- 


(1)     Instrucciones  reservadas  a  cargo  de  emisarios,  Mitre,  ob.  cit. 


-la- 
ciando  que  la  Corte  portuguesa  consideraba  como  muy  fácil  la 
conquista,  y  la  prosiguió  con  detalles  amplios  y  completos  del 
plan  de  absorción  que  en  la  Banda  Oriental  se  realizaría  por  la 
fuerza  de  las  bayonetas,  y  en  Buenos  Aires  mediante  la  erección 
de  un  trono  con  destino  a  la  dinastía  de  Braganza."    (1) 

5. — Contando  ya  con  la  buena  disposición  del  Gobierno  de 
Buenos  Aires,  la  Corte  portuguesa,  antes  de  iniciar  materialmente 
la  conquista,  anunció  sus  propósitos  a  los  gobiernos  de  Inglaterra 
y  España,  en  Mayo  del  año  1815.  Inglaterra,  que  al  finalizar  la 
gestión  que  en  esos  momentos  se  iniciaba,  no  tuvo  reparos  en 
admitir  incondicionalmente  con  todas  sus  consecuencias  el  hecho 
brutal  de  la  conquista,  se  limitó  por  entonces  a  recordar  a  Portu- 
gal el  convenio  del  26  de  Mayo  de  1812,  garantizado  por  aquella 
potencia.  La  respuesta  de  Río  de  Janeiro  a  la  Corte  de  Saint- 
James  pareció  disipar  los  recelos  de  ésta. 

España,  por  intermedio  de  su  embajador  en  Río  de  Janeiro, 
formalizó  su  protesta  el  31  de  Mayo  de  1816;  y  como  no  obtu- 
vieran satisfacción  inmediata  los  cargos  que  contra  la  usurpación 
de  Portugal  capitulara,  el  Gobierno  español  insistió  poco  después 
en  la  línea  de  conducta  adoptada,  publicando  el  8  de  Noviembre 
del  mismo  año  un  manifiesto  declaración  contra  los  hechos  del 
gobierno  portugués.  Llevada  la  cuestión  a  la  decisión  de  las 
grandes  potencias,  Francia,  Rusia,  Inglaterra,  Prusia  y  Austria, 
éstas  elogiaron  a  España  su  actitud,  "que  en  lugar  de  recurrir 
desde  luego,  como  pudo  haberlo  hecho,  a  los  medios  de  la  fuerza, 
había  preferido  seguir  el  camino  de  la  moderación";  e  intimaron 
a  Portugal,  que  desistiese  de  sus  miras  de  expansión  territorial, 
haciéndole  presente  que  las  potencias  estaban  decididas  "a  tomar 
las  medidas  más  prontas  y  más  propias  para  disipar  las  justas 
aprensiones  que  la  invasión  de  las  posesiones  americanas  de  Es- 
paña ha  causado  en  Europa,  y  a  atender  tanto  a  los  derechos 
reclamados  por  esta  potencia,  como  a  los  principios  de  justicia 
y  de  imparcialidad  que  guían  a  los  mediadores."    (2) 

La  contestación  brasileña  concretóse  a  manifestar  que  la  ocu- 
pación era  una  medida  transitoria  y  de  mera  garantía  para  defen- 
derse contra  las  incursiones  de  los  pueblos  sublevados  del  Río 
de  la  Plata. 

Refiriéndose  al  espíritu  que  esta  respuesta  revela  en  lo  esen- 
cial, y  apreciándola  a  través  de  los  factores  que  sobre  los  sucesos 
actuaban,  el  doctor  Eduardo  Acevedo  destaca  la  necesaria  conse- 
cuencia de  que  "si  la  Corte  portuguesa  hacía  constantes  protestas 
de  que  la  ocupación  de  la  Provincia  Oriental  no  se  realizaba  con 


(1)  Eduardo  Acevedo,  "José  Artigas". 

(2)  Pereira  da  Silva,   "Historia  da  Fundacao   do   imperio   Brazileño", 
citado  por  Eduardo  Acevedo,  op.  cit. 


—  14  — 

fines  de  conquista,  era  única  y  exclusivamente  para  desviar  el 
terrible  golpe  con  que  amenazaban  las  cinco  grandes  potencias 
representadas  en  la  Conferencia  de  París  al  anunciar  el  propósito 
de  ir  en  ayuda  de  España  para  la  reconquista  de  sus  colonias 
usurpadas".  De  esta  situación  equívoca,  que  no  acusaba  aún  en 
su  aspecto  externo  síntomas  de  violencia,  resultó  que  las  grandes 
potencias  formalizaron  proposiciones  de  arreglo.  España  restituiría 
a  Portugal  la  plaza  fuerte  de  Olivenza;  y,  a  título  de  reembolso 
de  gastos  hechos  en  beneficio  de  la  colonia  usurpada,  entregaría 
siete  millones  y  medio  de  francos.  Portugal  abandonaría  de  in- 
mediato la  Ciudad  de  Montevideo.  Completaba  las  estipulaciones 
del  pacto  el  establecimiento  de  la  libertad  de  comercio  en  el  Río 
de  la  Plata. 

A  Portugal  debieron  sugerirle  más  de  un  reparo  las  bases 
propuestas,  y  no  debió  ser  el  menos  significativo,  la  situación 
desairada  en  que  vendría  a  quedar,  abandonando  Montevideo  a 
España,  después  de  haber  pactado,  por  medio  de  su  agente  Lecor, 
ia  entrega  de  las  llaves  de  la  Ciudad  a  sus  habitantes  cuando 
desaparecieran  las  causas  de  la  invasión  (1).  A  pesar  de  todo, 
Portugal  aceptó  el  convenio.  ¿Cuál  era,  entretanto,  la  actitud  de 
España?  Por  una  parte,  su  representante  diplomático,  ante  las 
proposiciones  de  arreglo,  concretaba  toda  su  actividad  a  remitirlas 
a  su  gobierno;  por  otra  parte,  se  divulgaba  más  y  más  la  noticia 
de  que  España  recurriría  a  las  armas,  y  poco  después  se  compro- 
baba que  ya  se  hallaban  adelantados  los  aprestos  de  la  expedición 
que  había  de  partir  del  puerto  de  Cádiz  con  destino  al  Río  de  la 
Plata.  Tan  inminentes  parecían  los  acontecimientos,  que  el  conde 
de  Palmella  resolvió  dirigirse  y  se  dirigió  a  las  potencias  media- 
doras, para  que  evitasen  la  guerra.  Y  en  carta  a  su  colega  Antonio 
de  Saldanha,  de  10  de  Abril  de  1819,  decía:  'Todo  se  reduce, 
pues,  a  ponernos  en  estado  de  resistir  la  tentativa,  y  a  este  res- 
pecto he  escrito  con  la  mayor  urgencia  a  la  Corte.  Si  falla  la 
expedición  española,  la  posesión  que  hoy  sólo  tenemos  de  hecho, 
quedará  fundada  en  derecho,  en  el  caso  que  se  adopten  medidas 
prontas  y  adecuadas  para  sacar  partido  de  ella.  Entretanto  Por- 
tugal está  seguro,  porque  la  Gran  Bretaña  declara  nuevamente 
que  subsiste  la  garantía  en  todo  su  vigor."    (2) 

6. — Se  siguieron  a  esto  nuevos  errores  y  nuevas  inconsecuen- 
cias de  parte  de  la  diplomacia  española  y,  por  ende,  vinieron  a 
darse  nuevas  ocasiones  de  qué  sacar  partido,  que  los  ágiles  di- 


(1)  El  historiador  Pereira  da  Silva,  citado  por  el  Dr.  Eduardo  Acevedo 
en  su  obra  "José  Artigas",  dice  al  respecto:  "Procurábase  encubrir  esta 
falta  de  fe  mediante  la  efectividad  del  abandono  antes  de  la  llegada  de  la 
expedición  española." 

(2)     Eduardo  Acevedo,  ob.  cit. 


—  15  — 

plomáticos  portugueses  no  desdeñaron.  Así  las  cosas,  todo  cami- 
naba hacia  el  fracaso  de  la  mediación  de  las  grandes  potencias, 
merced  a  las  torpezas  de  los  ministros  españoles.  Torpezas  ma- 
nifiestas, pues  que  después  de  haber  España  provocado  la  inter- 
vención de  aquellas  potencias  y  adoptado  una  política  mesurada 
y  pacífica,  variaba  repentinamente  de  orientación  y  resolvía,  por 
sí  y  ante  sí,  usar  de  los  medios  violentos;  torpeza  manifiesta,  por- 
que este  último  temperamento  labraba  su  desprestigio  ante  la 
diplomacia  europea,  y  detrás  de  un  rival  ostensible  le  creaba  la 
hostilidad  o  la  prescindencia  de  las  potencias  desairadas;  torpeza 
manifiesta,  porque  allanaba  el  camino  de  su  adversario,  dilatando 
primero  y  anulando  después,  la  conclusión  del  tratado,  con  lo  que 
las  tropas  portuguesas  podían  permanecer  en  la  margen  oriental 
del  Río  de  la  Plata  sin  que  las  potencias  mediadoras  "lo  tomaran 
a  mal",  y  los  políticos  lusitanos  podían  invocar  en  su  abono 
"haber  seguido  siempre,  en  medio  de  tantas  contrariedades,  una 
marcha  coherente  en  la  negociación". 

La  expedición  española  de  Cádiz  adquiría  a  fines  de  1819, 
proporciones  verdaderamente  imponentes.  Para  acreditarlo  bas- 
tará referirse  a  la  rebaja  que  inopinadamente  se  produce  en  las 
pretensiones  portuguesas,  limitadas  desde  entonces  a  constituirse 
Portugal  en  guardián  de  los  intereses  de  España  en  América, 
hasta  la  llegada  de  las  tropas  españolas,  y  a  percibir  como  com- 
pensación, una  indemnización  pecuniaria.  Estas  y  otras  condi- 
ciones habían  de  quedar  reducidas,  poco  tiempo  después,  a  exigir 
únicamente  que  el  mando  de  la  expedición  española  fuera  confiado 
a  un  infante  de  Madrid.  Aludiendo  a  esta  emergencia,  don  Ignacio 
Núñez  declara  que  la  expedición  hizo  revivir  en  Montevideo  'las 
alarmas  de  los  naturales".  Se  abocaron  algunos  al  general  por- 
tugués, y  éste  les  permitió  dirigir  al  Janeiro  una  diputación  para 
solicitar  que  S.  M.  F.  volviese  a  ratificar  la  capitulación  de  1817, 
en  virtud  de  la  cual  no  podía  entregarse  la  plaza  a  los  españo- 
les" (1). 

"  El  año  19,  anunciándose  una  expedición  española  para  el 
Brasil  y  el  Río  de  la  Plata,  el  Cabildo,  temeroso  de  que  el  país 
fuera  ocupado  por  los  españoles,  mandó  una  diputación  de  su 
seno,  a  don  Juan  F.  Giró  y  a  don  Lorenzo  Justiniano  Pérez,  a  la 
Corte  del  Janeiro,  a  exigir  del  Rey  que  hiciese  efectiva  la  protec- 
ción que  había  ofrecido.  .  ."  (2)  En  el  mismo  sentido  don  San- 
tiago Vázquez  afirma:  "Llegó  la  época  de  anunciarse  próximo  el 
arribo  de  un  ejército  español  que  debía  dirigirse  a  Montevideo,  a 
ocupar  su  territorio  y  sujetar  a  la  República  Argentina;  la  política 
tímida  del  gabinete  portugués  hacía  incierta  la  conducta  que  ob- 


(1)  Noticias  de  las  Provincias  Unidas  del  Río  de  la  Plata,  Londres,  1825. 

(2)  Revista  Histórica,  documento  Lorenzo  Justiniano  Pérez. 


—  16  — 

servaría  en  tal  conflicto,  aunque  para  sus  intereses  fuese  la  peor 
suerte,  la  de  entregar  este  territorio  al  gobierno  español,  que  no 
le  dejaría  ni  remota  esperanza  de  volver  a  ocuparlo;  el  Cabildo 
de  Montevideo,  prevaliéndose  de  la  palabra  del  Rey  de  entregarle 
las  llaves  de  la  Capital,  si  hubiese  alguna  vez  de  desalojarla,  envió 
una  comisión  secreta  a  S.  M.,  por  cuyo  medio,  demostrando  la 
seria  resolución  y  los  elementos  que  los  patriotas  tenían  de  resis- 
tir a  los  españoles  y  halagando  en  ese  caso  sus  esperanzas,  se 
propuso  y  obtuvo  de  aquel  gabinete  la  seguridad  de  que  la  plaza 
sería  evacuada  a  tiempo  dado,  luego  que  fuese  sabido  de  cierto  el 
embarco  del  ejército  español,  y  que  se  entregaría  al  Cabildo  pa- 
triota, así  como  gradualmente  la  campaña,  con  otras  concesiones 
no  menos  importantes..."  (1)  La  expedición  de  Cádiz  era  "el 
fantasma  alrededor  del  cual  giraba  toda  la  política  internacional", 
dice  el  General  Mitre.  "El  Gobierno,  a  la  vez  de  dictar  sus  me- 
didas para  recibir  la  invasión,  procuró  estimular  el  espíritu  pú- 
blico y  comprometer  el  patriotismo  de  los  disidentes,  invocando  la 
causa  común  de  la  independencia  y  el  odio  contra  el  antiguo 
yugo."  El  agravio  portugués,  que  fuera  sólo  una  causa  ocasional, 
venía  a  remover  los  nunca  renunciados  intentos  de  la  metrópoli. 
España  se  disponía  a  la  reconquista  material  de  sus  colonias. 

"  S.  E.  habrá  podido  juzgar,  por  los  detalles  que  le  he  comu- 
nicado, que  si  hasta  cierto  punto  empieza  el  Gobierno  de  Madrid 
a  familiarizarse  con  la  idea  de  confiar  a  un  infante  de  España  la 
misión  de  hacer  volver  a  las  colonias  de  la  América  del  Sud  a  los 
principios  monárquicos,  nada  indica  que  el  Rey,  sus  ministros  y 
la  Nación  española  entera,  no  sean  hoy  tan  reacios  como  antes  lo 
fueron,  a  oir  insinuaciones  que  tengan  por  fin  el  reconocimiento 
del  estado  actual  de  las  colonias  insurrectas."  "Después  de  Fe- 
lipe II,  no  ha  habido  en  España  ningún  príncipe  más  celoso  de  su 
autoridad  que  Fernando."  "Si  un  acontecimiento  adverso,  tal 
como  la  batalla  de  Ayacucho,  contraría  sus  miras  o  destruye  sus 
arraigadas  ilusiones,  calla,  se  irrita  y  se  encierra  en  una  inercia 
cuya  fuerza  negativa  no  pueden  apreciar  sino  aquellos  que  lo  han 
visto  de  cerca."  "No  cabe  duda  de  que  la  Nación  española  con- 
sidera la  cuestión  americana  de  manera  distinta  que  su  Soberano", 
pero  "sólo  por  la  violencia  y  la  fuerza  van  desprendiéndose  poco 
a  poco  de  la  idea  de  recuperar  sus  colonias",  hasta  el  punto  de 
poder  afirmar  que  si  se  presentase  el  menor  indicio  de  éxito,  la 
esperanza  volvería  a  encender  de  nuevo  sus  corazones.'   (2) 


(1)  Apuntes  biográficos  sobre  el  Coronel  D.  Ventura  Vázquez,  Biblio- 
teca del   Plata,   1849. 

(2)  Carta  del  Barón  Damas  al  Marqués  Moustier,  28  de  Diciembre  de 
1825,  Villanueva:  "La  Santa  Alianza".  Tan  elocuente  como  los  párrafos 
antes  transcriptos,  para  acreditar  la  resolución  que  España  mantenía  respecto 
de  sus  ex  colonias,  es  el  siguiente,  que  alude  a  un  episodio  acaecido  por 


—  17  — 

La  suerte  había  de  ser  adversa  a  los  propósitos  de  la  Corte 
de  Madrid,  y  la  anunciada  expedición,  mermada  primero  a  causa 
que  representaba,  por  las  insurrecciones  de  Porlier,  Lacy,  Mina, 
Beltrán  de  Lis  y  otros;  y  asolada,  después,  por  la  fiebre  amarilla, 
recibió  el  golpe  de  gracia  merced  a  la  revolución  del  1.°  de  Enero 
de  1820,  en  la  que  Riego,  "proclamando  al  frente  de  las  banderas 
la  Constitución  española  del  año  X",  abrió  "para  su  patria  la  era 
de  la  libertad,  a  la  vez  que  cerraba  por  el  hecho  la  guerra  de  la 
América  contra  su  antigua  metrópoli".   (2) 

Fracasada  así  la  empresa  militar  española,  el  año  1820  marca 
la  oportuna  culminación  de  la  dominación  portuguesa  en  la  Banda 
Oriental.  Oportuna  culminación,  decimos,  porque  todo  parecía 
combinarse  para  secundarla  en  sus  miras.  Predispuestas  las  gran- 
des potencias  a  mantener  una  actitud  prescindente  en  el  asunto 
de  la  ocupación  de  la  Provincia  Oriental;  afirmada  ya,  sin  reservas 
ni  ocultaciones,  la  buena  disposición  de  Inglaterra  para  con  la 
política  portuguesa  en  el  Río  de  la  Plata;  aniquilado  Artigas  y 
sometido  el  país  por  la  fuerza  de  las  armas,  nada  — ni  siquiera  las 
buenas  intenciones  del  pueblo,  ya  que  no  del  Gobierno  de  las  Pro- 
vincias Unidas,  presa  entonces  de  la  más  completa  anarquía — , 
nada,  repetimos,  se  oponía  al  libre  desenvolvimiento  del  plan  que 
los  conquistadores  se  hubieran  trazado,  cualesquiera  que  fuesen 
sus  medios  y  sus  fines.  Las  circunstancias  eran  excepcionales. 
Todos  los  obstáculos  habían  sido  removidos.  Los  conquistadores 
eran  libres,  no  sólo  para  hacer  la  conquista;  eran  también  libres 
para  hacerla  sin  trabas,  sin  reservas,  sin  escrúpulos.  Pero  he  aquí 
que  cuando  pacificado  el  territorio,  disponíanse  los  nuevos  amos 
a  vivir  plácidamente  del  fruto  de  sus  obras,  la  resistencia  que 
ellos  creían  anulada  del  todo,  se  había  impuesto  sólo  una  tregua. 
Algo  semejante  a  la  sorpresa  de  Bonaparte  frente  a  la  heroica  e 
indomable  resistencia  española,  debió  pasar  entonces  por  la  mente 
de  los  nuevos  conquistadores  de  la  Banda  Oriental.  A  pesar  de  la 
connivencia  de  los  hechos,  de  todos  los  hechos,  el  éxito  esperado 
no  llegaba,  porque  faltaba  la  connivencia  de  los  hombres.  La 
revelación,  constatada  primero  en  los  hechos,  por  los  simples  eje- 


entonces  en  Madrid:  "En  sesión  del  Consejo  de  Estado,  tocóse  incidental- 
mente  el  asunto  de  las  colonias,  y  como  el  Infante  observara  que  Cirilo  (el 
Padre  Cirilo,  confesor  de  Fernando  VII)  insinuaba  a  sus  vecinos  la  conve- 
niencia de  un  ajuste,  le  apostrofó  al  punto  con  brusquedad,  diciéndole,  mon- 
tado en  cólera,  que  él  esperaba  que  la  palabra  reconocifriiento  no  llegara  a 
ensuciar  jamás  la  boca  de  un  verdadero  español." 

El  16  de  Enero  de  1826,  siete  años  después  de  la  expedición  de  Cádiz, 
Fernando  VII  abrió  las  sesiones  del  Consejo  de  Estado,  y  el  Duque  del 
Infantado,  en  su  discurso,  expresó  la  necesidad  de  conservar  intactos  los 
legítimos  derechos  de  Su  Majestad  Católica  heredados  con  la  Corona  de 
las  Españas,  y  de  impedir  que  fueran  desconocidos  o  alterados  por  nadie, 
bajo  ningún  pretexto".  —  Villanueva,  op.  cit. 

(2)     Mitre,  op.  cit. 


—  Í8  — 

cutores  materiales  de  la  conquista,  debió  provocar  en  estos  hom- 
bres de  pobre  contextura  moral  y  arraigados  instintos  de  codicia, 
un  gesto  de  conmiseración.  Cuando  llegaron  a  percibir,  después, 
en  toda  su  magnitud,  el  alcance  ele  aquel  impulso  desinteresado,  la 
conmiseración  tornóse  en  odio.  Odio  a  los  hombres  que  así  ve- 
nían a  entorpecer  sus  planes  y  sus  cálculos;  odio  a  sus  institucio- 
nes, de  que  aquéllos  con  razón  se  vanagloriaban;  odio  a  su  pro- 
greso; y  la  conquista  portuguesa,  que  palpó  entonces,  recién  en- 
tonces, en  forma  inconfundible,  la  imposibilidad  moral  de  una 
dominación  efectiva  de  la  Banda  Oriental,  resolvió  aniquilarla, 
devastarla,  destruirla.  Esta  era  la  obra  del  rencor,  pero  era  tam- 
bién la  obra  del  interés.  Una  vez  más  el  rencor  y  el  interés  se 
aliaban.  Era,  en  suma,  el  bajo  instinto  material  que  iba  a  agotar 
su  influjo  en  las  cosas,  incapaz  de  obrar  eficazmente  en  los  es- 
píritus. 

"  Desde  la  ocupación  de  este  territorio,  se  han  extraído  por 
varios  puntos  de  la  frontera  24  millones  de  animales,  entre  vacas, 
caballos  y  muías.  Esta  enorme  cantidad  no  asombrará  a  los  que 
hayan  visitado  nuestros  campos  y  a  los  que  conozcan  la  rapacidad 
de  los  continentales.  Parece  que  presagiaban  lo  que  está  pasando, 
y  que  se  precisaban  a  destruirnos  y  enriquecerse,  a  exasperarnos 
y  obligarnos  a  tomar  las  armas,  para  ver  si  honestamente  podían 
encontrar  un  pretexto  de  asesinarnos  y  suplantar  una  nueva  po- 
blación enteramente  barsilera.  En  esto  último  tan  sólo  se  equi- 
vocaron. 

Al  infeliz  oriental  no  le  queda  otro  recurso  que  la  espada,  y 
sus  golpes,  impelidos  por  la  desesperación,  deben  ser  terribles. 
Sólo  le  han  dejado  una  vida  que  nada  tiene  de  apetecible  si  sus 
días  deben  ser  hilados  en  la  desnudez,  el  hambre  y  las  cade- 
nas."  (1) 


(1)     "El  Pampero",  N.°  1,  19  Diciembre  de  1822.  Museo  Mitre,  Bs.  Aires. 


CAPÍTULO 


EL  CONGRESO  C1SPLATINO 


1. — Antecedentes. 
¿. — Medidas  preparatorias. 

3. — El  Congreso8  y  sus  deliberaciones.   La  incorporación. 
4. — El  Congreso  y  su  finalidad  esencial.    Opinión  unánime  de  los  pu- 
blicistas e  historiadores. 
5.— D.  Juan  VI  y  Lecor. 
b. — Fué  el  Congreso  un  hecho  sin  arraigo. 

1.- — Pocos  días  después  de  la  entrada  de  las  tropas  portu- 
guesas en  Montevideo,  el  23  de  Enero  de  1817,  cuando  era  más 
decidida  la  resistencia  que  toda  la  población  en  armas  oponía  al 
conquistador  lusitano,  el  Cabildo  de  Montevideo,  con  verdadera 
serenidad  y  no  igualado  aplomo,  convenía  con  el  Síndico  Procu- 
lador  General,  en  que  la  prosperidad  no  tendría  nunca  lugar  "en 
este  hermoso  país,  en  otros  tiempos  ni  bajo  otra  dominación  que 
la  de  Su  Majestad  Fidelísima,  que  actualmente  lo  protege";  y  en 
que  no  había  medio  más  apropiado  para  "agitar  su  engrandeci- 
miento, que  hacer  una  diputación  a  Su  Majestad  Fidelísima  el 
Rey  nuestro  Señor,  impetrando  su  protección  y  suplicándole  que 
tuviera  la  dignación  de  incorporar  este  territorio  a  los  dominios 
de  su  Corona". 

Según  rezan  las  actas  de  aquella  coropración,  decidióse  poner 
en  conocimiento  del  Capitán  General  lo  acordado;  y  en  oficio  del 
27  del  mismo  mes,  decían  a  Lecor  los  Capitulares:  "Ha  sido  tal 
Ja  combinación  de  los  sucesos  y  la  influencia  de  la  revolución  en 
el  espíritu  de  los  pueblos,  que  puede  sin  duda  asegurar  la  inefi- 
cacia de  toda  medida  que  no  tenga  por  base  la  incorporación  de 
esta  Provincia  en  los  dominios  de  un  Rey,  cuyo  dominio  suave  y 
liberal,  imponiendo  confianza  a  los  pueblos  comprometidos,  deja 
ver  la  prosperidad  que  ofrecen  las  proporciones  de  este  hermoso 
territorio.  El  Cabildo  ha  pensado  elevar  sus  más  humildes  súpli- 
cas para  el  efecto  a  Su  Majestad  Fidelísima,  el  único  que  por  sus 
virtudes,  por  la  dulzura  de  su  gobierno,  por  la  posición  relativa 
de  esta  Provincia  con  el  reino  del  Brasil,  y  por  la  conformidad 
de  religión,  usos,  idiomas  y  costumbres  puede  restablecer  el  so- 
siego, el  orden  y  la  opulencia  en  este  desgraciado  territorio." 

Habiendo  Lecor  manifestado  al  Cabildo  su  beneplácito,  y  de- 
signado éste  a  D.  Gerónimo  Pío  Bianqui  y  a  D.  Dámaso  Antonio 


—  20  — 

Larrañaga,  diputados  ante  la  Corte  de  Río  de  Janeiro,  con  facul- 
tades "para  tratar  y  emprender  cualquier  género  de  negociaciones, 
peticiones,  estipulaciones,  convenios,  súplicas  y  representaciones 
con  los  Señores  Ministros  de  S.  M.  F.",  y  principalmente  "para 
ponerse  a  los  pies  de  S.  M.  F.  el  Rey  Nuestro  Señor  (que  Dios 
guarde),  y  encarecerle  el  objeto  de  su  misión.  .  .";  el  propio  Ca- 
bildo, con  fecha  3  del  indicado  mes  de  Enero,  aprobó  una  repre- 
sentación con  destino  al  Rey,  en  la  cual  se  destacaba  "el  clamor 
de  todos  los  pueblos  que  representa,  por  la  incorporación  del 
territorio  pacificado  a  la  Nación  que  lo  ha  preservado  de  tantos 
desastres,  uniendo  este  nuevo  Reino  a  los  tres  que  forman  el 
Imperio  Lusitano"  (1). 

Si  para  interpretar  y  valorar  el  significado  del  Congreso  Cis- 
platino,  careciéramos  de  los  copiosos  antecedentes  que  ponen  en 
evidencia  su  artificiosa  elaboración,  bastarían  las  providencias 
transcriptas  — que  con  aquél  tienen  una  idéntica  finalidad,  y  cuya 
tendencia  inician — ,  para  descubrir  en  la  gestión  política  de  la 
conquista  portuguesa,  una  vocación  manifiesta  y  constante,  en  el 
sentido  de  dar  a  la  ocupación  simplemente  militar,  aspecto  de 
legitimidad  y  de  situación  consentida  y  querida  por  el  pueblo 
que  iba  a  soportarla.  Y  es  que  en  estas  diputaciones  y  rogativas 
del  Cabildo  al  Rey  de  Portugal,  tan  laboriosa  y  detalladamente 
fundadas,  y  prontas  para  marchar  a  su  destino  a  los  seis  días  de 
la  entrada  de  los  invasores  a  la  ciudad,  se  muestra  con  toda  evi- 
dencia la  misma  mano  que  después  fraguará  cautelosamente  toda 
la  serie  de  acuerdos,  congresos,  reconocimientos  y  ratificaciones 
que  fueron  su  necesaria  consecuencia. 

2.— El  16  de  Abril  de  1821,  el  Rey  D.  Juan  VI  ofició  al  Barón 
de  la  Laguna,  que  "siendo  una  verdad  de  primera  intuición  que 
las  cosas  no  pueden  ni  deben  quedar  ahí  en  el  estado  en  que  ac- 
tualmente se  hallan,  tres  son  únicamente  las  hipótesis  que  es  lícito 
asentar  sobre  el  estado  futuro  de  ese  país,  que  hoy  se  halla  ocu- 
pado por  las  tropas  portuguesas;  pues  o  se  une  de  una  vez  cordial 
y  francamente  al  Reino  del  Brasil,  o  prefiere  incorporarse  a  alguna 
de  las  otras  provincias  vecinas,  o,  en  fin,  se  constituye  en  Estado 
independiente.  Que  S.  M.,  absolutamente  dispuesto  a  hacer  todo 
cuanto  pueda  asegurar  la  felicidad  de  esos  pueblos,  ha  resuelto 
tomar  por  base  de  su  conducta  para  con  ellos  en  esta  ocasión, 
dejarles  la  elección  de  su  futura  suerte,  proporcionándoles  los 
medios  de  deliberar  con  plena  libertad  bajo  la  protección  de  las 
tropas  portuguesas,  pero  sin  la  menor  sombra  de  coacción  ni  su- 
gestión, la  forma  de  gobierno  y  las  personas  que  por  medio  de 
sus  representantes  regularmente  congregados,  entendiesen  que 
son  las  más  apropiadas  a  sus  particulares  circunstancias.   Que  en 


(1)     F.  A.  Berra,  Bosquejo  histórico  de  la  República  Oriental  del  Uru- 
guay, pág.  479. 


—  21  — 

esta  conformidad  quiere  S.  M.  que  V.  E.,  tomando  en  cuanto  fuera 
posible  por  base  las  instrucciones  que  tanto  en  Portugal  como 
en  este  Reino  del  Brasil  se  adoptaron  para  el  nombramiento  y 
elección  de  los  diputados  que  debían  componer  las  Cortes  de  este 
Reino  Unido,  haga  convocar  ahí  unas  Cortes  extraordinarias  en 
número  proporcional  a  la  población  de  esa  provincia,  de  manera 
que  ni  sean  en  número  tan  apocado  que  la  temeridad  de  los  par- 
tidos las  pueda  aterrar  o  seducir  fácilmente,  ni  por  otra  parte  sean 
tan  numerosas  que  resulte  una  funesta  alocracia,  para  lo  cual 
tienen  ya  desgraciadamente  esos  pueblos  una  decidida  propen- 
sión   (1). 

Dando  Lecor  cumplimiento  a  la  real  disposición,  y  para  ha- 
cerla, de  inmediato,  efectiva,  decía  al  Intendente  de  la  Provincia 
en  oficio  del  15  de  Junio:  ".  .  .es  necesario  que  V.  E.,  como  jefe 
político  de  la  provincia,  mande  convocar  un  congreso  extraordi- 
nario de  diputados  de  todos  los  departamentos,  tan  pronto  como 
sea  posible,  los  cuales  deben  reunirse  y  abrir  sus  sesiones  el  15 
de  Julio  próximo...",  y  agregaba:  "Sobre  todo  recomiendo  es- 
pecialmente a  V.  E.  que  tome  las  medidas  que  estén  a  su  alcance 
para  evitar  en  aquellas  reuniones  y  elecciones  la  influencia  de  los 
partidos;  de  suerte  que  estando  representada  legítimamente  la 
provincia,  pueda  deliberar  libremente  lo  que  le  convenga  para 
sus  intereses  y  futuro  bienestar". 

Conjuntamente  con  una  circular  en  la  que  transcribía  el  oficio 
de  Lecor  antes  mencionado,  y  en  la  que  además  indicaba  a  los 
Cabildos  que  procedieran  a  citar  a  los  alcaldes  ordinarios  o  terri- 
toriales de  los  pueblos  a  fin  de  que  concurrieran,  en  unión  con 
los  mismos  Cabildos,  a  nombrar  diputados  por  el  respectivo  de- 
partamento, acompañaba  el  Intendente  Duran  un  pliego  de  ins- 
trucciones para  que  a  ellas  se  ajustase  la  anunciada  elección. 

He  aquí  algunas  de  esas  previsoras  instrucciones: 

"  Artículo  1.°  La  Provincia  se  reunirá  en  un  Congreso  Ge- 
neral Extraordinario  de  sus  Diputados  para  decidir  sobre  lo  que 
convenga  a  su  situación,  intereses  públicos  y  felicidad  futura. 

"  Segundo:  El  Congreso  se  constituirá  de  diez  y  ocho  dipu- 
tados de  los  respectivos  departamentos,  cuyo  número  se  computa 
por  un  cálculo  aproximado  de  sus  poblaciones  en  la  forma  si- 
guiente: cuatro  diputados  por  esta  Capital  de  Montevideo;  dos 
por  la  población  de  Extramuros,  incluso  el  vecindario  de  Peñarol; 
dos  por  la  ciudad  de  San  Fernando  de  Maldonado,  San  Carlos, 
Minas  y  Rocha  con  sus  respectivas  comarcas;  dos  por  la  villa  de 
Guadalupe  de  Canelones,  Santa  Lucía,  Pando  y  Piedras,  corres- 
pondientes a  su  departamento;  dos  por  la  Colonia  del  Sacramento, 
Colla,  Real  de  San  Carlos  y  Víboras,  incluso  en  su  comarca;  uno 


(1)     F.  A.  Berra,  op.  cit  págsñ  484  y  485. 


—  22  — 

por  la  villa  de  San  José,  Florida  y  Trinidad,  perteneciente  a  su 
jurisdicción;  uno  por  el  pueblo  de  San  Salvador;  uno  por  Santo 
Domingo  de  Soriano;  uno  por  la  Capilla  de  Mercedes;  uno  por 
Paysandú,  y  uno  por  Cerro  Largo,  inclusas  las  respectivas  co- 
marcas y  jurisdicciones  de  los  respectivos  pueblos. 

"Tercero:  Los  Síndicos  Procuradores  Generales,  como  re- 
presentantes legales  de  los  pueblos  y  cabeceras  de  partido,  en 
cuyos  Cabildos  se  hallan  incorporados,  asistirán  como  Diputados 
al  Congreso  por  sus  respectivos  pueblos  y  departamentos.  De 
consiguiente,  esta  Capital  sólo  nombrará  tres  diputados,  que  con 
su  Síndico  completan  los  cuatro  que  se  le  computan  atendida  su 
población;  Maldonado,  Canelones  y  Colonia  sólo  nombrarán  un 
diputado,  que  con  su  Síndico  formarán  los  dos  que  les  correspon- 
den, y  San  José,  en  cuya  villa  sólo  existe  un  medio  Cabildo  sin 
síndico  procurador  general,  nombrará  el  diputado  que  se  le  asigna 
en  la  computación  general. 

"  Cuarto:  Las  elecciones  para  diputados  en  los  departa- 
mentos que  tienen  Cabildos  se  harán  por  los  mismos  Ayuntamien- 
tos en  unión  con  los  alcaldes  ordinarios  o  territoriales  de  los  pue- 
blos comprendidos  en  el  departamento  respectivo,  por  votación 
pública,  y  será  diputado  el  que  reúna  la  pluralidad  de  votos;  las 
elecciones  se  harán  en  las  Casas  Capitulares  con  asistencia  del 
Escribano  de  Cabildo,  o  Escribano  Real,  en  dondo  lo  hubiese. 

"  Sexto:  Teniendo  en  consideración  que  los  Alcaldes  ordi- 
narios o  territoriales  de  los  pueblos  que  no  dependan  de  la  juris- 
dicción de  algún  Cabildo,  cuales  son  Cerro  Largo,  Paysandú, 
Mercedes,  Soriano  y  San  Salvador,  han  sido  nombrados  por  juntas 
generales  de  los  respectivos  departamentos  y  comarcas,  como 
vecinos  propietarios  de  opinión  y  crédito  que  merecen  la  con 
fianza  pública,  y  deseando  evitar  los  inconvenientes  de  las  reu- 
niones populares  en  las  presentes  circunstancias,  y  las  dificultades 
y  graves  perjuicios  que  resultarían  a  la  Provincia  de  arrancar  en 
la  presente  estación  a  los  hacendados  y  labradores  de  sus  trabajos 
y  hacienda  para  asistir  a  las  cabeceras  de  sus  departamentos; 
serán  Diputados  al  Congreso  General  por  sus  respectivos  partidos 
y  comarcas  los  Alcaldes  ordinarios,  y  en  su  defecto  los  territoriales 
de  los  pueblos  referidos  de  Cerro  Largo,  Paysandú,  Mercedes, 
Santo  Domingo  de  Soriano  y  San  Salvador. 

"  Decimotercio:  Para  prevenir  todo  motivo  de  demora  en  un 
asunto  de  tanta  importancia,  los  Cabildos  electores  remitirán  a  los 
Síndicos  Generales,  y  a  los  Diputados  electos,  sus  poderes,  en 
nombre  de  los  Pueblos  y  Departamentos,  con  inclusión  ¿le  la  Acta 
de  elecciones,  otorgándoles  las  más  amplias  facultades  para  que 
en  nombre  y  representación  de  los  Pueblos  de  su  Departamento, 
deliberen,  determinen  y  sancionen  cuanto  crean  conveniente  a  la 
suerte  y  general  felicidad  de  la  Provincia,  sin  limitación  alguna, 


—  23  — 

protestando  que  sus  Representados  pasarán  y  ratificarán  lo  que 
el  Congreso  General  Extraordinario  determine  y  concrete  sobre  la 
suerte  y  gobierno  futuro  de  esta  Provincia.  Estos  poderes  serán 
filmados  por  todos  los  electores,  se  archivarán  en  los  Cabildos  y 
se  pasarán  a  Síndicos  y  Diputados  en  copia  testimoniada"   (1) 

Elegido  el  Congreso  en  conformidad  a  las  órdenes  e  instruc- 
ciones transcriptas,  el  Barón  de  la  Laguna  le  remitía,  a  manera 
de  mensaje,  el  siguiente  oficio: 

"  Sres.  del  M.  H.  Congreso  Extraordinario  de  esta  Provincia: 

"  Su  Majestad  el  Rey  del  Reino  Unido  de  Portugal,  Brasil  y 
Aígarves  ha  tomado  en  consideración  las  repetidas  instancias  que 
han  elevado  a  su  Real  Presencia,  Autoridades  muy  respetables  de 
esta  Provincia,  solicitando  su  incorporación  a  la  Monarquía  Por- 
tuguesa, como  el  único  recurso  que  en  medio  de  tan  funestas  cir- 
cunstancias puede  salvar  el  País  de  los  males  de  la  guerra  y  de 
los  horrores  de  la  anarquía.  Y  deseando  S.  M.  proceder  en  un 
asunto  tan  delicado  con  la  circunspección  que  corresponde  a  la 
dignidad  de  su  Augusta  Persona,  a  la  liberalidad  de  sus  principios 
y  al  decoro  de  la  Nación  Portuguesa,  ha  determinado  en  la  sabi- 
duría de  sus  Consejos,  que  esta  Provincia  representada  en  Con- 
greso Extraordinario  de  sus  Diputados  delibere  y  sancione  en  este 
negocio,  con  plena  y  absoluta  libertad,  lo  que  crea  más  útil  y 
conveniente  a  la  felicidad  y  verdaderos  intereses  de  los  Pueblos 
que  la  constituyen.  Si  el  M.  H.  Congreso  tuviese  a  bien  decretar 
ía  incorporación  a  la  Monarquía  Portuguesa,  Yo  me  hallo  autori- 
zado por  el  Rey  para  continuar  en  el  mando  y  sostener  con  el 
Ejército  el  orden  interior  y  la  seguridad  exterior  bajo  el  imperio 
de  las  Leyes.  Pero,  si  el  M.  H.  Congreso  estimase  más  ventajoso 
a  la  felicidad  de  los  Pueblos  incorporar  la  Provincia  a  otros  Es- 
tados, o  librar  sus  destinos  a  la  formación  de  un  gobierno  inde- 
pendiente, sólo  espero  sus  decisiones  para  prepararme  a  la  eva- 
cuación de  este  territorio  en  paz  y  amistad,  conforme  a  las  Orde- 
nes Soberanas.  La  grandeza  del  asunto  me  excusa  recomendarlo 
a  la  sabiduría  del  M.  H.  Congreso.  Todos  esperan  que  la  felicidad 
de  la  Provincia  será  la  guía  de  sus  acuerdos  en  tan  difíciles  cir- 
cunstancias. 

"Montevideo,  Julio  diez  y  seis  de  mil  ochocientos  veinte  y  uno. 

"  Barón  de  ía  Laguna. 
<;A  los  Sres.  del  M.  H.  Congreso  de  esta  Provincia."  (2) 

3. — Las  deliberaciones  del  Congreso  Cisplatino,  armónicas 
con  los  antecedentes  de  su  instalación,  revelan  en  sus  componentes 
una  rara  uniformidad  de  apreciación  respecto  de  las  pocas  pero 


(1)  De-María,  Compendio  de  la  Historia  de  la  República  Oriental  del 
Uruguay. 

(2)  De-María,  Compendio  de  la  Historia  de  la  República  Oriental  del 
Uruguay. 


—  24  — 

fundamentales  cuestiones  sometidas  a  su  decisión  y  dictamen.  Sin 
avanzar  nada  en  el  terreno  de  las  suposiciones  aventuradas  y  ci- 
ñéndose  estrictamente  al  contenido  de  las  actas  de  aquel  Congreso, 
puede  y  debe  afirmarse  que  los  oradores  de  la  célebre  represen- 
tación se  limitaron  a  decir  su  papel,  conforme  a  un  reparto  dis- 
puesto de  antemano. 

Ni  en  lo  esencial,  ni  en  lo  accesorio  de  los  temas  a  tratarse 
hubo  una  sola  discordancia  apreciable.  Todos  estuvieron  acordes 
en  todo,  y  el  acuerdo  y  la  conformidad  fueron  tan  abrumadores, 
que  cuando  el  Diputado  Bianqui,  en  la  primera  sesión  del  Con- 
greso, aludiendo  a  los  males  de  la  independencia,  dijo  que  con 
ella  la  sociedad  volvería  a  ser  una  vez  más  "la  presa  de  un  ambi- 
cioso atrevido  sin  otra  ley  que  la  satisfacción  de  sus  pasiones", 
todos  aquellos  hombres  callaron.  Quizá  al  caer  pesadamente  estas 
palabras  sacrilegas  en  el  recinto  de  aquella  Asamblea,  hubo  más 
de  un  conato  de  rebelión  en  los  espíritus;  pero  de  inmediato  reco- 
bró su  imperio  el  factor  material  y  la  razón  de  las  circunstancias 
se  sobrepuso  al  influjo  de  toda  otra  sugestión. 

Si,  prescindiendo  de  otros  elementos  de  juicio,  demasiado 
elocuentes,  hubiera  de  calificarse  la  tendencia  y  el  carácter  del 
Congreso  Cisplatino  sólo  por  el  rasgo  más  saliente  de  sus  cordiales 
deliberaciones,  habría  que  confesar  — duro  es  decirlo —  que  los 
personajes  que  intervinieron  en  aquel  cuadro  activamente,  no  co- 
nocían, para  regular  y  dirigir  su  acción  pública  y  su  conducta 
cívica,  otra  norma  ni  otra  pauta  que  las  circunstancias.  Resulta, 
en  efecto,  de  las  actas  ya  citadas,  que  el  debate  — de  alguna  ma- 
nera ha  de  llamársele —  se  concretó  invariablemente  a  proclamar 
la  sumisión  de  los  Pueblos  de  la  Provincia  a  los  hechos  consu- 
mados. "La  Provincia  Oriental  es  preciso  que  se  constituya  nación 
independiente  o  que  se  incorpore  a  otra  que  esté  constituida:  esta 
es  la  única  alternativa  que  le  dejan  las  circunstancias. 

"  Hacer  de  esta  Provincia  un  Estado,  es  una  cosa  que  parece 
imposible  en  lo  político;  para  ser  Nación  no  basta  querer  serlo; 
es  preciso  tener  medios  con  que  sostener  la  independencia.  En  el 
país  no  hay  población,  recursos  ni  elementos  para  gobernarse  en 
orden  y  sosiego." 

En  estos  términos  sintetizaba  su  pensamiento  y,  según  vere- 
mos después,  el  pensamiento  de  toda  la  Asamblea,  el  Diputado 
Bianqui.  —  Y  siempre  en  el  terreno  de  los  hechos,  entendía 
que  debía  descartarse  la  posibilidad  de  unirse  a  Buenos  Aires, 
anarquizada  por  sus  guerras  civiles,  o  de  contar  con  la  protección 
de  España,  tan  resistida  en  el  país.  La  conclusión  de  todos  sus 
razonamientos,  de  puro  hecho,  era  que  no  quedaba  otro  recurso 
"que  la  incorporación  a  la  Monarquía  Portuguesa,  bajo  una  cons- 
titución liberal".  Usando  de  un  procedimiento  diverso  y  desarro- 
llando un  razonamiento  mucho  más  expeditivo  que  el  de  su  colega 


—  25  — 

Bianqui,  el  diputado  Llambí  no  se  tomaba  el  trabajo  de  construir 
hipótesis  sobre  la  base  de  la  independencia  para  demostrar  des- 
pués su  imposibilidad  práctica.  El  problema  que  el  diputado 
Llambí  se  planteaba  era  mucho  más  concreto,  si  se  quiere  mucho 
más  palpable.  "En  el  momento  mismo  en  que  el  territorio  (de  la 
Banda  Oriental)  fuese  evacuado,  tendremos  tal  vez  sobre  nosotros 
las  fuerzas  de  Entre  Ríos  para  dominarnos  o  sacar  de  nosotros 
las  ventajas  que  le  proporciona  el  país  en  la  guerra  que  tiene 
pendiente  contra  Buenos  Aires.  Abandonados  a  nosotros  mismos, 
vamos  a  fomentar  el  celo  de  las  provincias  limítrofes."  Así  mien- 
tras el  diputado  Bianqui  temía  la  independencia  de  la  Provincia, 
el  diputado  Llambí  temía  pura  y  simplemente  la  evacuación  del 
territorio  por  las  tropas  portuguesas.  En  el  concepto  del  primero 
cabía  aún,  bien  que  como  una  mera  posibilidad,  la  independencia; 
las  ideas  del  segundo  sólo  admitían  para  la  Banda  Oriental,  claro 
está  que  como  imposición  fatal  de  las  circunstancias,  una  situa- 
ción de  dependencia  de  otro  Estado. 

Acusa  el  debate  diversos  matices  de  una  misma  y  única  tesis; 
pero  lo  cierto  es  que  en  todo  el  desarrollo  de  las  deliberaciones 
no  aparece  un  solo  principio  invocado,  ni  siquiera  una  razón  de 
conveniencia  aducida,  que  no  sea  el  apremio  de  las  circunstancias 
y  la  razón  de  la  fuerza.  Si  los  portugueses  se  van,  Buenos  Aires 
o  Entré  Ríos  nos  dominan,  o  los  españoles  nos  reconquistan.  Tal 
es,  puede  decirse,  la  teoría  del  Congreso;  teoría  simple  y  escueta, 
en  la  que  no  tienen  cabida  los  preceptos  más  primarios  de  demo- 
cracia elemental;  ni  siquiera  los  imperativos  primordiales  del  ins- 
tinto. Y  esa  doctrina,  que  hemos  visto  preconizaba  la  sumisión 
incondicional  a  las  circunstancias,  fué  también  compartida  por 
el  benemérito  Larrañaga,  quien  pugnó  por  legitimar  la  incorpora- 
ción a  Portugal,  aduciendo  el  abandono  en  que  dejaron  a  la  Pro- 
vincia Oriental,  España  y  Buenos  Aires. 

Triunfaba,  pues,  sin  ninguna  resistencia,  la  causa  que  un  di- 
putado del  Congreso  formulara  en  estas  palabras:  "De  hecho, 
nuestro  país  está  en  poder  de  las  tropas  portuguesas;  nosotros, 
ni  podemos  ni  tenemos  medios  de  evitarlo."  Era,  como  se  ve,  ad- 
mitir como  razón  suprema  el  hecho  consumado  y  compartir  ellos 
y  estimular  en  los  pueblos  que  representaban,  la  superstición  bo- 
chornosa de  la  infalibilidad  ajena  y  de  la  propia  ineptitud. 

Cierto  es  que  en  su  descargo  debe  tenerse  muy  presente  que 
obraban  bajo  la  imposición  de  la  fuerza,  y  que  muchos  de  ellos 
habían  dado  ya  y  darían  después  a  la  Patria,  pruebas  concluyen- 
tes  de  patriotismo  y  desinterés. 

Dicen  las  actas  del  Congreso  (18  de  Julio  de  1821)  que 
cuando  el  diputado  Larrañaga  terminó  su  discurso  en  pro  de  la 
incorporación,  "entonces,  por  una  aclamación  general,  los  dipu- 
tados dijeron:  este  es  el  único  medio  de  salvar  la  Provincia;  y  en 


el  presente  estado  a  ninguno  pueden  ocultársele  las  ventajas  que 
se  seguirán  de  la  incorporación  bajo  las  condiciones  que  aseguren 
la  libertad  civil  de  su  vecindario.  Por  lo  mismo,  sin  comprometer 
el  carácter  que  representamos,  tampoco  podemos  pensar  de  otro 
modo.  En  este  estado,  declarándose  suficientemente  discutido  el 
punto,  acordaron  la  necesidad  de  incorporar  esta  provincia  da 
Reino  Unido  de  Portugal,  Brasil  y  Algarves,  Constitucional,  y  bajo 
las  precisas  circunstancias  de  que  sean  admitidas  las  condiciones 
que  se  propondrán  y  acordarán  por  el  mismo  Congreso  en  sus 
últimas  sesiones  como  bases  principales  y  esenciales  de  este  acto, 
que  se  reservará  hasta  que  con  aquéllas  se  propongan  a  la  Auto- 
ridad que  corresponda.  Así  lo  acordaron  y  firmaron  los  señores 
diputados  por  ante  mí  el  infrascripto  secretario.  Juan  José  Duran. 
Presidente:  Dámaso  Antonio  Larrañaga.  Diputado  por  Montevi- 
deo: Tomás  García  de  Zúñiga.  Diputado  por  Montevideo:  Fruc- 
tuoso Rivera.  Diputado  por  Extramuros:  Loreto  de  Gomensoro. 
Diputado  por  Mercedes:  José  Vicente  Gallegos.  Diputado  por 
Soriano:  Manuel  Lago.  Diputado  por  Cerro  Largo:  Luis  Pérez. 
Diputado  por  San  José:  Mateo  Vissillac.  Síndico  Diputado  por  la 
Colonia:  José  de  Alagón.  Diputado  por  la  Colonia:  Gerónimo  Pío 
Bianqui.  Síndico  Procurador  y  Diputado  por  Montevideo:  Ro- 
mualdo Ximeno.  Diputado  por  Maldonado:  Alejandro  Chucarro. 
Diputado  por  Canelones:  Manuel  Antonio  Silva.  Síndico  Procu- 
rador de  Maldonado:  Salvador  García.  Diputado  por  Guadalupe: 
Francisco  Llambí.   Diputado  por  Extramuros:  el  Secretario." 

Remitido  que  fué  a  los  Cabildos  y  Alcaldes  territoriales  tes- 
timonio del  voto  de  incorporación,  para  que  por  medio  de  sus 
diputados  expusieran  las  bases  que  creyeran  convenientes  para 
condicionar  la  unión  a  Portugal;  y  atendidas  las  contestaciones 
recibidas,  el  Congreso,  reunido  en  sesión  de  31  de  Julio,  con 
asistencia  del  Barón  de  la  Laguna,  declaró:  "que  habiendo  pesado 
las  críticas  circunstancias  en  que  se  halla  el  país  y  consultando 
los  verdaderos  intereses  de  los  pueblos  y  de  las  familias,  hemos 
acordado  y  por  el  presente  convenimos  en  que  la  Provincia  Orien- 
tal del  Río  de  la  Plata  se  una  e  incorpore  al  Reino  Unido  de  Por 
tugal,  Brasil  y  Algarves,  Constitucional,  bajo  la  imprescindible 
obligación  de  que  se  les  respeten,  cumplan,  observen  y  hagan 
observar  las  bases  siguientes";  que  en  síntesis  estipulaban  que  el 
territorio  del  país  debía  considerarse  como  un  Estado  diverso  de 
los  demás  del  Reino  Unido,  bajo  el  nombre  de  Cisplatino,  "y  que 
gozaría  del  mismo  rango  que  los  demás  de  la  Monarquía". 

Así  las  cosas,  y  pendiente  la  ratificación  de  "Su  Majestad 
Fidelísima"  para  dar  efectividad  al  convenio  pactado,  se  enco- 
mendó la  misión  de  recabarla  al  doctor  Lucas  José  Obes,  quien 
con  ese  y  otros  cometidos  partió  para  su  destino,  que  muy  pronto 
había  de  variar,  llevando  para  el  gobierno  de  su  gestión  un  pliego 


—  27  — 

de  instrucciones,  cuyo  contexto  es  interesante  reproducir  aquí: 

"  1.°  Recabar  del  Gobierno  y  Representación  Nacional  la 
conservación  del  pacto  de  incorporación  de  este  Estado  a  la  mo- 
narquía portuguesa  en  los  términos  decretados  por  el  Congreso 
Extraordinario  de  estos  pueblos.  A  ese  efecto  se  le  prevenía  pu- 
siera en  ejecución  todos  los  resortes  del  convencimiento,  haciendo 
valer  ias  promesas  sagradas  del  Rey,  el  decoro  de  la  Nación,  los 
compromisos  de  casi  todas  las  familias  del  país,  la  sangre  derra- 
mada, los  enlaces  y  establecimientos  de  un  número  considerable 
de  individuos  de  la  nación  portuguesa  que  quedarían  arruinados 
para  siempre,  las  ventajas  políticas  y  mercantiles  que  reportaría 
la  Nación  de  conservar  esta  Provincia,  que  constituye  en  península 
al  reino  del  Brasil,  con  barreras  insuperables,  y  la  necesidad  en 
que  se  hallaría  la  Nación,  abandonado  este  país,  de  sostener  sobre 
sus  fronteras  la  misma  o  mayor  fuerza  que  la  guarnecía  anterior- 
mente. 

"  2.°  Conseguir  que  en  el  caso  de  parecer  al  Gobierno  in- 
admisibles algunas  de  las  condiciones  o  bases  del  pacto  de  incor- 
poración, se  ordenará  y  decretará  por  el  mismo  Gobierno  o  re- 
presentación nacional  que  se  reuniera  un  nuevo  Congreso  en  este 
Estado  para  modificarlas  y  ajustarías  a  los  principios  liberales  y 
de  igualdad  civil  que  se  indicasen,  conformes  al  espíritu  del  sis- 
tema constitucional. 

"  3.°  Solicitar  del  Rey  que  en  el  caso  no  pensado  de  ser 
incompatible  la  incorporación  con  los  intereses  políticos  de  la 
monarquía,  se  avisará  en  tiempo  a  este  Estado  para  que  volviera 
a  reunirse  en  cortes  extraordinarias  y  pudiera  tomar  en  sosiego 
las  medidas  necesarias  para  su  seguridad,  orden  interior  y  defensa 
exterior,  y  que  por  ningún  motivo  pudiera  ser  abandonada  hasta 
que  las  autoridades  del  país  se  hallaren  constituidas,  que  se  or- 
ganizara la  administración  y  se  estableciera  la  fuerza  armada  que 
debía  sostener  el  orden;  hasta  que  los  vecinos  y  comerciantes  por- 
tugueses y  los  del  país  que  se  considerasen  comprometidos,  hu- 
bieran puesto  a  salvo  sus  personas,  familias  e  intereses;  y  final- 
mente, hasta  que  se  hubieran  expedido  por  el  gobierno  nacional 
las  providencias  correspondientes  para  ocurrir  a  los  gastos  de 
transporte  y  alimentación  futura  de  las  familias  de  todos  los  in- 
dividuos que  por  haber  servido  la  causa  de  la  Nación,  por  la  buena 
fe  e  inviolabilidad  de  las  promesas  del  Rey  y  de  la  dignidad  na- 
cional, quisieran  abandonar  el  país  para  librarse  de  los  peligros 
de  aquellos  comprometimientos"  (1). 

4. — Si  hubiera  de  sintetizarse  un  juicio  explicativo  acerca  del 
Congreso  Cisplatino,  no  sería  aventurado  afirmar  que  su  finalidad 


(1)     Cuadros    históricos    De   la    Sota    (transcripción    del   Dr.    Eduardo 
Acevedo  en  su  obra  "José  Artigas"). 


—  28  — 

primordial  se  redujo  a  legalizar,  en  lo  posible,  una  situación  de 
pura  fuerza;  sus  causas  ocasionales  más  salientes,  al  fracaso  de 
la  expedición  española  de  Cádiz,  y  a  la  anarquía  en  que  las  Pro- 
vincias Unidas  se  hallaban;  sus  medios  y  sus  procedimientos,  a 
los  mismos  con  que  hasta  entonces  mantuvo  la  conquista  su  ar- 
tificial dominación. 

Si  se  quisiera  reducir  aún  más  este  concepto  sintético,  ga- 
nando mucho  en  elocuencia,  bastaría  recordar  la  feliz  expresión 
del  doctor  Valentín  Gómez,  cuando  equiparaba  los  manejos  de 
aquel  Congreso  con  las  famosas  transacciones  de  Bayona  del 
año  1808  (1). 

La  legalización  de  la  conquista  mediante  un  acto  que  pudiera 
representar,  aunque  sólo  fuera  en  sus  elementos  externos,  una 
manifestación  de  voluntad  del  pueblo  sometido,  debió  ser  la  preo- 
cupación constante  de  la  Corte  portuguesa.  Sólo  que  un  paso  de 
tanta  trascendencia  no  podía  darse  sin  contemplar  el  ambiente  de 
que  conquistador  y  conquistado  formaban  parte.  Mientras  con  la 
intervención  de  la  diplomacia  europea  Portugal  pactaba  con  Es- 
paña el  abandono  de  Montevideo  y  reconocía,  una  vez  más,  que 
la  ocupación  de  la  Banda  Oriental  era  una  medida  transitoria  y 
de  mera  garantía;  mientras  la  expedición  española  de  Cádiz  or- 
ganizaba sus  poderosos  contingentes,  hasta  que  la  insurrección 
de  Riego  hacía  frustrar  el  proyectado  intento  de  reconquista  ; 
mientras  el  pueblo  de  Buenos  Aires,  mejor  aún,  mientras  los  pue- 
blos de  las  Provincias  Unidas,  pacíficos  merced  a  los  artificios  de 
su  Gobierno,  estaban  en  aptitud  de  renovar  y  hacer  efectivos  los 
vínculos  que  con  la  Provincia  Oriental  los  unían,  la  solemnidad 
de  la  incorporación  hubiera  colocado  a  Portugal  en  una  situación 
bien  desairada  frente  a  sus  gestiones  diplomáticas;  y,  lo  que  es 
aún  más  grave,  hubiera  alentado  sin  duda  a  los  españoles  a  pre- 
cipitar sus  conatos  de  reconquista;  y,  quizá,  hubiera. llevado  a  las 
Provincias  Unidas,  descubierto  el  afrentoso  plan  del  Gobierno  de 
Buenos  Aires,  a  impedir  la  ocupación,  que  entonces  hubiera  sido 
definitiva,  de  un  territorio  que  consideraban,  no  sin  algún  funda- 
mento, como  parte  de  su  integridad  nacional. 

De  ahí  que  la  representación  que  el  Cabildo  de  Montevideo 
remitiera  en  1817  al  Rey  de  Portugal  implorando  la  incorporación 
de  esta  provincia  a  los  dominios  de  su  Coiona,  no  tuviera  los  re- 
sultados que  sus  patrocinadores  aguardaban;  de  ahí  que  descar- 
tada la  resistencia  de  los  patriotas  desde  principios  de  1820,  se 
dejase  transcurrir  casi  un  año  y  medio  para  dar  el  paso  que  las 
circunstancias,  y  no  los  deseos  de  la  Corte,  habían  detenido  hasta 
entonces.    A  los  que  insinúan  la  posibilidad  de  que  las  miras  del 


(1)  Memorándum  presentado  al  Ministro  de  R.  E.  de  la  Corte  del 
Brasil,  transcripto  en  la  obra  "Noticias  de  las  Provincias  Unidas  del  Río 
de  la  Plata",  Londres,   1825. 


—  29  — 

Rey  D.  Juan  VI,  al  propiciar  — antes  de  su  partida  para  Lisboa — 
la  celebración  de  un  Congreso  en  la  Banda  Oriental,  pudieran 
responder  a  un  cambio  de  política  de  la  Corte  portuguesa  res- 
pecto de  la  provincia  usurpada,  bastaría  oponerles  la  letra  de  la 
comunicación  real  dirigida  al  Barón  de  la  Laguna  el  16  de  Abril 
de  1821,  en  la  que  se  anunciaba  que  los  pueblos  podrían  deliberar 
"bajo  la  protección  de  las  anuas  portuguesas";  se  prevenía  que 
las  Cortes  que  debían  reunirse  no  fuesen  en  número  tan  apocado 
"que  la  temeridad  de  los  partidos  las  puedan  aterrar  o  seducir 
fácilmente";  y  sólo  enunciaban  como  resultados  posibles  del  Con- 
greso, la  declaración  de  independencia  de  la  Provincia  o  su  deci- 
sión de  unirse  a.  Portugal,  con  absoluta  prescindencia  de  toda 
otra  hipótesis,  lo  que  no  dejaba  de  ser  muy  sugestivo,  siendo  bien 
notoria,  como  lo  era  entonces  y  lo  fué  después,  la  arraigada  co- 
munidad de  miras  e  intereses  que  unía  a  la  Banda  Oriental  con 
las  demás  Provincias  Unidas  del  Río  de  la  Plata. 

Mucho  más  elocuente  que  la  letra  del  oficio  real  es,  si  bien 
se  mira,  su  espíritu,  su  contenido,  su  substancia.  El  Rey  quiere 
que  los  pueblos  deliberen  sobre  su  suerte  futura;  el  Rey  se  com- 
place en  dar  a  sus  presuntos  subditos,  un  medio  de  manifestar  su 
voluntad;  el  Rey  aspira  a  que  los  pueblos  nombren  las  Cortes 
de  la  manera  más  libre  y  popular.  Todo  esto  es  muy  encomiable, 
todo  esto  es  muy  edificante.  Pero  el  Rey  se  olvidado  parece  olvi- 
darse de  que  toda  la  irreprochable  doctrina  que  él  expone  en  su 
memorial,  para  que  las  cosas  se  hagan  "sin  la  menor  sombra  de 
coacción  ni  sugestión",  va  a  aplicarse  en  un  país  rudamente  some- 
tido a  una  dominación  militar,  nada  más  que  militar;  y  que  todo  el 
control  y  toda  la  garantía  con  que  podrán  contar  los  pueblos  lla- 
mados a  pronunciarse,  radicará  en  los  titulares  de  aquella  misma 
dominación  militar,  según  el  propio  monarca  lo  confiesa,  al  es- 
tampar en  su  mensaje,  quizá  el  único  pensamiento  desnudo  de 
artificio:  "que  la  deliberación  será  bajo  la  protección  de  las  armas 
portuguesas". 

Por  lo  demás,  los  deseos  del  Rey  por  conocer  la  voluntad  de 
los  pueblos,  estaban  de  antemano  satisfechos.  Y  es  que  "la  opo- 
sición armada  de  Artigas  y  de  la  gran  mayoría  de  la  población 
a  la  dominación  portuguesa,  constituía  una  manifestación  bastante 
de  la  voluntad  popular"   (1). 

La  única  solución  admisible  es  que  D.  Juan  VI  obraba  como 
obraba,  porque  estaba  seguro  de  que  sus  deseos  se  cumplirían 
sin  necesidad  de  recurrir  a  medios  menos  convenientes,  y  porque 
esperaba  que  al  proceder  así  favorecería  su  política  para  con  las 


(1)     Oliveira  Lima,  "O  movimento  da  Independencia". 


—  30  — 

Provincias  Unidas"  (1). 

Si  en  cuanto  al  objetivo  central  que  con  el  Congreso  Cispla- 
tino  perseguía  la  Corte  de  Portugal  no  cabe,  a  nuestro  juicio,  otra 
opinión  fuera  de  la  expuesta,  en  lo  referente  a  los  medios  em- 
pleados para  poner  en  práctica  la  decisión  del  monarca  debe  es- 
tablecerse una  distinción  entre  los  procedimientos  autorizados  por 
el  Rey  y  los  empleados  por  el  Capitán  General  de  la  Provincia. 

El  Rey,  que  miraba  las  cosas  a  la  distancia  y  a  través  de 
halagüeños  informes,  contaba  quizá  con  que  el  voto  de  los  habi- 
tantes de  la  Banda  Oriental  sería  por  la  incorporación  a  Portugal; 
y,  partiendo  de  tal  supuesto,  no  consideraba  necesario  extremar 
las  medidas  de  previsión  para  que  el  resultado  apetecido  se  cum- 
pliera. Lecor,  en  cambio,  familiarizado  con  el  ambiente  siempre 
nostil  a  la  conquista  portuguesa,  debió  confiar  menos  y  obró  en 
consecuencia. 

Prescindamos  de  esta  distinción  y  atengámonos  a  la  impre- 
sión de  conjunto  que  el  hecho  del  Congreso  revela. 

Su  elaboración,  conforme  con  las  indicaciones  del  monarca, 
comienza  por  recomendar  que  se  evite  la  influencia  de  los  partidos. 
Sigúese  a  esto  la  maniobra  de  anular  por  completo  la  intervención 
activa  de  los  vecindarios  en  el  nombramiento  de  los  diputados, 
dando  la  autoridad  calidad  de  tales,  sin  elección,  a  los  síndicos 
de  Montevideo,  Canelones,  Maldonado  y  Colonia,  y  a  los  alcaldes 
de  Cerro  Largo,  Paysandú,  Mercedes,  Soriano  y  San  Salvador, 
con  lo  que  nueve  de  los  diez  y  ocho  diputados  que  integrarían  el 
Congreso  fueron  funcionarios  dependientes  del  Gobierno  de  la 
conquista.  En  lo  demás,  el  pretendido  acto  popular  se  redujo  a 
la  votación  de  diputados  que  hicieron  los  Cabildos  de  las  ciudades 
y  pueblos. 

El  Congreso,  pues,  lo  formarían  nueve  empleados  directos 
del  Gobierno  y  nueve  diputados  elegidos  por  funcionarios  depen- 
dientes de  la  autoridad.  En  cuanto  a  las  demás  instrucciones  que 
oportunamente  hizo  circular  el  Intendente,  no  se  ocultó  el  deseo 
de  evitar  los  inconvenientes  de  las  reuniones  populares.  Para  que 
ia  sugestión  y  la  coacción  fueran  completas,  Lecor,  en  oficio  di- 
rigido al  Congreso  ya  instalado,  le  decía:  "Si  el  M.  H.  Congreso 
tuviere  a  bien  decretar  la  incorporación  a  la  Monarquía  Portu- 
guesa, Yo  me  hallo  autorizado  por  el  Rey  para  continuar  en  el 
mando  y  sostener  con  el  Ejército  el  orden  interior". 

La  elocuencia  de  los  hechos  relatados  ha  uniformado  el  cri- 
terio de  los  historiadores  ¡y  de  los  publicistas  en  el  sentido  de 
condenar  con  severidad  esta  parodia  de  acto  de  soberanía.  Ex- 
presa el  doctor  Valentín  Gómez  en  su  memorándum  ya  citado: 


(1)     F.    A.   Berra,   op.   cit.    Ver  nota   de  la   Cancillería   Portuguesa  al 
Gobierno  de  Buenos  Aires,  fecha  16  de  Abril  de  1821. 


—  31  — 

"Pero,  ¿qué  confianza  podrían  inspirar  a  aquellos  pueblos  las 
deliberaciones,  en  materia  tan  ardua,  de  un  Congreso  compuesto 
en  gran  parte  de  empleados  al  servicio  de  S.  M.  F.,  dotados  con 
rentas  pingües,  y  seducidos  con  la  esperanza  de  más  elevados 
destinos?  Los  que  no  se  hallaron  en  estas  circunstancias  fueron 
aterrados  a  la  presencia  de  un  poder  armado,  que  no  disimuló  su 
particular  interés  en  los  negocios  sobre  que  él  debía  deliberar. 
Sus  discusiones  comprueban  bastantemente  esta  verdad.  El  pueblo 
de  Montevideo  fué  un  frío  y  paciente  espectador  de  la  arbitrarie- 
dad e  injusticia  con  que  se  dispuso  de  sus  primeros  derechos.  .  .". 

En  carta  fechada  en  Londres  el  15  de  Junio  de  1825  (1),  se 
decía  que  "en  Montevideo  el  General  (Lecor)  formó  un  Congreso 
en  1821  compuesto  en  su  mayor  parte,  como  se  acreditará  des- 
pués, de  empleados  civiles  al  sueldo  de  S.  M.  F.,  de  personas 
condecoradas  por  él  con  distinciones  de  Lecor,  y  de  otras  colo- 
cadas de  antemano  en  los  Ayuntamientos;  hizo  acuartelar  y  mu- 
nicionar los  regimientos  como  en  estado  de  guerra,  y  bajo  esta 
salvaguardia,  el  Congreso  declaró  que  la  Provincia  de  Montevideo 
se  incorporaba  espontáneamente  al  Reino  Unido  de  Portugal,  Bra- 
sil y  Algarves,  como  un  estado  federado,  en  virtud  de  lo  cual  fué 
bautizado  con  el  nombre  de  Estado  Cisplatino". 

El  brillante  historiador  brasilero  Alfredo  Várela,  en  una  de 
sus  hermosas  producciones  (2),  afirma  que  Lecor  "ilamó  a  los 
pueblos  a  comicios,  en  armonía  con  las  órdenes  de  palacio", 
"ajusfando  todos  sus  actos  a  las  reglas  que  le  parecieron  apro- 
piadas para  revertir,  a  la  larga,  de  una  apariencia  de  perfecta 
legitimidad,  el  voto  salido  de  las  urnas.  Nada  escatimó,  de  lo  que 
fué  menester  para  invalidar  la  expresión  de  la  voluntad  sincera  de 
los  naturales". 

El  mismo  Lecor  decía  a  su  Gobierno  que  "después  de  haber 
hecho  la  unión,  tomaría  todas  las  medidas  que  la  presencia  de 
las  fuerzas  de  su  mando  le  ofrecía  para  decidir  la  efectiva  incor- 
poración de  la  Provincia,  postergando  cualquier  reclamación  que 
los  pueblos  acordaran  formular  contratan  violenta  unión" (5) 

Acordes  en  lo  esencial,  todos  los  juicios  pronunciados  acerca 
del  Congreso  Cisplatino  reproducen  con  pequeñas  variantes  los 
conceptos  expresados  y  convienen  en  la  ineficacia  de  los  medios 
usados  para  arrancar  el  voto  de  incorporación.  La  incorporación 
"nació  enferma",  según  la  acertada  expresión  de  un  historiador 
brasilero   (4) 

5. — No  es  posible  abordar  aquí  un  paralelo  definitivo  entre 
las  instrucciones  con  que  D.  Juan  VI  recomendaba  la  celebración 


(1)  "Noticias  de  las  Provincias  Unidas  del  Río  de  la  Plata",  op.  cit. 

(2)  "Duas  grandes  intrigas". 

(3)  Alfredo  Várela,  op.  cit. 

(4)  Fernando  Luis  Osorio,  "Historia  del  General  Osorio". 


—  32-- 

cíe  unas  Cortes  como  medio  de  que  se  expresara  el  querer  de  íos 
pueblos,  y  las  atrocidades  de  todo  género  que  el  Barón  de  la 
Laguna  puso  en  práctica  para  cumplir,  a  su  manera,  con  el  man- 
dato de  su  soberano.  Si  bien  es  cierto  que  las  instrucciones  dadas 
al  doctor  Lucas  José  Obes,  después  de  consumado  el  atentado, 
acusan  en  los  autores  materiales  del  mismo  una  desconfianza 
manifiesta  de  haberse  excedido  en  el  cumplimiento  del  real  en- 
cargo; y  si  no  es  dudoso  que  la  actitud  ulterior  de  la  Corte  por- 
tuguesa se  contrajo  a  reprochar  a  Lecor  la  flagrante  violación  de 
las  órdenes  recibidas,  en  que  había  incurrido,  es  indudable  que 
estas  circunstancias  no  tienen  el  alcance  que  algunos  escritores 
pretenden  atribuirles,  para  arrojar  sólo  sobre  Lecor  todo  el  baldón 
que  del  tortuoso  negocio  se  desprende  para  sus  inspiradores.  Es 
cierto  que  Lecor  agotó  los  recursos  que  la  fuerza  le  daba  y  llegó 
a  colmar  la  medida;  es  cierto  que  sus  procederes,  juzgados  a 
través  de  su  versátil  conducta  posterior,  acusan  a  las  claras  una 
fuerte  dosis  de  interés  puramente  personal;  pero  no  es  menos 
cierto  que  la  política  y  la  diplomacia  portuguesas,  dirigidas  desde 
mediados  del  siglo  XVII  a  apropiarse  de  esta  porción  del  virrei- 
nato del  Río  de  la  Plata,  constituyen  un  antecedente  abrumador 
en  la  apreciación  de  las  intenciones  del  Rey  que  en  la  época  que 
estudiamos  regía  sus  destinos,  máxime  cuando  este  mismo  Rey 
mantenía  allí,  a  sabiendas,  una  conquista  puramente  militar,  y, 
también  a  sabiendas,  deseaba  consultar  la  voluntad  de  los  pueblos 
cuando  estaban  humeantes  todavía  las  cenizas  de  los  caídos  en 
Tacuarembó. 

6. — Acordes  o  no  el  Rey  y  Lecor,  lo  esencial  es  que  el  Con- 
greso Cisplatino  venía  a  constituir,  para  quienes  miraban  desde 
lejos  los  sucesos  del  Río  de  la  Plata,  un  síntoma  inequívoco  de 
que  la  conquista  portuguesa  estaba  consumada.  Esta  debió  ser, 
por  lo  menos,  la  impresión  del  momento. 

En  cuanto  a  su  influjo  en  el  territorio  que  se  decía  conquis- 
tado, hechos  posteriores  evidenciarán  cuanto  se  enconó  el  espíritu 
nativo  de  resistencia  con  el  agravio  que  aquella  indigna  farsa 
infería  a  la  dignidad  de  los  pueblos.  No  faltaron,  claro  está,  los 
que  creyendo  definitiva  la  usurpación,  aquietaron  sus  ímpetus  y 
se  resolvieron  a  vivir  en  paz  con  sus  nuevos  amos. 

Pero  la  nota  dominante  de  aquel  ambiente  de  agotamiento 
puramente  material,  fué  mirar  con  gesto  más  indiferente  que 
amargo  la  estéril  maniobra  del  conquistador.  "Parece  que  el  15 
del  corriente  será  la  apertura  congresal  de  Montevideo,  y  en  ella 
va  a  decidirse  (aún  mejor  diré  a  declararse,  porque  los  bien  ha- 
llados no  quieren  irse)  nuestra  incorporación  al  Brasil"  (1).    Esto 


(1)     Correspondencia    confidencial    y    política    del    señor    don    Gabriel 
A.  Pereira. 


—  33  — 

está  contenido  en  un  papel  de  la  época,  y  los  términos  empleados 
y  las  pocas  líneas  dedicadas  al  terna  evidencian  que  el  asunto  era, 
para  el  autor,  de  poca  monta.  Y  el  autor  era  nada  menos  que  don 
Carlos  Anaya. 

Acorde  con  el  espíritu  de  esa  carta,  otro  contemporáneo  de 
los  sucesos,  don  Lorenzo  Justiniano  Pérez,  califica  de  "irrisible" 
el  Congreso  Cisplatino,  "compuesto  de  empleados  y  paniaguados 
portugueses"     (1). 


(1)     Resumen  histórico,  "Revista  Histórica". 


CAPÍTULO  IV 

LA  BANDA  ORIENTAL  BAJO  LA  DOMINACIÓN 
PORTUGUESA-BRASILERA. 

1. — Factores  que  contrariaban  la  expansión  de  la  conquista  portuguesa. 

2. — La  conquista  y  sus  medios:  a),  nulidad  de  su  aporte;  b),  fué  una 
obra  de  rapacidad;  c),  desproporción  entre  funcionarios  y  gober- 
nados; d),  fué  una  ocupación  puramente  militar;  e),  nunca  fué 
aceptada  por  los  nativos;  f),  estuvo  confiada  a  la  discrecionalidad 
de  un  jefe  irresponsable. 

Descartado  el  tono  enfático,  acorde,  por  lo  demás,  con  el  gé- 
nero literario  que  a  su  índole  correspondía,  refleja  "El  Piloto" 
del  27  de  Octubre  de  1823,  en  el  párrafo  que  se  transcribe,  una 
impresión  bastante  exacta  de  la  obra  que  la  conquista  portuguesa 
legó  a  nuestro  país:  "...la  sangre  de  los  orientales  ha  corrido 
en  todas  direcciones,  sus  fortunas  han  sido  depredadas,  su  pobla- 
ción ha  sido  bárbaramente  deportada  a  los  climas  más  ardientes 
del  África;  y  tiranos  los  más  despreciables  han  podido  gozarse 
impunemente  nueve  años,  en  la  opresión  de  un  pueblo  de  los  más 
libres  y  valientes  de  la  tierra"  (1).  Para  completar  esta  definición 
y  destacar  la  ineficacia  de  tantas  atrocidades,  bastará  recordar 
aquella  afirmación  categórica  de  Augusto  Saint-Hilaire,  según  la 
cual  en  la  Banda  Oriental  "se  resistiría  como  absurda  la  idea  de 
pertenecer  definitivamente  a  los  portugueses"  (2);  afirmación 
cuyo  significado  ha  de  apreciarse  teniendo  presente  que  con  ella 
se  quiso  expresar  una  impresión  recogida  en  los  momentos  en 
que  recién  terminada  la  resistencia  armada,  eran  más  intensos  el 
abatimiento  y  la  postración  de  los  elementos  subyugados. 

1. — La  conquista  portuguesa  de  la  Banda  Oriental,  ni  en  el 
período  de  su  iniciación,  ni  en  la  época  en  que,  pacificado  el  país, 
pareció  aquélla  consolidarse,  ni  en  sus  postrimerías,  halló  en  el 
territorio  que  pretendía  sojuzgar,  ambiente  propicio  a  sus  miras. 
Ideas,  hombres,  sentimientos,  idioma,  tradiciones,  todo  le  era 
adverso. 

El  instinto  de  libertad  de  los  nativos,  después  de  poner  a 
prueba  su  empuje  en  las  luchas  de  la  emancipación  contra  España, 
había  tenido  ocasión  de  apreciarse  a  sí  mismo  como  fuerza  efi- 


(1)  "El  Piloto",  N.o  20,  colección  particular  del  doctor  don  Luis  Me- 
Iián  Lafinur. 

(2)  "Voyage  a  Rio  Grande  do  Sul". 


—  36  — 

cíente,  capaz  de  influir  en  la  marcha  de  ios  sucesos.  Cultivado 
por  irresistible  vocación  orgánica,  ese  instinto  — que  en  sus  pri- 
meras manifestaciones  debió  ser  de  una  ruda  simplicidad  y  que 
como  tal  se  limitó  a  ejercitarse  contra  la  única  fuerza  que  venía 
a  contrariar  su  natural  expansión —  hubo  de  adquirir  después, 
merced  a  progresivas  gradaciones,  una  relativa  perfección,  que 
insensiblemente  lo'  llevaría  a  sucesivas  generalizaciones,  sin  ha- 
cerle perder  por  ello  nada  de  su  primitiva  espontaneidad.  Gracias 
a  la  revelación  que  los  hechos  arraigaron  en  los  nativos,  la  resis- 
tencia puramente  orgánica  tornóse  deliberada.  Fué  entonces  mi- 
rada, no  sólo  como  cosa  necesaria,  sino  también  como  cosa  legí- 
tima. Legítima  contra  los  españoles,  primero;  legítima  contra  toda 
conquista,  después.  A  esta  vocación  de  la  libertad  uníase,  como 
obligado  complemento,  un  inveterado  repudio  por  todo  aquello 
que  significase  negación  o  desmedro  de  las  ideas  democráticas, 
que  tan  en  armonía  estaban  con  la  natural  propensión  de  los  pue- 
blos, cuando  más  empeñados  se  hallaban  en  la  obra  de  su  libe- 
i  ación.  Y  como  por  disposición  providencial,  la  Banda  Oriental 
y  los  hombres  que  pugnaban  por  regir  sus  destinos,  parecían 
elegidos  para  ser,  por  entonces,  los  únicos  depositarios,  inaltera- 
blemente fieles,  de  los  postulados  democráticos  en  las  colonias 
del  Río  de  la  Plata.  Contra  todas  las  críticas,  contra  todos  los 
ataques,  contra  todas  las  reservas,  la  figura  de  Artigas  sigue 
siendo  la  personificación  inconfundible  de  esa  tendencia. 

Reacio  a  las  sugestiones  engañosas  que  obscurecían  las  ideas 
y  entorpecían  los  procedimientos  de  muchos  hombres  de  Buenos 
Aires,  Artigas  proclamó  la  lucha  sin  cuartel  contra  toda  conquista 
extranjera  y  consideró  indispensables,  como  única  base  para  el 
gobierno  de  estos  pueblos,  los  postulados  de  la  democracia. 

Tal  era,  a  grandes  rasgos,  el  ambiente  que  la  conquista  por- 
tuguesa, conquista  y  monárquica,  se  proponía  adaptar  a  sus  miras 
de  dominación.  Como  si  todo  esto  no  fuera  bastante,  el  conquis- 
tador, al  acometer  esta  nueva  empresa,  suscitaba  en  los  orientales 
el  ingrato  recuerdo,  conservado  o  trasmitido,  de  sus  anteriores 
conatos  de  dominación,  con  lo  que  nadie  creyó  en  las  intenciones 
que  ostentosamente  se  formularon  al  ratificar  el  pacto  de  1812  (1) ; 
y,  al  contrario,  la  resistencia  participó,  en  cierto  modo,  de  ia  irre- 
conciliable hostilidad  que  en  épocas  anteriores  cobrara  entre  es- 
pañoles y  portugueses.  Atribuyendo  a  este  factor  un  influjo  de 
más  entidad  que  el  que  tuvo  realmente,  un  emisario  del  Gobierno 
francés,  que  en  1820  visitó  estas  regiones,  expresa:  "Los  españoles 
de  ambas  riberas  del  Plata  tienen  las  mismas  costumbres,  hablan 
la  misma  lengua  y  están  separados  de  los  brasileros  por  esa  an- 
tipatía que  existe  de  tiempo  inmemorial  entre  sus  madres  patrias 


(1)     Nota  al   Director   Pueyrredon   de   Thomas  Antonio   de   Villanova, 
Portugal.  Apéndice  Historia  de  Belgrano-Mitre. 


—  37  — 

respectivas:  esa  antipatía  atravesó  el  Océano  en  los  barcos  que 
llevaron  a  los  primeros  conquistadores  de  América"  (1)  Son, 
pues,  al  decir  de  Baldrich,  viejos  antagonismos,  no  de  razas,  na- 
turalmente, dado  el  estrecho  parentesco  social  y  étnico  que  los 
liga,  sino  de  derecho,  de  política,  de  ambición,  de  emulación,  he- 
rencia viva  y  enconada,  llena  ele  prevenciones  y  de  celos,  de  es- 
pañoles y  portugueses"  (2). 

2. — Frente  a  los  factores  adversos  que  se  han  señalado,  ¿qué 
ventajas  o  qué  elementos  de  civilización  traía  la  conquista  portu- 
guesa para  contrarrestar  su  influjo?  ¿Qué  medios  puso  en  prác- 
tica a  fin  de  atenuar  siquiera  el  desprestigio  y  la  hostilidad  que 
en  el  momento  de"  su  iniciación  la  rodeaban? 

a)  Ni  material  ni  espiritualmente  la  conquista  portuguesa 
aportó  al  pueblo  colocado  por  la  fuerza  bajo  su  dominio,  una  sola 
mejora  de  alguna  entidad.  "v  .  .La  provincia  no  sólo  no  debe  una 
obra  pública  a  los  usurpadores,  sino  que,  por  el  contrario,  éstos 
han  arruinado  las  más  que  tenía  antes  que  ellos  entrasen.  Las 
murallas  de  piedra  que  cercaban  la  ciudad,  y  que  antes  eran  un 
lugar  de  seguridad  y  de  recreo,  ahora  lo  es  sólo  de  ratones,  con 
brechas  por  todas  partes.  Todas  las  baterías  que  vestían  estas 
mismas  murallas,  están  destruidas,  con  excepción  de  una  que 
domina  el  puerto.  El  arsenal,  que  era  un  grande  edificio,  no  se 
presenta  sino  en  esqueleto.  Los  cuarteles,  incluso  el  de  la  gran 
ciudadela;  los  cuerpos  de  guardia  que  había  en  contorno  de  la 
muralla,  abandonados  los  unos,  el  resto  abunda  de  inmundicia  y 
de  toda  clase  de  sabandijas;  no  hay  en  ejercicio  un  solo  estable- 
cimiento de  recreo,  y  en  esta  proporción  todo  lo  demás,  que  pre- 
senta a  Montevideo  como  una  colonia  lóbrega,  colmado  de  mi- 
seria, en  donde  las  gentes  viven  en  un  perfecto  aislamiento,  casi 
sin  dar  más  muestras  de  racionalidad  que  los  edificios  con  que 
se  libran  de  la  intemperie.  Pero  ¡qué  más,  señor  mío!:  la  linterna 
y  farol  colocados  en  la  cima  del  famoso  cerro  que  está  al  frente 
de  Montevideo,  y  que  hace  muchos  años  ha  servido  de  guía  a  la 
navegación  por  la  noche,  está  sin  ningún  uso.  Hay  sobre  esto 
un  hecho  singular.  En  1819  el  General  portugués  se  comprometió 
c<  construir  un  farol  en  la  isla  de  Flores,  que  dista  de  Montevideo 
cinco  leguas,  situada  entre  la  costa  y  el  Banco  Inglés;  pero,  para 
que  siempre  se  comprobara  que  nada  hacía  esta  nación  para 
aquella  provincia  que  no  fuese  a  costa  de  sacrificios  enormes  por 
parte  de  sus  naturales,  exigió  que  la  Municipalidad,  en  cambio, 
le  declarase  a  Portugal  el  derecho  de  una  mayor  porción  de  te- 
rritorio, avanzando  sus  límites  hasta  tirar  una  línea  recta  desde 
el  Yaguarón  al  Arapey...     Véase   aquí  por   primera  vez   en   el 


(1)  Villanueva,  "El  Imperio  de  los  Andes". 

(2)  Baldrich,  op.  cit.   En  igual  sentido,  Fernando  Luis  Osorio:  "Historia 
do  General  Osorio''. 


—  38  — 

mundo  cambiar  territorios  por  un  farol,  y  ser  un  farol  la  base  de 
un  tratado  de  límites  entre  dos  pueblos  extranjeros.  Pero  el  re- 
sultado es  que  el  farol  no  se  hizo  ni  se  hará,  y  el  Gobierno  farolero 
se  quedó  con  el  tratado"   (1). 

Al  día  siguiente  de  haberles  sido  entregadas  las  llaves  de 
Montevideo  y  "para  alojar  en  las  piezas  del  Fuerte  que  ocupaba 
la  Biblioteca  (2)  al  General  Sebastián  Pinto  de  Araújo  Correa, 
los  portugueses  mandaron  sacar  precipitadamente  los  libros,  y 
fueron  arrojados  a  una  pieza  baja  de  dicha  casa,  donde  estaba 
una  pequeña  imprenta.  Las  obras  de  la  Biblioteca  debían  sufrir 
gran  detrimento  y  disminución  en  un  lugar  donde  fueron  hacinadas 
y  a  merced  de  todos  los  que  entraban  y  salían"  (3).  A  pesar  de 
la  intervención  del  Cabildo,  y  después  de  haber  sido  puestos  los 
labros  bajo  la  custodia  de  particulares,  la  Biblioteca  — reinstalada 
en  1819  por  Lecor —  continuó  sin  abrirse  para  el  público  hasta 
que,  "cuando  mandaba  en  la  plaza  de  Montevideo  el  Presidente 
brasilero  Francisco  de  Paula  Magesfi  Tavares  de  Carvalho,  des- 
tinó para  las  sesiones  de  la  Junta  de  Hacienda  la  sala  de  la  Bi- 
blioteca; cubrieron  los  estantes  con  unas  tapicerías  verdes,  ex- 
cepto las  columnas  y  chapiteles  dorados,  para  que  sirvieran  de 
adorno,  después  de  haber  mandado  y  obtenido  que  don  José 
Raymundo  Guerra  sacase  los  libros.  Este  señor  tuvo  que  enviar 
carretillas  precipitadamente  para  impedir  que  fuesen  arrojados 
por  las  ventanas  al  patio  del  Fuerte  los  libros  que  quedaban  en 
la  Biblioteca"  (4).  Las  transcripciones  precedentes,  que  copiamos 
hasta  en  sus  detalles,  porque  hasta  de  los  detalles  surgen  elocuen- 
tes y  asombrosas  revelaciones,  eximen,  por  lo  mismo,  de  todo  co- 
mentario. Pero  prosigamos.  Un  viajero  inglés,  que  visitó,  de  1820  a 
1825,  la  Colonia  del  Sacramento,  dice:  "La  Colonia  tiene  800 
habitantes.  Hay  pocas  casas  buenas,  la  mayor  parte  debían  lla- 
marse chozas,  y  estaban  ocupadas  por  una  mezcla  de  sudameri- 
canos, españoles  antiguos,  portugueses  y  algunas  docenas  de  in- 
gleses, casados  con  americanas.  La  casa  del  Gobernador  es  un 
edificio  muy  grotesco.  Las  calles  son  irregulares  y  la  ciudad  en- 
tera presenta  el  más  miserable  aspecto.  La  ciudad  no  puede  sos- 
tener una  taberna,  no  hay  más  que  un  miserable  salón  de  billar, 
en  una  casa  a  la  cual  frecuentaban  los  oficiales  portugueses.  La 
Colonia  tiene  muy  poco  comercio"  (5). 
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(1)  "Noticias  de  las  Provincias  Unidas  del  Río  de  la  Plata",  Lon- 
ches, año   1825. 

(2)  Entonces  "Biblioteca  Pública",  inaugurada  el  16  de  Mayo  de  1816. 

(3)  Memoria  sobre  el  establecimiento,  destrucción  y  obstáculos  para 
la  restauración  de  la  Biblioteca  Pública,  "Revista  Histórica". 

(4)  Memoria  referente  a  la  Biblioteca  Pública,  "Revista  Histórica". 

(5)  "Cinco  años  de  residencia  en  Buenos  Aires,  durante  los  años  1820 
a  1825",  por  "Un  Inglés",  Londres,  1825.  (Traducción  de  Margarita  Suárez 
Abella,  "Revista  Histórica.") 


—  39  — 

Expresa  Armitage  que  después  de  la  guerra,  "la  población 
(de  esta  Banda)  había  quedado  reducida  a  una  tercera  parte  de 
lo  que  antes  era  y  los  alrededores  de  la  Ciudad  (Montevideo)  a 
míseras  ruinas".  "La  conquista,  agrega,  hizo  avanzar  esta  obra 
de  aniquilamiento:  las  ciudades  y  los  establecimientos  fueron  des- 
truidos en  su  mayoría,  y  Montevideo  quedó  desierto"   (1). 

Un  sacerdote  italiano,  el  padre  Sallusti,  que  a  fines  de  1824 
visitó  el  país  acompañando  al  Arzobispo  Muzzi  y  al  Canónigo 
Mastai  Ferreti  (después  Pío  IX),  recogió  la  impresión  de  que  todo 
se  hallaba  en  completo  estado  de  abandono,  y  que  la  campaña, 
despojada  de  los  ganados  que  antes  la  poblaban,  veía  reprodu- 
cirse y  multiplicarse  "tigres,  leones,  ñandúes  y  otros  animales 
salvajes". 

Alcides  D'Orbigny  refiere  que  al  pasar  cerca  del  río  San  José 
debió  soportar  "el  desagradable  espectáculo  de  una  gran  cantidad 
de  esqueletos  de  animales  esparcidos  en  toda  la  extensión  de  la 
llanura,  que  testimoniaban  los  estragos  de  la  guerra",  y  el  estado 
de  abandono  de  la  campaña.  Después  de  referirse  a  la  pobreza 
del  comercio  de  Maldonado,  recuerda  que  "Montevideo  cuenta 
hoy  con  15.000  habitantes.  Su  población,  antes  de  la  guerra,  era 
de  20.000  almas".  Y  aludiendo  a  modalidades  de  la  misma  Ciu- 
dad, agrega:  "Antes  de  la  guerra  las  quintas  o  lugares  de  recreo 
de  los  habitantes  pudientes,  constituían  para  sus  propietarios  re- 
tiros rurales  llenos  de  encanto.  .  .,  pero  muchos  de  esos  delicados 
retiros  han  sido  saqueados,  devastados;  no  pocos  de  sus  dueños, 
antes  adinerados,  se  ven  reducidos  hoy  a  la  más  cruel  indi- 
gencia" (2). 

b)  La  conquista  portuguesa-brasilera  fué  una  obra  de  ra- 
pacidad y  de  desorden.  —  Movida  por  miras  de  pura  ambición 
material,  además  de  resultar  nulo  en  absoluto  su  aporte  a  los 
intereses  de  la  Provincia  sojuzgada,  la  codicia  de  sus  represen- 
tantes oficiales  arrasó,  ésta  es  la  palabra,  cuando  estuvo  a  su 
alcance  y  estimuló  iguales  apetitos  en  la  inmigración  provocada. 
En  "La  Aurora",  diario  editado  en  Montevideo  por  el  año  1823, 
un  suelto  titulado  "Variedades"  califica  a  los  usurpadores  diciendo 
de  ellos  que  son  "una  gavilla  de  ladrones",  que  a  los  pobres  ve- 
cinos "les  robaron  los  ganados,  les  violaron  las  hijas  y  les  qui- 
taron hasta  los  cueros  de  deshecho  que  cubrían  las  chozas  de 
algunas  familias  infelices"  (3). 

Los  habitantes  de  Río  Grande,  dice  el  Almirante  Sena  Pereira 
(Colección  Lamas,  "Memorias  y  reflexiones  sobre  el  Río  de  la 
Plata")  dilataron  sus  estancias  a  la  parte  de  Tacuarembó,  Luna- 


(1)  "Historia  do  Brazil". 

(2)  "Voyage  pittoresque  dans  les  deux  Ameriques",  París,  1826. 

(3)  "La  Aurora",  N.°  16,  Abril  8  de  1823,  Biblioteca  Nacional. 


—  40  — 

rejo  y  aún  a  la  frontera  del  Yaguarón,  que  llegaron  a  convertirse 
en  propiedades  brasileñas"  (1). 

En  carta  de  Octubre  de  1827,  al  General  Lavalleja,  el  gran 
patriota  don  Pedro  Trápani,  previendo  la  posibilidad  de  que  la 
paz  se  consumara,  le  insinuaba  entre  las  medidas  que  en  tal  oca- 
sión debería  tomarse,  el  cubrir  los  perjuicios  de  los  naturales  con 
las  propiedades  "de  todos  aquellos  generalotes  y  magnates  por- 
tugueses que  se  han  hecho  ricos  con  el  sudor  y  la  sangre  orienta!. 
Si  tal  cosa  no  sucede,  que  no  quede  piedra  sobre  piedra"  (2). 

"  Un  pueblo  como  el  de  Montevideo,  lo  que  debe  a  los  in- 
vasores es:  que  hayan  robado  ele  su  campaña  violentamente  y  con 
la  autoridad  del  General,  más  de  cuatro  millones  de  cabezas  de 
ganado  vacuno,  que  han  introducido  al  territorio  brasilero,  según 
consta  de  la  toma  de  razón  llenada  en  los  pasos  de  la  frontera. 
Véase  con  referencia  a  este  punto  dos  hechos  curiosos.  Antes'de 
1817,  en  la  Capital  General  de  Río  Grande,  perteneciente  al  Brasil, 
distante  de  Montevideo  120  leguas,  no  había  sino  trece  saladeros: 
en  el  día  hay  ciento  veinte.  Antes  que  entraran  los  portugueses, 
la  campaña  de  Montevideo  abundaba  de  ganado  como  ninguna 
otra  en  aquella  parte  de  América:  en  el  día  los  mismos  brasileros 
que  .se  están  poblando  en  ella,  tienen  que  traer  ganado  de  su  te- 
rritorio para  fundar  las  estancias"  (3).  Se  denuncia  en  la  carta 
a  que  corresponde  la  precedente  transcripción,  el  plan  de  la  con- 
quista "de  poblar  la  campaña  con  brasileros",  y  con  ese  fin,  "el 
General  quita  los  terrenos  a  los  naturales  y  se  los  adjudica  a 
aquéllos  (los  brasileros)  sin  la  menor  compensación,  y  antes  por 
el  contrario,  haciéndoles  entender  que  lo  deben  de  justicia".  En 
presencia  de  tan  terminantes  pruebas  documentales  de  la  rapa- 
cidad de  la  conquista,  no  debe  asombrarnos  la  afirmación  de 
Saint-Hilaire  (4)  de  que  la  batalla  de  Tacuarembó  fué  seguida 
de  una  "arriada  de  unas  ochenta  mil  cabezas  de  ganado  con  des- 

o 

lino  a  Río  Grande".. 

El  General  Rivera,  en  testimonio  enviado  al  Gobierno  de 
Buenos  Aires  el  4  de  Julio  de  1828,  formula  un  verdadero  proceso 
de  la  conquista  portuguesa,  que  en  lo  referente  al  aspecto  que 
ahora  desarrollamos,  dice:  "Sería  preciso  llenar  muchas  páginas 
para  enumerar  todas  las  tropelías,  vejámenes;  rapiñas  y  arbitra- 
riedades que  se  dejaron  sentir  desde  aquel  momento"  (se  refiere 
a  la  época  de  la  pacificación  del  país),  y  prosigue:  "En  un  cerrar 
y  abrir  de  ojos  desaparecieron  de  entre  nuestras  manos  las  pin- 
gües estancias  que  hacían  la  base  esencial  de  nuestra  riqueza.  Los 
terrenos  pasaron  luego  a  otro  poder  y  sus  dueños  quedaron  en  la 


(1)  Citado  por  el  Dr.  Eduardo  Acevedo,  op.  citada. 

(2)  Colección  Lamas,  documento  núm.  808.  Archivo  y  Museo  Histórico. 

(3)  Noticias  de  las  Provincias  Unidas  del  Río  de  la  Plata,  op.  cit. 

(4)  Op.  cit. 


—  41  — 

última  indigencia,  y  algunos  que  osaron  reclamarlos  fueron  arro- 
jados a  los  calabozos  de  la  isla  das  Cobras  y  otros  que  se  erigie- 
ron para  aterrar  a  nuestros  conciudadanos  y  muy  particularmente 
a  aquellos  que  soñaban  siquiera  por  la  libertad  e  independencia 
de  su  adorada  patria"    (1). 

"La  Aurora"  del  11  de  Enero  de  1823  dirigía  a  los  habitantes 
de  Montevideo,  en  consonancia  con  el  movimiento  que  allí  se 
desarrollaba,  una  especie  de  proclama;  y  entre  otras  cosas  intere- 
santes hacía,  en  estos  términos,  el  juicio  de  la  codicia  portuguesa: 
"  ¿Quién  os  ha  hecho  ciegos  instrumentos  de  su  engrandecimiento 
y  ha  decretado -en  el  célebre  Congreso  Cisplatino  vuestra  suerte 
y  la  de  vuestros  hijos,  sin  consultar  siquiera  la  voluntad  de  un 
sólo  habitante?  ¿Quiénes  los  que  desde  aquel  momento  os  han 
sometido  al  imperio  de  su  capricho  soberano  para  repartirse  la 
riqueza  del  Estado  y  engrandecerse  sobre  vuestras  ruinas?  — 
¿Quiénes  los  que  os  hicieron  una  guerra  sorda  de  exterminio  y 
toleraron  que  vuestras  haciendas  fuesen  escandalosamente  sa- 
queadas y  transportadas  a  los  campos  de  nuestro  eterno  enemigo, 
dejándonos  reducidos  al  esqueleto  de  la  miseria?  ¿Quiénes  los 
que  hicieron  de  las  estancias  de  Zamora  el  depósito  y  receptáculo 
de  los  ganados  del  Estado  y  de  los  particulares  abriendo  en  ellos 
la  fuente  del  escándalo  que  produjo  un  manantial  de  plata  a  todos 
los  monopolistas  de  la  logia?  ¿Quiénes  los  que  aniquilaron  el 
comercio  gravándolo  con  derechos  asombrosos  sin  otro  objeto 
positivo  que  facilitarse  los  medios  de  hacer  exclusivamente  con- 
trabando lucrativo  paralizando  el  giro  de  los  otros  concurren- 
el  General  Saldanha"  (3). 

El  Cabildo  de  Guadalupe,  con  fecha  12  de  julio  de  1823,  se 
dirigía  al  Gobierno  de  Río  de  Janeiro,  por  intermedio  del  doctor 
Lucas  José  Obes,  y  en  un  substancioso  memorándum,  le  hacía 
saber:  "Los  pueblos  ven  que  contra  los  decretos  y  leyes  de  un 
sitio  entran  ganados  a  la  línea  y  salen  cargamentos  de  la  plaza 
con  permisos  especiales,  y  que  con  pretexto  de  ser  para  consumo 
de  las  tropas,  se  depositan  en  los  almacenes  del  Brigadier  Síndico, 
que  se  ha  hecho  Proveedor  General  del  Ejército."  insiste  el  Ca- 
bildo en  sus  reveladoras  denuncias,  y  entre  ellas  señala  "que  los 
ganados  de  la  Provincia  fueron  en  su  mayor  parte  saqueados  por 
el  General  Saldanha'r  (2). 

En  el  Archivo  Administrativo  se  conserva  un  manuscrito,  que 
muy  fundadas  presunciones  atribuyen  a  la  brillante  pluma  del 
doctor  Lucas  José  Obes,  en  el  que  se  contiene  una  exposición  de 


(1)  Transcripción  de  la   obra   "José   Artigas",   por  Eduardo   Acevedo. 

(2)  "La  Aurora",  Biblioteca  Nacional. 

(3)  De   la  Sota,   "Cuadros  históricos",   manuscrito  en   el   Archivo  del 
Juzgado  Letrado  de  lo  Civil  de  tercer  turno. 


—  42  — 

la  situación  de  la  conquista  brasilera  en  1824.  El  documento  es, 
sin  duda,  copia  o  borrador  de  una  exposición  dirigida  a  S.  M.  F.; 
y  haciendo  alusión  al  Síndico  García  de  Zúñiga,  dice  que  para 
éste  son  cosas  muy  principales,  "el  sueldo,  los  galones  y  un  co- 
mercio lucrativo  en  letras,  en  ponchos,  en  yerba,  en  tabaco  y  cien 
artículos  diferentes,  cuya  subadministración  a  precios  equitativos 
no  es  el  único  servicio  que  le  debe  la  milicia  del  Estado"  (1). 

El  historiador  De  la  Sota,  en  ei  manuscrito  citado,  da  como 
cierto  que  durante  la  dominación  extranjera,  las  partidas  de  la- 
drones infestaban  la  campaña,  "llegando  al  extremo  de  que  asal- 
tada la  estancia  del  finado  Zamora  hicieron  desaparecer  16.000 
cabezas  de  ganado  vacuno". 

Para  clausurar  el  relato  de  esta  serie  de  horrores,  reproduci- 
mos de  "La  Aurora"  del  21  de  Diciembre  de  1822,  lo  siguiente: 
"La  pastura  de  los  campos,  que  en  todo  tiempo  ha  constituido  la 
principal  riqueza  de  este  país,  y  cuyo  manufacto  ha  sido  siempre 
el  atractivo  del  comercio  de  Europa,  no  sólo  se  vio  despreciada 
después  de  tantas  y  tan  profundas  desgracias  como  habían  expe- 
rimentado los  hacendados  arrancando  a  los  brazos  de  la  industria, 
en  un  solo  golpe,  centenares  de  hombres  enviados  a  poblar  otros 
climas,  sino  que  con  fría  indiferencia  se  vieron  las  haciendas  en- 
tregadas al  pillaje  de  las  hordas  brasilenses  que  a  título  de  tran- 
quilizar la  campaña,  se  robaron  los  millones  de  reses  y  caballos 
que  la  cubrían,  dejándola  en  la  quietud  mortal  de  la  miseria"-  (2). 

c)  La  conquista  portuguesa  hizo  pesar  sobre  la  escasa  po- 
blación sometida,  una  burocracia  inútil  y  dispendiosa.  —  En  Mon- 
tevideo se  daba  el  caso  de  que  "para  gobernar  solamente  (puede 
decirse)  un  pueblo  de  doce  mil  almas",  (3)  había  un  Capitán 
General,  un  Gobernador  Intendente,  un  Síndico,  un"  Presidente  de 
la  Cámara  de  Justicia,  una  Junta  de  Hacienda,  un  Cabildo,  un 
Tribunal  de  Comercio,  un  Tribunal  Eclesiástico  y  dos  Juzgados 
Ordinarios.  El  Cabildo  de  Canelones,  en  oficio  a  S.  M.  F.,  ya  ci- 
tado, le  hacía  presente  que  "los  pueblos  ven  que  en  una  Provincia 
tan  corta  hai  un  Gobernador  Capitán  General,  un  Gobernador  In- 
tendente, un  Gobernador  Militar  en  la  Colonia  y  otro  en  Maldo- 
nado,  pequeñas  poblaciones  que  apenas  merecen  el  nombre  de 
ciudades"  (4). 

d)  La  conquista  portuguesa  se  redujo  a  la  ocupación  pura- 
mente militar  de  algunos  puntos  del  territorio  del  país;  y  su  pre- 
tendido gobierno  organizado  no  fué  sino  la  más  absoluta,  despó- 


(1)  Archivo  General  Administrativo,  Enero   16  de   1824. 

(2)  "La  Aurora",   N.o   1,   Biblioteca  Nacional.  —  Ver  "El  Pampero", 
N."  2,  25  de  Diciembre  de  1822,  Museo  Mitre   (Buenos  Aires). 

(3)  Representación  del  doctor  Lucas  José  Obes  a  S.  M.  F.,  "Cuadros 
nacionales",   De  la  Sota. 

(4)  De  la  Sota,  manuscrito  citado. 


—  43  — 

tica  e  irresponsable  centralización  de  facultades  y  funciones.  — 

Para  justificarlo  ampliamente  bastará  mencionar  testimonios  y 
documentos  procedentes  de  elementos  integrantes  del  régimen  de 
la  conquista,  que  sintiéndose  anulados,  ellos  mismos,  por  el  sis- 
tema de  absorción  que  el  Barón  de  la  Laguna  implantara  con  un 
celo  digno  de  mejor  causa,  lo  señalaban  a  la  atención  del  gobierno 
del  Janeiro  como  un  síntoma  de  descomposición  al  que  era  nece- 
sario poner  pronto  y  eficaz  remedio.  En  representación  dirigida 
al  Emperador,  con  fecha  12  de  Julio  de  1823,  el  Cabildo  de  Gua- 
dalupe exponía:  "Cuando  los  pueblos  esperaban  las  convenientes 
reformas  en  la  administración  de  este  Estado,  ven  con  disgusto 
que  continúa  el  mismo  sistema  militar  absoluto  que  empezó  a  re- 
gir desde  la  ocupación  de  este  país  por  las  armas  portuguesas; 
sistema  odioso,  por  cuya  destrucción  han  hecho  tantos  sacrificios 
en  trece  años."  Y  esbozando  un  paralelo  bien  ilustrativo  entre  la 
dominación  española  y  la  conquista  que  entonces  pesaba  sobre 
la  población,  agregaba:  "La  Provincia  se  halla  bajo  el  régimen 
destructor  de  los  Virreyes,  en  tiempo  de  las  Colonias;  mas  con 
la  diferencia  muy  marcable  de  que  entonces  existía  una  Real  Au- 
diencia que  defendía  a  los  vasallos  de  las  arbitrariedades  del  Po- 
der Militar,  y  una  Junta  Superior  de  Real  Hacienda  que  conocía 
exclusivamente  de  las  rentas  reales,  y  un  Tribunal  de  cuentas  que 
castigaba  los  abusos  del  manejo  de  los  empleados  en  su  cobro, 
administración,  etc.,  mientras  que  ahora  todo  depende  del  Jefe 
Militar."  La  misma  Corporación  advertía  al  Emperador  que  los 
decretos  de  Río  Janeiro  que  ordenaban  medidas  benéficas  para 
la  Provincia  no  se  publicaban,  se  ocultaban  y  sólo  llegaban  a 
conocimiento  de  los  interesados  por  conducto  de  los  papeles  pú- 
blicos de  Buenos  Aires;  y  que  siendo  el  sistema  con  que  se  go- 
bernaba el  Estado  de  que  formaban  parte,  "todo  militar",  y  obrán- 
dose en  todos  los  casos  conforme  a  las  normas  militares,  los  jue- 
ces no  podían  entender  en  los  asuntos  de  su  incumbencia  y  los 
habitantes  veían  que  sus  autoridades  civiles  er?n  desairadas  y  no 
desempeñaban  el  rol  que  a  su  alta  misión  correspondía. 

¿Hasta  cuándo  han  de  sufrir  los  pueblos,  escribía  el  doctor 
Lucas  José  Obes,  "el  peso  enorme  de  una  autoridad  tanto  más 
temible  cuanto  menos  conocida:  tanto  más  cruel  cuanto  menos 
responsable:  tanto  más  odiosa  cuanto  menos  digna  del  culto  que 
nos  exige  y  de  la  divinidad  que  se  atribuye?  Si  es  hasta  que 
cesen  las  inquietudes  de  la  campaña,  las  inquietudes  ya  cesaron; 
si  es  hasta  que  Montevideo  recobre  el  sosiego,  Montevideo  está 
sosegado;  si  hasta  que  el  Estado  Cisplatino  tenga  una  ley  fun- 
damental, ya  tenemos  una  Lei  y  los  Pueblos  la  han  jurado."  Son 
estas  las  palabras  del  doctor  Obes,  quizá  el  propagandista  de  ma- 
yor relieve  que  la  causa  de  la  conquista  portuguesa  pudo  contar 
entre  sus  escasos  adeptos.    Y  es  el  propio  doctor  Obes  el  que, 


—  44^ 

frente  al  desquicio  del  gobierno  del  entonces  llamado  Estado  Cis- 
platino,  proponía  al  Emperador,  como  medio  de  alejar  los  sínto- 
mas de  rebelión  que  ya  se  anunciaban,  la  creación  de  una  Comi- 
sión encargada  de  ''operar  los  arreglos  precisos  en  los  ramos  de 
Justicia,  Hacienda  y  Policía,  independiente  de  las  autoridades  lo- 
cales, cuyas  deliberaciones  no  tendrían  efecto  hasta  la  aprobación 
de  S.  M.  I.,  e  integrada  por  miembros  de  la  Cámara  de  Justicia, 
Junta  de  Hacienda,  Cabildos,  Real  Consulado  y  Junta  de  Hacen- 
dados". Consideraba  el  proponente  de  esta  reforma,  que  en  el 
estado  lamentable  a  que  las  cosas  habían  llegado,  no  quedaba 
otro  camino  a  seguir  sino  el  nombramiento  de  la  aludida  corpo- 
ración, dependiente  directamente  del  soberano.  Y,  a  propósito, 
expresaba:  "Todo  lo  demás  es  inútil,  es  pequeño,  es  pernicioso: 
hai  dos  caminos:  o  confiarlo  todo  a  un  hombre,  o  entregarlo  todo 
a  la  Justicia.  En  el  primer  caso  V.  E.  debe  escuchar  a  don  Tomás 
García  de  Zúñiga,  al  Barón  de  la  Laguna  y  cuantos  en  su  abono 
suponen  a  los  pueblos  orientales  satisfechos  en  el  orden  presente, 
resignados  a  sufrir  sus  consecuencias  y  obedecer  sin  discerni- 
miento al  impulso  de  las  bayonetas;  pero  en  el  segundo  caso  díg- 
nese V.  E.  escuchar  los  gritos  de  su  bella  razón,  aguzada  por  la 
experiencia". 

En  el  manuscrito  ya  citado,  refiere  el  historiador  de  la  Sota 
que  durante  el  período  de  la  dominación  lusitana  y  especialmente 
en  el  año  1818,  eran  repetidos  "los  insultos  y  desaires  que  hacían 
los  oficiales  de  la  guardia  principal  del  Cabildo  (de  Montevideo), 
sometiendo  a  mil  vejaciones  a  los  vecinos,  obligándolos,  para  po- 
der entrar  a" las  oficinas,  a  hacer  un  círculo  alrededor  de  las  ar- 
mas, con  sombrero  en  mano:  negarse  a  dar  auxilios  para  la  excar- 
celación de  presos  y  otros  mil  denuestos  que  formaban  un  con- 
traste con  el  título  de  Excelencia  que  investía  la  Corporación  y 
el  de  Señoría  de  sus  miembros". 

El  doctor  Valentín  Gómez,  en  su  memorándum  al  Gobierno 
de  Buenos  Aires,  antes  mencionado,  da  como  probado  que  durante 
la  conquista  portuguesa,  fué  corriente  que  las  casas  de  los  habi- 
tantes se  destinaran  violentamente  para  servir  de  alojamiento  a 
los  oficiales  y  tropas  del  Brasil,  y  que  los  vecinos  pacíficos  se 
vieran  arrancados  de  sus  hogares  para  engrosar  las  filas  del 
ejército. 

Sería  interminable  tarea  el  transcribir  una  por  una  todas  las 
pruebas  documentales  de  las  que  resulta  confirmada  la  premisa 
de  que  la  conquista  portuguesa  no  pasó  nunca  de  una  ocupación 
puramente  militar.  De  ella  pudo  decirse  con  verdad:  "Sin  justicia, 
sin  apoyo  en  la  opinión,  sin  otro  nombre  que  el  que  les  da  su 
oprobiosa  conducta,  continúan  su  plan  favorito  de  exterminio  e 
intolerancia,  y  empeñados  en  ahogar  la  voz  triunfante  de  sus  ad- 
versarios, gritan  como  energúmenos  y  dan  al  mundo  un  ejemplo 


—  45  — 

de  escándalo,  opresión  y  desorden."  ("El  Pampero") 

e)  La  conquista  portuguesa  nunca  fué  aceptada  por  los 
nativos.  —  Un  historiador  brasilero,  Fernando  Luis  Osorio,  afirma 
que  "cuando  el  general  Lecor  penetró  en  la  Banda  Oriental,  fué 
combatido.  Se  apoderó  de  la  Ciudad  de  Montevideo  porque  los 
orientales  la  abandonaron,  no  pudiendo  defenderla.  El  general, 
después  ele  conquistar  el  territorio  oriental,  esforzóse  por  con- 
quistar a  sus  habitantes.  Para  captarse  simpatías  prodigó  pro- 
mesas y  honras  en  nombre  del  Emperador  Pedro  í.  Aconsejó  el 
matrimonio  de  sus  oficiales  con  hijas  de  la  tierra  conquistada,  y 
él  mismo  dio  el.  ejemplo,  pues  contando  70  años  casó  con  una 
joven  de  18.  Mas  el  hecho  es  este:  en  la  intimidad  de  las  familias, 
a  pesar  de  esas  seducciones,  nunca  dejó  de  hablarse  contra  la 
dominación  portuguesa"  (1).  En  idéntico  sentido,  una  carta  pu- 
blicada en  Londres  en  1825,  contiene  conceptos  como  estos: 
"Desde  el  año  1817,  en  que  los  portugueses  invadieron  la  Pro- 
vincia, faltan  de  ella  más  de  ocho  mil  almas  que  han  emigrado  a 
Buenos  Aires  y  territorios  adyacentes.  .  .  Esta  emigración  no  ha 
podido  motivarla  sólo  la  miseria,  la  nulidad  total  a  que  ha  que- 
dado reducido  aquel  país  por  la  falta  de  giro,  ninguna  sociedad, 
ningún  atractivo,  ningún  motivo  de  placer,  etc.;  la  razón  es  que 
siempre  se  alimenta  la  esperanza  de  libertarse  de  un  yugo  que 
degrada  a  los  orientales." 

Aun  en  el  período  en  que  la  lucha  armada  contra  los  invaso- 
res se  impuso  una  tregua,  la  voluntad  de  resistir  mantuvo  inal- 
terable su  mira  y  el  espíritu  de  rebelión  de  los  nativos  no  traicionó 
jamás  la  consigna  que  la  derrota  de  Tacuarembó  debió  dejar, 
como  un  imperativo  ineludible,  en  la  conciencia  de  aquellos  hom- 
bres libres.  "Exhaustos  por  casi  un  decenio  de  batallas,  obligados 
a  esperar  que  unos  cuantos  años  de  quietud  permitiesen  recons- 
truir las  fuerzas  vivas  del  país,  a  bien  decir  del  todo  consumidas 
asistían  los  orientales  — dice  el  historiador  brasilero  Alfredo  Va 
reía —  a  la  triste  escena,  sin  las  reacciones  de  un  civismo -que 
entonces  carecía  de  medios  para  vengarse"  (2). 

Para  evidenciar  la  persistencia  de  la  hostilidad  de  los  nativos 
frente  a  la  conquista,  nada  más  decisivo  que  juzgarla  a  través  de 
un  relato  obra  de  uno  de  los  más  decididos  sostenedores  de  la 
causa  del  Brasil,  el  tantas  veces  citado  .doctor  Obes,  según  do- 
cumentos que  las  más  fundadas  presunciones  permiten  atribuirle. 
Dice  así:  "Si  el  espíritu  de  intriga,  ambición  y  codicia  alguna  vez 
dijeron  que  las  instituciones  liberales  eran  peligrosas  o  que  en 
darlas  se  conseguía  menos  que  en  tener  sujetos  por  la  fuerza  estos 
pueblos  recién  arrancados  al  torbellino  de  las  revoluciones,  yo  me 


(1)  "Historia  do  General  Osorio". 

(2)  "Dirás  grandes  intrigas". 


-46- 

íevanto  para  desmentirlas  con  la  razón  de  cada  hombre  sensato, 
y  la  experiencia  de  todos  los  siglos:  me  levanto  para  defender  a 
mis  compatriotas  de  esta  injuria  y  para  asegurar  a  V.  E.  que  el 
despotismo  y  la  fuerza  podrán  alejar,  pero  no  impedir,  que  una 
explosión  repentina  haga  ver  a  los  déspotas  de  Montevideo  que 
los  hombres  por  todas  partes  son  los  mismos:  "amantes  del  que 
los  protege  y  enemigos  del  que  los  oprime".  Después  de  relatar 
las  guerras  que  los  naturales  mantuvieron  con  los  españoles,  con 
los  ingleses,  con  los  argentinos,  sintetiza  su  pensamiento  en  estos 
términos:  "Esta  es  la  historia  de  14  años  en  que  propagadas  y 
debatidas  las  ideas  del  siglo,  debe  suponerse  a  la  población  del 
Estado  Cisplatino  más  dispuesta,  como  más  instruida,  a  renovar 
aquellas  escenas  siempre  que  lo  pidan  iguales  causas."  Plantea 
después  la  hipótesis  de  una  nueva  resistencia  armada,  y  acerca 
de  su  posibilidad  es  terminante:  "En  cuanto  a  mí,  ciertamente,  ni 
lo  tengo  por  imposible  ni  por  remoto,  cualquiera  que  sea  la  suerte 
de  los  Estados  que  están  en  contacto  con  Montevideo"  (1). 

Una  prueba  más  de  que  la  resistencia  a  la  dominación  lusi- 
tana se  conservó  inalterable  y  fué  unánime  hasta  el  final  de  la 
conquista,  y  que  ésta  no  llegó  a  tener  nunca  arraigo  en  el  país 
subyugado,  nos  la  ofrece  un  viajero  francés  que  visitó  estos  países 
cuando  se  acababa  de  ajusfar  la  paz  con  los  brasileños.  "No  po- 
día llegar  yo  en  un  momento  más  favorable.  La  guerra  entre  Bue- 
nos Aires  y  los  Brasileros,  por  la  posesión  de  Montevideo,  aca- 
baba de  terminar.  Todo  estaba  en  conmoción,  como  sucede  en 
las  revoluciones  políticas,  que  necesariamente  ponen  en  movi- 
miento las  pasiones.  Por  todas  partes  no  se  oía  otra  cosa  sino 
reflexiones  y  comentarios  contradictorios  acerca  de  los  sucesos; 
y  por  doquiera,  en  todas  las  rutas,  los  gritos  de  ¡viva  la  patria! 
se  mezclaban  al  ruido  de  la  marcha  de  las  tropas  extranjeras  que 
en  cumplimiento  del  tratado  comenzaban  ya  su  retirada"  (2).  Y 
el  mismo  D'Orbigny  sintetiza  el  fracaso  y  la  perversidad  de  la 
conquista  y  el  constante  repudio  de  los  orientales,  cuando  declara: 
la  República  Oriental  está  "separada  del  Imperio  del  Brasil  por 
las  aguas  del  Río  Cuareim  y  del  Río  Yaguarón;  pero  lo  está  mucho 
más  por  el  recuerdo  imborrable  de  los  males  con  que  la  afligieron 
sus  enemigos  implacables". 

í)  La  conquista  portuguesa  y  su  consolidación  estuvieron  a 
cargo  exclusivo  del  Barón  de  la  Laguna,  funcionario  que  durante 
diez  años  obró  discrecionalmente.  Así,  a  la  exagerada  política 
de  absorción  que  los  portugueses  pusieron  er¿  práctica  respecto 
de  la  Banda  Oriental,  se  unió  como  nuevo  elemento  de  despres- 
tigio, la  ambición  vulgar  y  desmedida  del  Jefe  que  para  su  some- 


(1)  Documento  fecha  Enero  27  de  1824,  Archivo  Gral.  Administrativo. 

(2)  Alcides  D'Irbigny,  op.  cit. 


—  47  — 

timiento  le  destinaron.  Su  única  condición,  y  aun  ésta,  relativa, 
fué  la  ¡astucia.  "A  cada  uno  lo  complacía  por  el  lado  de  su  inte- 
rés", expresa  el  historiador  de  la  Sota  (1).  "Lecor  es  un  raposo 
y  no  un  león",  dice  el  General  Lavalleja  en  carta  a  don  Pedro 
Trápani  (2). 

Y  el  mismo  Trápani,  en  cartas  a  Lavalleja,  le  recuerda  que 
el  arma  favorita  de  Lecor  es  "la  discordia",  y  le  recomienda  que 
no  se  descuide,  pues  "Lecor  es  intrigante"  (3).  Para  conseguir 
su  único  objetivo,  conservar  su  bien  remunerado  destino  y  explo- 
tarlo sin  tasa  ni  medida,  Lecor  "puso  en  juego  todos  los  resortes 
del  maquiavelismo  más  refinado";  y  no  le  faltaban  razones  para 
ello,  pues  en  todo  el  Imperio  "no  hallaba  empleo  que  pudiera 
lisonjear  más  su  amor  propio".  De  la  Sota,  a  quien  pertenecen 
los  párrafos  transcriptos,  concluye  por  decir  que  Lecor  "disponía 
de  las  rentas;  daba  empleos,  gratificaciones,  tierras,  vacas;  gober- 
naba en  todas  las  reparticiones  a  su  arbitrio;  mandaba  como  Vi- 
sir; todos  le  doblaban  la  rodilla;  y,  en  pequeño,  era  un  verdadero 
soberano".  Los  medios  empleados  para  perpetuar  este  sistema 
despótico,  se  redujeron  en  lo  esencial  a  "hacer  durar  la  guerra 
y  hacer  aparecer  al  país  en  peligro  y  dominado  por  el  desorden", 
Era,  pues,  un  digno  ejecutor  de  la  censurable  conquista  portu- 
guesa; y,  con  sus  tortuosos  procedimientos  había  de  contribuir  a 
excitar  más  y  más  la  resistencia  que  el  atentado  por  sí  solo  pro- 
vocaba. 


(1)  "Cuadros  históricos",   manuscrito  citado. 

(2)  Colección  Lamas,  documento  N.°  842,  Archivo  y  Museo  Histórico. 

(3)  Colee.  Lamas,  documentos  830  y  771,  Archivo  y  Museo  Histórico. 


CAPÍTULO  V  7 

INDEPENDENCIA  DEL  BRASIL 

1. — El  espíritu  antimonárquico  en  el  Reino  Unido. 

2. — La  revolución  en  Portugal  y  en  el  Brasil. 

3. — Regreso  del  rey  a  Portugal.    La  obra  de  las  Cortes. 

4. — La  independencia  del  Brasil. 

5. — La  independencia  del  Brasil  en  la  Banda  Oriental. 

1. — El  historiador  brasileño  Alfredo  Várela,  recoge  una  afir- 
mación del  "Investigador",  diario  portugués  que  en  1817  se  edi- 
taba en  Londres,  en  que  se  reconocía  en  la  regencia  de  Lisboa 
una  propensión  general  del  espíritu  público  para  abrazar  princi- 
pios antimonárquicos;  y  haciendo  suya  aquella  afirmación,  el  au- 
tor citado  expresa:  "En  verdad,  el  espíritu  de  renovación,  como 
queda  dicho,  se  agitaba  vigorosamente  en  el  Reino  Unido.  . .",  y 
el  designio  era  "republicanizar  gradualmente  todos  los  Estados 
portugueses,  para  lo  que  existían  acuerdos  clandestinos  entre  las 
logias  carbonarias  de  toda  la  Península,  y  aun  mismo  con  las  de 
Italia  y  con  las  demás  sociedades  revolucionarias  de  otros  paí- 
ses" (1).  El  gobierno  del  general  Beresford,  que  después  de  la 
huida  de  la  familia  real  dirigía,  en  calidad  de  regente,  los  destinos 
del  país  en  su  política  interna,  "perseguía,  sobre  todo,  a  las  so- 
ciedades secretas",  y  en  decreto  dictado  en  el  año  1818,  disponía, 
entre  otras  medidas:  "Todo  el  que  venda,  dé,  preste  o  deje  salir 
de  sus  manos  una  medalla,  sello,  símbolo,  grabado,  libro,  cate- 
cismo o  instrucción  que  se  relacione  con  estas  sociedades  mal- 
ditas, será  castigado  con  la  pena  de  cuatro  a  diez  años  de  depor- 
tación"  (2). 

En  el  entonces  Reino  Unido  del  Brasil  actuaban  también  efi- 
cazmente las  tendencias  revolucionarias  de  la  metrópoli;  y  a  los 
empeños  de  sus  prosélitos  y  a  la  predisposición  que  en  los  natu- 
rales hallaban  para  extenderse  y  arraigarse,  uníase  como  factor 
decisivo  para  que  la  obra  cobrara  en  intensidad  lo  que  ya  había 
alcanzado  en  extensión,  la  nota  entonces  dominante  en  el  cuadro 
que  la  América  Meridional  presentaba,  o  sea  \b  resistencia  armada 
contra  la  conquista  española.  Claro  está  que  la  influencia  de  este 
factor  y  su  repercusión  en  el  Brasil,  no  se  reducían  a  la  mera 
sugestión  que  del  ejemplo  de  los  vecinos  emanaba;  sino  que  con 
el   ejemplo  venían  también  las  incitaciones  directas,  los  ofreci- 


(1)  "Duas  grandes  intrigas". 

(2)  C.  Seignobos,  "Histoire  politique  de  l'Europe  contemporaini 


—  50  — 

mientos  ocultos,  los  convenios  clandestinos.  "Un  europeo  de 
tránsito  en  Recife  por  Febrero  de  1816,  nos  certifica  hallarse  la 
tierra  sosegada;  pero  que  en  las  almas  era  tan  grande  la  fermen- 
tación, que  todo  anunciaba  que  la  Provincia  no  tardaría  en  par- 
ticipar del  movimiento  revolucionario  que  sacudía  a  la  América 
española"   (1). 

2. — Los  amagos  de  revolución  concrétanse,  en  la  Metrópoli, 
en  el  levantamiento  de  1817,  tan  cruelmente  reprimido,  y  en  la 
revolución  que  iniciada  en  Porto,  tuvo  eco  en  Lisboa  y  aclamó 
un  régimen  democrático  en  que  el  Príncipe  Real  quedaba  reducido 
a  la  condición  de  mascarón  de  proa  y  en  que  ia  realidad  del  poder 
s*e  encomendaba  a  una  sola  Cámara  del  tipo  de  la  Conven- 
ción" (2).  El  espíritu  de  rebelión  no  se  limita  tampoco  en  el 
Brasil,  a  la  obra  de  proselitismo.  "Una  revolución,  proclamando 
un  gobierno  absolutamente  independiente  de  la  sujeción  de  la 
Corte  de  Río  de  Janeiro,  estalla  en  Pernambuco  en  1817"  (3). 

Dice  bien  Oliveira  Lima,  cuando  afirma  que  este  intento  re- 
volucionario — "manifestación  poco  equívoca  de  nacionalismo" — 
fracasó  por  haberse  presentado  bajo  una  forma  republicana.  Pre- 
matura no  por  falta  de  ambiente  en  las  masas  sobre  que  actuaba, 
sino  porque  los  elementos  moderadores  contaban  todavía  con  la 
gran  palanca  que  para  ellos  y  sus  fines  representaba  la  presencia 
de  la  Corte  en  el  Brasil,  es  innegable  que  la  rebelión  de  Pernam- 
buco "abrió  una  ancha  zanja  entre  los  dos  bandos.  La  turba  por- 
tuguesa que  llenaba  las  calles  cuando  fueron  llevados  al  patíbulo 
los  patriotas  brasileños,  les  escupió  a  la  cara"  (4). 

3. — El  levantamiento  de  Porto,  que  "llenó  al  Rey  de  asombro 
y  a  la  Corte  de  terrores",  tuvo  por  consecuencias  más  salientes 
la  instalación  de  un  gobierno  provisorio,  el  destierro  del  General 
Beresford  y  el  retorno  de  D.  Juan  VI  y  de  su  Corte  a  la  Capital 
de  la  metrópoli  portuguesa,  en  Abril  de  1821.  La  obra  legislativa 
de  la  revolución  encontró  medio  y  ocasión  de  exteriorizarse  en 
las  Cortes  constituyentes  convocadas  por  el  Rey.  De  allí  salió  la 
Constitución  portuguesa  de  1822,  concordante  en  lo  esencial  con 
la  española  de  1812. 

La  obra  de  las  Cortes  portuguesas,  en  lai"  que,  como  se  ha 
visto,  primaba  el  elemento  liberal,  inició  entonces  respecto  del 
Brasil  una  política  tendiente  "a  ahogar  las  libertades  concedidas 
a  éste  por  Juan  VI".  El  ideal  de  las  Cortes  se  resumía  "en  un 
sistema  de  recolonización,  es  decir,  en  la  vuelta  pura  y  simple  del 
Reino  Unido  al  estado  anterior  de  colonia";  su  más  firme  propó- 


(1)  Alfredo  Várela,  op.  cit. 

(2)  M.    Oliveira    Lima,     "Formación    histórica     de     la    nacionalidad 
brasilera". 

(3)  V.  de  Porto  Seguro,  "Historia  Gral.  do  Brazil". 

(4)  Oliveira   Lima,   op.   cit. 


—  51  — 

sito  era  "mantener  en  sujeción  incondicional  a  un  pueblo  que  ya 
estaba  políticamente  emancipado;  y  los  medios  empleados  para 
conseguir  los  fines  propuestos,  dirigíanse  de  preferencia  a  esti- 
mular la  desunión  entre  las  distintas  provincias  del  Brasil,  comu- 
nicándose las  Cortes  con  cada  una  de  ellas  por  separado,  "con 
la  mira  de  restablecer  la  primitiva  organización  feudal  y  con  el 
resultado  de  quebrantar  las  fuerzas  de  un  cuerpo  que  si  tenía 
algún  valor,  era  por  la  armonía  del  conjunto"   (1). 

Idéntica  finalidad  tenía  el  envío  de  refuerzos  a  la  División 
portuguesa  de  Río,  y  la  pretensión  de  que  el  Regente  admitiera 
en  el  Brasil  un'  comité  militar  con  facultades  para  asuntos  mili- 
tares y  un  comité  civil  con  jurisdicción  en  materia  administrativa, 
ambos  constitucionalmente  responsables  ante  las  Cortes. 

Por  último  "las  Cortes  dispusieron  que  el  Príncipe  Regente 
se  trasladara  a  Europa  para  completar  su  educación,  y  que  se 
dividiera  el  Brasil  en  cuatro  provincias  independientes  entre  sí. 
pero  sometidas  a  la  Metrópoli"   (2). 

4. — Se  había  colmado  la  medida.  Los  ocultos  designios  de 
los  agentes  revolucionarios,  tanto  tiempo  contenidos,  volvían  a 
asomar  a  la  superficie  de  los  sucesos,  ahora  con  la  intensidad  y 
el  nuevo  empuje  de  que  las  indirectas  provocaciones  de  Lisboa 
los  habían  dotado.  Y  es  así  que  el  13  de  Mayo  de  1822  el  pueblo 
se  maniifesta  contra  la  partida  del  Príncipe  y  le  otorga  el  título 
de  "Príncipe  Regente  constitucional  y  defensor  perpetuo  del 
Brasil". 

Hechos  posteriores  pero  inmediatos,  consuman  la  obra:  "Don 
Pedro  de  Alcántara,  que  quedaba  recorriendo  la  Provincia  de  San 
Pablo,  se  detuvo  a  orillas  del  Ipiranga.  Allí  le  alcanzó  un  correo 
de  Río  de  Janeiro  con  importantes  comunicaciones  de  Lisboa. 
Eran  los  decretos  del  1.°  de  Agosto  de  1822,  por  los  cuales  se 
anulaba  la  convocatoria  de  procuradores  de  las  provincias  bra- 
sileñas, se  mandaba  responsabilizar  a  los  ministros,  se  les  imponía 
completa  sujeción  a  las  leyes  y  resoluciones  de  las  Cortes  y  se 
nombraban  nuevos  ministros,  con  absoluto  desconocimiento  del 
derecho  de  D.  Pedro  a  elegirse  consejeros.  Don  Pedro  entonces^ 
"llamó  a  su  alrededor  a  toda  la  comitiva;  arrancándose  del  som- 
brero el  lazo  portugués  que  tenía  prendido  y  tirándolo  al  suelo, 
gritó  con  energía:  ¡Independencia  o  muerte!,  montó  a  caballo, 
dejó  que  el  Ypiranga  siguiera  corriendo  alegremente  y  encaminóse 
a  la  ciudad  en  medio  de  los  vivas  estruendosos  que  por  todo  el 
trayecto  provocaba  su  comitiva"  (3). 

La  independencia  del  Brasil,  consumada  ya  en  los  hechos, 

(1)  Oliveira  Lima,  op.  cit. 

(2J  F.  A.  Berra,  op.  cit. 

(3)  Eduardo  Acevedo,   op.   cit.     (Transcripción   de   Pereira  da   Silva, 

"Historia  da  fundagao  do  Imperio  Brasileiro". 


—  52  — 

entraba  en  el  período  de  su  consolidación  institucional. 

5. — Son  notorias  las  repercusiones  de  los  sucesos  relatados, 
en  la  Banda  Oriental.  Contra  los  que  creyeron  "que  desde  enton- 
ces las  cuestiones  sobre  Montevideo  serían  más  llanas,  que  el 
Brasil  daría  un  gran  paso  que  contribuyese  a  asegurar  su  inde- 
pendencia, a  acreditarse  con  los  estados  contemporáneos,  y  con 
el  mundo",  sucedió  todo  lo  contrario.  El  1.°  de  Agosto  de  1822 
D.  Pedro  se  dirigió  al  Barón  de  la  Laguna,  ordenándole  "que  la 
división  portuguesa  denominada  Voluntarios  Reales  del  Rey  fuese 
removida  cuanto  antes  de  la  Plaza  de  Montevideo,  donde  se  ha- 
llaba estacionada,  intimándole  al  Brigadier  D.  Alvaro  da  Costa 
su  embarque  con  la  mencionada  División  para  Lisboa,  en  los 
transportes  que  se  le  designasen"  (1).  El  historiador  citado  agrega 
que  "se  le  prevenía  lo  que  iba  a  acontecer  en  pocos  días,  es  decir, 
la  proclamación  de  la  independencia  y  la  aclamación  del  Empe- 
rador D.  Pedro  I,  que  debían  secundarse  en  la  Cisplatina".  Si- 
guióse a  esto,  el  1 1  de  Setiembre,  la  intimación  de  Lecor  a  da 
Costa  para  que  sometiéndose  a  la  voluntad  de  D.  Pedro  proce- 
diese, en  consecuencia,  a  embarcarse  de  inmediato  para  Lisboa;  y 
la  airada  actitud  de  D.  Alvaro,  que  ante  las  repetidas  comunica- 
ciones que  para  su  retiro  se  le  dirigieran,  y  frente  a  las  imputa- 
ciones con  que  fracasado  aquel  intento  procuran  denigrarlo, 
expone,  en  oficio  de  30  de  Setiembre,  al  Cabildo  de  Montevideo, 
para  que  éste,  "por  el  medio  que  le  parezca  más  propio",  lo  de- 
clare, "que  la  División,  de  su  "motu  proprio",  nunca  volverá  sus 
armas  contra  los  que  desde  1820  reputa  amigos";  que  su  único 
objeto  "es  embarcarse  para  Portugal  en  los  transportes  que  se  le 
proporcionen",  y  que  mientras  dure  su  estada  en  Montevideo,  las 
tropas  que  comanda  se  ajustarán  a  respetar  los  fueros  y  privilegios 
de  aquellos  que  no  ataquen  sus  derechos"  (2). 

La  consecuencia  inmediata  de  los  hechos  relacionados,  su 
consecuencia  ostensible  y  material,  por  lo  menos,  fué  que  "el  ejér- 
cito que  ocupaba  la  plaza  de  Montevideo,  apareció  repentina- 
mente dividido  en  dos  bandos:  el  uno,  que  estaba  por  la  indepen- 
dencia del  Brasil,  capitaneado  por  el  Barón  de  la  Laguna,  decla- 


(1)  De-María,  "Compendio  de  la  historia  de  la  República  Oriental  del 
Uruguay".  Las  órdenes  de  D.  Pedro  I  a  Lecor  le  indicaban  que  reasumiese 
toda  la  autoridad  de  la  Provincia  y  que  cumpliera  sus  órdenes  anteriores, 
referentes  al  Consejo  Militar  de  la  División  de  Voluntarios  Reales,  que  el 
Príncipe  Regente  consideraba  ilegal,  "pues  todo  hecho  en  que  una  porción 
de  tropas  se  constituye  liquidadora  y  reguladora  de  sus  propios  intereses, 
es  totalmente  anárquico  y  destruye  la  subordinación,  debida  a  las  autorida- 
des". La  circular  prevenía  además  a  Lecor  que  en  caso  de  desobediencia 
abandonara  la  ciudad  y,  reunidos  con  el  Síndico  y  e!  Brigadier  Manuel  Már- 
quez, tomasen  las  medidas  más  propias  para  forzar  al  Consejo  y  a  i?s 
tropas  a  la  obediencia".  —  De  la  Sota,  "Cuadros  históricos",  man.  citado. 

(2)  Archivo  General   Administrativo,  Libro  de  oficios. 


—  53  — 

rado  traidor  en  Lisboa,  que  había  sido  el  General  en  Jefe,  y  el 
otro,  que  estaba  por  la  dependencia  del  Brasil  al  Portugal,  capi- 
taneado por  uno  de  los  generales  europeos,  llamado  D.  Alvaro  da 
Costa  de  Souza  de  Macedo"  (1). 

La  disidencia  acentuó  sus  contornos  y  cobró  caracteres  de- 
finitivos, cuando  el  12  de  Octubre,  Lecor,  con  los  funcionarios  y 
tropa  que  lo  habían  seguido,  primero  a  Guadalupe  y  a  San  José, 
después,  aclamaron  Emperador  del  Brasil  y  de  la  Provincia  Cis- 
platina  a  D.  Pedro  I.  Es  interesante  y  parece  oportuno  hacer  aquí 
alguna  referencia  a  las  solemnidades  que  en  consonancia  con  la 
actitud  del  Barón  de  la  Laguna  hicieron  los  otros  Ayuntamientos 
que  respondían  al  partido  del  Brasil. 

El  Cabildo  de  Florida,  en  sesión  del  10  de  Octubre,  dejaba 
constancia  en  su  libro  de  actas,  de  "que  habiendo  llegado  a  su 
noticia  que  todos  los  Pueblos,  Cabildos  y  Pueblos  Militares  de 
la  Provincia  del  Reyno  del  Brasil  han  declarado  solemnemente 
su  Independencia,  estableciendo  un  Imperio  de  todas  las  Provin- 
cias Confederadas,  y  han  proclamado  por  su  primer  Emperador 
Constitucional  al  señor  don  Pedro  de  Alcántara,  antes  Príncipe 
Regente,  y  defensor,  protector  del  Brasil,  bajo  la  condición  de 
prestar  previamente  el  juramento  solemne  de  jurar,  guardar,  man- 
tener y  defender  la  Constitución  que  hiciere  la  Asamblea  General 
Constituyente  y  Legislativa  del  Brasil",  y  considerando  que  "está 
en  los  intereses  y  en  los  deberes  de  este  Estado  entrar  en  la  gran 
Confederación  del  Brasil:  1.°,  porque  de  este  modo  asegura  su 
independencia  general  del  Continente  de  la  América  del  Sud;  2.°, 
porque  asegura  su  libertad,  teniendo  una  intervención  directa  en 
la  Constitución  liberal  de  las  Provincias  Confederadas;  3.°,  porque 
forma  parte  dé  un  vasto  Imperio;  4.°,  porque  constituido  bajo  el 
gobierno  y  protección  de  un  Emperador  Constitucional  y  poderoso 
dexa  garantida  para  siempre  la  seguridad  exterior  de  este  territo- 
rio, unido  por  la  naturaleza  al  continente  del  Brasil.  .  .;  5.°,  por- 
que con  esta  resolución  sofoca  y  dexa  nulos  los  esfuerzos  con  que 
trabajan  los  hombres  perversos  y  ambiciosos  para  sumir  el  País 
en  todos  los  horrores  de  la  pasada  anarquía,  abusando  de  los 
nombres  sagrados  de  Libertad  y  Patriotismo,  y  finalmente,  porque 
no  teniendo  el  Estado  Cisplatino  los  elementos  necesarios  para 
constituirse  en  Nación  Independiente,  dictan  la  razón  y  la  conve- 
niencia pública  y  privada  se  confedere  e  incorpore  a  un  Imperio 
poderoso  que  le  defienda  de  las  invasiones  extranjeras,  de  las  in- 
trigas, de  los  perturbadores  del  orden  interior.  Por  todas  estas 
consideraciones  acordaron  que  por  su  parte  y  como  intérpretes 
de  la  voluntad  y  de  los  votos  de  todos  los  pueblos  de  este  Depar- 
tamento", declaraban:  "su  Independencia  Política;  ratificaban  sus. 


(1)     Noticias  de  las  Provincias  Unidas  del  Río  de  la  Plata. 


—  54  — 

incorporaciones  al  grande  Imperio  Brasilense;  aclamaban  y  pro- 
clamaban con  la  efusión  de  sus  corazones  por  su  primer  Empe- 
rador Constitucional  al  señor  don  Pedro  de  Alcántara,  antes  Prín- 
cipe Regente  y  defensor  pereptuo  del  Brasil;  y  en  este  concepto, 
repitiendo  con  el  mayor  júbilo: 

1. — Viva  nuestra  Santa  Religión. 

2. — Viva  la  Independencia  del  Brasil  y  del  Estado  Cisplatino. 

3. — Viva  la  Asamblea  Constituyente  Legislativa  del  Bra- 
sil..."  (1). 

Análogas  demostraciones  se  llevaban  a  cabo  en  los  demás 
centros  de  población  a  donde  llegaba  la  influencia  y  las  inspira- 
ciones de  Lecor.  Con  simples  variantes  de  d2talle,  todas  revelan 
un  estrecho  parentesco  espiritual  y  hasta  literal.  Son  los  mismos 
manejos  que  fraguaron  en  1821  el  Congreso  Cisplatino,  los  que 
ahora  pugnan,  una  vez  más,  por  dar  aspecto  de  legalidad  a  los 
actos  de  la  conquista  que  deben  llegar  a  tener  cierta  notoriedad 
fuera  del  territorio  conquistado.  Y  como  un  nuevo  antecedente 
de  tan  interesado  empeño,  sucédense  en  los  distintos  cuerpos  del 
ejército  las  aclamaciones  al  nuevo  orden  de  cosas,  que  inicia  el 
Regimiento  de  Dragones  de  la  Unión,  en  estos  términos:  "En  el 
Arroyo  de  la  Virgen,  a  17  de  Octubre  de  1822,  a  las  11  de  la  ma- 
ñana, reunido  en  formación  el  Regimiento  de  Dragones  de  la  Unión, 
su  comandante,  el  Coronel  don  Fructuoso  Rivera,  manifestó  a  los 
señores  oficiales  las  incalculables  ventajas  que  resultarían  al  Es- 
tado Cisplatino  de  imitar  a  los  demás  cuerpos  de  tropa  veterana, 
pueblos  y  cabildos  de  las  provincias  del  Brasil,  que  habían  decla- 
rado solemnemente  su  independencia  y  confederación,  aclamando 
por  su  primer  emperador  constitucional  al  señor  don  Pedro  de 
Alcántara,  antes  Príncipe  regente  y  defensor  perpetuo  del  Brasil, 
bajo  el  juramento  de  jurar  y  guardar,  mantener  y  defender  la 
constitución  política  del  Imperio,  que  hiciese  la  Asamblea  General 
Constituyente  Legislativa  del  Brasil,  compuesta  de  los  represen- 
tantes de  todas  las  provincias  confederadas,  cuya  aclamación  hizo 
el  12  del  corriente  al  frente  de  las  tropas  del  continente  eLExcmo. 
Sr.  Barón  de  la  Laguna,  jefe  del  ejército,  gobernador  y  capitán 
general  de  este  Estado,  y  que  seguirán  haciendo  los  pueblos,  ca- 
bildos y  cuerpos  militares,  como  una  medida,  la  más  importante 
para  fijar  la  libertad  e  independencia  de  este  Estado,  sofocar  las 
aspiraciones  de  los  anarquistas  y  garantir  bajo  la  poderosa  pro- 
tección del  Imperio  los  inalienables  derechos  de  los  pueblos,  po- 
niendo un  término  no  esperado  a  la  revolución  de  estos  países: 
seguidamente  vueltos  los  señores  fiscales  a  ocupar  sus  puestos, 
en  sus  respectivas  compañías,  dirigió  la  voz  al  todo  del  regimiento, 
expresándose  en  estos  términos: 


(1)     Archivo  del  Juzgado  Letrado  de  San  José  (hoy  Archivo  y  Museo 
Histórico). 


—  55  — 

"  Soldados:  Doce  años  de  desastrosa  guerra  por  nuestra  re- 
generación política  nos  hicieron  tocar  el  infausto  término  de  nues- 
tra total  ruina,  con  tanta  rapidez,  cuanto  mayor  fué  nuestro  em- 
peño por  conseguir  aquel  fin  laudable:  este  desastre  era  consi- 
guiente a  nuestra  impotencia,  a  nuestra  pequenez,  a  la  falta  de 
recursos  y  demás  causas  que  por  desgracia  debéis  tener  bien  pre- 
sentes, y  que  más  de  una  vez  habían  hecho  verter  nuestra  sangre 
infructuosamente.  El  remedio  de  tantos  trabajos,  desgracias  y 
miserias,  demasiadamente  nos  lo  tiene  exigido  y  enseñado  la  ex- 
periencia; pues  que  no  es  otro  que  apoyarnos  de  un  poder  fuerte 
e  inmediato  para  ser  respetables  ante  los  ambiciosos  y  anarquis- 
tas, que  no  pierden  momentos  para  proporcionarse  fortuna  y  es- 
plendor a  costa  de  vuestros  intereses,  de  vuestro  sosiego  y  tran- 
quilidad, y  últimamente  de  vuestras  vidas,  mil  veces  más  apre- 
ciables  que  las  de  aquellos  fratricidas:  si  ellos  se  desvelan  por  su 
interés  particular  y  momentáneo,  ¿con  cuánta  más  razón  debemos 
noostros  desvelarnos  para  fijar  para  siempre  los  destinos  de  nues- 
tro amado  país?  Y  así,  soldados,  en  ratificación  de  los  deseos  que 
ha  doce  años  manifestáis,  decid  conmigo: 

1.°:  Viva  nuestra  santa  Religión.  —  2.°:  Viva  la  independencia 
del  Brasil  y  del  Estado  Cisplatino.  —  3.°:  Viva  la  Asamblea  Gene- 
ral Constituyente  y  Legislativa  del  Brasil.  —  4.°:  Viva  el  Empe- 
rador constitucional  del  Brasil  y  del  Estado  Cisplatino.  —  5.°: 
Viva  la  Emperatriz  del  Brasil,  y  la  dinastía  del  Brasil  y  del  Estado 
Cisplatino.  —  6.°:  Viva  el  pueblo  constitucional  del  Brasil  y  del 
Estado  Cisplatino.  —  7.°:  Viva  la  incorporación  del  Estado  Cis- 
platino al  grande  Imperio  brasilense. 

"  Estos  vivas  fueron  correspondidos  con  el  mayor  júbilo  por 
los  señores  oficiales,  con  aclamaciones  y  salvas  de  fusilería.  De 
este  modo  concurrió  con  sus  votos  el  Regimiento  de  Dragones  de 
la  Unión  a  la  exaltación  del  Sr.  D.  Pedro  I  al  trono  del  Brasil;  y 
por  no  hallarse  en  la  actualidad  el  capellán  del  regimiento,  acor- 
dóse diferir,  para  cuando  se  halle  en  él,  la  misa  solemne  con  "Te- 
Deum",  que  se  celebrará  en  el  mismo  regimiento,  para  sellar  tan 
plausible  acto  con  sus  súplicas  al  Todopoderoso  para  la  conser- 
vación y  acierto  de  S.  M.  F.,  por  el  de  la  Asamblea  General  Cons- 
tituyente y  Legislativo,  y  por  el  del  Estado  Cisplatino.  Asimismo 
se  acordó  que  se  extendiese  acta  de  esta  aclamación  en  el  libro 
del  regimiento,  firmada  por  su  coronel  y  oficiales,  y  que  se  pase 
una  copia  autorizada  de  ella  al  Excmo.  Sr.  Barón  de  la  Laguna, 
para  su  conocimiento,  y  otra  al  Excmo.  Sr.  Síndico  Procurador 
General  del  Estado,  para  que  se  digne  elevarla  a  la  augusta  pre- 
sencia del  Emperador,  con  las  más  plausibles  felicitaciones,  y  ac- 
tivar cuanto  esté  de  su  parte  las  elecciones  de  diputados  a  la 
Asamblea  General  Constituyente  y  Legislativa  del  Imperio  del 
¡Brasil"  (1). 

(1)     Deodoro  de  Pascual,  op.  cit. 


CAPÍTULO  vi 

LA  REVOLUCIÓN  DE  1823 

1. — Su  iniciación. 

2.— Repercusiones  del  movimiento  en  la  campana. 

ó. — Los  "Caballeros  Orientales". 

4. — Las  resoluciones  del  Cabildo. 

5. — El  Cabildo  y  D.  Juan  Antonio  Lavalleja. 

6. — Los  diputados  del  Cabildo  en  Santa  Fe. 

7. — Los  diputados  del  Cabildo  y  el  Gobierno  de  Buenos  Aires. 

8.— La  revolución  de  1823:  su  fracaso. 

9. — Síntesis. 

1.  Su  iniciación.  —  Desde  los  primeros  días  de  Setiembre  de 
1822,  quedaban  nítidamente  deslindados,  uno  de  otro,  los  dos 
bandos  en  que  había  venido  a  dividirse  el  núcleo  antes  homogéneo 
de  la  milicia  portuguesa:  Alvaro  da  Costa  en  Montevideo,  Lecor 
en  Guadalupe  primero,  y  por  último  en  San  José. 

Descartado  el  significado  que  esos  hechos  indudablemente 
tenían  mirados  desde  un  punto  de  vista  material,  grande  era,  por 
lo  que  en  sí  mismos  representaban,  su  alcance  moral,  y  más  grande 
aún  por  el  momento  y  el  ambiente  en  que  venían  a  producirse. 

La  conquista  portuguesa,  que,  según  se  ha  visto,  no  fué  nunca 
querida  por  los  nativos  del  país  sojuzgado,  carecía  de  elementos 
de  arraigo  y  sólo  mantenía  su  artificial  dominación  merced  a  un 
sistema  de  gobierno  pura  y  exclusivamente  militar.  Era  la  fuerza 
organizada  la  que  obraba  el  milagro  de  dotar  a  un  país  de  suyo 
rebelde  y  levantisco,  del  aspecto  de  colonia  sometida.  Pero  he 
aquí  que  sucesos  que  vienen  de  fuera,  previstos  pero  inevitables, 
disgregan  el  contingente  militar  de  más  entidad  en  que  la  situación 
de  fuerza  se  apoyaba  y  rompen  para  siempre  un  equilibrio  que 
sólo  conservaba  su  relativa  estabilidad  debido  al  imperio  de  fac- 
tores materiales  que  entonces  se  desmoronan. 

No  se  reducen  al  centro  urbano  más  directamente  afectado 
las  repercusiones  que  los  acontecimientos  traen  consigo;  y  la 
campaña,  estimulada  por  imperativas  sugestiones,  siente  que  se 
estremecen  una  vez  más  en  sus  raíces  más  hondas,  los  viejos 
ímpetus. 

Son  las  predisposiciones  innatas  a  la  libertad  que  vuelven  a 
recobrar  su  imperio  y  acusan  en  forma  inconfundible  que  su  quie- 
tud no  era  más  que  una  tregua. 

Cuando  don  Alvaro  da  Costa,  según  antes  se  expresó,  hizo 
llegar  al  Cabildo  de  Montevideo  su  oficio  del  30  de  Setiembre,  los 
capitulares,  haciéndose  cargo  de  la  gravedad  de  las  circunstancias, 
le  contestaban  cuatro  días  después:  "Es  menester,  Excelentísimo 
Señor,  que  el  Cabildo,  como  representante  de  este  Pueblo,  hable 
una  vez  a  V.  E.  con  franqueza  y  dignidad.  En  general  los  natu- 
rales de  la  Provincia  son  mucho  más  ilustrados  que  lo  que  co- 


—  58  — 

munmente  se  les  supone;  ellos  conocen  muy  bien  sus  derechos; 
saben  el  grado  de  respetabilidad  exterior  que  las  luces  del  siglo 
le  han  dado;,  y  saben  finalmente  de  antemano  la  suerte  infeliz  que 
se  les  prepara;  pero  no  por  la  división  de  Voluntarios  Reales  del 
Rey,  la  que  para  inspirarles  seguridad  y  confianza,  basta  cons- 
tarles que  respeta  y  obedece  a  una  Corte  que,  como  notoriamente 
sabía,  debe  ser  justa  y  liberal,  sino  por  otros  que  echando  mano 
de  la  fuerza  en  defensa  de  su  justicia,  pretenden  atacar  simultá- 
neamente la  ajena;  bien  que  acaso  procediendo  sobre  informes 
sugeridos  por  la  intriga,  el  interés  y  el  egoísmo.  Partiendo  de 
estos  principios,  V.  E.  debe  quedar  persuadido  de  que  los  habi- 
tantes todos  de  la  Provincia  no  están  en  disposición  de  alucinarse; 
y  que  en  consecuencia  desprecian  y  despreciarán  siempre  las  si- 
niestras voces  que  se  hagan  correr  por  los  autores-  de  su  futura 
opresión;  manifestándose  por  tanto  indiferentes  en  las  actuales 
desavenencias,  respecto  a  las  cuales  nadie  ignora  el  lugar  de  la 
justicia." 

En  esta  circular,  el  Cabildo,  al  exponer  su  situación  frente  a 
los  hechos,  empieza  por  recordar  a  Da  Costa  que  le  habla  "como 
representante  de  este  Pueblo";  encarece  después,  con  habilidad, 
las  buenas  disposiciones  de  Portugal  para  con  el  país;  a  renglón 
seguido  declara  que  los  males  futuros  no  pueden  sobrevenirle 
sino  de  los  brasileros,  a  quienes,  sin  embargo,  reconoce  que  obra- 
ron con  justicia  al  emanciparse;  y,  por  último,  se  declara  "indi- 
ferente en  las  actuales  desavenencias".  Si  bien  se  mira,  esta  nota 
contiene  ya  todos  los  elementos  de  la  doctrina  de  la  revolución. 
No  obstante  ser  el  Cabildo  un  cuerpo  de  carácter  público,  perte- 
neciente a  la  administración  mantenida  por  el  país  conquistador; 
no  obstante  emanar  su  situación  "legal"  del  régimen  todavía  im- 
perante; no  obstante  formar  parte  de  un  gobierno  que  hasta  en- 
tonces fué  portugués,  y  que  "legalmente"  tendría  que  ser  — una 
vez  liquidado  el  pleito  pendiente —  o  portugués  o  brasilero,  sin 
otra  alternativa;  no  obstante  todo  esto,  el  Cabildo  se  declara,  por 
propia  decisión,  neutral  en  la  contienda.  Hablar  de  neutralidad  o 
de  indiferencia,  como  lo  hace  el  Cabildo  frente  a  la  ruptura  de 
Portugal  y  del  Brasil,  es  proclamar  — en  forma  que  no  deja  lugai 
a  dudas —  la  voluntad  de  no  ser  ni  portugués  ni  brasilero.  Y  como 
el  Cabildo  hablaba  como  representante  del  Pueblo,  está  configu- 
rada en  sus  elementos  esenciales  la  doctrina  que  el  discurso  de 
Echeverriarza  expondrá  después  en  su  formulación  definitiva. 

Entretanto,  la  situación  de  la  División  de  Voluntarios  Reales 
se  mantenía  invariable,  no  obstante  los  propósitos  de  su  Jefe  de 
embarcarse  para  Portugal.  Hubo,  a  este  respecto,  un  cambio  de 
notas  entre  Da  Costa  y  el  Intendente  Duran,  pero  las  cosas  no 
acusaron  ninguna  variación  apreciable.  En  cuanto  a  la  ruptura, 
fué  acentuándose  gradualmente,  hasta  el  extremo  de  que  instado 
por  Duran  para  que  lo  auxiliase  contra  el  Cabildo,  D.  Alvaro  le 


—  59  — 

-contestó  "que  no  auxiliaba  a  las  autoridades  que  no  cumplían  el 
decreto  de  las  Cortes  del  24  de  Setiembre,  declarando  traidores 
al  Emperador  y  al  General  Lecor";  y  con  respecto  al  embarque 
de  la  División  de  Voluntarios  Reales,  que  también  le  había  comu- 
nicado, no  le  dio  otra  contestación  que  mandarlo  salir  de  Mon- 
tevideo (1). 

Y  así  llegan  los  sucesos  al  16  de  Diciembre  de  1822,  en  que 
el  Cabildo,  por  medio  de  uno  de  sus  miembros,  don  Cristóbal 
Ecbeverriarza,  expone  el  programa  de  Ja  revolución.  "Cuando 
las  circunstancias  comprometen  la  salud  pública  y  los  intereses 
de  los  pueblos,  es  criminal  la  autoridad  que  sin  ser  órgano  legí- 
timo de  su  voluntad,  decide  de  la  suerte  de  ellos,  exponiéndoles 
a  los  azares  de  la  incertidumbre.  El  Cabildo  de  Montevideo  se 
halla  en  este  caso  y  no  tiene  otras  bases  ciertas  para  dirigir  su 
conducta  que  la  siguiente.  La  Capital  se  halla  ocupada  por  la 
División  de  Voluntarios  Reales  a  S.  M.  F.  La  campaña  por  trepas 
que  reconocen  la  autoridad  de  S.  M.  I.  en  oposición  a  las  resolu- 
ciones de  aquel  monarca.  Estos  son  los  hechos,  y  si  la  prudencia 
hubiera  de  dirigir  nuestros  pasos  con  concepto  a  doblar  la  cerviz 
al  más  poderoso;  si  la  energía  de  los  mandatarios  del  pueblo  hu- 
biese de  promover  sus  derechos  por  principios  de  eterna  justicia; 
si  nuestra  suerte  hubiera  de  fijarse  abandonados  absolutamente  a 
estas  dos1  fuerzas  opuestas,  aun  así  el  tino  más  delicado,  no  podría 
fundar  el  cálculo  de  la  superioridad  constante  de  una  sobre  otra: 
la  suerte  del  Brasil  es  tan  incierta,  como  lo  son  sus  operaciones 
en  este  territorio:  las  fuerzas  de  S.  M.  F.  se  anuncian  próximas 
por  mar,  al  paso  que  se  indica  la  salida  de  las  de  tierra,  todo  es 
incertidumbre.  Entretanto  los  dos  poderes  en  cuestión  son  por 
naturaleza  extraños  a  esta  tierra,  y  están  a  nuestro  lado  los  go- 
biernos americanos,  de  quienes  se  puede  asegurar  que  no  serían 
indiferentes  a  nuestros  derechos,  si  llegase  el  caso  de  resistir  a  la 
opresión.  En  este  estado,  nuestras  conciencias  deben  sentir  el  peso 
de  las  siguientes  reflexiones. 

Es  un  compromiso  para  este  vecindario  y  para  las  autorida- 
des constituidas  de  la  Capital  reconocer  y  obedecer  la  del  Excmo. 
Sr.  Barón  de  la  Laguna,  comprendiendo  entre  los  indicados  por 
el  decreto  de  26  de  Setiembre.  Es  otro  compromiso  peligroso  el 
reconocimiento  de  la  autoridad  de  S.  M.  el  Emperador  del  Brasil, 
en  esta  Provincia.  La  incorporación  de  ella  propuesta  por  el  dicho 
Congreso  Cisplatino  (prescindiendo  de  lo  que  puede  decirse  sobre 
su  legitimidad)  fué  al  Reino  Unido  de  Portugal,  Brasil  y  Algarvez: 
este  Reino  Unido  no  existe  de  hecho;  y  cuando  el  Gobierno  de 
Lisboa  lo  considera  existente,  no  consta  que  haya  aceptado  la 
incorporación,  mientras  que  diputados  de  los  más  ilustrados  de 
las  Cortes  la  declaran  viciosa  en  su  origen,  inconveniente  e  inad- 


(1)     De  la  Sota,  manuscrito  citado. 


—  60  — 

misible  en  su  efecto.  La  incorporación  de  esta  Provincia  y  espe- 
cialmente un  nuevo  Estado,  no  puede  ser  legitimado  sino  por  un 
acto  público  de  un  Congreso  regular,  que  expresa  el  voto  libre 
de  sus  habitantes.  Así  el  titulado  Síndico  don  Tomás  García  de 
Zúñiga  no  pudo  ni  debió,  inconsultos  los  pueblos,  proponer  la 
incorporación  ele  la  Provincia  al  Imperio  del  Brasil. 

Así  atendidos  los  principios  liberales  que  desplega  el  Go- 
bierno del  Brasil,  es  preciso  penetrarse  de  que  la  conducta  de 
S.  M.  el  Emperador  respecto  a  la  Provincia,  procede  necesaria- 
mente de  los  equivocados  informes  de  dicho  Síndico.  El  Empe- 
rador cree,  sin  duda  por  ello,  que  el  voto  universal  de  los  habi- 
tantes reclama  la  incorporación.  Si  este  voto  se  consultase  franca 
y  libremente,  cualquiera  que  fuese  el  resultado,  es  moralmente 
imposible  que  S.  M.  F.  se  empeñase  en  oponerse  a  la  voluntad  de 
los  pueblos. 

El  General  Barón  de  la  Laguna,  juzgando  también  prudente- 
mente, ha  sido  inducido  a  error,  creyendo  dispuestos  los  habi- 
tantes de  la  campaña  a  uniformarse  a  su  marcha:  este  error  debe 
proceder  de  los  informes  de  sus  consejeros,  y  sobre  él  mismo, 
deben  haberse  trabajado  los  repugnantes  juramentos  arrancados 
a  los  pueblos  inermes  de  la  campaña  de  un  modo  demasiado  co- 
nocido. 

Entretanto,  la  División  de  Voluntarios  Reales,  aunque  no  pro- 
vista, a  lo  que  se  advierte,  de  todos  los  medios,  anuncia  su  próximo 
embarco.  Esta  división  está  bajo  el  dominio  de  S.  M.  F.,  que  se 
comprometió  expresamente  para  este  caso  a  entregar  en  manos 
del  Cabildo  las  llaves  de-  la  Capital.  En  este  estado,  parece  que 
la  conducta  más  franca,  más  honrosa,  más  prudente,  y  por  fin  más 
justificada  por  parte  del  Cabildo,  debe  ser  promover  por  todos 
los  medios  la  convocación  regular  de  un  Congreso,  para  que  sus 
R.  R.,  nombrados  con  presencia  de  las  circunstancias,  puedan 
decidir  de  su  suerte. 

Manifestar  estos  sentimientos  a  las  fuerzas  que  nos  cercan  y 
a  los  gobiernos  que  puedan  tener  influjo  en  ellos  y  en  la  Provincia. 
Alejar  del  modo  posible  el  choque  de  las  armas,  y  por  fin,  teniendo 
presente  que  la  Capital  y  los  suburbios  contienen  una  parte  muy 
principal  de  los  habitantes  de  la  Provincia,  reunir  en  caso  preciso 
los  diputados  de  ella,  y  dejar  en  sus  manos  las  providencias  de 
tan  críticos  momentos. 

Después  de  seria  discusión  se  acordó  por  voto  unánime  que 
de  la  parte  libre  de  la  Provincia  se  convocase  una  Asamblea  de 
diputados  libres  y  regularmente  elegidos,  para  que  ésta,  en  vista 
de  las  actuales  circunstancias  políticas,  determinase  lo  más  con- 
veniente al  país. 

Que  se  oficiase  al  Barón  de  la  Laguna,  manifestándole  que 
esta  Capital  suspendía  la  obediencia  de  su  autoridad  y  la  desco- 
nocía, hasta  la  resolución  de  dicho  Congreso.   Que  se  oficiase  al 


—  61  — 

pretendido  Síndico  Procurador  del  Estado,  manifestándole  que  se 
desconocían  desde  ahora  su  representación  y  funciones,  hacién- 
dole responsable  de  su  obstinación. 

Que  se  publique  un  Manifiesto  fundando  estas  resoluciones. 
Que  se  dirija  testimonio  al  Consejo  Militar  de  la  División  de  Vo- 
luntarios Reales,  no  alterándose  la  situación  de  la  División,  siendo 
garantida  del  modo  posible  la  seguridad  que  han  disfrutado  hasta 
ahora  los  habitantes"  (1). 

La  doctrina  que  el  Cabildo  postula  por  boca  de  don  Cristóbal 
Echeverriarza,  revela  en  sus  lincamientos  fundamentales  la  acep- 
tación de  estas  tres  premisas:  1.a:  bajo  el  influjo  de  una  causa 
ocasional,  cual  es  la  divergencia  entre  brasileros  y  portugueses, 
el  Cabildo  se  suplanta  a  las  autoridades  para  velar  por  los  inte- 
reses de  los  pueblos,  seriamente  comprometidos;  2.a:  el  Cabildo 
postula,  en  afirmación  implícita,  pero  no  por  eso  menos  categó- 
rica, que  tanto  Portugal  como  el  Brasil  son  poderes  por  naturaleza 
extrañosa  esta  tierra;  y  3.a:  la  suplantación  del  Cabildo  a  las  de- 
más autoridades  es  sólo  temporaria  y  se  limita  a  atender  los  asun- 
tos de  más  apremio  y  a  ofrecer  al  pueblo  ocasión  de  darse  sus 
autoridades  con  las  facultades  que  considere  necesarias  (2).  La 
doctrina,  así  planteada,  tiene  muchos  puntos  de  contacto  con  las 
construcciones  ideológicas  puramente  abstractas;  pero,  si  a  la 
doctrina  agregamos  como  antecedente  explicativo  los  títulos  que 
Jas  autoridades  que  el  Cabildo  suplantaba  podían  invocar  en  su 
apoyo  y  los  hechos  de  pura  fuerza  en  que  aquellos  títulos  se  asen- 
taban, la  doctrina  del  Cabildo  resulta  inatacable.  "Desde  el  mo- 
mento en  que  el  derecho  haya  sido  lesionado  en  un  individuo,  o 
en  una  nación,  si  el  individuo  o  la  nación  se  suplantan  a  las  au- 
toridades que  no  han  cumplido  con  su  deber  de  justicia  o  que  lo 
han  violado,  entonces  el  que  se  hace  justicia  por  sí  mismo  debe 
ser  considerado  como  sostenedor  del  derecho,  siempre  que,  claro 
está,  su  acción  se  haya  limitado  a  la  necesidad  del  mantenimiento 
del  derecho"  (3).  Sorprende  la  concordancia  de  la  frase  trans- 
cripta — que  bien  puede  servir  para  reflejar  la  solución  estricta- 
mente jurídica  del  caso  planteado —  con  las  normas  que  regularon 
los  procedimientos  del  Cabildo  en  aquella  emergencia.  La  única 
autoridad  que  conserva  algo  de  su  origen  popular,  hallándose 
.avocada  a  la  acefalía  de  los  demás  órganos  de  gobierno  y  te- 


(1)  De-María,  op.  cit. 

(2)  En  cuanto  al  argumento  de  que  disuelto  el  Reino  Unido  de  Por- 
tugal, Brasil  y  Algarves,  y  no  habiendo  las  Cortes  de  Lisboa  aceptado  la 
incorporación,  ésta  era  manifiestamente  viciosa,  su  finalidad  consistía  en 
reforzar  aún  más  los  razonamientos  que  condujeran  a  proclamar  la  necesidad 
de  un  pronunciamiento  de  la  voluntad  popular. 

(3)  "Revue  du  droit  public",  año  1898,  pág.  433.  —  Errera,  "Le  procés 
Sacheverell  et  le  droit  a  la  resistance". 


—  62  — 

niendo  presente  que  éstos  habían  violado  los  principios  elemen- 
tales de  justicia,  resume  en  sí  todos  los  poderes  y  obra  de  manera 
que  la  situación  anormal,  así  creada,  no  se  prolongue  más  que  él 
tiempo  absolutamente  necesario  para  que  el  pueblo  manifieste 
cuál  es  su  voluntad. 

Más  que  la  concordancia  de  la  doctrina  jurídica  con  las  nor- 
mas del  Cabildo,  debe  sorprendernos,  como  cosa  mucho  más  ex- 
traordinaria, la  absoluta  coincidencia  de  la  hipótesis  de  hecho 
— necesariamente  extrema —  que  la  doctrina  toma  como  base  para 
legitimar  su  aplicación,  con  los  hechos  del  proceso  que  estudia- 
mos. Y  es  que  no  caben  dos  opiniones  en  la  apreciación  de  la 
conquista  portuguesa  y  de  las  herejías  jurídicas  y  morales  de  todo 
calibre  que  fueron  el  corolario  y  el  sostén  precario  de  sus  tortuo- 
sos antecedentes. 

II.  Repercusiones  del  movimiento  en  la  campaña.  —  Suceso 
del  Rincón  de  Clara.  —  Circunscripta  en  apariencia  al  recinto  de 
Montevideo,  la  revolución  de  1823  tenía  arraigadas  repercusiones 
fuera  de  los  límites  de  la  ciudad.  El  Cabildo  y  la  Sociedad  de 
Caballeros  Orientales  "habían  extendido  su  influencia  a  la  cam- 
paña, donde  contaban  con  la  de  Otorgues,  Fragata,  Ojeda,  Yupes 
y  Lavalleja"   (1). 

De  más  está  decir  que  ante  la  inminencia  de  ser  atacados  y 
perseguidos  por  las  fuerzas  brasileras  que  estaban  de  guarnición 
en  los  pueblos  inmediatos  o  se  hallaban  diseminadas  por  la  cam- 
paña, la  consigna  de  los  patriotas  que  trataban  de  fomentar  en  el 
interior  del  país  el  espíritu  de  resistencia,  debió  reducirse,  en  estos 
momentos  tan  angustiosos,  a  hacer  obra  de  proselitismo,  a  pro- 
vocar en  lo  posible  la  concentración  de  los  elementos  dispersos, 
pulsando  de  paso  el  ambiente,  lo  que  permitiría  apreciar  la  medida 
y  la  eficacia  de  los  medios  con  que  en  caso  de  necesidad  podría 
contarse.  Protegidos  por  el  disimulo  y  el  sigilo  que  ocultaban  sus 
patrióticos  empeños,  sólo  la  llama  del  entusiasmo  que  en  sus  co- 
razones ardía,  pudo  darles  nuevos  alientos  para  llevar  adelante 
la  ímproba  labor  que  se  les  encomendara.  Los  resultados  se  pal- 
paron muy  pronto.  Hombres  de  prestigio  arraigado  en  el  seno  de 
las  masas  campesinas,  su  palabra  y  la  autoridad  que  les  daban 
antecedentes  honrosos  que  nadie  ignoraba,  hacían  menos  áspera 
la  jornada.  Y  así  fué  que  las  reuniones  se  sucedieron,  y  los  grupos 
fueron  tomando  alguna  homogeneidad  y  consistencia,  y  los  desor- 
denados instintos  de  rebelión  se  fueron  orientando  y  unificando 
gradualmente,  hasta  llegar  a  constituir  un  acuerdo  espiritual  pri- 
mero, una  fuerza  eficiente  después. 


(1)  üe  la  Sota,  manuscrito  citado.  Lavalleja  y  los  demás  patriotas 
prisioneros  en  la  Isla  das  Cobras,  recobraron  su  libertad  poco  después  de  la 
emancipación  del  Brasil. 


—  63  — 

Muchos  meses  antes  de  la  revolución  que  estamos  relatando, 
en  Abril  de  1822,  el  entonces  Coronel  Fructuoso  Rivera,  Jefe  del 
Regimiento  de  Dragones  de  la  Unión,  se  dirigía  a  don  Gabriel 
Antonio  Pereira,  para  decirle:  ''Habiéndome  informado  que  en  los 
campos  de  Meló,  situados  del  otro  lado  del  Río  Negro,  lindando 
con  Juan  Antonio  Martínez,  se  hallan  con  unas  especies  de  barra- 
cas Juan  José  Cabral,  donde  viven  varias  familias  sueltas,  sin 
ocupación  conocida,  siendo  esto  el  alpiste  de  los  gauchos,  que  por 
su  vagatura,  les  acarrea  el  pan  a  los  campos  de  Aho.  Martínez, 
el  vicio  anexo  en  ellos,  es  de  necesidad  el  que  tome  V.  la  provi- 
dencia, de  alejar  semejante  colmena;  en  atención  a  que  mis  tareas 
no  me  permiten  evaquar  esta  diligencia,  pero  creo  firmemente 
hará  V.  todo  lo  posible  sobre  el  particular"  (1). 

El  15  de  Setiembre  de  1822,  el  mismo  Coronel  Rivera,  en 
carta  a  su  inferior  jerárquico  el  Teniente  Coronel  Juan  Antonio 
Lavalleja,  le  expresaba:  "No  puede  figurarse  Ud.  lo  sensible  y 
bochornosa  que  me  ha  sido  una  prevención  que  S.  E.  me  ha  he- 
cho, relativa  a  la  residencia  de  Berdún  en  esas  inmediaciones, 
extrañando  que  Ud.  no  haya  dado  parte  de  su  venida  y  de  los 
planes  que  formaba,  así  como  de  las  invitaciones  que  ha  dirigido 
a  algunos  sujetos;  si  esto  sigue,  puede  contribuir  al  desconcepto 
de  Ud.  y  es  necesario  acordarnos  que  esta  clase  de  sujetos  no  son 
capaces  de  influir  en  la  felicidad  general;  bien  desgraciadamente 
lo  experimentamos  en  nuestra  descabellada  revolución;  el  talento 
de  ellos  está  limitado  a  intrigar  por  sus  fines  particulares,  y  nos- 
otros no  estamos  en  este  caso.  Ud.  remedie  esta  desconfianza 
prendiendo  a  ese  sujeto  si  realmente  se  explica  de  un  modo  gra- 
voso a  la  tranquilidad  pública,  y  si  no  de  cualquier  modo  dé  Ud. 
parte  del  objeto  de  su  venida  y  residencia  en  este  punto,  sin  hacer 
referencia  de  este  mi  aviso,  que  así  le  hará  más  honor  y  quedará 
cubierta  su  responsabilidad"  (2).  En  estas  dos  cartas  se  trasluce 
bien  a  las  claras,  que  la  situación  de  la  campaña  empezaba  a 
despertar  inquietudes  en  los  hombres  adictos  al  régimen  que  go- 
bernaba el  país;  y  en  la  transcripta  en  segundo  término  se  adivina 
que  su  autor,  el  Coronel  Rivera,  debía  tener  datos  bastante  ilus- 
trativos acerca  de  los  trabajos  en  que  Lavalleja  ya  estaba  empe- 
ñado.  Por  el  tono  que  en  ella  domina,  esta  carta  tiene  menos  de 


(1)  Correspondencia  confidencial  y  política  del  Sr.  D.  Gabriel  A.  Pe- 
reira, año  1895. 

(2)  Por  esta  misma  época  don  Juan  Antonio  Lavalleja  estaba  hecho 
cargo  de  las  estancias  de  Zamora,  ias  cuales  administraba  por  cuenta  del 
Estado,  pero  habiéndose  comprometió  i  en  un  proyecto  de  revolución  contra 
la  dominación  brasilera,  fué  perseguido  por  don  Fructuoso  Rivera,  al  servicio 
del  Imperio,  y  tuvo  que  emigrar  a  Entre  Ríos,  pasando  de  allí  a  Buenos  Ai- 
res, donde  estableció  un  saladero.  —  "Memorias  de  Spickerman",  tomadas- 
de  "El  Nacional",  de  19  de  Abril  de  1899  (Biblioteca  Nacional). 


—  64  — 

simple  trasmisión  de  un  encargo  que  de  enérgica  amonestación. 
Para  encomendarle  a  Lavalleja  la  prisión  de  un  sujeto  peligroso, 
no  hubiera  sido  necesario  hacerle  notar  que  si  las  maniobras  de 
Verdún  continuaban,  podrían  "contribuir  a  su  descrédito";  ni  re- 
cordarle que  "esa  clase  de  sujetos  no  son  capaces  de  influir  en  la 
felicidad  general";  menos  aún  aconsejarle  que  no  hiciera  referen- 
cia al  oficio  que  él  le  dirigía,  para  que  quedase  más  a  cubierto 
"su  responsabilidad".  La  conclusión  que  de  esa  misiva  se  deduce, 
es  clara  y  concluyente. 

"  Entretanto  — dice  un  papel  de  la  época —  el  fuego  santo 
de  la  Libertad  circula  por  todas  partes,  y  es  sabido  que  con  es- 
pecialidad sobre  el  Río  Negro  se  han  reunido  o  deben  reunirse 
diferentes  partidas  dispuestas  a  hacer  la  guerra.  Estas,  sin  un 
centro  de  unidad,  es  decir,  sin  un  jefe  a  quien  estén  sujetas,  jamás 
podrán  emprender  algo  de  consideración"  (1). 

Refiere  el  historiador  de  la  Sota,  que  durante  su  estada  en 
Guadalupe  y  San  José,  el  General  Lecor  interceptó  cartas  de  La- 
valleja al  Cabildo  de  Montevideo,  y  de  éste  a  Manuel  Duran  y 
Pedro  Amigo,  "para  que  trabajaran  incesantemente  e  incendiaran 
la  campaña  a  toda  costa,  nombrando  a  Duran  comandante  interino 
hasta  la  llegada  de  Lavalleja"  (2). 

El  mismo  de  la  Sota,  al  hacer  la  crónica  de  estos  sucesos, 
señala  la  emigración  que  entonces  se  operó  de  la  campaña  a  la 
capital,  y  entre  los  primeros  pasados  anota,  entre  otros,  al  Cadete 
Cázeres  y  al  Teniente  Trápani,  del  Regimiento  Dragones  de  Ri- 
vera, y  de  la  escolta  del  Síndico  en  Canelones,  nueve  soldados  y 
un  Teniente  Fernández. 

Abundan  en  el  archivo  del  Juzgado  Letrado  de  San  José  (3) 
pruebas  documentales  del  estado  de  excitación  en  que  la  campaña 
se  hallaba  desde  fines  del  año  1822.  En  circular  oficial  del  25  de 
Noviembre  de  dicho  año,  se  encarga  al  Cabildo  de  San  José  pro- 
ceder al  arresto  "de  cualesquiera  emisarios  o  personas  seductoras 
que  se  presenten  en  los  pueblos  divulgando  noticias  para  inducir 
a  los  vecinos  a  la  rebelión  y  al  desorden,  a  fin  de  darles  aquí  sus 
pasaportes  para  que  salgan  de  nuestro  territorio  y  pasen  a  vivir 
en  otros  estados  cuyo  sistema  político  sea  más  conforme  a  sus 
miras  y  proyectos  revolucionarios"  (4).  En  oficio  del  7  de  Enero 
de  1823,  el  Síndico  exponía  al  Cabildo  de  San  José  que  el  objeto 
de  un  bando  por  aquél  publicado  respecto  de  medidas  reprensivas, 
era  "no  admitir  excepción  de  personas,  mayormente  quando  sean 
pilladas  con  papeles,  correspondencias  y  tratos  con  los  anarquis- 


(1)  El   Cabildo  de   Montevideo  a   don   Manuel   Duran,   1823;  Archivo 
General  Administrativo. 

(2)  Cuadros  históricos   (manuscrito  citado). 

(3)  Actualmente  Archivo  y  Museo  Histórico. 
(4)     Archivo   y   Museo   Histórico. 


—  65  — 

tas  de  Montevideo"  (1). 

"Quedan  declarados  como  sospechosos  los  que  con  el  sem- 
blante honesto  de  pasatiempo  y  con  hipocresía  leyeren  y  propa- 
garen las  noticias  de  los  papeles  incendiarios". .  .  "Que  ninguna 
persona,  sea  de  la  clase  que  fuere,  pueda  transitar  de  pueblo  a 
pueblo  sin  el  seguro  del  pasaporte  dado  por  sus  jueces,  bajo  pena 
de  ser  declarados  sospechosos..."  (2). 

El  Intendente  Duran,  en  nota  de  5  de  Marzo,  recuerda  al  Ca- 
bildo de  San  José,  que  "en  todos  los  pueblos  hay  hombres  que 
de  intento  trabajan  por  perturbar  la  tranquilidad  pública,  proyec- 
tando insurrecciones  y  atacando  la  opinión  con  embustes  y  arbi- 
trios muy  reprobados,  hasta  desalentar  a  no  servir  a  algunos,  y 
a  otros  a  desertarse  para  incitar  a  que  sobrevenga  la  anarquía"; 
y  le  pide  que  "remitiéndolos  presos  se  asegure  el  sosiego  pú- 
blico" (3). 

Con  fecha  22  de  Abril  de  1823,  el  Barón  de  la  Laguna  mandó 
fijar  edictos,  para  los  pueblos  y  villas  de  campaña,  en  que  se  es- 
tableciera que  "nadie  puede  admitir  huésped  alguno  sin  dar  previo 
aviso  al  Alcalde  del  cuartel,  con  expresión  del  objeto  y  motivo  de 
su  viaje,  lugar  de  donde  viene  y  a  dónde  se  dirige"  (4). 

El  Cabildo  de  San  José  recibe  el  28  de  Abril  una  comunicación 
del  Gobernador  Intendente,  en  estos  términos:  "Noticioso  este 
Superior  Gobierno  de  que  en  los  departamentos  de  la  campaña 
hay  esparcidas  muchas  armas  y  municiones,  y  conviniendo  al  so- 
siego público  reunirías,  se  ha  de  servir  V.  E.  librar  las  órdenes 
convenientes  para  que  se  recojan  todas  las  que  no  estén  en  podei 
de  militares  que  se  hallen  en  servicio"   (5). 

En  "El  Nacional"  del  18  de  Marzo  de  1896,  se  publicó  una 
"Recopilación  de  documentos"  (6)  referente  al  sumario  seguido 
contra  don  Manuel  Duran,  Comandante  de  Milicias  de  San  José, 
con  motivo  de  imputársele  haber  tenido  parte  en  la  insurrección 
de  los  patriotas  contra  las  autoridades  imperiales;  y  de  las  dili- 
gencias que  allí  se  transcriben,  resulta  un  nuevo  antecedente  do- 
cumental para  graduar  el  alcance  y  la  entidad  de  la  rebelión  de  h 
campaña  en  los  años  1822  y  1823. 

Interrogado  "el  negro  Gerónimo",  uno  de  los  esclavos  deJ 
procesado,  contestó  que  después  de  haber  llegado  Miguel  Quin- 
teros con  veinte  hombres,  Duran  partió  con  éste,  y  una  vez  en  la 
estancia  del  primero,  del  otro  lado  del  Río  Negro,  se  les  reunieron 
•doce  hombres  más  del  Capitán  Toribio;  que  el  objeto  que  llevaba 

(1)  Archivo  y  Museo  Histórico. 

(2)  Orden  del  Intendente,  del  7  de  Enero  de  1823;  Archivo  y  Museo 
Histórico  (copia). 

(3)  Archivo  y  Museo  Histórico. 

(4)  Archivo  y  Museo  Histórico. 

(5)  Archivo  y  Museo  Histórico. 

(6)  Joaquín  Muñoz  Miranda,  Biblioteca  Nacional. 


—  66  — 

era  reunirse  con  la  gente  incorporada  a  Lavalleja,  y  que  perse- 
guido su  amo  por  las  partidas  de  don  Fructuoso  Rivera,  tomó 
dirección  para  la  estancia  de  Pavón.  Finalmente,  preguntado  el 
deponente  "si  sabe  que  su  amo,  don  Manuel  Duran,  cuando  salió 
de  la  estancia  a  reunir  gente,  contaba  con  alguna  reunida  por  el 
Río  Negro  o  alguna  otra  parte",  y  "si  creía  que  esta  gente  estaba 
al  mando  de  Juan  Antonio  Lavalleja  o  algún  otro,  y  qué  número* 
se  decía  que  tenían",  contestó  que  ignoraba,  que  lo  único  que 
sabía  es  que  "iban  para  el  Uruguay  a  reunirse  con  Lavalleja,  que 
se  decía  contaba  con  4.000  hombres".  A  estas  declaraciones 
agregó  el  mismo  testigo,  "que  del  otro  lado  del  Río  Negro  man- 
daron a  Juan  Estevan  (alias,  "El  Paraguayo")  para  saber  si  es- 
taba Lavalleja  del  otro  lado  del  Uruguay,  y  como  hubiera  traído 
la  noticia  que  no  estaba,  determinaron  volver  a  sus  casas";  y  que 
todos  los  de  la  partida  "iban  armados  con  sable,  pistola  y  cara- 
Dina".  Análogas  respuestas  dio  "el  negro  Antonio",  otro  esclavo 
del  procesado.  Fué  encargado  de  formar  este  proceso  el  Teniente 
Coronel  Bernabé  Sáens,  a  quien  Lecor  se  dirigía  con  ese  objeto, 
encareciéndole  la  celeridad  que  debía  imprimirse  al  diligencia- 
miento  del  proceso  y  haciéndole  notar  la  gravedad  del  motivo  de 
la  insurrección,  dirigida,  según  él  mismo  declaraba,  "a  conmover 
la  campaña"  y  "a  atacar  al  gobierno,  al  ejército,  al  orden  y  a  la 
tranquilidad  pública". 

El  procesado  Duran  se  limitó  a  declarar,  en  Jo  sustancial, 
"que  la  gente  que  se  le  reunió  fué  invocando  el  nombre  de  Patria". 

Interrogado  después  el  sargento  Valdez  — que  fué  quien  tomó 
prisionero  a  Duran —  manifestó  haber  salido  el  día  3  (Abril)  en 
dirección  a  Chamizo,  y  valiéndose  de  una  carta  que  llevaba,  man- 
dada por  don  Fernando  Otorgues,  pudo  dar  con  el  paradero  de 
Duran  después  de  haber  dicho  a  uno  de  sus  peones  que  traía 
particular  encargo  de  don  Fernando  para  su  patrón.  Después  de 
relatar  las  incidencias  de  la  persecución  a  Duran  y  a  su  gente, 
el  sargento  Valdez  declaró  que  entonces  tomó  prisionero  "al  negro; 
Gerónimo",  el  cual  confesó  "que  Duran  había  mandado  gente 
para  Pavón". 

En  nota  del  Gobernador  Intendente,  del  29  de  Abril,  se  da 
cuenta  al  Cabildo  de  San  José  que  Lecor  ha  venido  en  "declarar 
indultados  del  crimen  de  deserción  y  conspiración  a  todos  los 
oficiales,  soldados  de  milicias  y  paisanos  que  por  haberse  pasado 
a  la  Plaza  o  tomado  partido  contra  el  Gobierno  se  hallan  ocultos 
y  prófugos  en  sus  hogares,  con  calidad  de  presentarse  los  que 
hayan  de  gozar  esta  gracia,  a  las  Justicias  de  sus  domicilios." 

La  documentación  que  precede,  procedente  toda  de  funciona- 
rios dependientes  del  Barón  de  la  Laguna,  no  admite  dudas  sobre 
el  verdadero  estado  de  la  campaña  ante  los  sucesos  de  Montevi- 
deo. La  obra  de  Lavalleja  y  demás  agentes  de  la  Sociedad  de 
Caballeros  Orientales,  había  dado  los  resultados  apetecidos,  y  et 


—  67  — 

pronunciamiento  del  Rincón  de  Clara  (1)  era  la  señal  de  que  los 
acontecimientos  se  precipitaban. 

Enterado  Lecor  de  las  proporciones  que  la  conspiración  iba 
adquiriendo,  y  conocedor  de  los  hombres  que  se  movían  en  aquel 
escenario  y  del  influjo  que  en  los  sucesos  podían  ejercer,  no  dudó 
un  momento  en  ordenar  la  prisión  inmediata  de  Lavalleja.  Y  a 
ese  efecto  dispuso  que  el  Coronel  Rivera  se  pusiera  en  campaña 
para  impedir  toda  reunión  hostil  al  orden.  En  consecuencia,  mar- 
charon dos  escuadrones  al  Rincón  de  Clara,  a  deshacer  la  que 
formaba  Lavalleja  y  aprehenderlo.  Rivera  era  compadre  y  antiguo 
compañero  de  armas  de  Lavalleja,  y  probablemente  le  hizo  pre- 
venir de  lo  ordenado,  para  su  gobierno.  En  el  momento  Lavalleja 
se  puso  en  salvo,  marchando  para  el  Uruguay,  cruzándolo  y  refu- 
giándose en  la  otra  margen"  (2). 

En  borrador  de  carta  de  su  puño  y  letra,  el  General  Lavalleja 
se  dirige  a  Rivera  con  fecha  7  de  Agosto  de  1824,  y  entre  otras 
cosas  le  dice:  "...después  de  los  acontecimientos  del  año  22 
tomo  la  pluma  por  primera  vez,  obligado  a  contestar  a  una  res- 
puesta de  V.  dirigida  a  mi  esposa  en  26  de  Octubre  de  1823.  Mi 
esposa  exigía  en  su  solicitud  le  entregase  V.  mis  carretas.  .  .,  que' 
de  mi  propiedad  tomó  V.  en  Clara  quando  fué  a  perseguirme". 
Y  agrega:  "También  dice  V.  que  me  auxilió  con  dinero  a  mi  lle- 
gada del  Janeiro.  Yo  no  sé  cómo  tiene  V.  libertad  para  producirse 
en  esos  términos.  Si  he  de  hablar  a  V.  con  franqueza,  en  obsequio 
a  la  verdad  diré  a  V.  que  quando  vine  de  prisionero  estaba  dis- 
gustadísimo con  V.  por  motivos  que  V.  no  ignora"  (1). 

A  pesar  de  la  afirmación  del  historiador  De-María,  el  tono 
de  este  borrador  parece  revelar  que  las  relaciones  entre  Lavalleja 
y  Rivera  no  habían  tenido  nada  de  cordiales  después  de  los  su-, 
cesos  de  1822,  pues  toda  comunicación  entre  ambos  había  cesado, 
y  la  carta  que  venía  a  interrumpir  este  recíproco  aislamiento,  es- 
taba escrita  en  tono  agresivo  y  dejaba  adivinar  rencores  ma- 
nifiestos. 

Si  la  bien  intencionada  suposición  del  citado  historiador  hu- 


(1)  "Los  patriotas  de  Montevideo  quisieron  probar  sus  solos  esfuerzos; 
muchos  patriotas  hipotecaron  sus  propiedades  para  auxiliar  al  Cabildo  en 
los  gastos  de  la  empresa;  se  acordó  mandar  a  la  campaña  comisionados  a 
diferentes  puntos:  el  comandante  don  Juan  A.  Lavalleja  a  Clara,  don  Gabriel 
Pereira  al  Río  Negro,  don  Francisco  J.  Muñoz  a  Maldonado;  éste  debía  re- 
cibir por  las  costas  de  Maldonado  un  buque  con  armamento  y  municiones 
para  distribuir  entre  la  gente  que  se  reuniese  en  la  campaña,  y  un  Regidor 
del  Cabildo  debía  salir  a  ponerse  a  la  cabeza  del  movimiento.  Pereira  no 
salió;  el  General  Lecor  supo  el  pensamiento,  pues  hizo  prender  y  conducir 
a  su  campamento  a  Muñoz;  mandó  prender  a  Clara,  a  Lavalleja,  que  pudo 
fugar  y  emigrar  por  entre  Ríos  a  Buenos  Aires;  esta  empresa  caducó."  — 
Lorenzo  Justiniano  Pérez,  documento  "Revista  Histórica". 

(2)  De-María,  op.  cit. 

(1)     Papeles  del  General  Lavalleja,  Archivo  y  Museo  Histórico. 


—  68  — 

biera  acaecido  realmente,  no  tendrían  explicación  ni  el  retrai- 
miento en  que  Lavalleja  se  encerró  después  del  suceso  de  Clara, 
respecto  de  su  ex  compañero  y  compadre,  ni  los  términos  duros 
del  borrador  transcripto. 

Nunca  se  encarecerá  bastante  la  virtud,  el  desinterés  y  la 
abnegación  que  las  inciertas  tentativas  de  rebelión  aquí  señaladas, 
debieron  exigir  en  los  encargados  de  llevarlas  a  término;  y  deci- 
mos que  nunca  se  encarecerá  bastante  estos  empeños  de  estu- 
pendo desinterés,  casi  siempre  destinados  a  perecer  en  la  obscuri- 
dad de  sus  comienzos,  porque  ellos  representan  la  base  angular 
de  todo  propósito  de  transformación,  y  en  ellos  se  concreta,  en  él 
gran  proceso  de  evolución  y  revolución  que  estudiamos,  el  verda- 
dero y  auténtico  punto  de  partida  de  los  esfuerzos  que  después 
tendrán  en  la  cruzada  de  los  33  la  síntesis  de  su  primera  etapa, 
y  por  sucesivas  aportaciones  culminarán  en  el  hecho  sorprendente 
de  nuestra  independencia. 

El  espíritu  de  resistencia  a  la  conquista,  que  no  había  muerto 
pero  que  había  perdido  la  capacidad  de  iniciativa,  recibe  de  los 
emisarios  de  Montevideo  el  primer  impulso  para  la  nueva  empresa. 

Renuévanse  los  votos  de  otros  días;  los  eternos  héroes  de 
todas  nuestras  cruzadas  se  disponen  de  nuevo  al  sacrificio;  las 
esperanzas,  las  tantas  veces  defraudadas  esperanzas  de  libertad, 
renacen.    "Es  la  voz  de  la  patria,  pide  gloria". 

III.  Los  Caballeros  Orientales.  —  La  Sociedad  de  Caballeros 
Orientales,  cuyo  rol  en  los  sucesos  del  año  23  es  bien  preponde- 
rante, había  sido  fundada  en  Montevideo  por  el  año  1819,  según 
todas  las  probabilidades;  y  si  nos  atenemos  a  la  palabra  autori- 
zada del  historiador  de  la  Sota  (1),  la  iniciativa  de  su  estableci- 
miento correspondió  a  don  Juan  Zufriategui. 

Don  Lorenzo  Justiniano  Pérez,  en  la  exposición  tantas  veces 
citada  (2),  expresa  sobre  este  particular:  "Como  los  orientales 
no  gustaban  de  la  dominación  portuguesa  (alude  al  período  com- 
prendido entre  los  años  1817  y  1819),  se  formó  una  sociedad  se- 
creta cuyo  voto  era  trabajar  con  todo  su  saber  y  su  fortuna  para 
expulsar  a  los  portugueses  del  país;  esta  sociedad  trabajó  mucho, 
y  mucho  ha  contribuido  para  la  expulsión  de  los  extranjeros.  En 
ella  estaban  todos  los  patriotas  de  viso  que  residían  en  Monte- 
video; la  sociedad  tenía  su  archivo,  que  encierra  documentos  muy 
importantes  para  la  historia  de  nuestro  país;  todo  estaba  en  una 
caja  de  lata  depositada  en  poder  del  finado  don  Manuel  Vidal; 
temo  que  se  haya  extraviado." 

Bastante  generalizada  es  la  versión  que  atribuye  decisiva  in- 
fluencia en  la  creación  de  la  Sociedad  de  Caballeros  Orientales,  a 


(1)  Manuscrito  citado. 

(2)  Revista  Histórico. 


—  69  — 

las  insinuaciones  del  General  Carlos  María  de  Alvear,  durante  su 
estada  en  Montevideo,  desde  1819  en  adelante  (1).  Contribuyen 
a  dar  consistencia  a  esta  versión,  dos  oficios  del  Síndico  García 
de  Zúñiga,  que  en  la  parte  pertinente  se  transcriben  a  continua- 
ción: "Acabo  de  saber  por  conductos  confidenciales  de  toda  cre- 
dibilidad, que  el  jefe  de  la  facción  de  anarquistas  de  Montevideo, 
es  don  Carlos  Alvear,  que  desde  Buenos  Aires  expide  sus  instruc- 
ciones a  sus  agentes  en  Montevideo  para  precipitar  este  país  en 
todos  los  desórdenes  pasados..."  (28  de  Noviembre  de  1822). 
El  segundo  oficio,  del  19  de  Diciembre  siguiente,  relata  los  hechos 
que  en  esos  momentos  tienen  por  teatro  a  Montevideo,  y  termina: 
'Todo  esto,  Excmos.  Sres.  (del  Cabildo  de  San  José),  se  ha  tra- 
tado en  el  Cabildo  de  Montevideo,  seducido  por  la  facción  de  don 
Carlos  Alvear.  .  ."  (2). 

Es  indudable  que  los  "Caballeros  Orientales",,  desde  la  fun- 
dación de  la  sociedad  hasta  fines  del  año  1822,  obraron  con  abso- 
luta reserva  y  debieron  adoptar  para  el  gobierno  de  sus  actos  y 
deliberaciones,  las  normas  de  las  sociedades  secretas,  entonces 
tan  en  boga  (3).  Lo  cierto  es  que  su  existencia  no  trascendió  ni 
se  hizo  pública,  hasta  que  la  emancipación  del  Brasil  contribuyó 
a  que  los  acontecimientos  se  precipitasen  y  a  que  las  expectativas 
se  hiciesen  ostensibles.  "Fué  entonces  pronunciada  y  pública  la 
opinión  del  General  argentino  que  se  hallaba  consignado  en  Mon- 
tevideo, don  Carlos  María  de  Alvear  (natural  de  las  Misiones  del 
Uruguay),  la  de  los  señores  don  Santiago  y  don  Ventura  Vázquez, 
don  Manuel  y  don  Ignacio  Oribe  y  don  Juan  Benito  Blanco,  orien- 
tales, la  de  don  Francisco  Aguilar,  canario,  la  de  don  Antonia 
Díaz  y  don  Prudencio  Murguiondo,  españoles,  y  la  de  don  Tomás 
Uriarte,  siendo  éste  y  don  Ventura  Vázquez  los  que  iban  y  venían 
de  Buenos  Aires  para  la  combinación  de  los  planes  de  la  sociedad 
de  orientales"  (4). 

De  progreso  en  progreso,  la  sociedad  fué  tomando  verdadero 
incremento,  pues  el  número  de  sus  afiliados,  a  estar  a  las  indica- 
ciones de  De  la  Sota,  llegó  en  poco  tiempo  a  doscientos,  "los  más 
de  ellos  pudientes,  gran  parte  de  extranjeros,  ingleses,  españoles 
y  franceses". 

Es  manifiesta  la  unidad  de  miras  que  ligaba  al  Cabildo  de 


(1)  Don  Santiago  Vázquez,  en  sus  apuntes  biográficos  del  Coronel 
Ventura  Vázquez,  dice  que  éste  llegó  a  Montevideo  por  Abril  de  1818,  y  que 
también  vinieron  a  la  Ciudad  en  esa  época  "el  General  Alvear  y  muchos 
otros  de  los  proscriptos"  de  la  administración  de  Pueyrredón. 

(2)  Archivo  y  Museo  Histórico. 

(3)  En  ese  sentido,  Alcides  Ciuz,  "Epitome  da  guerra  entre  o  Brazií 
e  as  provincias  unidas  do  Rio  da  Prata". 

(4)  De  la  Sota,  manuscrito  citado.  En  los  citados  apuntes  biográficos 
sobre  el  Coronel  D.  Ventura  Vázquez,  "se  refiere  que  éste  se  unió  a  los 
patriotas  que  en  1823  actuaban  en  Montevideo"  y  sirvió  varias  comisiones, 
cerca  del  Sr.  Rivadavia. 


—  70  — 

Montevideo  con  la  Sociedad  de  Caballeros  Orientales;  pero  es  in- 
dudable que  ésta  precede  a  aquél  en  la  gestación  del  movimiento 
que  ambos  consumarían  después. 

"Los  anarquistas  han  conseguido  extraviar  y  entrar  en  sus 
iniquos  planes  a  algunos  de  los  miembros  del  Cabildo  de  Monte- 
video, y  les  influyeron  la  idea  de  que  aquel  Ayuntamiento  es  una 
-autoridad  soberana  a  que  deben  obedecer  ciegamente  todos  los 
demás  Cabildos  y  Pueblos  del  Estado.  No  fué  menester  más  para 
trastornar  las  cabezas  de  algunos  ignorantes  exaltados  que  existen 
én  el  seno  de  aquella  corporación,  y  desde  entonces  se  han  visto 
en  aquel  Cabildo  sesiones  y  acuerdos  frecuentes  para  despojar 
del  Gobierno  al  honrado  y  benemérito  compatriota  don  Juan  José 
Duran"  (1). 

En  el  propio  oficio  se  declara  que  el  Cabildo  de  Montevideo 
ha  sido  "seducido  por  la  facción  de  D.  Carlos  Alvear".  Otra  cir- 
cular de  fecha  próxima,  que  pertenece  al  mismo  García  de  Zúñiga, 
alude  a  "una  pequeña  facción  de  anarquistas  de  Montevideo,  que 
trabaja  sin  cesar  sobre  la  buena  fe  de  los  crédulos  y  los  incautos, 
para  sumir  este  Estado  en  todos  los  desórdenes  de  la  pasada 
anarquía"  (2). 

De  la  Sota,  al  hacer  referencia  al  hecho  que  a  su  juicio  marca 
el  punto  de  partida  de  la  influencia  efectiva  de  la  Sociedad  tí3 
Caballeros  Orientales  sobre  el  Cabildo,  dice  que  la  sociedad  pudo 
influir  en  el  Cabildo  de  Montevideo  y  hacer  que  los  señores  don 
Cristóbal  de  Echeverriarza,  don  Gabriel  Pereira  y  don  Agustín 
Aldecoa,  escribiesen  un  papel  contra  la  conducta  de  Lecor,  que 
publicado  por  la  prensa  fué  delatado  por  algunos  al  Intendente 
don  Juan  José  Duran  como  anárquico  y  capaz  de  comprometei 
ía  seguridad  del  pueblo.  Puesto  en  conocimiento  de  Lecor,  pidió 
al  Cabildo  explicase  el  concepto  y  sentido  de  sus  expresiones 
El  Cabildo  se  negó  a  hacerlo,  pues  ya  se  hallaba  dispuesto  a  sa- 
cudir la  dominación  extranjera. 

Puede  tener  importancia  el  destacar  la  precedencia  de  los 
"Caballeros  Orientales"  respecto  al  Cabildo,  en  la  elaboración 
efectiva  del  movimiento  de  1823.  Y  decimos  que  esto  puede  tener 
importancia,  porque  constatado  aquel  extremo,  se  acredita  a  la 
vez  que  la  revolución  no  era  sólo  la  decisión  personal  y  arbitraria 
de  cuatro  o  cinco  personas,  que  encontrándose  colocadas  en  los 
altos  destinos  oficiales,  aprovechaban  de  esta  situación  transitoria, 
y  por  sí  y  ante  sí  lanzaban  a  los  azares  del  incierto  destino  que 
la  voluntad  popular  le  reservase,  el  proyecto  de  una  revolución; 
sino  que  el  pronunciamiento  de  1823  se  había  gestado  laboriosa- 
mente en  el  seno  del  pueblo  y  como  decisión  del  pueblo  se  exte- 
riorizaba, y  como  decisión  del  pueblo  penetraba  en  las  casas  con- 


(1)  Oficio  del   Síndico  al  Cabildo  de  San  José,   19  Diciembre,   1822; 
Archivo  y  i»iuseo  Histórico. 

(2)  Archivo  y  Museo  Histórico. 


—  71  — 

sistoriales  y  empleaba  en  la  consecución  de  sus  altas  miras  el 
influjo  y  la  autoridad  de  las  investiduras. 

Como  medio  de  mayor  difusión  de  la  tendencia  que  repre- 
sentaba, la  Sociedad  de  Caballeros  Orientales  tuvo  sus  órganos 
de  publicidad,  que  agitaron  aún  más  el  ambiente. 

Inicióse  la  campaña  periodística  con  "La  Aurora",  dirigida 
por  el  General  don  Antonio  Díaz.  He  aquí  parte  de  un  suelto 
denominado  "Espíritu  público": 

"  El  de  la  independencia  es  el  único  que  anima  a  todo  el 
vecindario  de  la  provincia.  En  esta  Capital  y  sus  inmediaciones, 
a  donde  no  alcanza  el  influjo  del  despotismo  imperial,  se  ha  pro- 
nunciado con  una  rapidez  y  generalidad  asombrosa,  y  la  multitud 
de  impresos  que  han  circulado  sin  contradicción  es  una  de  las 
pruebas  de  aquel  aserto.  Todos  los  habitantes  aman  la  libertad, 
la  desean  y  aparecen  dispuestos  a  consagrarle  los  sacrificios  que 
ella  exija.  Esta  disposición  a  sacudir  el  vergonzoso  yugo  qué 
nuevamente  ha  querido  imponérseles  no  es  ciertamente  nacida  de 
las  circunstancias,  ni  es  hija  de  instigaciones  que  hubieran  podido 
hacer  los  agentes  de  una  innovación.  Este  es  el  sentimiento  de  la 
libertad,  que  está  identificado  en  el  corazón  de  todos  los  ameri- 
canos y  españoles,  cuyos  derechos  conocen  los  unos,  y  cuyos 
intereses  no  desconocen  los  otros.  Es  un  fuego  que  virtualmente 
alimentaban  en  el  seno  mismo  de  la  opresión,  dispuesto  a  infla- 
marse con  el  menor  soplo  que  lo  agitase.  Que  este  fuego,  se  con- 
centre en  un  solo  cuerpo,  que  presida  a  sus  destinos  es  el  objeto 
de  sus  anhelos.  Este  astro  luminoso  aparecerá  sin  duda,  orien- 
tales. La  aurora  le  precede  y  el  sol  se  levantará  sobre  un  hori- 
zonte que  nunca  más  vuelva  a  obscurecerse"   (1). 

Siguió  a  "La  Aurora",  "El  Pampero",  aparecido  el  19  de  Di- 
ciembre de  1822,  bajo  la  dirección  de  don  Santiago  Vázquez,  don 
Antonio  Díaz  y  don  Juan  Francisco  Giró.  En  su  número  inicial, 
haciendo  el  elogio  del  viento  Pampero,  que  limpia  la  atmósfera  y 
despeja  el  horizonte,  decía:  "A  su  aspecto  huyen  aterrados  los 
vientos  calientes  del  norte  que  abrasan  nuestras  nieves,  que  este- 
rilizan nuestros  campos,  que  aniquilan  nuestra  hacienda,  y  si  al- 
guna vez,  osados,  se  atreven  a  disputarle  el  puesto,  sañudo  y 
-terrible,  como  la  ira  del  Júpiter,  los  arrastra  en  su  furia  hasta  el 
Trópico,  y  va  a  ocultarse  en  sus  montañas.  Enseñoreándose  en- 
tonces de  la  vasta  superficie  de  su  imperio,  su  soplo  vivificante 
reanima  la  naturaleza  lánguida  y  marchita  con  el  aliento  abrasador 
de  la  zona  tórrida,  disipa  los  densos  nubarrones  que  cubrían  el 
sol,  despeja  el  horizonte,  y  haciendo  sentir  su  influjo  aún  en  el 
corazón  del  hombre,  el  alma  se  desplega  a  ideas  grandes,  el  espí- 
ritu se  ensancha,  y  la  razón,  antes  aletargada,  recobra  su  primer 
^igor.    ¿Habrá  alguno  que  desconozca  las  virtudes  del  Pampero? 


(1)     "La  Aurora",  núm.  1,  21  de  Abril  de  1822,  Biblioteca  Nacional. 


—  72  — 

¿Hay  alguno  que  no  lo  desee?  Creemos  que  no.  En  estos  últimos 
días,  particularmente,  en  que  la  lluvia,  la  cerrazón  y  la  pesadez 
han  sido  tan  constantes  como  poco  comunes,  todos  han  manifes- 
tado su  ansiedad  (y  nosotros  también)  por  un  "Pampero",  y  no 
se  oía  decir  sino:  ya  aclara,  ya  tenemos  "Pampero".  . .;  y  agre- 
gaba: "Pues  bien,  montevideanos,  y  vosotros  habitantes  todos  de 
la  margen  izquierda  del  río,  no  desmayéis.  Los  editores  de  "El 
Pampero"  os  anuncian  uno  fuerte,  impetuoso,  irresistible:  desde 
la  elevación  de  nuestro  observatorio  vemos  hacia  la  parte  occi- 
dental irse  levantando  los  negros  celajes,  que  ofuscaban  el  hori- 
zonte, y  que  entre  la  claridad  que  dejan  descubrimos  en  la  orilla 
opuesta  un  pueblo  moderno,  sin  duda,  entre  los  otros  pueblos^ 
pero  antiguo  y  grande  por  la  importancia  y  solidez  de  sus  insti- 
tuciones, gozando  ya  de  un  cielo  puro,  respirando  un  aire  salu- 
dable, y  robusteciéndose  bajo  los  benignos  influjos  de  un  Pam- 
pero. Ya  lo  sentimos  acercarse  bramando  hacia  nuestras  playas, 
y  cuando  haya  llegado,  la  espesa  niebla  que  pesa  sobre  nuestras 
cabezas  se  dispersará  como  el  humo.  El  sol  radiante  del  Río  de 
la  Plata  brillará  entonces  en  toda  su  magnificencia,  y  restablecido 
el  tono  en  nuestras  fibras  relajadas,  entonaremos  himnos  al  Pam- 
pero. .  . 

Aquí  llegaba  este  artículo  cuando  se  nos  avisa  que  la  armada 
imperial  se  hace  a  la  vela  para  abandonar  nuestras  costas.  Este 
es  el  prodigio  del  primer  Pampero.  Ni  allá  llegue  ni  acá  vuelvar 
dijo  un  chusco  que  oyó  la  noticia,  y  otro  que  lo  oía  respondió: 
Amén"   (1). 

IV.  Las  resoluciones  del  Cabildo.  —  Suspendida  por  el  Ca- 
bildo la  convocatoria  de  la  Asamblea  propuesta  en  la  sesión  del 
16  de  Diciembre,  en  virtud  de  que  el  Consejo  Militar  — sin  per- 
juicio de  aceptar  lo  acordado  por  el  Cabildo —  creyó  conveniente 
aguardar  órdenes  de  su  monarca,  los  capitulares,  en  sesión  deF 
24  de  Diciembre,  acordaron  suspender  aquel  llamamiento,  "que- 
dando no  obstante  desconocida  la  autoridad  del  Barón  de  la  La- 
guna" (2).  "Pero,  en  cambio,  resolvió  el  Cabildo  restaurar  otra 
hermosa  tradición  artiguista:  la  elección  de  capitulares  por  el 
pueblo,  que  ya  había  caído  totalmente  en  desuso,  porque  así  con- 
venía a  los  intereses  de  la  conquista  portuguesa"  (3).  Y  reunida 
al  efecto  la  corporación  el  31  de  Diciembre  de  1822,  previa  con- 
sideración "del  interés  y  conveniencia  de  que  la  Corporación  re- 
vista toda  la  legitimidad  y  facultades  que  las  circunstancias  exi- 
gen; de  manera  que  ni  la  malicia  pueda  atribuir  el  nombramiento^ 
a  intereses  particulares,  ni  la  falta  de  confianza  y  autoridad  en- 
torpezca o  evite  las  resoluciones  que  demanden  los  votos  e  inte-- 


(1)  "El  Pampero",  Museo  Mitre,  Buenos  Aires. 

(2)  De-María,  op.  cit. 

(3)  Acevedo,  op.  cit. 


—  73  — 

reses  del  pueblo",  "acordó  unánimemente  que  el  Cabildo  para  el 
año  entrante,  1823,  sea  nombrado  popularmente,  y  que  al  efecto 
se  pasen  hoy  mismo  las  circulares  e  instrucciones  correspondientes 
a  los  alcaldes  principales  de  los  cuatro  cuarteles  en  que  está  di- 
vidida esta  ciudad",  para  que  "citen  a  los  vecinos  de  sus  respec- 
tivos distritos",  "encargándoles  (a  los  alcaldes)  recomienden  la 
asistencia  y  adviertan  que  el  objeto  de  la  convocación  es  el  nom- 
bramiento de  electores  para  la  elección  del  Cabildo"  (1).  Al  día 
siguiente,  el  1.°  de  Enero  de  1823,  se  verifica,  en  primer  término, 
la  elección  directa  del  Cuerpo  de  Electores;  y  reunidos  el  mismo 
día,  son  éstas  las  consideraciones  que  preceden  a  la  elección  de 
que  están  encargados:  "En  este  estado,  penetrado  el  Cuerpo  Elec- 
toral de  los  deberes  que  lo  ligan  a  sus  comitentes,  de  la  impor- 
tancia y  gravedad  de  organizar  una  representación  acomodada  a 
los  votos  y  confianza  pública,  revestida  de  la  extensión  del  poder 
y  facultades  que  demandan  las  extraordinarias  circunstancias  del 
día,  agregándose  la  consideración  de  ser  la  única  autoridad  des- 
tinada a  promover  y  velar  sus  destinos  e  intereses  del  pueblo, 
acordó  que  se  procediese  a  recibir  y  asentar  los  votos  de  los 
electores.  Electos  los  componentes  del  nuevo  Cabildo,  se  expresa 
que:  queda  refundida  la  autoridad  de  representantes  y  capitulares 
para  el  presente  año,  con  cuantas  atribuciones  y  facultades  sean 
necesarias  para  el  más  amplio  ejercicio  de  sus  funciones". (2). 

Como  se  ve,  se  iba  trasladando,  poco  a  poco,  pero  fielmente, 
a  los  hechos,  las  premisas  del  programa  de  Echeverriarza;  y  con- 
tando ya  con  el  pronunciamiento  efectivo  de  la  opinión,  se  avan- 
zaba más  en  el  terreno  de  las  afirmaciones  y  se  declaraba  rotun- 
damente que  el  Cabildo  a  nombrarse  sería  la  única  autoridad  des- 
tinada a  promover  y  velar  los  destinos  e  intereses  del  pueblo. 

Entretanto,  y  con  fecha  anterior  a  los  hechos  últimamente 
relatados,  el  26  de  Diciembre  de  1822,  un  núcleo  representativo 
de  vecinos  de  Montevideo,  había  dirigido  al  Gobernador  de  Santa 
Fe,  don  Estanislao  López,  la  siguiente  representación:  "Una  por- 
ción de  vecinos  respetables  del  pueblo  patriota  de  Montevideo  y 
su  campaña,  animados  por  el  sentimiento  de  su  libertad  e  inspi- 
rados por  el  amor  a  su  país,  despreciando  los  riesgos  y  compro- 
misos en  que  los  coloca  su  situación,  eleva  ante  V.  E.  la  voz  cla- 
morosa de  la  Patria,  e  implora  de  la  generosidad  de  sus  hermanos 
los  santafecinos  su  poder  y  auxilio  para  la  salvación  de  la  tierra, 
que  no  pueden  esperar  de  sus  propios  esfuerzos.  El  momento  ha 
llegado,  Excmo.  señor,  de  dar  la  libertad  a  la  Banda  Oriental  y 
arrojar  de  nuestro  suelo  un  enemigo  que  sólo  puede  ocuparlo  a  la 
sombra  de  nuestras  disenciones.  El  a  su  vez  empieza  a  sentir  los" 
elementos  de  la  discordia  que  la  razón  ya  sofocó  entre  nosotros, 
y  dándonos  en  su  confusión  un  auxilio  poderoso,  nos  ofrece  un 


(1)  De-María,  op.  cit. 

(2)  De-María,  op.  cit. 


—  74  — 

rtriunfo  fácil  y  un  vasto  campo  de  gloria  al  esfuerzo  y  patriotismo 
de  nuestros  hermanos.  La  Provincia  no  cuenta  hoy  más  enemigos 
que  un  número  inconsiderable  de  continentales  que  colocados  en 
medio  de  una  población  guerrera  que  arde  en  deseos  de  vengar 
los  ultrajes  de  su  honra  y  el  saqueo  de  sus  propiedades,  mantienen 
insolentes  los  principios  de  dominación  que  no  quieren  para  sí,  y 
sería  fácil  fuera  del  brío  y  denuedo  de  estos  habitantes,  si  contasen 
con  una  fuerza  exterior  de  las  Provincias  hermanas  que  sirvieran 
de  centro  de  reunión  y  apoyasen  sus  esfuerzos  aislados. 

La  división  europea  de  Voluntarios  Reales  aspira  sólo  a  re- 
gresar a  Europa,  se  mantiene  en  una  completa  separación  de  la 
tropa  en  el  continente,  y  no  teniendo  interés  en  conservar  el  país, 
lejos  de  mezclarse  con  la  guerra  que  suscitare  la  insurrección, 
vería  con  placer  secreto  excitados  nuestros  esfuerzos  en  arrancar 
la  tierra  a  la  dominación  de  un  enemigo  que  nuestros  intereses 
hacen  común.  ¡Un  cuerpo  de  quinientos  hombres  que  atravesaren 
el  Uruguay,  sería  más  que  suficiente  para  realizar  nuestras  espe- 
ranzas! La  noticia  de  hallarse  en  nuestra  banda,  sería  la  señal 
de  una  insurrección  general  que  distrayendo  por  todas  partes  la 
atención  de  nuestros  enemigos,  apoyaría  los  movimientos  parcia- 
les de  la  población. 

La  Banda  Oriental  en  masa  saldría  al  encuentro  de  sus  liber- 
tadores; y  reproduciendo  unidos  las  épocas  de  nuestras  primeras 
glorias,  libertaremos  nuestro  suelo  del  peso  de  una  dominación 
que  le  desagrada.  Este  es  el  voto  de  los  habitantes  todos  de  la 
Banda  Oriental,  y  si  la  circunspección  y  secreto  con  que  es  preciso 
proceder  en  tan  delicadas  circunstancias  no  lo  hicieren  inverifi- 
cable,  mil  firmas  suscribirían  esta  representación. 

Los  que  suscribimos  no  tenemos  carácter  alguno  público  o 
representativo,  pero  constituímos  una  parte  respetable  del  pueblo 
patriota  de  Montevideo  y  su  campaña;  estamos  estrechamente 
unidos  y  relacionados  por  intereses,  parentesco  y  opiniones  con 
los  hombres  de  más  crédito,  influjo  y  consideración  en  todos  los 
puntos  de  la  Provincia;  estamos  conformes  en  los  principios  como 
en  los  medios  de  la  ejecución,  y  nuestra  voz  puede  considerarse 
como  el  eco  de  la  parte  sana  de  la  Banda  Oriental. 

Bajo  este  mismo  concepto  hemos  elevado  antes  de  ahora 
igual  solicitud  al  Gobierno  de  Buenos  Aires,  considerándolo  no 
solamente  ligado  en  principios  e  intereses  con  los  Gobiernos  de 
Santa  Fe,  Corrientes  y  Entre  Ríos,  sino  también  autorizado  exclu- 
sivamente por  las  tres  Provincias  para  negociar  y  emprender  con- 
tra la  usurpación  de  este  territorio;  nosotros  no  podemos  menos 
que  lisonjearnos  del  resultado  de  nuestra  solicitud,  pues  que  aquel 
Gobierno  no  sólo  está  dispuesto  a  auxiliarnos,  sino  que  prepara 
los  medios  de  hacerlo  con  dignidad  y  eficacia.  Pero,  como  la  for- 
malidad y  circunscripción  con  que  quiere  proceder  puede  dar 
Jugar  a  malograr  los  mejores  momentos  quizás  para  siempre,  he- 


—  75  — 

irnos  considerado  conveniente,  sin  embargo  de  la  confianza  que 
•igualmente  ambos  Gobiernos  nos  inspiran,  dirigir  a  V.  E.  nuestros 
clamores  a  nombre  de  la  Patria,  cuya  sagrada  voz  invocamos, 
para  que  ya  sea  de  acuerdo  con  las  demás  provincias,  ya  por  sí 
sola,  interponga  en  nuestro  favor  su  brazo  poderoso,  prestándonos 
el  auxilio  que  hemos  solicitado,  Si,  como  no  puede  dudarse,  la 
fortuna  corona  nuestros  esfuerzos,  el  Gobierno  que  la  Provincia 
libre  se  dé  se  hará  un  deber  sagrado  de  reconocer  la  deuda,  y 
satisfaciendo  los  gastos  que  ocasione  a  ese  Gobierno  la  expedición 
y  socorros  que  facilite,  y  la  decisión  de  los  santafecinos,  fijará  en 
la  gratitud  de  los  orientales  un  monumento  indestructible  con  el 
glorioso  renombre  de  libertadores. 

Si  V.  E.  acoge  benigno  nuestros  votos,  don  Domingo  Cúllen, 
encargado  de  presentar  a  V.  E.  esta  comunicación,  lo  está  también 
para  hacer  a  V.  E.  las  explicaciones  que  considere  necesarias  al 
efecto . 

Su  capacidad  y  el  conocimiento  exacto  que  tiene  de  nuestra 
situación,  servirá  poderosamente  para  allanar  las  dificultades  que 
puedan  ofrecerse.  El  ampliará  nuestros  conceptos  e  instruirá  a 
V.  E.  de  todo  cuanto  sea  conducente  a  facilitar  la  empresa.  Díg- 
nese V.  E.  creerlo  y  nuestra  suerte  está  asegurada.  El  pueblo 
bravo  de  Santa  Fe  no  desatenderá  nuestros  clamores  y  velando 
en  nuestro  auxilio  nos  dará  en  la  guerra  el  ejemplo  que  nos  da  en 
la  paz  en  sus  instituciones.  —  Montevideo,  26  de  Diciembre  de 
1822.  —  Juan  Francisco  Giró,  Daniel  Vidal,  Manuel  Vidal,  José 
M.  Platero,  Gregorio  Pérez,  Manuel  Oribe,  Ramón  Castrez,  Pablo 
2ufriategui,  Ramón  de  Acha,  Silvestre  Blanco,  Francisco  Araucho, 
Antonio  de  Chopitea,  José  Félix  Zubillaga,  Francisco  Aguilar,  Ga- 
briel A.  Pereira,  Atanasio  Aguirre,  Pablo  Antonio  Nieto,  Pedro 
Lenguas,  Lorenzo  J.  Pérez,  Francisco  Solano  Antuña,  Juan  Benito 
Blanco,  Roque  Graceras,  Luis  Eduardo  Pérez,  Francisco  Lecocq, 
Juan  Zufriategui,  Santiago  Vázquez,  Antonio  Acuña,  Gregorio  Le- 
cocq, D.  F.  Benavente,  León  J.  Ellauri,  Agustín  de  Aldecoa,  Rafael 
Sánchez  Molina.  —  Excmo.  Sr.  D.  Estanislao  López,  Gobernador 
de  Santa  Fe." 

La  representación  transcripta  fué  conducida  a  su  destino  por 
don  Domingo  Cúllen,  quien  a  su  llegada  a  Santa  Fe,  a  fines  de 
Diciembre,  "entablaba  negociaciones  con  el  Gobernador  López 
para  decidirlo  a  prestar  los  auxilios  necesarios  a  empresa  tan 
gloriosa"  (1). 

Invocando  también  la  representación  de  un  núcleo  respetable 
de  la  población  de  Montevideo,  el  Coronel  argentino  don  Tomás 
Iriarte  llegaba  a  la  sazón  a  Buenos  Aires  con  análogo  objeto;  y, 
no  obstante  la  buena  acogida  que  Rivadavia  le  dispensó,  no  dejó 
éste  de  oponer  reparos  a  la  representación  del  emisario  y  a  las 


(1)     Lasaga,  Historia  de  López. 


—  76  — 

facultades  con  que  sus  comitentes  actuaban.  La  respuesta  de  Ri- 
vadavia  se  redujo,  en  sustancia,  a  manifestar  "que  el  General  Ro- 
dríguez esta6a  dispuesto  a  prestar  a  sus  hermanos  todos  los  auxi- 
lios necesarios,  siempre  que  se  instalase  en  Montevideo  una  au- 
toridad que  representase  la  opinión  del  pueblo  de  aquella  provin- 
cia, porque  era  absolutamente  imprescindible  entenderse  con  una 
autoridad  responsable  en  todos  sus  actos  públicos  para  que  los 
compromisos  que  habían  de  contraerse  no  gravitasen  única  y  ex- 
clusivamente sobre  el  Gobierno  de  Buenos  Aires,  si  los  resultados 
eran  adversos"  (1). 

Aludiendo  a  la  misión  preliminar  ante  el  Gobierno  de  Buenos 
Aires,  dice  de  la  Sota:  "Era  bien  notorio  que  los  pueblos  orientales 
sentían  en  silencio  el  modo  con  que  se  les  gobernaba,  sin  consi- 
deración a  los  pactos,  privados  de  las  formas  constitucionales  y 
de  las  garantías  de  la  Carta  Constitucional  del  Brasil,  que  habían 
jurado".  Pero,  como  habían  jurado  y  proclamado  su  incorpora- 
ción al  Brasil,  Buenos  Aires  contestó  que  "no  podía,  sin  compro- 
meterse, auxiliar  invasiones  contra  el  Estado  Cisplatino,  pero  ase- 
guraba que  en  cualquier  época  que  la  Banda  Oriental  se  pronun- 
ciase de  un  modo  solemne  contra  la  incorporación  al  Imperio, 
Buenos  Aires  y  todas  las  Provincias  Unidas  auxiliarían  con  tropas 
y  dinero  a  las  dichas  provincias". 

Impuesto  Santiago  Vázquez  (Diputado  en  Buenos  Aires  del 
Cabildo),  "promovió  la  reunión  de  todos  los  "Caballeros  Orien- 
tales" residentes  en  la  Capital  de  las  Provincias  Unidas.  "En  ella 
hizo  sentir  que  la  Banda  Oriental  se  pronunciaría  contra  el  Impe- 
rio, tan  luego  como  en  ella  se  viera  cualquier  punto  de  apoyo:  pues 
que  habiéndoles  faltado  a  las  bases  de  incorporación  y  no  habién- 
dose establecido  el  sistema  constitucional,  los  pueblos  se  hallaban 
gobernados  militarmente,  y  a  más,  el  Cabildo  de  Montevideo  había 
pedido  el  absolutismo  para  la  Provincia;  que  el  espíritu  público 
se  hallaba  en  plena  efervescencia  y  una  sola  chispa  produciría  el 
incendio  en  ella."  Sin  embargo,  el  resultado  de  las  misiones  pre- 
liminares a  Buenos  Aires  y  Santa  Fe,  quedó  en  suspenso. 

En  tales  circunstancias,  el  nuevo  Cabildo  de  Montevideo  pro- 
cura remover  estos  primeros  obstáculos,  mediante  el  envío  a  Bue- 
nos Aires  y  a  Santa  Fe,  de  dos  delegaciones,  con  el  cometido  de 
recabar  de  los  Gobiernos  de  estas  dos  Provincias  su  cooperación 
y  sus  auxilios  para  la  empresa  revolucionaria.  Integraban  la  pri- 
mera, don  Santiago  Vázquez,  don  Gabriel  A.  Pereira  y  don  Cris- 
tóbal Echeverriarza;  estando  la  segunda  formada  por  don  Luis 
Eduardo  Pérez,  don  Ramón  de  Acha  y  don  Domingo  Cúllen. 

Antes  de  seguir  a  los  comisionados  en  las  diversas  incidencias 
de  su  gestión,  volvamos  a  los  sucesos  que  en  Montevideo  y  San 
José  se  desarrollaban.    En  consonancia  con  la  política  de  su  añ- 


il)    Lasaga,  op.  cit. 


—  77  — 

^tecesor,  el  nuevo  Cabildo  de  Montevideo  considera  en  su  primera 
reunión,  la  acefalía  en  que  "la  Provincia"  se  hallaba  respecto  á^ 
su  Gobierno  civil,  y  a  ese  fin  designa  de  su  seno  una  comisión, 
^en  la  que  delega  las  facultades  que  hasta  entonces  habían  corres- 
pondido a  los  Capitanes  Generales  y  Superintendentes.  Esta  de- 
cisión no  es,  si  bien  se  mira,  sino  la  consecuencia  necesaria  de  las 
circunstancias,  que  por  entonces  apremiaban  y  a  las  que  el  Ca- 
bildo,'en  uso  de  las  facultades  amplísimas  de  que  estaba  dotado, 
venía  a  poner  eficaz  remedio;  y,  en  último  término,  viene  a  cerrar 
la  serie  de  disposiciones  legales  de  la  revolución  que  comienza. 

Por  su  parte,  los  elementos  adictos  al  Brasil,  que,  como  ya 
-se  ha  dicho,  habían  adoptado  para  sede  provisoria  del  Gobierno 
la  ciudad  de  San  José,  trataban  de  aleccionar  a  la  campaña  en 
favor  de  la  causa  que  representaban,  y  como  medio  de  conseguir 
su  objeto,  lanzaban  manifiestos  y  proclamas  en  los  que  se  hacía 
resaltar,  con  marcada  insistencia,  un  estrecho  parentesco  o  afi- 
nidad entre  la  "logia  de  anarquistas  de  Montevideo"  y  "los  dema- 
gogos que  envejecieron  en  la  única  tarea  de  amontonar  crímenes 
sobre  crímenes"  (1). 

Al  oficio  del  Cabildo  de  Montevideo  en  que  anunciaba  haber 
"resumido"  toda  la  autoridad  civil  y  política  que  por  las  leyes 
residía  en  los  Capitanes  Generales  de  Provincia  y  Superintenden- 
tes de  Hacienda,  en  virtud  de  la  voluntad  general  del  vecindark 
de  esta  capital  y  extramuros  y  exigía  en  consecuencia  el  reco- 
nocimiento de  dichas  facultades  y  la  obediencia  a  sus  órdenes, 
el  Tribunal  Consular  respondía:  "En  contestación  cree  de- 
ber exponer  a  V.  E.  que  lejos  de  haber  llegado  a  su  noticia  el 
sufragio  de  la  voluntad  general  que  V.  E.  le  significa,  sabe,  por 
el  contrario,  como  notorio  no  haberse  hecho  conbocación  del 
besindario,  ni  aber  este  dado  poderes  para  otro  acto  que  el  de  las 
elecciones  Capitulares,  bajo  cuya  denominación  no  pueden  enten- 
derse comprendidas  inobaciones  de  tan  grande  importancia.  Cree 
también  el  General  que  si  el  besindario  ubiese  sido  conbocado  a 
ese  efecto,  habría  vacilado  mucho  en  arrogarse  atribuciones  que 
resiste  el  espíritu  de  las  L.  L.  vigentes  y  derrogar  a  la  potestad 
regia  que  quando  menos  de  hecho  reconoce  la  Provincia.  Y  dado 
caso  de  procederse  en  un  sentido  contrario,  el  Tribunal  se  deten- 
dría mucho  en  contraer  una  tan  grande  responsabilidad  con  su 
obediencia,  toda  bez  que  no  empléndose  las  vías  de  hecho  en 
arrancarle  su  allanamiento  se  considerase  imposibilitado  de  sos- 
tener las  atribuciones  de  sus  instituto.  .  .  En  este  consepto  V.  E. 
no  extrañará  que  el  Gral.  Consular  no  se  sienta  dispuesto  a  adhe- 
rir a  las  insinuaciones  de  V.  E."  (2) 

El  7  de  Enero  de  1823  publicaba  el  General  Lecor  este  ie- 


(1)  Oficios  de  1.°  de  Diciembre  de  1822  y  1.°  de  Abril  de   1823,  del 
Síndico  García  de  Zúñiga;  Archivo  y  Museo  Histórico. 

(2)  Copia  oficio  de  7  Enero  de  1823;  Archivo  y  Museo  Histórico. 


—  78  — 

creto:  "Por  quanto  el  nuevo  Cabildo  de  Montevideo,  electo  por 
una  fracción  de  anarquistas,  ha  llevado  su  insolencia  y  descare» 
hasta  el  punto  de  declararse  de  "motu-proprio"  autoridad  suprema 
de  este  Estado,  desconociendo  y  desobedeciendo  las  autoridades 
legítimamente  constituidas,  y  queriendo  yo  prevenir  las  conse- 
quencias  de  tan  escandaloso  atentado,  en  que  se  ven  a  un  tiempo 
holladas  las  Leyes,  ultrajada  la  Majestad,  despreciados  los  Pue- 
blos, insultados  los  derechos  de  los  ciudadanos  y  comprendido  el 
orden  público.  Por  tanto  he  venido  en  declarar,  como  declaro, 
que  los  individuos  ilegítimamente  nombrados  en  Montevideo  en 
calidad  de  capitulares  no  forman  Cabildo;  que  es  una  autoridad 
intrusa  y  delinquente,  y  que  sus  órdenes,  acuerdos  y  actos  de 
cualquier  clase  que  sean,  son  írritos,  nulos,  atentatorios  y  sub- 
versivos del  orden;  que  todas  las  autoridades  legítimamente  cons- 
tituidas. .  .  deben  desobedecer  abiertamente  las  órdenes  y  decretos 
del  Cabildo  intruso  baxo  la  más  estrecha  responsabilidad,  ha- 
ciendo dimisiones  de  sus  cargos  y  oficios,  los  que  hallándose  den- 
tro de  la  Plaza  sean  violentados  a  someterse  a  sus  disposiciones; 
que  cualesquiera  gejes  o  empleados  públicos...  que  obedezcan 
al  Cabildo  intruso  de  Montevideo  o  a  cualesquiera  otras  autori- 
dades creadas  o  nombradas  por  él,  por  el  mismo  hecho  quedan 
privados  de  sus  empleos.  —  Baráo  da  Laguna"  (1). 

Como  consecuencia  de  la  tirantez  a  que  habían  llegado  las 
relaciones  de  los  dos  bandos  en  lucha,  el  20  de  Enero  declara  Le- 
cor  en  estado  de  bloqueo  a  la  ciudad  de  Montevideo;  medida  ésta 
que  provoca  en  el  Jefe  de  los  Voluntarios  Reales,  una  actitud  re- 
suelta y  enérgica,  frente  a  lo  que  él  considera  un  ultraje  para  los 
derechos  de  los  habitantes  y  para  la  dignidad  de  las  tropas  de  su 
mando,  según  lo  expresa  en  oficio  al  Cabildo,  de  26  del  mismo 
mes.  Y  dispuesto  a  proceder  al  armamento  de  las  milicias  de 
Extramuros,  pide  a  aquella  corporación  le  proponga  un  oficial 
para  encargarlo  del  mando. 

Las  hostilidades  que  había  iniciado  el  Barón  de  la  Laguna 
el  26  de  Enero,  continuaron  sin  novedad  de  bulto  hasta  el  17  de 
Marzo,  en  que  400  soldados  de  caballería  y  600  infantes  de  la 


División  cíe  Voluntarios  y  la  partida  de  caballería  al  mando  de 
don  Manuel  Oribe,  se  pusieron  en  marcha  hacia  el  campo  enemigo 
con  miras  de  llevarle  un  ataque.  El  "17,  al  rayar  el  día,  se  cho- 
caron coin  las  abanzadas  imperiales  las  del  Comandante  Oribe. 
El  General  don  Alvaro  da  Costa  le  seguía  de  cerca  con  500  ca- 
ballos que  cargaron  sobre  el  enemigo  aturdido  y  no  le  dieron 
más  lugar  que  para  ver  y  huir.  Los  voluntarios  se  han  comportado 
con  el  valor  y  disciplina  por  que  siempre  los  hemos  apreciado. 
El  mayor  Abreu,  como  un  bravo.    El  comandante  Oribe,  con  su. 


(1)     Archivo  y  Museo  Histórico. 


—  79  — 

valor  acostumbrado"  (1). 

"  Todos  los  días  han  entrado  a  la  Plaza  vecinos  de  los  que 
componían  las  milicias  de  la  campaña,  alistadas  al  servicio  del 
Imperio,  que  se  han  dispersado  después  de  la  acción  del  17.  Ayer 
tarde  entraron  un  oficial  y  15  soldados  de  los  del  Departamento 
de  Maldonado;  hoi  lo  verificó  el  teniente  Vidal  y  cinco  soldados 
de  la  de  Canelones"  (2). 

Cuando  el  Cabildo  se  enteró,  por  los  primeros  oficios  de  sus 
comisionados  a  Santa  Fe  y  Buenos  Aires,  de  la  impresión  favo- 
rable que  aquellos  oficios,  los  de  Santa  Fe  sobre  todo,  reflejaban 
sus  procedimientos  se  hicieron  desde  entonces  más  decisivos  y 
concluyentes,  y  en  comunicación  al  Jefe  de  los  Voluntarios  Rea- 
les, no  trepidó  en  manifestarle:  "el  señor  Comandante  debe  saber 
que  los  habitantes  todos  de  la  Provincia  no  anhelan  otro  fin  que' 
el  de  su  absoluta  libertad  e  independencia,  y  que  no  hay  duda 
que  por  la  parte  que  representamos  nosotros,  la  promoveremos  a 
toda  costa,  para  lo  cual  destruiremos  las  fuerzas  del  Brasil,  y  si 
respetamos  ahora  las  suyas,  es  porque  Vd.  nos  ha  prometido  que 
lo  único  que  desea  es  embarcarse  con  honores"  (3). 

Era  la  declaración  que  quedaba  por  hacer  para  dar  a  la  causa 
del  Cabildo,  bien  definida  ya,  una  publicidad  y  una  notoriedad 
tales,  que,  el  silencio  de  los  interesados  en  contrariarla,  pudiera 
ser  interpretado  desde  entonces,  como  prueba  concluyente  de 
acataminto. 

No  descuida  la  corporación  capitular  la  parte  financiera  del 
movimiento;  y  es  de  los  primeros  empeños  de  su  laboriosa  ges- 
tión, promover  "una  suscripción  de  88.000  pesos"  (4),  parte  de 
los  cuales  llegó  a  recaudarse  y  cuyo  destino  se  expresaba  en  los 
documentos  de  resguardo,  en  estos  términos:  "El  Excmo.  Cabildo, 
Representante  de  Montevideo  y  sus  suburbios,  ha  recibido  de  don 
Francisco  de  las  Carreras  la  cantidad  de  doscientos  pesos,  que 
para  las  urgencias  de  las  presentes  circunstancias  se  ha  servido 
suplir  mediante  nuestra  insinuación.  .  ."  "(5).  La  política  de  pres- 
cindencia  del  Gobierno  de  Buenos  Aires  hizo  que  los  comisiona- 
dos para  gestionar  allí  la  obtención  del  empréstito,  no  alcanzaran 
los  resultados  que  se  esperaban;  pero,  a  pesar  de  todo,  el  em- 
préstito llegó  a  cubrirse  en  gran  parte,  gracias  a  los  desvelos  de 
don  Pedro  Trápani,  don  Braulio  Costa  y  don  Félix  Castro,  quienes- 
contribuyeron  con  sus  trabajos  e  hicieron  personalmente  un  prés- 
tamo de  26.374  pesos.  Los  demás  prestamistas  fueron,  según  De- 
María, "Gregorio  Lecocq,  Pedro  Francisco  Berro,  Daniel  Vidal, 
Manuel  Oribe,  Gabriel  Antonio  Pereira,  Gregorio  Gómez  Orcajo,, 


H)  "La  Aurora",  núm.   13,  Marzo  18-1823;  Biblioteca  Nacional. 

(2)  "La  Aurora",  núm.   14,  Marzo  25-1823;  Biblioteca  Nacional. 

(3)  Archivo  General  Administrativo  (cita  de  Blanco  Acevedo,  op.  cit.)í. 

(4)  Aureliano  G.  Berro,  "Bernardo  P.  Berro",  1920. 

(5)  Archivo  General  Administrativo. 


—  80  — 

Conrado  Rucker,  Pedro  Pablo  Vidal,  Ramón  Carreras  y  algunos 
¿)tros"   (1). 

Conjuntamente  con  los  oficios  que  el  Cabildo  dirige  a  Lava- 
lleja,  a  Otorgues,  a  Simón  del  Pino  y  a  otros  destacados  patriotas, 
para  requerirles  su  cooperación  a  la  empresa  guerrera,  comunícase 
«1  6  de  Marzo  con  Rivera,  a  quien  exhorta  en  igual  sentido.  Rivera 
formula  en  estos  términos  su  negativa:  "V.  E.  se  decide  y  me  invita 
a  defender  la  libertad  e  independencia  de  la  patria,  y  felizmente 
estamos  de  acuerdo  en  principios  y  opiniones.  V.  E.  sabe  que  mis 
afanes  no  han  tenido  otro  fin  que  la  felicidad  del  país  en  que  nací. 
La  diferencia  entre  V.  E.  y  yo,  en  la  causa  que  sostenemos,  sólo 
consiste  en  el  diverso  modo  de  calcular  la  felicidad  común  a  que 
aspiramos.  V.  E.  cree  que  el  país  será  feliz  en  una  "independencia 
absoluta",  y  yo  estoy  convencido  de  que  sólo  puede  serlo  en  una 
"independencia  relativa",  porque  la  primera,  sobre  imposible,  es 
inconciliable  con  la  felicidad  de  los  pueblos.  V.  E.  no  puede  contar 
-con  el  auxilio  de  estas  tropas  europeas:  pues,  como  V.  E.  afirma, 
sólo  esperan  para  marchar,  las  órdenes  de  su  Gobierno.  Tampoco 
con  el  auxilio  de  las  Provincias  hermanas,  porque  nadie  da  lo  que 
no  tiene,  ni  lo  que  tiene  con  riesgo  inminente  de  perderlo,  y  sin 
esperanza  alguna  de  utilidad. 

A  V.  E.  no  puede  ocultarse,  que  las  Provincias  hermanas, 
divididas  en  pequeñas  repúblicas,  continuamente  agitadas  del  es- 
tado de  revolución,  no  han  de  agotar  por  esta  Banda  los  recursos 
que  necesitan  para  conservar  la  suya;  ni  han  de  comprometerse 
en  una  guerra  desastrosa  con  una  nación  americana  y  limítrofe, 
sin  otro  interés  que  establecer  en  esta  parte  del  río  un  Estado 
independiente.  Los  pueblos,  como  los  hombres,  nunca  arriesgan 
su  fortuna  y  sosiego  sin  fundada  esperanza  de  gloria  o  de  prove- 
cho. Es  preciso,  pues,  que  V.  E.  cuente  con  sus  propios  recursos 
para  hacer  la  guerra  y  triunfar  de  una  nación  poderosa  y  vecina; 
porque  arrojarse  a  una  empresa  de  esta  especie,  en  la  esperanza 
remota  de  auxilios  quiméricos  y  dudosos,  siempre  sería  la  más 
fatal  de  las  imprudencias"  (2). 

V.     El  Cabildo  y  D.  Juan  Antonio  Lavalleja. 

1.  Es  nombrado  Teniente  Coronel  y  Jefe  del  Ejército. 

2.  Disidencia  entre  el  Cabildo  y  Lavalleja.  La  nota  contestación  de  éste. 

3.  El  Cabildo  nombra  a  Rondeau  General  en  Jefe.  La  opinión  de  don 
Luis  Eduardo  Pérez  y  don  Ramón  de  Acha. 

4.  Consecuencias  que  se  desprenden  del  proceso  a  don  Manuel  Duran. 

5.  Lavalleja  en  Buenos  Aires  y  Santa  Fe.   Formación  de  la  Compañía 
de  Orientales. 

b.    El  fracaso  y  las  venganzas  de  los  portugueses. 
7.    El  Cabildo  se  rectifica. 


(1)  Op.  cit. 

(2)  Papeles  del  General  Lavalleja,  Archivo  y  Museo  Histórico. 


—  81  — 

1.  Antes  se  hizo  referencia  a  las  gestiones  de  Lavalleja  para 
«que  la  campaña  del  país  secundara  la  iniciativa  de  los  "Caballeros 
Orientales",  en  el  sentido  de  provocar  un  movimiento  revolucio- 
nario, y  se  aludió  también  a  los  sucesos  que  obligaron  al  futuro 
Jefe  de  los  Treinta  y  Tres,  a  huir  al  extranjero.  Durante  su  resi- 
dencia en  Buenos  Aires,  el  Cabildo  de  Montevideo  le  remitía  "los 
despachos  de  Teniente  Coronel  y  el  nombramiento  de  Jefe  Militar 
del  Ejército  independiente"   (1). 

He  aquí  la  nota  respuesta  de  Lavalleja:  "Tengo  el  honor  de 
.acusar  a  V.  E.  el  recibo  de  su  nota  de  23  del  corriente  y  de  los 
.despachos  de  Teniente  Coronel  de  las  tropas  en  esa  Provincia, 
que  se  ha  servido  incluirme.  Yo  siempre  reconoceré  esta  distin- 
ción con  que  V.  E.  me  honra,  y  entretanto  tengo  lugar  de  asegu- 
rarle no  viva  V.  E.  ya  muy  inquieto  sobre  mis  últimos  procedi- 
mientos. Ellos  quedan  completamente  paralizados  por  disposición 
de  V.  E.  y  todo  queda  al  cargo  y  responsabilidad  de  la  Diputación 
Diplomática  Ínterin  yo  paso  a  esa  al  arreglo  de  negocios  particu- 
lares o  me  ocupo  en  ésta  de  lo  mismo  (2). 

2.  Sobrevino  en  ese  entonces,  entre  el  Cabildo  y  Lavalleja, 
una  disidencia  acerca  de  la  cual,  como  de  la  línea  de  conducta 
del  último,  es  bien  ilustrativa  la  nota  de  20  de  Febrero,  que  en 
seguida  se  transcribe:  "La  honorable  de  V.  E.,  fecha  6  de  Fe- 
brero. .  .,  si  bien  es  reproductiva  de  las  distinciones  con  que  V.  E. 
me  favorece,  y  de  la  confianza  que  le  inspira  mi  persona,  humilla 
demasiado  mi  delicadeza  y  mi  desinterés  y  se  coloca  en  visible 
-distancia  del  respeto  que  me  merecen  las  Autoridades  de  mi  País. 
Partiendo  V.  E.  del  principio  de  creerme  ofendido  por  haberme 
sujetado  en  su  anterior  comunicación  a  las  inmediatas  órdenes  de 
la  Comisión  Diplomática  de-ese  Gobierno  existente  en  ésta,  e  inhi- 
bido en  mis  operaciones  sin  su  consentimiento  y  anuencia,  y  mi- 
rando como  un  efecto  de  mi  resentimiento  las  expresiones  de  mi 
anterior,  de  que  no  viviese  ese  cuerpo  inquieto,  por  mis  ulteriores 
procedimientos,  se  juzga  altamente  injuriado  en  la  sinceridad  de 
sus  sentimiento  y  me  reputa  desconocido  a  sus  personas,  empe- 
ñándose al  mismo  tiempo  en  desvanecer  unas  sospechas  que  no 
existen.  Si  V.  E.,  haciéndome  la  justicia  debida,  debió  creérmela 
en  subordinación  y  dependencia,  y  si  la  Comisión  Diplomática  era 
una  verdadera  emanación  y  representación  de  V.  E.,  no  pudo  sin 
agravio  creerme  ofendido  porque  se  me  sujetase  a  ella.  Un  tal 
juicio  importaría  en  mí,  ideas  de  aspiración  que  desconozco,  y  que 
aun  quando  desgraciadamente  existieran,  sería  impolítico  y  aun 
opuesto  al  fin  que  debía  proponerme  manifestarlas  en  su  cuna. 
Persuádase  V.  E.  que  yo  más  que  otro  alguno,  después  de  corridos 


(1)  Pablo  Blanco  Acevedo,  "Primer  Centenario  de  la  Independencia". 

(2)  Original:    Archivo  General   Administrativo,    Buenos    Aires,   30   de 
,Enero  de  1823. 


—  82  — 

años  enteros  en  la  muy  dura  campaña,  después  de  haber  experi- 
mentado todos  sus  rigores  y  penurias,  y  después  de  haber  gemido 
en  extraño  clima  bajo  el  poderío  y  cautiverio  de  un  implacable 
enemigo  vengador,  aborrezco  los  horrores  de  la  anarquía  y  co- 
nozco el  valor  de  las  ordenadas  y  mutuas  relaciones  que  deben 
existir  entre  todas  las  partes  de  una  sociedad  y  muy  especialmente 
entre  los  ciudadanos  y  el  Gobierno,  entre  éste  y  los  Jefes  militares» 
Todo  paso  que  tenga  tendencia  a  perturbar  este  equilibrio  es  ene- 
migo del  orden  y  es  un  germen  de  fatalidad  y  de  desgracia.  Ani- 
mado de  estos  sentimientos,  V.  E.  ni  debió  creerme  ofendido  ni 
mirar  mis  notadas  expresiones  con  un  tan  mal  ojo.  V.  E.  temía 
y  no  dexaba  de  temer  con  razón,  que  obrando  yo  en  desconfor- 
midad, más  claro,  en  oposición  con  la  Comisión  Diplomática,  que 
estaba  encargada  de  graves  y  arduos  negocios  en  política  que 
eran  a  mí  desconocidos,  pudieran  malograrse  los  buenos  efectos 
que  ésta  se  proponía  y  refluir  de  ello  irreparables  males  sobre 
nuestro  suelo  patrio,  y  aunque  en  su  previsión  y  en  el  deseo  y 
necesidad  de  precaverlos,  V.  E.  tuvo  a  bien  hacerme  las  preven- 
ciones oportunas  y  declarar  mi  dependencia  de  aquella  Comisión; 
y  entonces,  ¿en  qué  ofenden  mis  expresiones  de  que  no  viva  ese 
Cuerpo  inquieto  por  mis  ulteriores  procedimientos?  ¿No  están 
ellos  en  consonancia  con  los  propios  sentimientos  manifestados 
por  V.  E.?  ¿He  hecho  yo  otra  cosa  que  procurar  calmar  los  te- 
mores que  V.  E.  preveía  podían  sobrevenir?  Interpretándose  en 
otro  sentido  mis  expresiones,  ha  resultado  una  inteligencia  muí 
distinta  de  la  que  ellas  tienen;  a  V.  E.  se  le  ha  conmovido  y  a  mí 
se  me  ha  dado  un  motivo  de  sentimiento.  Yo,  como  más  inmediato 
a  la  Comisión  y  observador  de  sus  trabajos,  ya  tocaba  sin  dificul- 
tad los  resultados  que  luego  han  sido  notorios,  y  viéndome  impo- 
sibilitado por  mucho  tiempo  para  obrar  en  conformidad  a  mis 
sentimientos  y  en  utilidad  de  mi  patria,  no  era  extraño  que  mien- 
tras durase  la  calma  me  ocupase  de  mis  particulares  intereses. 
Por  lo  demás,  la  persona  de  V.  E.,  colectiva  e  individualmente 
tomada,  no  podía  dejar  de  serme  en  estimación,  aprecio  y  con- 
fianza. Yo  tengo  el  honor  de  conocer  de  inmediato  a  todos  los 
honorables  miembros  de  esa  Corporación,  de  haberlos  tratado,  y 
de  ser  un  testigo  de  sus  virtudes  cívicas  y  morales,  yo  sé  cuánto1 
han  trabajado  ellos  por  reverdecer  el  árbol  de  nuestra  libertadr 
y  en  quanto  compromiso  se  han  constituido  para  con  nuestros 
opresores.  De  estos  antecedentes  nacen  otros  tantos  títulos  para 
que  V.  E.  me  crea  ser  venerador,  y  que  mis  operaciones  nunca 
dejen  de  uniformarse  con  los  deseos  de  V.  E.,  lo  que  producirá 
constantemente  la  desesperación  de  nuestros  enemigos"  (1). 

Esta  carta  de  Lavalleja  es  interesante  en   cuanto  pone   de 
manifiesto,  aunque  sin  precisarlos  con  exactitud,  los  motivos  de 


(1)     Original:   Archivo  General  Administrativo. 


—  83  — 

distanciamiento  que  entre  el  Cabildo  y  Lavalleja  debieron  sobre- 
venir, y  sin  los  cuales  no  tendría  explicación  la  inesperada  deci- 
sión del  primero  de  conferir  al  General  Rondeau  el  cargo  militar 
de  más  jerarquía  en  la  Revolución,  después  de  haber  nombrado 
Jefe  de  la  misma  al  entonces  Teniente  Coronel  Lavalleja  (1); 
pero  es  aún  más  interesante,  si  se  la  considera  como  la  más  for- 
mal y  categórica  manifestación  de  subordinación  al  poder  civil, 
de  un  militar  de  grandes  y  bien  ganados  prestigios,  en  momentos 
en  que  a  los  militares  había  de  quedar  confiada  toda  o  casi  toda 
la  suerte  del  país.  Lavalleja  había  alcanzado  ya  en  esta  época,, 
como  tendremos  ocasión  de  comprobarlo  en  seguida,  un  grado 
de  consideración  de  mucha  entidad  entre  sus  compatriotas.  Su 
heroica  actuación  en  las  milicias  de  Artigas,  el  duro  ostracismo 
que  su  heroísmo  le  impuso  después  en  la  Isla  das  Cobras,  su  in- 
trepidez, su  valor,  su  enorme  desinterés,  su  nunca  superado  pa- 
triotismo y,  por  último,  su  incansable  y  tenaz  propaganda  para 
que  fueran  más  eficaces  los  resultados  de  la  revolución  del  año 
1823;  todo  eso  y  mucho  más,  contribuyó  a  dotar  su  personalidad 
de  relieves  indiscutibles  y  de  prestigios  que  nadie  desconocía. 

3.  Don  Luis  Eduardo  Pérez,  uno  de  los  Diputados  del  Ca- 
bildo ante  el  Gobierno  de  Santa  Fe,  en  nota  del  17  de  Agosto,  a 
la  Corppración  que  representaba,  le  decía:  "No  me  parece  acer- 
tado que  venga  el  General  Rondeau  a  mandar;  es  indudable  que 
causará  un  disgusto  general  en  el  pago.  La  gente  está  consentida 
y  espera  a  Lavalleja;  éste  tiene  muchísima  más  opinión  que  el 
otro,  no  sólo  en  los  suyos  sino  hasta  en  los  enemigos.  También 
puedo  decir  que  los  Jefes  auxiliares  están  contentos  y  acordes 
con  él,  lo  que  con  el  General  Rondeau,  habría  mil  dificultades.  .  . 
Yo,  vista  la  mala  impresión  que  esta  noticia  ha  causado,  hago 
entender  que  no  es  cierta,  y  que  aun  cuando  lo  sea,  que  no  tendrá 
efecto.  V.  E.  mire  con  mucho  pulso  este  asunto  y  contésteme  sin 
pérdida  de  tiempo  lo  que  determine"  (2).  En  idéntico  sentido,, 
el  mismo  Luis  Eduardo  Pérez,  que  conocía  muy  bien  el  ambiente 
que  dominaba  la  campaña  del  país  y  que  en  esos  momentos  asis- 
tía como  agente  directo  a  los  preparativos  de  las  tropas  en  Santa 
Fe,  en  otra  jugosa  icarta  del  7  de  Setiembre,  declaraba:  "Quando> 
salimos  los  miembros  de  ese  Cabildo  (de  Montevideo)  a  esta 
comisión,  uno  de  los  principales  objetos  que  traíamos  era  colocar 
en  el  mando  a  don  Juan  Antonio  Lavalleja  para  quitar  las  aspi- 
raciones a  él  de  otros  que  entonces  se  decía  lo  solicitaban.  A  más 
de  eso  ese  mismo  Cabildo  ofició  a  don  Manuel  Duran  que  tomase 
el  mando  de  las  tropas  mientras  llegaba  don  Juan  Antonio  Lava- 
lleja, quien  debía  mandar  en  Jefe."  Siempre  refiriéndose  al  mismo 
asunto,  hacía  notar  al  Cabildo  que  a  pesar  de  haber  sido  decre- 


cí)    Ver  Blanco  Acevedo,  op.  cit.,  pág.  48. 
(2)     Archivo  General  Administrativo. 


—  84  — 

tado  así,  la  comisión  no  podía  ser  la  que  mandase,  pues  de  lo 
contrario  se  faltaría  a  las  más  elementales  nociones  de  milicia. 
"Desengáñese  V.  E.,  y  si  quiere  que  el  país  se  salve,  desprecie 
esos  viles  intrigantes,  y  fíese  de  los  que  puden  contribuir  a  sal- 
varlo; mire  que  en  la  Banda  Oriental  no  hay  muchos,  y  los  pocos 
que  hay  están  descontentos.  V.  E.  ha  brindado  con  el  mando  de 
General  en  Jefe  a  Rondeau,  que  para  nosotros  es  un  extraño.  .  . , 
y  lo  mezquina  a  Lavalleja,  que  ha  mandado  un  Regimiento  de  la 
Provincia,  Dragones  de  la  Unión,  y  no  una  Compañía,  como  dice 
el  oficio.  Supongamos  que  Lavalleja  no  haya  servido  a  la  Patria 
más  que  de  capitán;  y  ¿qué  importa  esto?;  si  la  Patria  necesita 
hacerlo  General,  será  lo  primero  que  se  ve"  (1). 

El  rol  de  Lavalleja  en  los  sucesos  de  1823  es,  como  se  ve, 
decisivo.  La  campaña  oriental  lo  espera  para  pronunciarse.  "Es- 
peramos sea  de  la  mayor  importancia  el  paso  de  aquel  Jefe  (alu- 
sión a  Lavalleja),  a  quien  tenemos  noticias  aguardan  no  sólo  los 
paysanos  para  armarse  y  trabajar,  sino  también  la  mayor  parte 
de  los  oficiales  y  tropas  de  frutos  que  deben  pasársele  luego  que 
se  presente  a  su  inmediación.  V.  E.  conoce  bien  la  reserva  que 
conviene  tener  sobre  esta  medida,  aunque  creemos  que  a  la  fecha 
de  la  llegada  a  esa  de  esta  comunicación  ya  Lavalleja  se  hallará 
fuera  de  aquí  y  cerca  de  su  destino"  (2). 

4.  En  otra  parte  de  este  capítulo  se  hace  especial  referen- 
cia al  proceso  que  en  los  primeros  meses  del  año  1823  se  siguió 
en  Canelones  a  don  Manuel  Duran,  por  imputársele  haber  contri- 
buido a  la  insurrección  de  los  patriotas  contra  las  autoridades 
imperiales.  Y  en  este  proceso,  instaurado  y  diligenciado  por  fun- 
cionarios dependientes  de  la  conquista,  no  sólo  las  respuestas 
de  algunos  de  los  deponentes,  sino  hasta  los  artículos  del  inte- 
rrogatorio a  cuyo  tenor  aquéllos  fueron  preguntados,  hacen  ex- 
presa alusión  a  Juan  Antonio  Lavalleja,  como  cabeza  dirigente 
de  los  conatos  de  revolución  que  caracterizaron  aquel  período. 
La  figura  de  Lavalleja  llena  el  ambiente  de  la  campaña,  donde 
triunfa  sin  retaceos  y  sin  miserias,  la  irresistible  sugestión  de  su 
patriotismo,  que  fué,  sin  duda,  la  más  saliente  de  sus  encomiables 
condiciones.  "Tal  vez  muy  pronto  aparecerá  en  esta  Banda  la 
Comisión  en  que  este  Cabildo  ha  delegado  sus  facultades  res- 
pecto de  la  campaña:  y  ella  vendrá  acompañada  del  benemérito 
don  Juan  Antonio  Lavalleja,  cuyo  honor  y  reconocida  adhesión  al 
orden  han  hecho  fijar  en  su  persona  las  mayores  esperanzas  (3). 

5.  Lavalleja,  que  hasta  fines  de  Febrero  había  permanecido 
en  Buenos  Aires,  según  se  comprueba  con  la  circular  del  20  de 


(1)  Archivo  General  Administrativo. 

(2)  Nota  del  27  de  Abril  de  1823,  de  Luis  Eduardo  Pérez  y  Ramón  de 
Acha,  al  Cabildo  de  Montevideo:  Archivo  General  Administrativo. 

(3)  Circular  del  Cabildo  de  Montevideo  a  don  Manuel  Duran:  Archivo 
General  Administrativo. 


—  85  — 

ese  mes,  ya  transcripta,  debió  llegar  a  Santa  Fe  a  principios  de 
Marzo  siguiente,  pues  en  carta  de  don  Manuel  Leyba  a  don  Do- 
mingo Cullen,  aquél  alude  a  hechos  en  que  Lavalleja  intervino  y 
que  se  produjeron  en  Santa  Fe  el  5  de  Marzo  del  mismo  año  (1). 
El  24  de  Marzo  escribe  Lavalleja  a  don  Andrés  Morel,  desde 
Santa  Fe;  y  para  darle  cuenta  de  la  marcha  de  los  trabajos  le  dice: 
"Latorre  informará  a  Vd.  del  estado  de  nuestras  circunstancias: 
ellas  son  las  más  tristes  que  nos  pueden  presentar"  (2).  La  per- 
manencia de  Lavalleja  en  aquel  destino  y  su  activa  intervención 
directiva  en  el  reclutamiento  y  organización  de  los  contingentes 
militares  que  se  preparaban  para  la  invasión,  como  asimismo  en 
la  obra  de  recabar  el  auxilio  y  la  cooperación  de  las  Provincias, 
está  comprobada  por  toda  la  documentación  que  se  conserva  de 
la  correspondencia  mantenida  por  el  Cabildo  de  Montevideo  con 
sus  diputados  en  Santa  Fe.  Sólo  a  mayor  abundamiento  vamos 
a  transcribir  en  su  parte  pertinente  un  relato  del  propio  Lavalleja,, 
que  se  conserva  en  el  Archivo  y  Museo  Histórico  (3).  Dice  así: 
"Después  de  perdida  la  empresa  de  libertar  la  Patria  del  poder 
de  los  portugueses,  los  patriotas  que  en  aquella  época  quisieron 
hacerlo,  y  siendo  uno  de  ellos  don  Juan  Antonio  Lavalleja,  Comi- 
sionado por  el  Cabildo  de  Montevideo...,  y  mandado  éste  una 
Comisión  a  Santa  Fe  para  exigir  auxilios  de  aquella  Provincia, 
compuesta  ésta  de  los  señores  don  Ramón  Acha,  don  Luis  Eduardo 
Pérez  y  don  Domingo  Cullen,  y  don  Juan  Antonio  Lavalleja  nom- 
brado Teniente  Coronel  por  el  citado  Cabildo  y  autorizado  bas- 
tante para  operar  por  el  punto  que  le  fuese  o  creyese  más  conve- 
niente con  la  fuerza  o  auxilios  que  dicha  Comisión  pudiera  reca- 
bar de  aquélla  o  más  provincias.  En  consecuencia,  un  año  pasó 
esta  Comisión  sin  poder  recabar  nada  efectivo,  en  razón  que  el 
Gobierno  de  Entre  Ríos  en  cuya  época  el  General  don  Lucio  Man- 
silla  no  quería  prestar  la  cooperación  ni  menos  permitir  que  por 
aquella  provincia  se  hiciera  el  tránsito  o  la  marcha  que  pretendía 
hacer  Lavalleja  para  asaltar  a  la  de  su  patria  con  los  pequeños 
auxilios  que  el  Gobernador  de  Santa  Fe,  don  Estanislao  López,  le 
proporcionara,  siendo  ésta  de  un  escuadrón  de  100  hombres  más 
o  menos,  que  podía  entregar  prontos  de  armamento  y  monturas 
menos  la  cabalgadura...  y  dándonos  la  franqueza  para  engan- 
char o  contratar  todo  hombre  que  voluntariamente  quisiera  con- 
venirse en  acompañarnos."  Alude  después  a  la  creación  de  un 
cuerpo  de  milicia  oriental  que  Cervera  llama  "piquete  de  Drago- 
nes Orientales"  (4),  y  en  tal  sentido  dice  Lavalleja  "que  algunos 
orientales  que  se  hallaban  dispersos  por  aquellas  provincias,  o 
emigrados,  se  presentaron  a  Lavalleja,  y  formó  una  compañía  de 


(1)  Archivo  General  Administrativo. 

(2)  Revista  de  Derecho,  Historia  y  Letras,  Buenos  Aires,   1908. 

(3)  Papeles  del  General  Lavalleja,  1821-1824. 

(4)  Op.  cit. 


—  86  — 

ciento  y  pico  de  hombres.  Por  muchos  esfuerzos  que  se  hicieron 
no  se  pudo  emprender  la  marcha  en  razón  del  obstáculo  de  la 
Provincia  de  Entre  Ríos".  Después  de  hacerse  cargo  de  la  suerte 
adversa  que  corrieran  las  milicias  insurreccionadas  en  la  cam- 
paña a  principios  de  1823,  agrega  que  "sabida  la  pérdida  de  la 
Provincia,  la  Comisión  (Diputados  a  Santa  Fe)  ordenó  se  disol- 
viera la  compañía  que  se  había  formado  y  que  cada  uno  se  reti- 
rara donde  mejor  le  conviniera,  como  lo  hacían  ellos,  pues  ya  no 
había  recursos  cómo  sostener  estos  hombres  e  imposible  hacer 
nada  de  provecho.  Sucesos  posteriores  obligaron  a  Lavalleja  a 
trasladarse  a  Buenos  Aires,  y  con  ese  motivo  la  compañía  quedó 
al  mando  del  Capitán  don  Manuel  Lavalleja,  y  el  Gobernador 
"López  le  dio  orden  para  salir  a  campaña,  y  él  junto  con  ella  en 
razón  que  los  indios...  hostilizaban  la  Provincia.  En  el  primer 
choque  que  tuvieron  con  los  bárbaros  murieron  cuatro  orientales, 
la  conducta  que  observaron  éstos  en  la  acción  merecieron  la  me- 
jor acogida  y  protección  del  señor  Gobernador". 

Descartada,  por  último,  la  cooperación  de  la  Provincia  de 
Santa  Fe,  Lavalleja  "mandó  disolver  a  la  compañía  con  el  con- 
sentimiento del  señor  López",  y  que  los  oficiales  de  la  mayor 
confianza  se  retiraran  a  Buenos  Aires"   (1). 

6.  Los  resultados  de  este  prolongado  peregrinaje  y  de  esta 
constante  dedicación  a  los  intereses  del  País,  sólo  le  reportaron 
a  Lavalleja  un  desengaño  más  y  una  merma  considerable  en  los 
intereses  de  sus  hijos,  como  él  decía.  Las  autoridades  brasileras 
no  trepidaron  en  embargarle  los  bienes  que  tenía  en  campaña, 
consistentes  en  "una  estancia  poblada  en  la  costa  del  Santa  Lucía 
grande"  y  "un  almacén  surtido".  A  propósito  dice  Lavalleja  en 
el  manuscrito  citado,  que  "don  N.  Herrera,  sobrino  político  de 
don  Fructuoso  Rivera,  que  estaba  al  servicio  de  los  portugueses, 
fué  comisionado  por  el  mismo  Rivera  para  levantar  en  peso  todas 
las  haciendas  de  aquella  estancia  y  conducirlas  a  San  José  para 
alimento  de  aquellas  tropas  o  para  darles  el  destino  que  ellos 
creyeran  más  conveniente.  Doña  Ana  Lavalleja  se  presentó  exi- 
giendo los  intereses  de  su  marido  e  hijos;  el  doctor  don  Nicolás 
Herrera  le  contestó  que  "hasta  las  sillas  de  su  casa  se  las  habían 
•de  quitar".  Estos  hechos  no  admiten  comentarios;  pero  es  inte- 
resante destacar  que  don  Tomás  García  de  Zúñiga,  "uno  de  los 
principales  agentes  de  los  portugueses,  fué  la  protección  de  esta 
familia,  pues  siendo  informado  que  se  le  iban  a  embargar  los 
muebles  de  su  casa,  fué  a  hablar  con  este  señor  y  su  contestación 
fué  que  primero  le  habían  de  quitar  a  él  lo  que  tenía,  que  a  ella 
los  restos  que  le  habían  quedado"  (2). 

7.  En  cuanto  a  las  reservas  que  el  Cabildo  de  Montevideo 


(1)  Papeles  del  General  Lavalleja  (Archivo  y  Museo  Histórico) 

(2)  Archivo  y  Museo  Histórico. 


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-dejara  traslucir  en  ocasión  ya  recordada,  respecto  de  la  designa- 
ción de  Lavalleja  como  Jefe  del  movimiento  de  1823,  no  está  de 
más  destacar  aquí  dos  pruebas  terminantes  de  la  rectificación  de 
miras  del  Cabildo  y  de  la  altura  con  que  Lavalleja  prosiguió  en 
sus  trabajos,  después  que  la  disidencia  señalada  debió  sugerirle 
las  maniobras  que  contra  él  se  tramaban  y  que  tuvieron  por  re- 
sultado nombrar  a  Rondeau  General  en  Jefe  de  todas  las  fuerzas 
-orientales.  Con  fecha  23  de  Julio  de  1823,  el  General  Rondeau 
hacía  presente  al  Cabildo,  que  en  su  calidad  de  militar  depen- 
diente del  Gobierno  de  Buenos  Aires,  no  podía  separarse  de  su 
destino  sin  una  autorización  de  sus  superiores,  "que  es  preciso 
recabar  por  las  vías  que  indican  la  razón  y  el  orden"  (1);  y  el 
16  de  Agosto  siguiente,  el  Cabildo,  en  oficio  a  don  Domingo  Cu- 
llen,  le  hacía  esta  reveladora  confidencia:  "Respecto  al  nombra- 
miento de  Rondeau,  avisa  el  señor  Blanco  que  no  asiente  su  Go- 
bierno y  que  aquél  está  conforme  con  sus  ideas;  de  manera  que 
siéndonos  esto  más  bien  favorable  después  que  la  Diputación  de 
Santa  Fe  acordó  dar  el  mando  de  las  fuerzas  orientales  al  señor 
Lavalleja  (lo  que  ha  aprobado  este  Cabildo  siendo  en  su  mismo 
grado  de  Teniente  Coronel  por  ahora)  será  conveniente  que  Vd. 
prescinda  de  aquella  primera  elección  y  no  dé  paso  alguno  con 
el  General  Rondeau  ni  con  el  Gobierno  a  su  respecto"  (2). 

El  15  de  Mayo,  Lavalleja,  desde  Santa  Fe,  expone  al  Cabildo: 
"Yo  me  marcharía  inmediatamente  a  esa  Capital,  pero  cuando 
esta  Provincia  nos  franquea  auxilios  para  marchar  con  brevedad 
en  dirección  a  nuestra  campaña,  estoy  seguro  que  V.  E.  hubiese 
desaprobado  aquella  determinación.  Yo  me  apresto  con  la  acti- 
vidad posible,  pues  conozco  cuánto  necesita  mi  patria  de  mis  pe- 
queños esfuerzos"  (3). 

VI.  Los  diputados  del  Cabildo  de  Santa  Fe.  —  En  los  pri- 
meros días  de  Marzo  de  1823,  llegaban  a  Santa  Fe  los  diputados 
del  Cabildo,  don  Ramón  de  Acha,  don  Luis  Eduardo  Pérez  y  don 
Domingo  Cullen,  "hallando  buena  acogida  de  parte  del  General 
López"   (4). 

Acerca  de  las  buenas  disposiciones  del  Pueblo  y  Gobierno 
de  Santa  Fe,  en  ocasión  del  arribo  de  los  comisionados  de  Mon- 
tevideo, un  papel  de  la  época  relata,  entre  otros  pormenores,  que 
el  5  de  Marzo  de  1823  llegó  la  diputación  al  paso  de  Santo  Tomé 
acompañada  del  Secretario  del  Gobierno,  don  Juan  Francisco  Se- 
guí; que  cuando  los  Diputados  eran  conducidos  en  los  coches  de 
los  capitulares  a  las  Casas  Consistoriales,  "las  damas  arrojaban 
flores  por  donde  iban  a  pasar";  que  en  reunión  solemne,  los  en- 
viados expusieron  "el  estado  en  que  se  hallaba  la  Banda  Oriental, 


(1)  Archivo  General  Administrativo. 

(2)  Archivo  General  Administrativo. 

(3)  Archivo  General  Administrativo. 

(4)  Cervera,  "  Historia  de  la  Ciudad  y  Provincia  de  Santa  Fe". 


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cuánto  han  sufrido  sus  vecinos  a  los  opresores,  las  aspiraciones 
de  ésta,  su  carácter,  estado  y  fuerzas;  la  opinión  general  de  la 
Provincia,  y  últimamente  la  resolución  firme  del  Cabildo  Repre- 
sentante y  de  todos  los  de  la  Banda  Oriental  de  arrojar  a  los 
extranjeros  con  las  armas  o  morir  todos  en  la  lid".  Agrega  el 
referido  documento  que  todos  los  presentes  unánimemente  con- 
vinieron en  que  se  auxiliase  a  la  Banda  Oriental,  y  que  "hubo 
personas  tan  exaltadas,  que  después  de  haber  ofrecido  sus  per- 
sonas y  bienes,  ofrecieron  también  sus  familias,  si  se  las  consi- 
derase útiles  en  el  Ejército  Libertador".  Tuvo  lugar  después  una 
"gran  comida",  a  la  que  asistieron  López,  Mansilla  y  "lo  más 
selecto  del  vecindario;  la  mesa  fué  ostentosa  y  servida  con  mag- 
nificencia, mientras  lo  cual  alternaban  las  músicas  militares  y  la 
de  un  hermoso  Fuerte  Piano  tocado  a  cuatro  manos".  No  faltaron, 
como  es  natural,  los  brindis,  de  los  que  entresacamos  estos,  de 
Pascual  Echagüe:  "Vosotros  habéis  dejado  vuestros  bienes  y 
vuestra  Patria  para  no  gemir  más  tiempo  bajo  el  yugo  de  una 
dominación  extranjera,  y  buscar  entre  las  provincias  hermanas, 
arbitrios  para  salvarla".  Del  doctor  Seguí:  "Por  este  felice  día  — 
que  en  mis  fastos  signará  —  aqueste  Ilustre  Ciudad  —  de  Santa 
Fe  —  Patria  mía  —  hoy  con  dulce  melodía  —  mi  musa  intenta 
cantar  —  himnos  para  celebrar  —  tan  lisongera  reunión  —  Donde 
unida  la  opinión  —  más  gloria  quiere  ganar."  Mencionan  las 
crónicas  un  sarao  en  el  Cabildo,  al  que  concurrieron,  además  deí 
elemento  oficial,  "un  gran  número  de  vecinos  de  los  más  respe- 
tables de  la  ciudad  con  algunas  señoras,  todos  los  que  fueron 
obsequiados  con  un  decente  refresco",  siendo  tal  "el  concurso  y 
la  conmoción  lisonjera  del  pueblo  porque  había  llegado  el  día  de 
salvar  a  Montevideo  de  sus  opresores,  que  hasta  los  caciques 
que  se  hallaron  en  la  ciudad  concurrieron  a  brindar  amistad  y 
servicios  a  los  diputados"  (1). 

Santa  Fe  se  disponía  a  secundar  los  esfuerzos  de  los  patrio- 
tas. Además  del  expresivo  recibimiento  con  que  solemnizaba  su 
llegada  cuando  apremiaba  el  momento  de  concretar  compromisos 
y  ajustes,  el  Gobernador  López  no  defraudaba  con  su  actitud  a 
los  comisionados  de  Montevideo.  "En  quince  comunicaciones  que 
he  recibido  de  Santa  Fe  y  Entre  Ríos,  todas  convienen  que  el 
Gobernador  López  verificará  su  expedición  a  la  Banda  Oriental 
en  el  momento  que  regrese  a  Santa  Fe"  (2).  Refiriéndose  a  ma- 
nifestaciones de  Lavalleja  respecto  de  su  confianza  en  el  auxil,o 
de  Santa  Fe,  en  una  carta  de  Buenos  Aires,  se  expresa:  "Yo  fui 
testigo  de  la  conversación  que  emprendió  el  señor  Teniente  Co- 


(1)  Exposición  de  los  obsequios  hechos  en  Santa  Fe  a  los  señores" 
üiputados  del  Cabildo  Representante  de  Montevideo  y  suburbios  (manus- 
critos): Archivo  General  Administrativo  y  Archivo  y  Museo  Histórico. 

(2)  Nota  de  Domingo  Cullén  al  Cabildo  de  Montevideo,  7  Mayo  1823: 
Archivo  General  Administrativo. 


—  89  — 

ronel  don  Juan  Antonio  Lavalleja  con  el  señor  Aldao.  En  ella  se 
expresó  de  un  modo  quejoso  por  la  negativa  del  Gobierno  de 
Buenos  Aires  relativa  a  la  Provincia  Oriental.  Expuso  que  en 
todas  partes  habían  sido  mirados  con  indolencia  los  riesgos  de 
los  orientales,  y  que  sólo  en  Santa  Fe  se  habían  oído  sus  clamo- 
res" (1).  Los  diputados  del  Cabildo  a  Santa  Fe,  en  carta  del  13 
de  Mayo,  dicen:  "El  proyecto  que  anunciamos  a  V.  E.  sigue  con 
la  mayor  celeridad  posible,  a  fin  de  que  cuanto  antes  se  verifique 
el  importante  paso  de  Lavalleja"  (2). 

"  Sólo  Santa  Fe  está  decidida  de  buena  le  en  nuestro  auxilio- 
su  Gobierno  marchó  a  campaña  contra  los  indios  el  20  del  co- 
rriente con  700  hombres  y  a  su  partida  nos  aseguró  del  modo 
más  positivo  que  sólo  hiba  a  cumplir;  que  su  buelta  indudable- 
mente devía  verificarse  antes  de  un  mes  de  su  salida  y  que  en  los 
momentos  que  ella  se  realizase  pasaría  sin  demora  con  todas  sus 
tropas  a  esa  Provincia.  ínterin  se  trabaja  en  reunir  al  menos  cien 
hombres,  con  los  quales  deve  pasar  en  breves  días  Lavalleja  en 
seis  lanchones  bien  armados"  (3). 

Para  acreditar  la  buena  disposición  de  Santa  Fe,  es  por  de- 
más elocuente  un  oficio  del  Gobernador  López  al  Cabildo  de 
Montevideo;  "El  Gobierno  de  Santa  Fe  ha  recibido  con  las  mayores 
expresiones  de  júbilo  la  distinguida  nota  dirigida  por  la  Ilustre 
representación  del  Excmo.  Cabildo  Representante  de  Montevideo. 
Agradece  altamente  los  honorosos  conceptos  con  que  la  viste  en 
obsequio  de  su  persona,  por  el  desempeño  de  unos  deveres  que 
siempre  reconoció  anexos  a  la  calidad  de  buen  patriota,  herma- 
nado por  tantos  títulos  e  intereses  con  los  demás  americanos  de 
las  provincias  integrantes  del  territorio  nacional.  Queda  orientado 
del  importante  objeto  de  su  misión  y  a  pesar  de  hallarse  ligado 
solemnemente  con  el  Gobierno  de  Buenos  Ayres  para  una  expe- 
dición convinada  sobre  los  bárbaros  del  Sur,  cuios  momentos  exi- 
gen para  que  la  simultaneidad  de  los  movimientos  facilite  el  logro 
de  la  empresa;  es  muy  grave,  justa  y  penetrante  la  voz  y  clamoreo 
de  una  provincia  oprimida,  cuanto  recomendable  por  un  cúmulo 
de  títulos,  para  que  no  haga  impresión  en  corazones  sensibles  y 
generosos  como  son  los  de  individuos  que  tengo  el  honor  de 
presidir.  Esta  voz  unísona  de  dignidad  y  de  amable  ambición  a 
una  gloria  inmortal  en  la  práctica  de  bienes  públicos  han  confir- 
mado mis  sentimientos,  siempre  prontos  a  sacrificarse  por  el  bien 
de  la  Nación  Americana.  Yo  protexto  no  dejar  piedra  por  mover 
para  que  el  intruso  usurpador  extranjero,  que  ataca  con  escándalo 
los  sagrados  derechos  de  la  Provincia  Oriental,  como  la  integri- 


(1)  Manuel  Leyba  a  Domingo  Cúllen,  14  Abril  1823:  Archivo  General 
Administrativo. 

(2)  Archivo  General  Administrativo. 

(3)  Diputados  en  Santa  Fe  al  Cabildo,  Abril  27:  Archivo  General  Ad- 
ministrativo. 


—  90  — 

dad  del  territorio  de  la  América  del  Sur,  recoja  amargos  frutos 
de  su  osadía"  (1). 

Como  una  ratificación  de  las  intenciones  expresadas,  Santa 
Fe  celebra  tres  días  después,  con  los  diputados  orientales,  un 
tratado  público,  cuyas  cláusulas  principales  establecían:  "Art.  1.°: 
La  Provincia  de  Santa  Fe,  mediante  su  Gobierno,  solemniza  con 
la  Honorable  Diputación  del  Excmo.  Cabildo  Representante  de 
Montevideo,  una  liga  ofensiva  y  defensiva  contra  el  usurpador 
extrangero  Lecor  y  demás  de  sus  satélites  americanos  que  ocupan 
el  territorio  oriental,  reconociendo  el  dominio  y  prestando  obe- 
diencia al  insurgente  e  intruso  Emperador  Pedro  I.  —  Art.  2.°: 
En  su  virtud,  llevará  la  voz  en  esta  guerra,  bajo  recíprocos  acuer- 
dos con  la  Representación  Montevideana;  pondrá  cuantos  medios 
estén  a  su  alcance;  incitará  a  las  provincias  hermanas  a  la  coope- 
ración y  auxilio,  y  organizará  el  ejército  santafecino  del  Norte, 
nombrando  jefes  y  demás  oficiales  subalternos,  y  practicando  to- 
dos los  demás  actos  conducentes  al  logro  de  la  libertad  absoluta 
de  la  provincia  oriental,  con  la  brevedad  que  reclama  su  peligroso 
estado,  conciliándolo  con  el  obligatorio  compromiso  con  Buenos 
Aires  para  expedicionar  en  combinación  sobre  los  bárbaros  del 
Sur.  —  Art.  3.°:  Todos  los  gastos  que  se  ocasionen  en  esta  ardua 
empresa,  la  facilitación  de  competentes  recursos,  en  municiones, 
armas,  préstamos,  sustento  y  paga  de  soldados,  será  de  la  ins- 
pección de  la  provincia  auxiliada  de  Montevideo,  realizándolo 
según  lo  exijan  las  circunstancias.  —  Art.  4.°:  La  de  Santa  Fe 
queda  garante  con  la  generalidad  de  sus  fondos  públicos  y  de 
Estado,  propiedades  reconocidas  y  demás  acciones  en  su  favor 
de  cuantas  sumas  de  dinero  y  útiles  se  negocien  al  indicado  ob- 
jeto, por  sola  su  garantía,  abonándosele  en  esta  razón  uno  por 
ciento  mensual,  a  los  plazos  que  se  designan  a  la  terminación  de 
la  guerra  y  con  reserva  de  sus  derechos  en  cualquier  tiempo,  en 
caso  desgraciado  o  contrario.  —  Art.  5.°:  Lograda  la  libertad  de 
la  provincia  oriental,  será  entregado  el  armamento  y  municiones 
que  de  su  propiedad  salga  de  Santa  Fe,  como  las  de  cualquiera 
que  auxiliase,  de  que  se  tomará  razón,  y  sea  cual  sea,  la  de  uti- 
lizarse o  perderse"  (2). 

A  estas  protestas  de  adhesión  a  la  causa  que  el  Cabildo  de 
Montevideo  representaba,  síguense  pruebas  inmediatas.  El  Go- 
bernador López  se  dirige  a  las  demás  provincias  solicitando  auxi- 
lios para  la  empresa. 

"  Buenos  Aires  negóse  a  ello,  pues  creía  peligroso  este  paso, 
y  agregaba  enviaría  un  diputado  al  Brasil,  el  doctor  Gómez,  que 
fué  en  el  mes  de  Agosto  para  resolver  pacíficamente  este  anhelo 
de  los  orientales.    El  Entre  Ríos  contesta  lo  mismo,  de  acuerdo 


(1)  Archivo  General  Administrativo,  oficio  del   11  de  Marzo  de  1823. 

(2)  Cervera,  op.  cit. 


—  91  — 

<con  Buenos  Aires"  (1).  "El  Entre  Ríos  está  completamente  de 
acuerdo  con  Buenos  Aires,  y  no  crea  V.  E.  que  hará  otra  cosa  que 
seguir  lois  pasos  de  aquel  Gobierno,  por  más  que  Mansilla  con 
palabras  tan  inconsecuentes  como  falaces  trate  de  engañar  a  to- 
dos" (2).  Más  que  comprobadas  están  las  vinculaciones  que  por 
entonces  Ligaban  al  Gobierno  de-  Entre  Ríos  con  los  brasileros 
que  ocupaban  la  Banda  Oriental.  "El  Estado  Cisplatino  confede- 
rado al  Brasil,  jamás  perturbará  el  sosiego  del  Entre  Ríos  y  de- 
más provincias  limítrofes",  decía  Lecor  a  su  aliado  ocasional  (3). 
Hubo  entre  Mansilla  y  Lecor  un  tratado  de  alianza  (4),  en  el  que, 
entre  otras  cláusulas,  se  estipulaba:  "No  será  permitido,  baxo  la 
responsabilidad  más  sagrada  (en  el  caso  desgraciado  de  que  por 
causas  que  no  están  en  la  esfera  de  las  facultades  de  los  Gobier- 
nos de  ambos  Estados)  el  declarar  la  guerra  ni  dar  paso  alguno 
hostil,  sin  una  previa  declaración  y  aviso".  Esta  condición  era 
propuesta  por  Mansilla  el  7  de  Diciembre  de  1822;  y  a  su  vez 
Lecor,  "mui  rapozeiro",  introducía  esta  otra:  "Ambos  Gobiernos 
se  obligan  a  no  dar  auxilio  directa  ni  indirectamente  a  los  caudi- 
llos y  demás  personas  que  se  hallen  refugiados,  o  que  en  adelante 
se  refugien  en  qualquiera  de  los  dos  territorios  por  haber  cons- 
pirado contra  el  orden  y  la  tranquilidad  pública,  impidiendo  toda 
agresión  que  intenten  hacer  con  fuerza  armada"  (5). 

Mansilla,  después  de  su  negativa  a  la  exhortación  del  Go- 
bernador de  Santa  Fe,  quejábase  el  21  de  Abril,  de  que  los  dipu- 
tados orientales  intentaran  una  atroz  conspiración  contra  él"  (6). 
Lavalleja,  que  se  vio  envuelto  en  esta  imputación,  decía  al  res- 
pecto a  don  Andrés  Morel,  en  carta  del  24  de  Marzo:  "Cuando 
estaba  más  persuadido  que  el  brazo  fuerte  que.  nos  había  de  sos- 
tener contra  la  tiranía  ha  sido  el  que  se  nos  ha  mostrado  más 
indiferente  a  contrario,  jugándonos  unos  cubiletes  indignos  de 
iodo  hombre,  el  amigo  Mansilla  aquel  que  me  ha  hecho  tantas 
protestas  de  amistad,  aquel  que  con  sus  cartas  desde  el  año  22 
me  ha  estado  franqueando  la  protección  a  la  causa  de  la  Banda 
Oriental.  La  insolencia  de  este  hombre  ha  tocado  en  el  extremo 
de  insultar  la  Diputación  de  Montevideo,  y  a  mí  en  particular. 
:Si  este  hombre  se  ha  figurado  que  los  montevideanos  han  de  de- 
sistir de  su  empresa  porque  él  no  nos  presta  sus  auxilios,  se  ha 
engañado;  tenemos  resignación  la  bastante  para  pelear  solos  o 


(1)  Cervera,  op.  cit. 

(2)  Los  diputados  de  Montevideo  al  Cabildo,  Abril  27  de  1823:  Ar- 
chivo  General  Administrativo. 

(3)  Archivo  y  Museo  Histórico  (copia),  Papeles  del  Juzgado  de  S.  José. 

(4)  Mansilla,  temeroso  de  una  invasión  portuguesa  -al  Entre  Ríos  ayu- 
dada por  López  Jordán,  sin  conocimiento  ni  de  Buenos  Aires  ni  de  Santa  Fe 
había   efectuado   un  tratado  con   el  General  Lecor  en   Diciembre  de   1822: 

^Cervera,  op.  cit. 

(5)  Archivo  y  Museo  Histórico. 

(6)  Cervera,  op.  cit. 


—  92  — 

acompañados;  ya  tenemos  esta  generosa  Provincia  decidida  a 
sacrificarse  junto  con  nosotros,  como  usted  lo  verá  por  los  pa- 
peles públicos.  A  mí  me  es  bochornoso  santificarme;  pero  ase- 
guro a  usted  que  yo  no  engaño  a  nadie,  no  soy  de  la  indigna  raza 
porteña;  es  preciso,  pues,  amigo,  que  haga  usted  un  esfuerzo,  que 
preste  todo  su  influjo  en  obsequio  de  aquel  desgraciado  país, 
digno  de  mejor  suerte;  cuanto  usted  haga  no  lo  hace  en  obsequio 
particular,  sino  en  el  de  toda  una  Provincia  que  sabrá  recompen- 
sar a  aquellos  que  cooperen  a  su  salvación;  bajo  este  principio 
repito  a  usted  que  Latorre  va  impuesto  de  todo,  y  hablará  con 
usted"   (1). 

Después  de  haber  entorpecido  de  todas  maneras,  con  su  opo- 
sición, el  éxito  de  la  expedición  revolucionaria,  Mansilla,  "al  re- 
conocer los  comprometedores  pasos  que  había  dado",  cambia  de 
política.  "Cuando  Mansilla  se  manifestaba  más  obstinado  en  to- 
mar medidas  que  indicaban  desavenencias  inevitables  de  la  orien- 
tal, se  han  dado  pasos  por  parte  de  la  Diputación,  de  acuerdo  con 
el  Gobierno  de  ésta,  que  han  puesto  las  cosas  bajo  el  más  favo- 
rable aspecto  posible,  tanto  que  por  conducto  del  Secretario  de 
ella  acaba  de  ofrecernos  aquel  Jefe  en  la  forma  más  solemne,  dar 
a  nuestra  Provincia  cuantos  auxilios  estén  a  su  alcance,  sin  otro 
interés  que  el  de  salvarla,  franqueándose  al  mismo  tiempo  a  en- 
trar en  tratados  con  esta  Diputación,  como  lo  solicita  en  la  nota 
oficial  que  nos  ha  dirigido  con  fecha  8  del  actual"  (2). 

En  esta  misma  carta  el  Diputado  Pérez  anuncia  el  allana- 
miento de  todos  los  obstáculos  con  la  próxima  llegada  del  Gober- 
nador López,  de  regreso  de  su  expedición  contra  los  indios,  "no- 
pudiendo  haora  dudar  de  conseguir  muy  en  breve  convinaciones 
de  más  importancia,  atendido  el  poder  de  estas  provincias  y  las 
fuerzas  de  esa  capital  y  campaña".  El  8  de  Agosto  siguiente,  el 
mismo  Pérez  dice  a  don  Domingo  Cullen:  "He  tenido  qué  hacer 
muchos  viajes  a  la  Bajada,  pero  creo  que  no  he  perdido  el  tiempo, 
pues  se  ha  conseguido  lo  que  usted  ve  no  sin  bastantes  dificulta- 
des. Las  tropas  de  Mansilla  van  a  caminar  ya  para  la  costa  del 
Uruguay,  hoy  debe  haber  salido  el  Esquadrón  de  Morel.  Estas 
provincias  están  decididas  a  hacer  la  guerra,  ayude  o  no  Buenos 
Aires."  Y  terminaba:  "Amigo:  Creo  que  ha  llegado  el  tiempo  de 
libertar  nuestro  País.  Mansilla  me  dijo:  Cuando  escriba  a  Cullen 
dígale  de  mi  parte  que  ya  tiene  lo  que  deceava"  (3). 

El  resultado  de  esta  variación  en  la  actitud  de  las  provincias 
argentinas,  favorable  a  la  causa  oriental,  es  la  Convención  cele- 
brada el  4  de  Agosto  de  1823  entre  los  Gobiernos  de  Santa  Fe  y 
Entre  Ríos,  para  salvar  al  Pueblo  Oriental  "de  la  opreción  en 
que  se  halla  por  las  tropas  imperiales  que  ocupan  aquel  territo- 


(1)  Revista  de  Derecho,  Historia  y  Letras,  Buenos  Aires,   1S08. 

(2)  Luis  Eduardo  Pérez  al  Cabildo,  13  Junio  1823,  Archivo  Gral.  Adm. 

(3)  Archivo   General  Administrativo. 


—  93  — 

rio".  La  Convención,  ratificada  después  por  los  gobernadores 
Mansilla  y  López,  contenía  estas  tres  calculas:  "Artículo  1.a:  El 
^Gobierno  de  Entre  Ríos  queda  perfectamente  de  acuerdo  con  el 
de  Santa  Fe,  para  prestar  sus  auxilios  a  la  causa  oriental  y  expul- 
sar de  aquel  territorio  por  las  vías  de  hecho  a  las  tropas  impe- 
riales que  lo  oprimen,  por  el  convencimiento  en  que  se  hallan  de 
que  esta  es  la  única  que  en  las  circunstancias  puede  restavlecerlo 
al  goce  de  sus  derechos.  —  2.°:  En  su  virtud,  los  gobiernos  de 
Santa  Fe  y  Entre  Ríos  invitarían  a  los  de  Buenos  Aires  y  Co- 
rrientes para  que  tomen  una  parte  en  tan  gloriosa  empresa,  y  se 
presten  a  ella  con  los  auxilios  que  su  situación  y  el  amor  a  la 
gloria  de  su  patria  les  haga  facilitar  en  su  obsequio.  —  3.°:  Los 
artículos  de  *esta  Convención  serán  ratificados  por  los  gobiernos 
contratantes  en  el  término  de  tres  días"  (1). 

Pocos  días  después,  el  16  de  Agosto,  los  gobiernos  de  Santa 
Fe  y  Entre  Ríos  y  la  Diputación  de  Montevideo,  suscribían  un 
tratado  sobre  estas  bases:  "Art.  1.°:  El  Gobierno  de  Entre  Ríos 
facilitará  por  lo  pronto  300  hombres  de  caballería,  a  situarlos  en 
la  co;ta  del  Uruguay,  a  donde  dirigirá  el  de  Santa  Fe  igual  o 
mayor  fuerza  dentro  de  15  días,  para  de  allí  determinar  el  pasaje 
con  los  mejores  conocimientos  que  se  adquieran  al  fin  de  asegu- 
rar la  empresa  a  que  se  dirigen,  cuyas  medidas  serán  tomadas  de 
acuerdo  por  ambos  gobiernos,  o  por  el  que  lleve  la  acción  de 
mandar  en  Jefe.  —  Art.  2.°:  Los  gobiernos  de  Santa  Fe  y  Entre 
Ríos  invitarán  a  los  de  Buenos  Aires  y  Corrientes  para  que  se 
presten  a  cooperar  en  la  empresa  por  la  vía  de  hecho  con  los 
de  que  puedan  desprenderse  en  conformidad  al  Art.  2.°  del  tratado 
reservado  celebrado  con  el  Congreso  cuadrilátero  y  al  2.a  del 
público  en  el  mismo.  —  Art.  3.":  El  Gobierno  de  Montevideo  pro- 
porcionará todos  los  recursos  que  precise  el  de  Entre  Ríos  para 
hacer  obra  en  auxilio  de  aquel  territorio,  la  fuerza  que  mueba  a 
este  objeto.  —  Art.  5.°:  Emprendidas  las  operaciones  militares 
que  se  derivaran  de  este  convenio,  las  partes  contratantes  solem- 
nizan que  por  ningún  pretexto  se  dará  una  parte,  por  pequeña 
que  sea,  a  los  caudillos  y  demás  hombres  perjudiciales  que  el 
Gobierno  de  Entre  Ríos  ha  expulsado  de  su  seno,  a  no  ser  que 
hayan  merecido  indulto;  antes  bien,  se  le  entregarán  en  caso  de 
ser  aprendidos,  bajo  la  responsabilidad  de  conservarles  las  vi- 
das. —  Art.  7.°:  El  Gobierno  de  Montevideo  dará  conocimiento  a 
los  jefes  de  la  liga,  o  sea  a  los  que  se  unen  para  su  libertad,  de 
la  fuerza  con  que  cuenta  para  el  sostén  de  laguerra,  en  el  término 
de  veinte  días.  —  Art.  8.°:  Los  artículos  de  esta  convención  serán 
ratificados  por  los  gobiernos  que  la  promueven  en  el  término  de 
íres  días.  —  Montevideo,  Agosto  16  de  1823"  (2). 


(1)  De-María,   op.   cit. 

(2)  Archivo  General  Administrativo. 


—  94  — 

Así  las  cosas  y  manteniéndose  invariable  en  la  línea  de  con- 
ducta que  se  había  trazado,  el  Gobernador  López  ratifica  su  pro- 
pósito de  llevar  adelante  "los  esfuerzos  que  hace  la  Provincia  de 
Santafé  al  lleno  de  su  compromiso";  pero,  encarece  la  necesidad 
de  que  los  recursos  prometidos  no  queden  en  proyecto.  "Las 
tropas  de  mi  mando  ya  se  hallarían  en  el  Banda  Oriental,  si  los 
recursos  convenidos  se  hubieran  colocado  en  la  aptitud  disponible 
que  reclama  la  celeridad  de  la  empresa.  Mi  decisión  es  inbaria- 
ble  quando  se  apoya  en  el  honor  de  mi  palabra.  . ."  Y  termina: 
"...el  tratado  celebrado  producirá  los  efectos  que  nos  propusi- 
mos, si  los  medios  que  entonces  se  facilitaron  no  retardan  los 
momentos  al  logro  de  los  dignos  objetos  detallados  en  su  hono- 
rable comunicación..."  (1). 

Empero,  la  obra  que  tantos  empeños  pusiera  en  acción  y  que 
tan  halagadoras  esperanzas  hiciera  concebir,  no  sólo  a  quienes 
miraban  desde  lejos  el  desarrollo  de  los  sucesos,  sino  también  a 
los  que  en  ellos  eran  actores  principales,  debía  fracasar.  Los 
propósitos  de  Buenos  Aires  así  lo  habían  dispuesto,  y  los  tor- 
tuosos procedimientos  de  aquel  Gobierno  habían  de  consumarlo 
en  los  hechos,  según  veremos  en  seguida. 

VIL  Los  diputados  del  Cabildo  y  el  Gobierno  de  Buenos 
Aires.  —  La  diputación  del  Cabildo,  que,  conforme  se  ha  expre- 
sado, estaba  formada  por  dos  Cristóbal  Echeverriarza,  don  San- 
tiago Vázquez  y  don  Gabriel  Antonio  Pereyra,  en  seguida  de  lle- 
gada a  su  destino,  debió  percatarse  que  entraba  a  actuar  en  un 
ambiente  oficial  de  prevención,  o  cuando  menos  de  indiferencia. 
"Desde  su  llegada  estuvo  dispuesta  la  Diputación  a  hacer  cuanto 
pudiese  para  acelerarlo  (el  objeto  de  su  encargo);  pero,  aunque 
firme  en  esa  disposición,  no  ha  podido  hasta  aquí  evitar  pruden- 
temente la  marcha  que  la  situación  de  este  Gobierno  y  otras  con- 
sideraciones le  hicieron  juzgar  necesaria"  (2). 

Pocos  días  después,  el  4  de  Febrero,  la  Comisión  hace  pre- 
sente al  Cabildo,  que  dando  por  descartada  la  posibilidad  de  ob- 
tener la  intervención  oficial  de  Buenos  Aires,  "se  propuso  conse- 
guir el  apoyo  de  armas,  municiones  y  dinero,  de  un  modo  privado, 
y  la  tolerancia  de  otras  medidas  importantes,  manifestando  que 
estos  recursos  facilitarían  el  mayor  resultado  de  la  empresa".  A 
fin  de  predisponer  todavía  a  su  impasible  contendor  a  una  deci- 
sión favorable  y  humana,  los  diputados,  según  reza  la  carta  que 
transcribimos,  manifestábanle  "que  cuando  la  fortuna  los  aban- 
donase en  su  empeño,  entonces,  aunque  con  dolor,  tomarían  de 
la  mano  a  los  caudillos  y  los  lanzarían  sobre  el  territorio  oriental, 
para  que   aprovechando   de   la  desesperación   de   los   habitantes 


(1)  Nota  al  Cabildo  de  Montevideo,  28  Agosto  1823,  Archivo  General 
Administrativo. 

(2)  Nota  del  23  de  Enero  de  1823  al  Cabildo  de  Montevideo,  Archivo 
General  Administrativo. 


—  95  — 

produjeran  una  conflagración".  "V.  E.  penetrará  — decían  al  Ca- 
bildo sus  emisarios —  que  este  terrible  quadro  se  propuso  más 
para  preparar  el  ánimo  de  este  Gobierno  a  imitarle  que  con  reso- 
lución de  llevarlo  a  efecto;  mas,  por  desgracia,  el  Ministro,  tre- 
pidando en  su  última  decisión,  avisó  que  la  comunicaría  después 
de  consultada;  y,  en  efecto,  previno  que  el  Gobierno  había  re- 
suelto no  auxiliar  de  modo  alguno  nuestro  proyecto"  (1). 

Las  palabras  de  la  carta  aludida  en  primer  término,  escritas 
a  los  pocos  días  de  iniciar  la  Comisión  sus  trabajos,  están  reve- 
lando a  las  claras  en  la  mente  de  los  comisionados,  el  empeño 
patritóico  de  retardar  hasta  donde  fuera  posible  la  revelación  de- 
finitiva de  las  intenciones  del  Gobierno  de  Buenos  Aires.  La  se- 
gunda carta  lo  dice  todo:  es  la  negativa  rotunda,  sin  atenuacio- 
nes; es  la  revelación  de  que  nuevamente  se  estaba  fraguando 
para  la  Banda  Oriental  una  suerte  que  la  Banda  Oriental  no  que- 
ría. Y  el  proceso  de  esta  intriga  sigue  su  curso.  Las  cartas  de 
los  comisionados  del  Cabildo,  con  el  correr  de  los  días,  van  ad- 
quiriendo cada  vez  más  desconsoladora  elocuencia:  "...  debo 
exponer  a  V.  E.  sinceramente  que  según  el  conocimiento  que  he 
adquirido  de  los  principios  maquiavélicos  que  tiene  adoptados 
este  Gobierno,  haciendo  alarde  de  sostener  y  marchar  de  frente 
en  toda  dirección  una  vez  acordada,  sea  o  no  así  la  opinión  ge- 
neral, esté  o  no  en  sus  intereses;  sabiendo  también  por  experien- 
cia que  el  "Centinela"  es  el  barómetro  que  indica  con  anticipa- 
ción sus  operaciones,  y  que  las  explicaciones  que  hace  en  ellos 
sobre  la  negociación  al  Brasil  en  el  núm.  35  no  llevan  otro  de- 
signio que  envolver  a  las  provincias  cuadriláteras  en  la  misma 
inacción  en  que  él  se  mantiene.  .  .,  hallándonos  ya  en  el  caso  de 
olvidar  sus  escritos  y  palabras  y  tener  muy  presente  solamente 
sus  hechos;  .  .  .por  un  sin  fin  de  pormenores  que  no  detallo  por 
no  cansar  la  atención  de  V.E.,  pero  que  todos  ellos  persuaden 
hasta  la  evidencia  que  no  es  solamente  la  manía  de  llevar  ade- 
lante la  vía  pacífica  el  que  le  empeña  a  conducirse  en  los  térmi- 
nos que  vemos,  sino  que  hay  que  despejar  aquí  alguna  otra  in- 
cógnita; y  viendo  por  último  la  impavidez  con  que  se  explica  el 
"Centinela"  núm.  39  sobre  las  intenciones  de  los  que  han  promo- 
vido la  causa  de  esta  Provincia,  que  no  parece  sino  dictado  del 
mismo  Síndico  García  o  el  Asesor  Herrera,  son  otras  tantas  ra- 
zones que  me  obligan  a  concluir  decididamente,  que  es  necesario 
renunciar  a  toda  espranza  sobre  la  reunión  de  fondos.  .  .,  porque 
el  Gobierno,  sin  declararse  ni  impedir  expresamente,  está  en  ap- 
titud de  poder  hacer  nulos  todos  nuestros  esfuerzos  y  conseguir 
sus  fines,  no  debiendo,  por  consiguiente,  contar  más  que  con 
nuestros  propios  recursos"  (2).    Los  procederes  del  Gobierno  de 


(1)  Archivo    General    Administrativo. 

(2)  Nota  de  Echeverriarza  al  Cabildo,  del  28   de  Abril,  Archivo  Ge- 
neral Administrativo. 


—  96  — 

Buenos  Aires  "aparecen  muy  pequeños  ante  los  documentos  que 
extractamos",  dice  el  historiador  Cervera  refiriéndose  segura- 
mente a  las  pruebas  que  en  los  Archivos  de  Santa  Fe  se  conservan. 

Ante  la  actitud  prescindente  de  las  autoridades  de  Buenos 
Aires,  los  comisionados  deben  luchar  con  nuevas  dificultades. 
Teniendo  sobre  sí  la  misión  de  gestionar  allí  un  empréstito  para 
los  gastos  de  la  empresa  revolucionaria,  las  inseguridades  que 
del  estado  de  los  sucesos  se  derivan  multiplican  los  obstáculos  y 
hacen  más  agudas  las  prevenciones.  Es  así  que  Echeverriarza, 
en  nota  del  28  de  Abril,  se  lamenta  de  "ver  paralizada  la  remisión 
de  fondos"  (1),  y  vuelve  a  lamentarse  una  y  otra  vez,  en  pre- 
sencia de  los  pedidos  apremiantes  que  de  Santa  Fe  le  llegan,  re- 
comendándole "nuevamente  a  que  se  doblen  los  esfuerzos  de  la 
consavida  recaudación  de  fondos"   (2). 

Héroes  ignorados  para  los  más,  estos  hombres  del  año  23! 
Cuando  se  mide  el  altruismo  con  que  obraron  y  la  oscuridad  en 
que  iban  elaborando  el  gran  proceso,  se  palpa  toda  la  grandeza 
de  su  enorme  desinterés.  Mientras  los  orientales  nos  debatimos 
estérilmente  para  que  Lavalleja  o  Rivera  primen  uno  sobre  otro 
en  la  opinión  de  sus  conciudadanos,  vamos  dejando  de  lado  estas 
hermosas  y  edificantes  vidas  patricias,  de  los  Echeverriarza,  de 
los  Trápani,  y  de  los  que  con  ellos  alternaron;  y  obrando  así,  va- 
mos perdiendo  en  forma  lamentable  un  invalorable  caudal  de  su- 
gestión. 

Insisten  los  comisionados  en  hacer  resaltar  al  Cabildo,  la 
estrecha  dependencia  y  surJordinación  del  éxito  de  la  empresa 
que  en  Santa  Fe  se  preparaba  entonces,  con  la  obtención  de  los 
recursos  en  que  ellos  estaban  empeñados.  Y  a  fuerza  de  tenaci- 
dad logran  estos  hombres  extraordinarios,  en  aquellas  críticas  cir- 
cunstancias, arrancar  a  los  prestamistas  la  promesa  de  entregar 
los  fondos  "cuando  la  Diputación  que  marchó  para  Santa  Fe  el 
26  del  pasado  conteste  estar  de  acuerdo  aquellos  gobiernos" 
(Entre  Ríos  y  Santa  Fe)  (3).  Sobreviene  a  la  sazón  la  llegada 
a  Buenos  Aires  del  Gobernador  Mansilla,  entonces  en  abierta 
pugna  con  Santa  Fe  y  con  los  diputados  orientales  que  en  esta 
provincia  se  hallaban;  y  esto  da  nueva  ocasión  para  que  los  co- 
misionados encargados  de  la  recaudación  del  empréstito,  don 
Braulio  Costa,  don  Félix  Castro,  y  el  nunca  bastante  ponderado 
don  Pedro  Trápani,  expresen  con  pesar  que  "las  ideas  quasi 
hostiles  que  manifestó  aquí  (Mansilla)  han  dejado  a  este  comer- 
cio en  duda  sobre  el  resultado  de  las  disensiones  políticas  entre 
ambas  provincias  (Santa  Fe  y  Entre  Ríos)  e  inclinado  el  ánimo 
de  los  prestamistas  a  creer  impedido  por  ahora  el  tránsito  de  las 


(1)  Archivo    General    Administrativo. 

(2)  Archivo    General    Administrativo. 

(3)  Nota  del  5  de  Marzo,  Archivo  General  Administrativo. 


—  97  — 

tropas  santafecinas  a  la  Banda  Oriental"  (1).  Contra  viento  y 
marea  la  obra  continuaría  su  proceso  y  los  comisionados  podrían 
anunciar  al  Cabildo  haber  puesto  en  manos  de  don  Francisco  Plá 
nueve  mil  pesos  fuertes"  (2). 

La  política  del  Gobierno  de  Buenos  Aires  frente  a  la  revolu- 
ción de  1823,  es,  como  se  ve,  de  absoluta  prescindencia.  Pres- 
cindencia  como  norma  de  su  propia  conducta,  primero;  prescin- 
dencia, después,  en  la  obra  de  sugestión  y  hasta  de  coacción, 
ejercida  sobre  las  provincias  que  se  disponían  a  secundar  el  mo- 
vimiento. 

Tres  son  los  medios  que  Buenos  Aires  pone  en  práctica  en 
estos  momentos,  para  alejar  la  solución  inmediata  del  problema 
que  la  ocupación  de  la  Banda  Oriental  y  el  giro  de  los  sucesos 
le  plantean.  Redúcese  el  primero  a  enviar  a  Santa  Fe  la  misión 
del  doctor  Juan  García  Cossio,  quien  se  presenta  en  el  lugar  de 
su  destino  con  las  instrucciones  de  su  Gobierno,  y  entrando  al 
desempeño  de  su  Comisión,  expone  a  López  "que  la  guerra  sería 
desventajosa  para  él,  teniendo  los  portugueses  más  recursos  para 
vencer  y  más  ventajas  que  reportar  de  la  victoria;  que  no  des- 
truiría el  enemigo  lleno  de  recursos.  Contra  ellos  no  se  podrían 
poner  sino  pocos  soldados;  si  vencidos,  deberían  repasar  el  Uru- 
guay; si  vencedores,  la  plaza  de  Montevideo  no  se  entregaría  sino 
por  orden  del  Rey  de  Portugal,  aliado  al  Rey  de  España,  lo  que 
traería  complicaciones,  y  aún  sometida,  provocarían  con  ello  la 
anarquía  y  miseria  en  la  campaña  y  país  que  se  intenta  ayudar. 
Si  vencen  los  portugueses,  su  dominio  se  consolida,  invadirían 
el  Entre  Ríos,  Corrientes  quedaría  aislada,  y  las  demás  provin- 
cias, temerosas,  nada  harían.  A  más,  dos  provincias,  Santa  Fe  y 
Entre  Ríos,  no  pueden  sin  descrédito  general  iniciar  esta  guerra, 
y  hallándose  pendiente  la  diputación  al  Brasil,  debe  esperarse 
resultado.  Mejor  sería,  pues,  esperar  a  la  reunión  del  Congreso 
para  decidir".  "Está  pendiente  la  diputación  de  Buenos  Aires 
ante  la  Corte  del  Brasil  y  no  habría  prudencia  en  recurrir  a  la 
guerra  antes  de  conocer  el  resultado  de  la  gestión  ya  enta- 
blada" (3). 

"  Los  argumentos  artificiosos  deberían  influir  en  los  ánimos. 
No  se  conocía  bien  la  debilidad  del  Brasil,  ni  sus  internas  luchas, 
ni  la  falta  de  recursos  para  sostenerse  en  el  país  conquistado"  (4). 
Aislado  el  Gobernador  López  y  alimentando  Mansilla  serios  te- 
mores de  que  los  brasileros  invadiesen  su  provincia,  la  voluntad 
de  Buenos  Aires  se  imponía.  Esta  variación  impuesta  a  la  vo- 
luntad manifestada  de  los  dos  gobernadores,  no  debió  entrañar 
para  el  segundo  ninguna  violencia  moral,  porque  Mansilla  ante- 


(1)  Nota  del  19  de  Abril,  Archivo  General  Administrativo. 

(2)  Nota  del  10  de  Setiembre,  Archivo  General  Administrativo. 

(3)  Cervera,  op.  cit.    Losaga,   op.   cit. 

(4)  Cervera,  op.  cit. 


—  98  — 

ponía  a  todas  las  razones  y  a  todos  los  intereses,  su  arraigado 
porteñismo;  pero  en  López  hubo  de  operarse  más  de  un  conato 
de  rebeldía,  si  se  considera  que  poco  tiempo  antes,  dos  meses 
escasos,  escribía  a  Mansilla  a  propósito  de  la  conducta  de  Bue- 
nos Aires:  "...no  son  los  caminos  de  la  intriga  y  degradación 
los  que  debemos  trillar  para  labrarle  (a  la  patria)  su  engrande- 
cimiento, sino  los  de  la  dignidad,  honor  y  buena  fe;  no  hay  que 
contrariar  los  principios  por  intereses  privados,  desaparezcan  los 
tiranos  o  muramos  con  la  gloria  de  haberlos  perseguido"  (1). 
Olvidaba  López  que  la  intriga  envuelve  a  veces  a  los  hombres 
más  prevenidos,  porque  elige  para  sus  miras  los  caminos  menos 
esperados. 

El  segundo  medio  usado  por  Buenos  Aires  en  esta  emergen- 
cia, consiste  en  la  misión  del  doctor  Valentín  Gómez  a  Río  de 
Janeiro.  En  el  memorándum  que  el  comisionado  presentó  al  Mi- 
nistro de  Relaciones  Exteriores  del  Brasil  el  15  de  Setiembre  de 
1823,  después  de  señalar  el  hecho  "legal"  de  la  unión  de  las 
Provincias  Unidas  y  la  ineficacia  del  Congreso  Cisplatino,  agre- 
gaba: "El  Brasil  se  encuentra  aún  en  los  primeros  períodos  de 
su  regeneración  política:  con  grandes  dificultades  y  peligros  que 
vencer,  y  su  erario  con  gravísimas  urgencias.  ¿Le  convendría 
distraer  por  más  tiempo  de  sus  atenciones  interiores  la  fuerza  del 
ejército  que  ocupa  la  Banda  Oriental,  y  continuar  en  las  inmensas 
erogaciones  que  le  ha  causado  ya,  y  serán  siempre  inevitables? 
Aquel  país  jamás  se  prestará  dócil  a  la  dominación  extranjera,  y 
cuando  para  sujetarlo  después  de  correr  los  azares  de  la  guerra 
se  le  haya  reducido  a  mayor  grado  de  languidez,  las  utilidades 
que  de  él  se  reportarían  no  podrían  compararse  con  las  que  pro- 
porciona la  franqueza  de  comercio  que  la  paz  debería  establecer 
con  arreglo  a  los  principios  que  rigen  en  todas  las  naciones  ci- 
vilizadas. Entretanto  las  Provincias  de  la  Plata  no  pueden  pres- 
cindir de  la  necesidad  de  sostener  su  decoro  y  dignidad:  y  si  han 
de  consultar  a  su  independencia  y  demás  intereses  nacionales 
aventurarán,  si  es  necesario,  hasta  su  iproipia  existencia,  por  ob- 
tener la  reincorporación  de  una  plaza  que  es  la  llave  del  cauda- 
loso río  que  baña  sus  costas,  que  abre  los  canales  a  su  comercio, 
y  facilita  la  comunicación  de  una  multitud  de  puntos  de  su  inde- 
pendencia. Tampoco  serán  indiferentes  a  la  suerte  de  una  po- 
olación  que  les  ha  estado  unida  por  tanto  tiempo,  que  clama  por 
restablecer  su  anterior  posesión  política  y  que  les  pertenece,  no 
sólo  por  los  vínculos  sociales  que  les  ligan,  sino  por  relaciones 
antiguas  de  familias,  de  intereses,  de  costumbres  y  de  idiomas. 
El  Gobierno  de  Buenos  Aires  ha  sentido  la  fuerza  de  su  deber  a 
este  respecto  cuando  en  circunstancias  bien  marcadas  se  han 
reclamado   sus   auxilios  por  los  habitantes  de  Montevideo.    Ha 


(1)     Cervera,  op.  cit. 


-  99  - 

creído  conveniente  a  su  propia  dignidad,  y  a  los  respetos  debidos 
a  un  estado  vecino,  el  recurrir  previamente  al  honorable  medio 
de  una  reclamación  oficial,  enviando  un  diputado  cerca  de  esta 
Corte  con  ese  objeto,  y  el  de  reglar,  si  hay  lugar,  sus  relaciones 
políticas  con  un  país  cuya  emancipación  ha  celebrado  cordial- 
mente,  así  que  respeta  la  forma  de  gobierno  que  se  ha  dado  como 
más  conveniente  a  sus  necesidades  y  deseos.  El  se  lisonjea  de 
que  este  paso  será  apreciado  en  su  verdadero  carácter  por  el  Go- 
bierno del  Brasil,  y  que  tendrá  los  resultados  que  le  correspon- 
den"   (1). 

La  respuesta  del  Brasil  se  concretó,  en  lo  sustancial,  a  in- 
vocar como  títulos,  el  exterminio  de  Artigas,  los  gastos  hechos 
en  beneficio  de  la  provincia  y  la  decisión  del  Congreso  Cisplatino. 
Esa  respuesta,  desprovista  de  un  solo  argumento,  no  ya  decisivo, 
sino  hasta  serio,  es  la  mejor  comprobación  de  que  al  Gobierno, 
imperial  le  constaba  que  la  misión  de  Buenos  Aires  era  sólo  un 
medio  expeditivo  de  salir  mal  o  bien  de  una  situación  compro- 
metida. Y  al  Brasil  le  constaba  aquel  extremo,  porque  nadie  ig- 
noraba que  el  Gobierno  de  Buenos  Aires  no  había  dado  un  solo 
paso  en  el  sentido  de  organizar  sus  tropas  o  aumentar  sus  con- 
tingentes, para  hacer  frente  a  una  posible  eventualidad;  y,  ade- 
más, porque  mientras  el  emisario  Gómez  aguardaba  en  Río  de 
Janeiro  el  término  de  su  cometido,  "otro  comisionado  argen- 
tino, el  doctor  Cossio,  se  encargaba  de  desbaratar  la  ayuda  que 
habían  obtenido  los  orientales  en  Santa  Fe  y  en  Entre  Ríos,  con 
el  argumento  asustador  de  que  en  el  caso  de  ser  desalojados  los 
portugueses,  quedaría  "de  nuevo  la  Banda  Oriental  expuesta  a 
repetir  los  excesos  horrosos  con  que  había  ardido  en  otras  épo- 
cas" (2). 

Como  si  todo  esto  no  fuera  bastante,  la  Cancillería  brasilera 
demoraba  casi  cinco  meses  su  contestación  al  memorándum  del 
comisionado  de  Buenos  Aires,  demora  tanto  más  sugestiva  cuanto 
que  el  negocio  encomendado  al  doctor  Gómez  era  de  los  que 
podían  comprometer  la  "existencia"  de  las  Provincias  Unidas,  a 
estar  a  los  términos  literales  del  memorándum. 

Un  mes  después  de  presentarse  en  Río  de  Janeiro  el  doctor 
Gómez,  el  Gobierno  de  Buenos  Aires  pone  en  práctica  la  tercera 
parte  de  su  programa  de  indefinido  e  incoloro  pacifismo;  y  e'l 
General  don  Miguel  Estanislao  Soler,  encargado  del  nuevo  co- 
metido, ante  los  generales  Lecor  y  da  Costa,  y  ante  el  Cabildo  de 
Montevideo,  parte  con  las  siguientes  instrucciones: 

"  1.a  Recabar  de  los  generales  Lecor  y  don  Alvaro  da  Costa, 
conserven  sus  posiciones,  impidiendo  toda  hostilidad  hasta  el 
resultado  de  las  negociaciones  con  el  Brasil,  encomendadas  al 


(1)  Noticias  de  las   Provincias  Unidas   del  Río  de   la  Plata. 

(2)  Eduardo  Acevedo,  op.  cit. 


—  ido  — 

señor  Gómez.  Al  efecto,  el  comisionado  debía  instruirles  de  lo 
que  se  le  había  ordenado  a  dicho  diplomático,  dirigiéndole  co- 
municaciones a  Río  de  Janeiro  para  que  exigiese  una  resolución 
pronta  y  decisiva,  debiéndoles  exponer  que  era  indispensable  en 
la  misma  negociación,  tratar  sobre  el  destino  y  seguridad  de  la 
división  de  los  Voluntarios  reales.  Los  medios  de  iniciar  y  de 
obtener  este  importante  cometido,  siendo  varios,  sólo  el  conoci- 
miento y  las  impresiones  mismas  del  momento  influirían  del  modo 
y  medios  que  deban  preferirse  y  que  pertenecían  exclusivamente 
al  buen  juicio  del  Comisionado. 

"  2.a  Haría  valer  la  representación  de  su  Gobierno,  para 
emplear  todos  los  medios  de  persuasión,  hasta  el  de  la  decorosa 
energía  de  la  protesta,  a  fin  de  que  se  respeten  la  inviolabilidad 
de  las  personas  y  propiedades  de  toda  la  provincia  oriental. 

"  3.a  Este  era  tan  importante  o  más  que  los  anteriores.  Ex- 
tendiéndose a  que  el  Comisionado  adquiera  el  más  exacto  cono- 
cimiento del  estado  de  la  opinión,  disposiciones  y  recursos,  tanto 
en  la  plaza  de  Montevideo  como  en  toda  la  campaña,  distinguiendo 
el  sentimiento  que  domina  en  la  masa  de  1»  población  y  la  que 
subdivide  a  todas  las  partes  de  ellas,  que  obran  activamente,  ya 
en  favor  del  Brasil,  ya  en  el  de  Portugal,  como  principalmente 
los  que  están  decididos  o  al  menos  prefieran  los  intereses  nacio- 
nales y  reincorporación  de  dicha  provincia  a  la  Unión ..."  ( 1 ) . 

Cuando  el  General  Soler  llegó  a  Canelones  con  el  fin  de 
conferenciar  con  el  Barón  de  la  Laguna,  se  enteró  por  datos  de- 
finitivos, de  la  Convención  celebrada  entre  brasileros  y  portugue- 
ses ,que  había  puesto  fin  a  la  disidencia  que  desde  hacía  un  año 
los  separara.  En  consecuencia  con  las  instrucciones  de  su  Go- 
bierno, Soler  dirigió  a  Lecor  una  nota,  en  la  que  manifestaba  su 
deseo  de  que  la  transacción  acordada  entre  los  dos  bandos  "se 
manifestase  al  público,  persuadido  de  que  conciliaria  varios  ob- 
jetos en  beneficio  de  sus  habitantes";  e  insinuaba  la  conveniencia 
de  formular  una  declaración  de  "si  quedan  protegidas  las  propie- 
dades y  personas  de  los  ciudadanos  de  esta  Provincia,  sea  cual 
hubiese  sido  su  opinión  o  conducta  durante  la  desavenencia  que 
da  mérito  a  dicha  declaración"  (2). 

Es  interesante  reproducir  aquí,  bien  que  nos  alejemos  algo 
del  tema  de  este  capítulo,  las  referencias  que  el  General  Soler 
remitió  al  Ministro  Rivadavia,  y  que  reflejan  las  impresiones  del 
primero  sobre  el  ambiente  en  que  transitoriamente  le  tocaba  ac- 
tuar. "Por  lo  demás,  no  hay  habitante  que  se  acomode  con  el 
yugo  de  unos  ni  de  otros;  a  todos  los  consideran  enemigos  de  su 
libertad  y  de  lo  poco  que  les  resta  de  su  codicia  devoradora;  basta 
decir  que  en  el  mes  pasado  se  han  diseminado  partidos  de  con- 


(1)  ü.  Rodríguez,  "El  General  Soler". 

(2)  Gregorio  F.  Rodríguez,  op.  cit. 


—  101  — 

tinentales  y  reunida  la  poca  hacienda  que  varios  infelices  pudieron 
sujetar,  después  de  la  célebre  pacificación  del  año  XX,  se  asegura 
que  muchos  de  éstos  han  abandonado  sus  domicilios.  .  ."  (1). 

A  las  comunicaciones  oficiales  del  Comisionado  de  Buenos 
Aires,  respondió  Lecor  dando  a  entender  que  conceptuaba  termi- 
nada ante  su  persona  la  misión  de  aquél,  y  con  tal  propósito  le 
expresaba:  "todo  cuanto  puede  convenir  a  la  tranquilidad  de  este 
Estado  y  bienestar  de  sus  habitantes,  ya  no  puede  derivar  de  las 
oficiosas  insinuaciones  de  S.  Exea,  ni  de  la  negociación  también 
oficiosa  de  que  fué  encargado"   (2). 

La  conclusión  que  de  toda  la  frustrada  negociación  se  des- 
prende, es.  que  ella  resultó  absolutamente  ineficaz  por  imposición 
de  las  circunstancias;  y,  además,  que  el  General  Lecor,  frente  a 
la  originalísima  actitud  —ni  pacífica  ni  guerrera —  del  Gobierno 
de  Buenos  Aires,  ajustó  su  conducta  diplomática  al  criterio  que 
la  Cancillería  de  Río  de  Janeiro  parecía  reservar  a  los  emisarios 
porteños,  excepción  hecha,  claro  está,  de  don  Manuel  José  García. 

VIH.  La  revolución  de  1823:  su  fracaso.  —  La  revolución 
iniciada  bajo  tan  buenos  auspicios  y  a  cuya  consolidación  pare- 
cían contribuir  todos  los  elementos  puestos  en  juego,  vería  des- 
vanecerse1 una  tras  otras,  las  esperanzas  y  los  cálculos  de  sus 
hombres  dirigentes.  Fallaba  primero  Buenos  Aires,  negándose  a 
secundar  activamente  la  empresa  y  llevando  su  radical  prescin- 
dencia  hasta  el  extremo  de  ''no  auxiliar  de  modo  alguno  el  mo- 
vimiento" (3).  La  actitud  de  Buenos  Aires,  y  más  que  la  actitud 
en  sí  misma,  las  maniobras  que  después  se  pusieron  en  práctica 
para  arrastrar  a  la  inacción  a  las  Provincias  de  Entre  Ríos  y  Santa 
Fe,  provocaron  en  éstas  desconfianza  y  temores  y  decretaron,  en 
último  término,  su  acatamiento  a  los  planes  del  Gobierno  de  Bue- 
nos Aires.  Fracasados  los  auxilios  y  hasta  gran  parte  de  los  re- 
cursos con  que  Montevideo  contaba  para  llevar  adelante  sus  pla- 
nes, se  insinúa  primero  una  resistencia  cada  vez  más  clara  de 
Alvaro  da  Costa  ante  las  decisiones  del  Cabildo,  y  poco  tiempo 
después,  la  posibilidad  de  un  acuerdo  entre  Lecor  y  da  Costa; 
hechos,  éstos,  cuyo  proceso  empieza  a  manifestarse  en  las  notas 
cada  vez  más  llenas  de  reservas,  que  el  Jefe  de  los  Voluntarios 
Reales  dirige  a  la  Corporación  iniciadora  de  la  revolución. 

"  El  Gobierno  ejerce  desde  el  31  de  Julio  de  1821  toda  su 
autoridad,  bajo  los  auspicios  de  Su  Majestad  el  Rey  Sr.  D.  Juan  VI, 
por  el  pacto  que  en  aquel  tiempo  formó  el  Congreso  Cisplatino, 
que  aunque  todavía  no  haya  sido  ratificado  , existe  aún  en  vigor". 
"Las  autoridades  civiles  y  militares  deben  conservar  las  atnbu- 


(1)  Gregorio   F.  Rodríguez,   op.   eit. 

(2)  Gregorio   F.   Rodríguez,   op.   cit. 

(3)  Oficio   de    los    Comisionados   al    Cabildo,    4   de    Febrero,    Archivo 
General  Administrativo. 


—  102  — 

dones  que  las  leyes  dispongan  conforme  al  sentido  que  en  dicho 
pacto  se  expresó,  o  de  lo  contrario  pueden  nacer  ideas  inconve- 
nientes e  impresiones  peligrosas,  cuyos  resultados  pueden  llegar 
a  ser  de  cuidado.  En  estas  circunstancias  me  veo  obligado  a  so- 
licitar de  V.  E.  que  para  bien  de  la  tranquilidad  de  todos,  se  evi- 
ten en  cuanto  sea  posible  innovaciones  que  aun  cuando  no  tengan 
ese  carácter,  pueden  significar  para  algunos  ideas  de  independen- 
cia" (1).  En  nota  del  8  del  mismo  mes,  encarece  Da  Costa  la 
necesidad  de  tomar  medidas  "para  que  los  perversos  no  lleven 
adelante  los  proyectos  que  formaron  en  silencio,  sirviéndose  para 
apoyarlos,  de  los  discursos  referentes  a  las  vistas  que  V.  E.  lle- 
vaba de  crear  una  Junta  que  a  ellos  les  parecía  querer  asumir 
atribuciones  de  Gobierno  Provincial"  (2).  Insistiendo  en  las  re- 
servas que  el  nombramiento  de  la  Comisión  delegada,  hecho  por 
el  Cabildo,  le  sugiere,  dice:  "Ignoro  también  por  qué  se  quiere 
inducir  la  persuasión  de  que  yo  reconocí  como  legal  y  bien  esta- 
blecida la  Junta  de  Gobierno  que  V.  E.  creó,  pues  el  modo  en  que 
de  ella  hacen  mención  mis  oficios  no  es  el  de  quien  reconoce". 
"Yo  debería  hablar  claro,  pero  confiado  en  que  las  reflexiones 
que  a  V.  E.  hice  e)  5  del  corriente  pidiéndole  no  se  encareciesen 
las  innovaciones,  y  demostrándole  en  el  que  le  dirigí  el  8,  que 
todas  las  autoridades  ejercen  sus  funciones  bajo  los  auspicios  de 
Su  Majestad,  dejaba  claramente  establecido  que  después  del  Pacto 
formado,  pertenecía  a  las  Cortes  Soberanas  crear  nuevos  estable- 
cimientos". 

En  síntesis,  su  pensamiento  postula  que  no  debe  innovarse 
"sin  el  consentimiento  de  Su  Majestad"  (3). 

El  25.  de  Julio,  comentando  el  manifiesto  del  Cabildo  del  24 
del  mismo  mes,  en  que  se  anunciaba  estar  próxima  a  abrirse  la 
campaña  para  la  expulsión  de  las  tropas  brasileras,  decía:  "cuando 
trato  de  comparar  las  ventajas  y  los  males  que  pueden  nacer  del 
lenguaje  empleado  por  V.  E.  en  el  manifiesto  publicado  ayei,  no 
puedo  menos  que  lamentar  los  desastres  que  esperan  a  los  mí- 
seros vecinos  de  extramuros  si  las  tropas  acantonadas  en  San 
José  hacen  sobre  los  suburbios  de  esta  plaza  las  incursiones  que 
en  su  poder  está  el  realizar.  ¿Y  de  quién  sería  en  este  caso  la 
culpa?  ¿Los  salvan  acaso  las  amenazas  que  V.  E.  promete  para 
el  futuro,  o  deberán  ellos  quejarse  de  que  yo  no  empleé  la  fuerza 
para  contrarrestar  los  movimientos  a  que  V.  E.  ha  dado  lugar.  .  .? 
Yo  concibo  que  se  hagan  amenazas,  que  se  provoque  a  un  ejército, 
cuando  se  tienen  fuerzas  para  batirlo  y  de  ello  puede  resultar  un 
bien;  pero  ¿con  qué  fuerzas  cuenta  V.  E.?  ¿Con  las  tropas  orien- 
tales, que  en  Montevideo  sólo  existen  en  la  fantasía,  o  abrigó  V.  E. 
la  intempestiva  idea  de  que  las  fuerzas  portuguesas,  por  el  hecho 


(1)  Oficio  del  5  de  Junio  de  1823,  Archivo  General  Administrativo. 

(2)  Archivo  General   Administrativo. 

(3)  Archivo  General  Administrativo. 


—  103  — 

cíe  ocupar  esta  Provincia,  debían  entrar  en  una  lucha  que  su  jefe 
no  consideraba  oportuna  ni  conveniente  a  los  intereses  de  la  Mo- 
narquía?" A  continuación  pide  al  Cabildo  que  no  publique  pa- 
peles comprometedores  para  los  vecinos  y  para  las  tropas  por- 
tuguesas, "pues  V.  E.  no  ignora  que  tengo  dificultad  (a  pesar 
de  ser  superior  en  fuerzas)  en  romper  las  hostilidades",  y  que 
en  esta  decisión  "debe  influir  alguna  razón  que  V.  E.  no  puede 
alcanzar"   (1). 

No  obstante  haberse  librado  el  23  de  Octubre,  frente  a  Mon- 
tevideo, una  acción  naval  entre  las  fuerzas  marítimas  brasileras 
y  portuguesas,  que  según  De-María  tuvo  las  características  de  un 
simulacro  entre  D.  Alvaro  y  Lecor,  el  acuerdo  que  entre  ambos 
iba  a  hacerse  notorio  dentro  de  pocos  días,  se  traslucía  cada  vez 
más  en  los  oficios  de  da  Costa  al  Cabildo,  a  pesar  de  los  esfuerzos 
del  primero  por  retardar  la  publicidad  de  sus  manejos.  Es  así 
que  el  25  de  Octubre  comunicaba  da  Costa  haber  recibido  oficios 
de  D.  Juan  VI,  ordenando  que  "inmediatamente  se  proponga  a  los 
generales  o  comandantes  de  las  tropas  brasileras,  una  suspensión 
de  armas  y  un  total  olvido  de  las  pasadas  divergencias;  y  siendo 
de  mi  deber  ajustarme  de  inmediato  a  esas  Regias  órdenes,  voy 
a  proponer  al  General  Barón  de  la  Laguna  una  suspensión  de  ar- 
mas" (2).'  Las  manifestaciones  contenidas  en  las  últimas  notas 
transcriptas,  produjeron  en  el  Cabildo  y  en  la  población  de  Mon- 
tevideo una  alarma  explicable,  que  llegó  hasta  la  exaltación  de 
los  ánimos  cuando  se  conoció  el  contenido  del  oficio  del  29  de 
Octubre,  en  que  Alvaro  da  Costa,  instado  por  los  capitulares  a 
calmar  la  agitación  que  dominaba  a  la  ciudad,  mediante  la  insi- 
nuación que  se  le  hacía  sobre  cuál  sería  la  suerte  de  la  Plaza  en 
caso  de  retirarse  las  tropas  portuguesas,  eludía  toda  respuesta 
concreta  y  se  limitaba  a  manifestar:  "Mantendré  la  tranquilidad 
pública  como  me  compete  y  se  ejecutarán  las  Regias  Instrucciones 
de  Su  Majestad  Fidelísima  sobre  salvar  a  esta  capital  de  los  com- 
promisos pasados  a  que  V.  E.  alude,  no  pudiendo  adelantar  nada 
más  definitivamente  respecto  de  su  suerte  política  futura"  (3). 

Dada  la  gravedad  de  los  sucesos  en  presencia  de  la  actitud 
evasiva  y  comprometedora  del  Jefe  de  los  Voluntarios  Reales,  el 
Cabildo  se  reúne  extraordinariamente  para  considerar  la  nota  del 
General  da  Costa,  con  cuya  lectura  se  da  comienzo  al  acto.  "V 
habiendo  quedado  S.  E.  sorprendido  al  imponerse  de  que  desen- 
tendiéndose aquel  jefe  de  la  entrega  de  la  Plaza  a  esta  autoridad, 
según  para  el  caso  lo  había  S.  M.  F.  ordenado,  estaba,  por  el  con- 
trario, dispuesto  a  franquearla  a  las  tropas  brasileras  que  nos 
asedian,  mandadas  por  el  Barón  de  la  Laguna,  bajo  la  promesa 
de  que  serían  garantidas  las  personas  por  sus  opiniones  anterio- 


(1)  Archivo  General  Administrativo. 

(2)  Archivo  General  Administrativo. 

(3)  Archivo  General  Administrativo. 


—  104  — 

res;  cuya  circunstancia  es  tan  ineficaz,  como  pública  y  notoria 
que  en  9  de  Agosto  de  1820  fueron  expulsados  de  esta  Corpora- 
ción cinco  miembros  por  reclamar  enérgicamente  del  mismo  Ba- 
rón de  la  Laguna  el  cumplimiento  de  las  condiciones  bajo  de  las 
que  depusieran  las  armas  los  habitantes  de  la  campaña  por  el 
mes  de  Diciembre  de  1819,  y  reflexionándose  que  con  resolución 
semejante  eran  atrozmente  atacados  los  derechos  y  libertad  de 
este  pueblo,  cuyos  servicios  a  la  seguridad  y  conservación  de  los 
Voluntarios  Reales,  lo  hacían  acreedor  a  la  consideración  de  su 
Jefe,  aunque  no  mediare  la  Real  Orden  citada,  acordó  S.  E.  por 
voto  unánime  que  se  representasen  libremente  y  con  la  posible 
extensión  estos  males  al  enunciado  Brigadier  don  Alvaro  de  Costa, 
protestándole  para  quien  hubiese  lugar  los  resultados  de  la  ne- 
gociación que  ha  iniciado,  y  de  las  que  en  adelante  promueva  con 
el  Barón  de  la  Laguna  o  el  que  lo  sustituya  a  la  cabeza  de  las 
fuerzas  imperiales  que  oprimen  el  país  relativamente  a  esta  plaza; 
y  declarándole  como  este  Cabildo  Representante  declara  en  virtud 
de  los  poderes  que  sus  comitentes  le  otorgan  por  el  Acta  de  su 
elección  en  2  de  Enero  del  corriente  año:  Que  la  Provincia  toda, 
tomando  la  voz  de  la  campaña  por  el  estado  de  opresión  en  que 
ella  se  encuentra,  y  con  especialidad  esta  capital,  se  pone  libre  y 
espontáneamente  bajo  la  protección  de  la  Provincia  y  Gobierno 
de  Buenos  Aires,  por  quien  es  su  voluntad  se  hagan,  cómo  y 
cuándo  convengan,  las  reclamaciones  competentes.  Seguidamente, 
tomando  S.  E.  en  consideración  que  la  mayor  parte  de  este  ve- 
cindario pedía  con  instancia  que  por  este  Cuerpo  se  hicieran  las 
protestas  que  contra  los  actos  violentos  de  las  fuerzas  brasileras 
en  campaña,  haría  lo  mismo,  si  no  se  hallase  hoy  en  iguales  cir- 
cunstancias que  aquélla;  y  haciéndose  referencia  de  la  arbitra- 
riedades y  nulidades  con  que  se  había  formado  el  Congreso  Pro- 
vincial de  1821,  después  de  una  ilustrada  discusión,  acordó  S.  E. 
por  unanimidad  de  votos: 

1.°  Que  declara  nulo,  arbitran  oy  criminal  el  estado  de  in- 
corporación a  la  Monarquía  Portuguesa  sancionado  por  el  enun- 
ciado Congreso  de  1821,  compuesto  en  su  mayor  parte  de  em- 
pleados civiles  al  sueldo  de  S.  M.  F.,  de  personas  condecoradas 
por  él  con  distinciones  de  honor  y  de  otras  colocadas  previamente 
en  los  Ayuntamientos  para  la  seguridad  de  aquel  resultado. 

2."  Que  declara  nulas  y  sin  ningún  valor  las  actas  de  In- 
corporación  de   los   pueblos   de   campaña   al   Imperio  del   Brasil, 

a  arbitrariedad  con  oue  +odas  se  han  extenii  ;<;  ,; 
mismo  Barón  de  ía  Laguna  y  sus  Consejeros,  remitiéndolas  a  fir- 
mar por  medio  de  gruesos  destacamentos  de  tropas  que  condu- 
cían los  hombres  a  la  fuerza  a  las  casas  capitulares,  y  suponiendo 
o  insertando  firmas  de  personas  qu*3  no  existían,  o  que  ni  noticias 
tenían  de  estos  sucesos  por  hallarse  ausentes  en  sus  casas. 

3.°     Que  declara  que  esta  Provincia  Oriental   del   Uruguay 


—  105  — 

no  pertenece,  ni  debe  ni  quiere  pertenecer  a  otro  Poder  o  Estado 
o  Nación,  que  las  que  componen  las  provincias  de  la  antigua 
Unión  del  Río  de  la  Plata,  de  que  ha  sido  y  es  una  parte,  habiendo 
tenido  sus  diputados  en  la  soberana  Asamblea  General  Constitu- 
yente desde  el  año  de  1814,  en  que  se  sustrajo  enteramente  del 
dominio  español.  Y  por  último  acordó  S.  E.  que  sin  pérdida  de 
instantes,  mediante  el  inminente  peligro  en  que  la  Plaza  se  en- 
cuentra, se  pasara  copia  de  esta  Acta,  certificada  por  la  misma 
Corporación,  al  Excmo.  Gobierno  de  Buenos  Aires,  acompañando 
las  últimas  comunicaciones  habidas  con  el  Jefe  del  Ejército  por- 
tugués, y  la  que  ahora  debe  dirigirle,  con  más  los  documentos 
que  acreditan  la  legitimidad  de  este  Cuerpo  Representante,  y  las 
facultades  con  que  se  halla  para  la  extensión  de  este  Acuerdo, 
que  firmó  S.  E.  conmigo  el  Escribano,  de  que  doy  fe"  (1). 

Las  negociaciones  entre  los  jefes  brasilero  y  portugués  si- 
guieron adelante  hasta  llegar  el  18  de  Noviembre,  fecha  en  que 
ambos  ajustaron  la  convención  que  había  de  liquidar  sus  disiden- 
cias. Pero  antes  de  transcribir  las  bases  de  ese  pacto,  es  oportuno 
hacer  alguna  referencia  a  las  notas  cambiadas  entre  Lecor  y  da 
Costa,  con  anterioridad.  El  5  de  Setiembre  decía  el  primero: 
''Cuando  se  considera  el  origen,  progresos  y  pretensiones  del 
partido  revolucionario  que  V.  E.  protege,  no  hay  quien  no  vea 
allí  el  resultado  inequívoco  del  apoyo  que  V.  E.  le  tiene  prestado 
(2);  y  a  continuación  agregaba  algunas  reflexiones  tendientes  a 
demostrar  que  si  se  persistía  en  la  misma  línea  de  conducta,  el 
único  responsable  de  todo  el  daño  que  se  siguiera  sería  da  Costa. 
Este,  por  su  parte,  contesta  a  Lecor:  "En  1817  Su  Majestad  el 
Rey  Sr.  D.  Juan  VI  mandó  que  la  división  de  los  Voluntarios  Rea- 
les (que  comando)  entrase  en  Montevideo:  desde  1821,  a  pesar 
de  las  promesas  hechas  y  de  las  repetidas  solicitaciones,  el  Rey 
nada  se  ha  dignado  disponer,  y  recién  con  fecha  4  de  Octubre 
del  año  pasado  hizo  saber  que  la  División  recibiría  transportes 
y  órdenes.  Expresa  además  que  si  no  ha  conseguido  concurrir 
con  las  tropas  de  su  mando  a  la  felicidad  de  la  Nación,  al  menos 
se  ha  mantenido  constante  a  los  Preceptos  Reales  y  es  su  deber 
ejecutar  las  órdenes  del  Rey  hasta  que  el  mismo  las  revoque". 
"V.  E.  trabaja  por  desmembrar  la  monarquía  y  yo  por  cumplir 
las  órdenes  del  Rey".  En  tono  de  indecisión,  que  revela  no  estar 
lejano  el  momento  de  una  reconciliación  con  Lecor,  agrega:  "una 
lucha  que  en  el  territorio  del  Brasil  apenas  podría  haber  tenido 
lugar,  nunca  debió  tener  principio  en  este  país,  y  mucho  menos 
debió  ser  proseguida  en  él".  "Si  estos  infelices  habitantes  que 
se  han  unido  a  mí  sin  que  los  llamase,  quisieran  abrazar  el  partido 
que  V.  E.  les  ofrece,  muy  breve  he  de  esperar  su  decisión,  pues 


07    De-María,  op.  cit. 

(2)     De  la  Sota,  manuscrito  citado. 


—  106  — 

que  es  cierto  el  anuncio  que  V.  E.  me  hace,  ya  desapareció  el 
motivo  que  dio  lugar  a  la  funesta  lucha,  y  Su  Majestad,  que  sabe 
mi  conducta  y  que  sólo  la  obediencia  a  sus  órdenes  me  demora 
aquí,  sin  duda  ha  de  mandarme  retirar,  y  estas  tropas  siempre 
fieles,  siempre  obedientes  al  Monarca  y  a  la  Nación  no  se  demo- 
rarán en  embarcar.  .  ."  "El  supremo  arbitro  del  Universo  permita 
que  la  vía  de  la  razón  penetre  en  el  corazón  de  V.  E.  y  en  el  de 
todos  los  brasileros  y  los  persuada  de  que  no  es  por  mi  voluntad 
sino  por  mi  deber  que  me  incumbe  guardar  Montevideo.  Si  des- 
pués de  lo  que  dejo  expuesto  la  desgracia  o  el  capricho- quisieran 
verter  aún  más  sangre,  y  si  por  fatalidad  la  suerte  fortuita  de  la 
guerra  me  fuere  funesta,  todos  dirán  acabó,  pero  acabó  con 
honra"   (i). 

Las  bases  sobre  que  se  ajustó  la  Convención  entre  los  jefes 
de  la  conquista,  se  redujeron,  en  lo  esencial,  al  embarque  de  las 
tropas  portuguesas,  unión  al  ejército  imperial  de  las  milicias  que 
amtes  habían  estado  con  los  portugueses,  exceptuados  los  jefes  y 
oficiales;  y  garantía  de  que  las  autoridades  y  habitantes  en  ge- 
neral, que  hasta  entonces  se  habían  adherido  o  puesto  bajo  la 
protección  de  D.  Juan  VI,  no  podrían  ser  molestados  en  sus  per- 
sonas ni  en  sus  bienes.  Otra  base,  la  más  resistida  por  la  opinión, 
era  la  de  entregar  las  llaves  de  la  ciudad  a  las  tropas  imperiales, 
violando  la  promesa  varias  veces  renovada,  de  Portugal.  Alvaro 
da  Costa  no  podía  dejar  en  silencio  el  renunciamiento  que  la  acep- 
tación de  esa  entrega  significaba,  y  a  fin  de  cohonestar  esta  in- 
fidelidad, decía  al  Cabildo  en  21  de  Noviembre:  "Reflexionando 
en  que  por  una  insistencia  de  mi  parte  comprometía  la  ejecución 
de  los  otros  artículos  ya  citados",  y  teniendo  presente  que  obrar 
de  otra  manera  hubiera  sido  "faltar  a  las  últimas  Instrucciones 
Pacíficas  del  mismo  Augusto  Señor  Juan  VI",  decidime  finalmente 
a  obrar  en  este  sentido  con  espíritu  de  obediencia"  (2). 

En  el  mismo  oficio  el  Geneial  da  Costa  indica  al  Cabildo  que 
habiendo  cesado  los  motivos  de  su  creación,  debe  licenciarse  al- 
gunos de  los  cuerpos,  sin  limitación  de  tiempo,  y  deben  ser  res* 
tituídas  sus  armas  y  bagajes  al  personal  del  ejército. 

A  continuación  se  transcribe  una  interesante  nota  del  Capi- 
tular don  Pedro  Francisco  Berro  al  Gobernador  Intendente,  en 
que  se  relata  con  curiosos  detalles  el  proceso  de  la  negociación 
entre  Lecor  y  da  Costa,  al  margen  del  Cabildo,  a  pesar  de  las 
promesas  en  contrario. 

"Impuesto  del  oficio  que  con  fecha  16  se  ha  servido  V.  S. 
pasarme  sobre  lo  que  hubiere  ocurrido  desde  el  momento  que  el 
Jefe  de  los  Revolucionarios  Reales  de  S.  M.  F.  y  el  de  las  fuerzas 
imperiales  que  nos  sitiaban  se  resolvieron  a  transar  sus  diferen- 


(1)  De  la  Sota,  manuscrito  citado.    Oficio  de  9  de  Setiembre  de  1823. 

(2)  Archivo  General  Administrativo. 


—  107  — 

cias,  devo  decir  a  V.  S.  que  haviendo  recibido  el  primero  a  prin- 
cipios de  Septiembre,  la  primera  indicación  oficial  pública  del 
jefe  de  las  fuerzas  imperiales  pasó  a  mi  casa  y  haciendo  que  con- 
curriera al  cavallero  Síndico  Procurador,  nos  manifestó  el  oficio 
que  havía  recivido  para  que  se  concluyese  una  guerra  desastrosa 
a  este  País;  en  consecuencia,  después  de  dos  oras  de  conferencia, 
en  que  tuvo  la  mayor  parte  el  Jefe  de  los  Voluntarios  Reales,  quedó 
resuelto  para  dar  cuenta  al  Excmo.  Cavildo,  como  lo  hicimos,  que 
mediante  aliarse  en  situación  apurada  quizás  se  vería  en  la  pre- 
cisión de  hacer  un  combenio  con  el  Jefe  del  Exército  Imperial 
para  retirarse  a  Europa,  según  las  órdenes  que  tenía,  cuya  demora 
havía  dependido  del  interés  que  tomava  en  la  liberación  del  País 
para  entregarle  a  su  retirada  a  las  autoridades  de  él  libre  de  la 
irnbasión  imperial;  por  consiguiente,  tomase  las  medidas  combe- 
nientes,  ya  para  pedir  auxilios  a  Buenos  Aires,  para  entrar  en 
negociaciones  con  aquel  Jefe  unidos  o  solos,  i  otras  del  bien  del 
País,  en  la  inteligencia  que  nada  haría  sin  acuerdo  del  Cabildo,  y 
que  sean  quales  fuesen  los  empeños  del  Jefe  de  los  Imperiales 
para  entregar  las  llaves  de  la  Plaza,  que  de  ningún  modo  lo  harija 
sino  a  aquella  corporación,  según  las  órdenes  de  S.  M.  F.  y  su 
palabra  empeñada  repetidas  veces.  Habiendo  dado  cuenta  al 
Excmo.  Cavildo,  fuimos  comisionados  para  hacerle  presente  si 
tendría  inconbeniente  expresar  por  escrito  sus  protestas  del  día 
anterior,  y  me  contestó  que  no  nos  apurásemos,  porque  él  no  nos 
avandonaría;  pero  contestando  a, su  oficio  el  Jefe  de  los  Imperia- 
les, acordaríamos  en  lo  que  devía  hacerse:  Siguió  algún  tiempo  de 
silencio,  y  quando  nos  preparávamos  a  una  transacción  vimos  que 
aumentando  los  sacrificios  del  Pueblo  tratava  de  armar  una  es- 
cuadra para  batir  la  Imperial,  y  en  seguida  hacen  otro  tanto  con 
el  ejército:  El  Cavildo  tomó  ya  el  partido  en  esta  diversidad  de 
cosas  de  estar  en  observación,  porque'  no  hera  fácil  calcular  el 
objeto  de  estos  preparativos  con  la  experiencia  de  tantas  ocasio- 
nes que  havía  perdido  de  batirles  con  suceso  con  superiores  fuer- 
zas de  las  que  nos  sitiaban,  y  nada  inferiores  en  balor  y  diciplina. 
Dado  el  primer  paso  de  la  escuadra  y  que  por  él  se  calculó  devía 
ser  derrotada  con  una  pequeña  bariación,  y  quando  todo  el  mundo 
estava  en  espectación  de  estos  resultados  por  el  entusiasmo  que 
se  advertía  en  la  Marina,  se  anunció  al  público  por  el  Jefe  de  los 
Voluntarios  Recales  los  motivos  que  obligaron  a  entrar  en  un  ad*- 
venimiento  con  el  Jefe  de  los  Imperiales,  motivos  que  no  fueron 
bastantes  a  principios  de  Septiembre  y  lo  son  con  mejor  posición 
a  fines  de  Diciembre.  Aquel  Jefe  faltó  a  sus  protestas  de  no  hacer 
nada  sin  acuerdo  del  Cavildo,  con  quien  (después  de  sacrificar  al 
Pueblo  y  de  haverle  salvado  con  su  división  con  no  haverse  de- 
clarado su  enemigo)  no  contó  para  nada,  inconsecuencia  que  hase 
poco  favor  al  honor  militar  y  a  su  nobleza.  El  Cavildo  le  ofició 
sobre  esta  medida,  y  aunque  su  contestación  fué  sobrado  incon- 


—  108  — 

secuente  espuso  que  los  comisionados  llevavan  en  su  instrucción 
la   circunstancia   de  entregar  las  llaves   a   aquella  corporación: 

durante  la  negociación  me  espuso  quanto  espresa  el  oficio  de  V.S., 
añadiéndome  que  no  havía  necesidad  de  que  éntrasenos  en  rela- 
ciones con  el  Jefe  de  los  Imperiales,  pues  que  él  cuidaría  quedasen 
a  cubierto  todos  los  compromisos  del  Pueblo  y  sus  autoridades, 
ratificándome  quando  se  concluyeron,  pero  que  el  punto  de  las 
llaves  havía  sido  tratado  varias  veces  con  una  terrible  oposición, 
esponiendo  que  no  quería  hacernos  un  desaire  como  lo  haría  re- 
civiendo  de  nosotros  supuesto  que  sin  fuerzas  tomarían  la  Plaza, 
que  todo  quedase  según  estava  quando  él  salió  de  ella,  que  se 
hechava  un  velo  a  todos  los  compromisos,  y  nadie  sería  recom- 
benido  ni  molestado  sobre  ellos;  sin  embargo,  el  Cavildo  estaba 
dispuesto,  concluida  la  negociación,  a  entrar  en  negociaciones  con 
el  Jefe  de  los  Imperiales,  a  pesar  de  la  opinión  del  Jefe  de  los 
Voluntarios  Reales  sobre  la  ninguna  necesidad  de  hacerlo,  para 
corroborar  el  tratado,  en  la  parte  del  Pueblo  y  autoridad  y  am- 
pliarlos con  objetos  de  interés  general;  pero  impuesto  por  los 
comisionados  de  la  oposición  que  havía  manifestado  a  entenderse 
con  un  Cavildo  que  no  havía  reconocido  (un  Cavildo  popular  y 
hecho  según  la  Constitución  con  la  autoridad  del  Jefe  que  man- 
dara la  Plaza,  no  parece  de  necesidad  su  reconocimiento  para 
tener  toda  la  autoridad  y  plenitud  de  poder  que  los  avitantes  del 
Pueblo  o  suburbios  se  lo  havían  dado  y  que  en  el  orden  legal  na- 
die puede  desconocer),  no  le  pareció  decoroso  esponerse  a  un 
desaire  que  el  mismo  Jefe  de  los  Voluntarios  Reales  no  havía  in- 
dicado particularmente,  añadiéndome  que  haviendo  S.  M.  F.  de- 
cretado que  los  Cavildos  se  nombrasen  como  antes  se  hacía  y  no 
popularmente,  que  nosotros  devíamos  nombrar  así  (lo  mismo  ex- 
presó por  oficio)  al  que  devía  sucedemos  a  fin  de  año. 

"Yo  no  sé  en  qué  ha  fundado  el  Jefe  de  los  Imperiales  la 
oposición  que  ha  hecho  para  entrar  en  relaciones  con  un  Cavildo 
el  más  legal  y  autorizado  bajo  el  pretexto  de  no  haverlo  recono- 
cido, sin  acordarse,  sin  duda,  que  para  este  acto  debió  ser  tam- 
bién en  el  hecho  Jefe  de  la  Plaza  y  de  la  fuerza  que  la  sostiene. 
El  Cavildo  nada  adelantaría  con  recivir  las  llaves  del  Jefe  que  hoy 
manda  la  Plaza  para  entregarlas  a  su  entrada  al  de  los  Imperiales, 
pero  hera  de  su  obligación  reclamar  el  cumplimiento  de  los  tra- 
tados y  órdenes  reales  y  tenía  un  motivo  de  entrar  en  relaciones 
con  él,  aun  quando  estuviera  concluidos  los  compromisos  (que  no 
deve  haver  ningunos  donde  la  causa  es  justa),  tratar  sobre  su 
suerte  futura,  y  mediante  la  autoridad  que  en  él  residía  entrar  en 
la  unión  del  país  bajo  bases  fijas  y  duraderas,  y  sino  qué  papel 
hará  en  esa  incorporación  al  Imperio  la  capital  y  sus  suburbios, 
que  componen  la  mitad  de  la  población  en  la  Vanda  Oriental,  en 
medio  de  la  fuerza  imperial?  Que  es  grato,  puedo  decir  a  V.  S., 
para  conocimiento  del  Excmo.  Cavildo*,  en  contestación  al  citado 


^109  — 

oficio"    (1). 

Afirma  de  la  Sota  (2)  que  en  sus  maquinaciones,  Lecor  decía 
a  da  Costa  "que  era  preciso  evitar  las  batallas  para  ver  venir  los 
sucesos  de  Europa  y  del  Imperio,  y  en  su  vista  adoptar  el  partido 
mejor  y  más  seguro". 

Comentando  la  disidencia  entre  los  jefes  del  Brasil  y  Por- 
tugal, dice  Ignacio  Núñez,  en  su  carta  de  15  de  Junio  de  1825,  ya 
citada:  "Todo  esto  no  era  más  que  una  intriga  fraguada  en  efecto 
con  arte  por  ambos  generales.  El  Barón,  cuya  opinión  empezaba 
a  declinar  en  el  Brasil  por  su  nacimiento  y  por  otras  cosas  más 
que  no  son  del  caso,  necesitaba  conquistarla  de  nuevo.  Don  Al- 
varo quería  retirarse  a  Lisboa,  pero  llevando  alguna  carta  que 
realzase  su  mérito,  y  además  no  tenía  ni  pretexto  ni  dinero.  Esta 
guerra"  lo  facilitó  todo,  pues  que  aún  entonces  llegaron  órdenes 
de  S.  M.  F.  para  que  la  división  europea  se  retirara  a  Portugal. 
Puestos  en  acción  ambos  ejércitos,  nada  excusaron  los  generales 
por  darle  toda  la  apariencia  de  una  guerra  encarnizada,  entretanto 
que  privadamente  se  comunicaban  los  dos  por  escrito  todos  los 
días"   (3). 

De  la  Sota,  comentando  estos  sucesos,  expresa  que  mientras 
la  misión  Gómez  estaba  en  tratativas  en  Río  de  Janeiro,  las  intri- 
gas de  Lecor  hacían  su  efecto  en  Montevideo,  "introduciendo  en 
las  tropas  de  D.  Alvaro  el  desorden,  y  el  disgusto  en  el  Consejo 
Militar  sobre  que  se  apoyaba.  Los  soldados  del  l.er  Regimiento 
de  Infantería  y  2.°  de  Caballería  de  Talaveras  se  habían  presen- 
tado a  D.  Alvaro  pidiendo  se  les' aprontasen  buques  para  irse  a 
Europa,  y  sino  que  ellos  los  pedirían  al  General  Lecor"  (4). 

El  resultado  de  toda  esta  trama  fué  que  el  28  de  Febrero  de 
1824  entraron  en  Montevideo  las  tropas  imperiales. 

Mientras  los  sucesos  llegaban  a  su  crisis,  según  se  ha  visto, 
se  encontraba  en  Montevideo,  encargado  de  la  misión  a  que  antes 
se  hizo  referencia,  el  General  Miguel  Estanislao  Soler,  quien  se 
dirigió  al  Cabildo,  "dándole  cuenta  de  su  misión  y  de  la  decidida 
resolución  del  Gobierno  de  Buenos  Aires  para  trabajar  por  la  li- 
bertad de  la  Provincia,  secundando  las  declaraciones  de  ese  Ca- 
bildo en  29  de  Octubre.  .  ."  (5). 

La  contestación  del  Cabildo  es  doblemente  importante,  no 
sólo  por  los  conceptos  decisivos  que  en  ella. se  comparte,  sino 
también  por  las  circunstancias  en  que  el  Cabildo  y  la  ciudad  de 
Montevideo  se  encontraban  en  esos  momentos:  "El  Cabildo,  re- 
presentante de  Montevideo  y  los  suburbios,  ha  tenido  el  honor 
de  recibir  la  nota  oficial  que  el  señor  General  Comisionado  del 


(1)  Archivo  General  Administrativo   (oficio  del  21  de  Enero  de  1824), 

(2)  Manuscrito  citado. 

(3)  Noticias  de  las  Provincias  Unidas  del  Río  de  la  Plata,  op.  cit. 

(4)  De  la  Sota,  manuscrito  citado. 

(5)  Gregorio  F.  Rodríguez,  op.  cit. 


—  UÓ  — 

Excmo.  Gobierno  de  Buenos  Aires  se  ha  servido  dirigirle.  .  .  Por 
ella  advierte  el  Cabildo  representante,  que  decidido  el  Excmo. 
Gobierno  de  Buenos  Aires  a  trabajar  empeñosamente  por  la  li- 
bertad de  esta  Provincia,  quisiera  que  sus  habitantes  fuesen  fir- 
mes en  no  pertenecer  a  otro  poder  que  el  de  las  Provincias  de  la 
Unión,  como  prudentes  en  su  conducta,  y  dóciles  a  aquel  Go- 
bierno que  mejor  pueda  dirigirles  y  reponerlos  en  el  goce  de  sus 
derechos.  El  Cabildo  representante  no  se  desdeña  de  confesar 
en  esta  ocasión,  que  tan  penetrado  se  halla  de  las  luces  y  poder 
del  Excmo.  Gobierno  de  Buenos  Aires,  para  esperar  ciegamente 
de  él  la  libertad  de  esta  Provincia,  como  constante  ha  sido  sü 
buena  fe,  en  dirigirse  por  sus  indicaciones  y  consejos;  si  el  mismo 
Excmo.  Gobierno  se  hubiese  dignado  hablarle  oficialmente  con  la 
propia  franqueza  que  ahora  lo  hace  el  señor  General  su  Comisio- 
nado; de  este  modo  se  habrían  ahorrado  muchos  sacrificios  y  no 
pocas  equivocaciones  que  al  fin  no  han  producido  más  que  males 
a  esta  Provincia.  Por  lo  demás,  el  señor  General  Comisionado 
puede  estar  seguro  de. que  el  Cabildo  Representante,  y  aún  toda 
la  Provincia,  serán  tan  firmes  en  sostener  las  declaraciones  de 
29  de  Octubre  último,  como  cuerdos  en  no  dejarse  alucinar  de 
otras  personas  o  poderes  que  el  del  Excmo.  Gobierno  de  Buenos 
Aires,  en  cuyas  manos  ha  depositado  el  Cabildo  solemnemente  la 
salvación  de  la  Provincia.  En  tal  concepto  el  Cabildo  represen- 
tante se  promete  las  mayores  ventajas  de  los  talentos  y  actividad 
del  señor  General  Comisionado,  y  espera  se  digne  aceptarle  las 
protestas  de  su  mayor  consideración  y  respeto  hacia  el  Excmo. 
Gobierno  de  Buenos  Aires,  que  representa"   (1). 

IX.  Síntesis.  —  La  revolución  de  1823,  por  la  finalidad 
esencial  que  con  ella  se  perseguía,  por  los  hombres  que  en  su 
laboriosa  gestación  intervinieron,  y  hasta  por  los  lugares  en  que 
los  dirigentes  operaban  cuando  intentaban  obtener  recursos  y  re- 
clutar  y  organizar  contingentes,  es  el  antecedente  obligado  del 
movimiento  que  luego  ha  de  concretarse  en  la  Cruzada  de  1825. 
Obligado  antecedente  hemos  dicho,  y  no  hemos  dicho  bastante, 
porque  si  bien  se  mira,  estas  dos  manifestaciones  del  espíritu  de 
rebelión  de  los  nativos  frente  a  la  conquista  extranjera  que  pug- 
naba por  perpetuarse,  no  son  sino  el  principio  y  la  culminación 
de  una  misma  y  única  empresa. 

Las  postrimerías  de  la  revolución  que  estudiamos,  se  con- 
funden con  los  prolegómenos  de  la  cruzada  de  los  33.  Los  pa- 
triotas que  de  Montevideo  emigran  a  Buenos  Aires  una  vez  con- 
cluido el  pacto  entre  brasileros  y  portugueses,  son  los  mismos 
que  durante  el  año  1824  y  principios  de  1825,  celebran  sus  reu- 
niones y  aprestan  sus  elementos  para  la  grande  y  definitiva  li- 
quidación del  pleito  pendiente.  El  militar  virtuoso  y  patriota  que 


(1)     Gregorio  F.  Rodríguez,  op.  cit. 


— 111  — 

en  1823  pone  a  contribución  todas  sus  energías  y  entusiasmos, 
y  no  mezquina  ni  sacrificios  ni  desvelos  para  que  "la  compañía 
de  orientales"  de  Santa  Fe  adquiera  la  disciplina  y  la  experiencia 
de  un  contingente  eficaz  para  la  guerra,  es  el  mismo  que  en  1824 
vuelve  al  lado  de  su  amigo  Estanislao  López,  prolonga  su  pere- 
grinaje patriótico  ante  el  Gobernador  de  Entre  Ríos,  León  Sola, 
y  bajo  la  apariencia  de  "comerciante"  (t)  prosigue  sin  ninguna 
solución  de  continuidad  los  trabajos  a  que  su  vocación  patriótica, 
jamás  superada,  lo  arrastra.  El  hombre  abnegado  y  generoso  qué 
en  1823  coopera  con  Echeverriarza,  con  Santiago  Vázquez,  con 
Félix  Castro,  con  Braulio  Costa,  para  que  la  revolución  no  se 
ahogue  en  la  carencia  de  recursos,  es  el  mismo  Pedro  Trápani, 
que  en  1825  y  en  los  años  que  siguen  hasta  la  independencia, 
buscará  auxilios,  dará  sanos  y  elevados  consejos,  trazará  normas 
salvadoras,  descubrirá  manejos  tortuosos,  desbaratará  planes  an- 
tipatrióticos y  coronará  después  su  vida  procer,  no  pidiéndole 
na'da  a  la  Patria,  después  de  habérselo  dado  todo,  abnegada- 
mente. Son  los  mismos  hombres  que  siguen  buscando  más  armas 
para  concluir  con  la  misma  ignominia.  Si  hemos  de  considerar 
la  revolución  del  año  23  como  parte  integrante  del  proceso  que 
culmina  .en  1825,  será  necesario  destacar  aquí  la  orientación  fun- 
damental que  los  hombres  de  1823  tenían  en  vista.  El  problema 
es  arduo;  y  como  será  tratado  después,  a  propósito  de  los  actos 
institucionales  que  en  1825  siguieron  a  la  instalación  del  Gobierno 
Provisorio,  será  planteado  entonces,  bien  que  desde  ahora  los  he- 
chos lo  planteen. 


(1)     Papeles  del  General  Lavalleja,  Archivo  y  Museo  Histórico. 


CAPÍTULO  VII 

LA     ÚLTIMA     ETAPA 

1.  Lecor  en  Montevideo.   Emigración  patriota. 

¿.  Los  emigrados  en  Buenos  Aires. 

6.  Preliminares  de  la  cruzada. 

4.  Ayacucho. 

1.  Lecor  en  Montevideo.  -  Emigración  patriota.  —  Aludiendo 
a  las  Hostilidades  que  durante  el  año  1823  separaron  en  bandos 
opuestos  a  portugueses  y  brasileros,  dice  Juan  Spikerman,  uno 
de  los  Treinta  y  Tres:  "Sitiaba  esta  plaza  (Montevideo)  el  Ge- 
neral don  Carlos  Federico  Lecor  con  un  ejército  de  más  de  tres 
mil  hombres.  Duró  este  sitio  once  meses  y  se  concluyó  por  medio 
de  un  tratado,  por  el  cual  los  lusitanos  entregaron  la  plaza  a  los 
brasileros,  y  se  embarcaron  para  Europa.  Esta  fué  la  causa  por 
la  cual  emigramos  a  Buenos  Aires  como  ciento  y  tantos  orientales 
entre  jefes,  oficiales  y  algunos  particulares"  (1). 

Don  Lorenzo  Justiniano  Pérez,  que  cuando  el  Barón  de  la 
Laguna  entró  en  Montevideo,  en  1824,  se  hallaba  en  la  misma 
ciudad,  refiere  que  a  raíz  de  aquel  suceso,  "todos  los  jefes  com- 
prometidos con  el  Cabildo  en  la  'defensa  de  la  plaza,  emigraron  a 
Buenos  Aires"  (2). 

"Se  hallaban  emigrados  en  Buenos  Aires  muchos  jefes  pa- 
triotas orientales  que  habían  tomado  parte  activa  en  los  sucesos 
del  año  1823  en  Montevideo,  con  la  esperanza  de  dar  libertad  a 
la  Provincia,  dominada  por  los  portugueses  desde  1817,  que  la 
invadieron"   (3). 

Al  hacer  el  relato  de  las  disposiciones  que  el  Gobierno  bra- 
silero tomó  en  la  emergencia  señalada,  expresa  De-María:  "Con 
manifiesta  infracción  de  una  de  las  cláusulas  de  la  Convención 
de  18  de  Noviembre,  se  libró  orden  de  destierro  el  25  de  Marzo, 
contra  el  Canónigo  don  Pedro  Vidal;  don  José  Cátala  y  Codina, 
Director  de  la  Escuela  de  la  Sociedad  Lancasteriana;  Fray  Lázaro 
Gadea,  su  ayudante,  y  don  Zenón  Piedra,  ex  Franciscano.  A  la 
vez  eran  separados  de  sus  empleos  el  doctor  don  Jaime  Zudañe, 
Asesor  del  Cabildo,  y  don  Francisco  Araucho,  secretario,  sindi- 
cados de  contrarios  a  los  imperiales  durante  la  lucha  entre  éstos 
y  los  lusitanos"  (4).   Entre  los  emigrados  entonces  de  Montevideo 


(1)  "La  primera  quincena  de  los  Treinta  y  Tres". 

(2)  Documento,  Revista  Histórica. 

(3)  Luis  de  la  Torre,  Memoria  de  los  sucesos  de   1825.     Archivo  y 
Museo   Histórico. 

(4)  De-María,   op.   cit. 


— 114  — 

hállase  don  Manuel  Oribe,  quien  al  igual  de  otros  patriotas,  nó 
pudiendo  "hacer  ya  nada  por  sí  solos,  se  fueron  de  nuevo  a  Bue- 
nos Aires  para  invadir  en  1825"   (1). 

A  propósito  del  mismo  Oribe,  dice  don  Carlos  Anaya,  que 
"exasperado  de  tal  perfidia  (el  pacto  de  Da  Costa  y  Lecor)  se 
embarcó  para  Buenos  Aires  con  los  patriotas  que  quisieron  se- 
guirle", y  que  "establecido  en  aquella  capital  con  muchos  patrio- 
tas orientales  que  por  iguales  sentimientos  se  habían  asilado  allí, 
permaneció  sin  acción";  hasta  el  arribo  del  entonces  Comandante 
Lavalleja"   (2). 

"Bajo  el  ridículo  pretexto  de  que  dos  hombres  pudieron  al- 
terar el  orden  público  y  que  por  llegar  con  procedencia  de  Buenos 
Aires  podría  paralizarse  el  convenio  celebrado  con  el  Barón,  ex- 
pidió don  Alvaro  orden  para  que  en  el  acto  se  expidiera  pasaporte 
de  regreso  a  don  Juan  Vázquez  y  don  Pablo  Zufriategui.  Este 
hecho,  que  arroja  la  idea  de  ser  en  cumplimiento  de  algún  otro 
arreglo  reservado  para  dar  ejecución  a  las  órdenes  del  imperio, 
respecto  a  los  Caballeros  del  Club  Oriental,  justifica  la  aserción 
de  que  siendo  la  convención  recíproca  en  beneficio  de  unos  y  otros 
contratantes,  quedaban  sujetos  aquéllos  ai  sistema  colonial...  (3). 

Entre  las  consecuencias  del  convenio  de  portugueses  y  bra- 
sileros, el  historiador  Berra  incluye  el  que  "los  jueces,  oficiales  y 
muchos  particulares  que  se  habían  adherido  a  la  causa  portu- 
guesa como  medio  para  conseguir  la  incorporación  de  la  Provin- 
cia a  las  Unidas  -del  Río  de  la  Plata,  se  ausentaron,  dirigiéndose 
a  Buenos  Aires,  Santa  Fe  y  Entre  Ríos,  en  donde  ya  estaban  Juan 
Antonio  Lavalleja  y  otros  oficiales"  (4).  El  General  Lavalleja,  al 
referirse  al  éxito  de  los  brasileros  después  de  la  sumisión  de  Da 
Costa,  recuerda  que  "en  este  tiempo  las  fuerzas  patriotas  que  pe- 
leaban por  la  libertad  de  la  patria  tubieron  que  sucumbir  al  poder 
del  General  portugués  Visconde  de  la  Laguna.  Los  patriotas  que 
no  quisieron  hincar  la  rodilla  a  los  portugueses  emigraron  a  Bue- 
nos Aires";  y  aludiendo  después  al  regreso  a  esta  misma  ciudad 
de  los  orientales  que  habían  formado  parte  de  la  Compañía  militar 
reclutada  en  Santa  Fe,  en  1823,  dice:  "Así  Lo  hicieron,  donde  (en 
Buenos  Aires)  se  encontraron  con  lo>s  emigrados  de  Montevideo, 
y  entre  ellos  don  Manuel  Oribe"  (5). 

Es  la  emigración  unánime  de  todos  los  elementos  compro- 
metidos en  la  gran  empresa,  que  vuelven,  casi  podría  decirse,  ins- 


(1)  Aquiles  B.  Oribe,  "Brigadier  General  D.  Manuel  Oribe". 

(2)  Suplemento  a  la  memoria  biográfica  de  Carlos  Anaya,  Archivo  y 
Museo   Histórico. 

(3)  De  la  Sota  (manuscrito  citado).  En  el  Archivo  General  Adminis- 
trativo existe  comprobante  de  haber  solicitado  Zufriategui  autorización  para 
pasar  a  Buenos  Aires  en  Noviembre  de  1823,  y  de  habérsele  concedido. 

(4)  Berra,  op.  cit. 

(5)  Papeles  del  General  Juan  Antonio  Lavalleja,  Archivo  y  Museo 
Histórico. 


—  115  — - 

tíntivamente,  a  los  lugares  que*  la  naturaleza  de  las  cosas  parecía 
haber  dispuesto  para  que  en  ellos  se  elaborara  y  de  ellos  partiera 
el  impulso  inicial.  Y  es  también  la  emigración  forzada,  que  los 
nuevos  ímpetus  del  conquistador  provocan,  obligando  a  muchos 
sospechosos  a  abandonar  familia,  intereses  y  afectos.  Es  copiosa 
la  documentación  que  acerca  de  esta  doble  emigración,  una  en 
cierto  sentido  voluntaria  y  forzada  la  otra,  existe  dispersa.  Du- 
rante el  año  1824  se  multiplican  extraordinariamente  las  solicitu- 
des de  autorización  para  salir  de  Montevideo  con  destino  a  Bue- 
nos Aires. 

Montevideo,  entretanto,  debe  padecer  otra  vez  más,  la  dura 
coyunda.  Pero  en  esta  ocasión,  el  Barón  de  la  Laguna  ha  perdido 
hasta  las.  buenas  maneras.  Habituado  a  mandar  a  su  arbitrio,  la 
tregua  que  a  sus  imperiales  inclinaciones  le  impusieran  los  acon- 
tecimientos, manteniéndolo  alejado  del  centro  de  su  dominación 
cerca  de  un  año-,  ha  exasperado  el  ánimo  de  aquel  hombre  vulgar 
y  ambicioso.  Y  las  maneras  suaves  que  antes  encubrieran  las  más 
torcidas  intenciones,  desaparecen  ahora.  "En  1825,  en  Montevi- 
deo, las  persecusiones  eran  sin  término;  todos  los  hijos  del  país 
temblaban  y  yo  nunca  estuve  más  asustado,  dice  don  Carlos  Anaya 
en  sus  Memorias.  Ocho  días  me  mantuve  oculto  sin  ver  la  calle 
en  casa  de  mi  amigo  Anavitarte,  y  al  fin  el  1 1  de  Junio  me  evadí 
de  la  dominación  brasilera  para  siempre"  (1). 

Nunca  como  entonces  habían  de  ser  exactas  las  afirmaciones 
de  "El  Pampero",  cuando  un  año  antes  decía,  haciendo  el  proceso 
de  la  conquista  extranjera:  "¡Cuántas  violencias  podríamos  citar! 
¡Cuántas  sentencias  confirmadas  en  vista  y  revista,  casadas  por 
el  favor  o  el  dinero!  ¡Cuántos  juicios  finalizados  y  abiertos  de 
nuevo  para  aplicar  el  derecho  de  las  circunstancias!  ¡Cuántos 
campos  robados  a  sus  legítimos  dueños  para  entregarlos  a  los 
nuevos  amos!".  "La  seguridad  personal  atacada  turcamente,  le- 
vantando de  sus  camas  a  docenas  de  ciudadanos  pacíficos  para 
llevarlos  a  tostar  en  las  playas  equinocciales  o  a  perecer  de  ham- 
bre y  frío  en  horribles  presidios"  (2). 

Una  incidencia  de  la  vida  de  don  Bernardo  Prudencio  Berro, 
relatada  por  uno  de  sus  biógrafos,  revela  el  estado  de  inquietud 
y  de  inseguridad  en  que  por  entonces  se  vivía  dentro  de  la  ciudad 
de  Montevideo.  "Cierta  noche,  a  "principios  de  Mayo  de  1825, 
mientras  Berro  se  encaminaba  a  la  casa  de  comercio  para  arre- 
glar los  libros  del  establecimiento,  cuyas  operaciones  arrojaban 
grandes  pérdidas  por  la  situación  de  guerra  que  se  iniciaba,  varios 
oficiales  brasileños  de  la  guarnición  de  la  plaza  le  salieron  al  en- 
cuentro, haciéndolo  objeto  de  un  atentado  salvaje  en  venganza 
de  sus  manifestaciones,  que  no  ocultaba.  .  .    Uno  de  los  oficiales 


(1)  Archivo  y  Museo  Histórico. 

(2)  "El  Pampero",  núm.  4,  8  de  Enero  de  1823,  Museo  Mitre,  Bs.  Aires. 


—  116  — 

brasileños,  encarándose  con  Berro*  e  insultándolo  como  cantarada 
dos  patrias,  le  descargó  por  tres  veces  el  enorme  sable  corvo 
sobre  la  cabeza,  produciéndole  una  herida  de  alguna  importan- 
cia"  (1). 

La  conquista  portuguesa,  ahora  brasilera,  después  de  haber 
agotado  al  país  en  todas  las  fuentes  de  su  riqueza,  seguía  en  su 
obra  de  artificial  dominación;  y  su  inconsistencia  y  su  falta  de 
arraigo  se  ponían  bien  de  manifiesto  una  vez  más,  en  los  momen- 
tos críticos  que  para  ella  representó  el  año  1823  y  representarían 
los  siguientes,  sin  interrupción,  hasta  el  final  del  drama  patrio. 
Dotada,  como  ya  se  ha  dicho,  sólo  de  elementos  materiales  para 
consolidarse,  la  conquista  pudo  mantener  su  dominio  mientras  el 
estado  de  postración  que  siguió  a  la  guerra,  no  permitió  que  sa- 
lieran a  la  superficie  las  fuerzas  que  en  estado  latente  se  hallaban; 
pero  cuando,  arrasado  el  territorio,  pudo  el  conquistador  compro- 
bar que  quedaba  por  arrasar  el  espíritu  de  resistencia  que  alimen- 
taban los  nativos,  espíritu  cuya  intensidad  hicieron  más  palpable 
los  sucesos,  los  usurpadores,  que  hasta  entonces  habían  adminis- 
trado este  país  como  una  gran  estancia,  empezaron  a  administrarlo 
como  una  colonia  de  salvajes.  A  la  codicia  y  a  la  rapacidad  se 
unió  la  violencia  sobre  las  personas;  y  empezaron  con  una  saña 
hasta  entonces  no  alcanzada,  las  persecusiones,  los  destierros,  las 
confiscaciones.  Los  brasileros  daban  la  impresión  de  que  querían 
quedarse  con  el  territorio  y  deshacerse  de  sus  habitantes.  Extraña 
conquista,  ésta. 

Con  la  entrada  de  Lecor  a  Montevideo,  recrudecen  también 
las  medidas  tendientes  a  evitar  las  deserciones  y  reuniones  sos- 
pechosas en  la  campaña.  En  oficio  de  Marzo  de  1824,  el  Gober- 
nador Intendente  se  dirige  al  Jefe  de  Policía  de  la  campaña,  don 
Fructuoso  Rivera,  y  le  anuncia  haberse,  enterado  de  las  medidas 
acordadas  para  conseguir  el  "soriego  común",  las  que  han  me- 
recido su  aprobación  en  todas  sus  partes,  "debiendo  con  este 
motivo  indicar  a  V.  E.  que  siendo  muy  frecuentes  las  fugas  de  los 
negros  esclavos  en  poder  de  sus  amos  y  por  consiguiente  mayor 
el  número  de  los  malhechores  a  quienes  se  reúnen,  es  muy  nece- 
sario recomiende  V.  E.  a  las  partidas  que  destine  en  Comisión  de 
la  Policía  la  persecusión  y  aprensión  de  todos  los  negros  que 
diciendo  ser  libres,  se  encontrasen  por  la  campaña".  "Que  se 
zele  así  mismo  no  transite  persona  alguna  de  un  punto  a  otro  de 
la  camapña  sin  el  seguro  pase  del  Juez  del  Partido  de  donde  haga 
viage..."  (2).  Otro  oficio  del  Intendente  Duran  al  Comandante 
militar  de  Maldonado,  expresa  que  un  sujeto  llamado  Piedra,  "sa- 
lió sin  licencia  de  este  gobierno  ni  de  otro,  el  día  mismo  en  que 
entraron  las  tropas  imperiales  en  esta  Plaza,  dirigiéndose  a  cam- 


(1)  Apuntes  de  don  P.  F.  de  Berro  citados  por  Aureliano  G.  Berro  en 
su  obra  "Bernardo  P.  Berro". 

(2)  Manuscrito  borrador  en  el  Archivo  General  Administrativo. 


—  117  — 

paña,  donde  permaneció  por  tres  días  oculto,  y  como  lo  había 
hecho  antes  de  la  transacción  (entre  Lecor  y  da  Costa),  en  que 
por  una  noche  pasó  también  a  dicha  Villa  con  varios  planes  re- 
volucionarios a  efecto  de  hacer  ilusorio  el  combenio  que  se  pac- 
taba entre  ambos  generales.  Se  me  ha  asegurado  así  mismo  que 
a  los  tres  días  de  su  permanencia  en  aquella  Villa  salió  para  la 
Calera  de  García,  de  que  allí  se  dirigió  a  esta  Ciudad  y  Rocha, 
de  donde  retornó  para  la  Capilla  de  San  Ramón,  donde  me  avi- 
saron se  halla  fomentando  a  sus  prosélitos  en  sus  antiguos  planes. 
Este  individuo  tiene  por  costumbre  ya  el  burlarse  de  las  Autori- 
dades: Por  tanto,  a  fin  de  que  esta  vez  no  lo  consiga,  espero  que 
V.  E.,  sin  pérdida  de  momento  y  con  la  mayor  reserva  destaque 
al  Pueblo  .de  Rocha  persona  de  su  confianza,  y  comisione  otra  en 
esa  Ciudad  a  fin  d  eque  puedan  sorprenderle..."  (1).  En  bo- 
rrador de  31  de  Enero  de  1824  se  dispone  se  haga  público  por 
Bando  que  "en  la  persona  de  cualquier  clase  o  condición  que  se 
provare  el  crimen  de  seducir  algún  individuo  para  desertarse  de 
su  Cuerpo  o  que  para  ese  efecto  se  le  hubieran  dado  auxilios,  haré 
aplicar  como  es  de  mi  deber  sobre  el  tal  delinquente  todo  el  rigor 
de  las  penas  militares"  (2). 

Daba  pábulo  a  estas  y  otras  medidas,  la  actitud  del  Cabildo 
de  Montevideo,  que  con  fecha  22  de  Abril  de  1824  declaraba 
"amar  sobremanera  la  augusta  persona  del  Emperador  del  Brasil, 
y  venerar  las  sabias  máximas  de  su  Gobierno,  defiriendo  por  lo 
mismo  con  sumo  júbilo  y  entusiasmo  a  dar  el  mayor  aprecio  y 
estima  al  proyecto  de  Constitución  que  redactó  el  consejo  de  Es- 
tado sobre  las  bases  ofrecidas  y  presentadas  por  el  mismo  au- 
gusto Señor,  cuyo  sabio  código  fundamental  no  sólo  había  sido 
reconocido  por  los  pueblos  del  Brasil  en  virtud  de  urgentísimas 
y  sólidas  ideas  de  conveniencia  pública,  para  que  — según  lo  pi- 
dieron—  desde  luego  y  sin  más  demora  se  pusiese  en  ejercicio, 
como  constitución  política  del  Imperio,  sino  que  todos  los  pueblos 
de  este  Estado  Cisplatino  habían  a  su  turno  convenido  en  lo  mismo 
por  iguales  razones,  mientras  esta  ciudad  se  hallaba  muy  de  an- 
temano íntimamente  persuadida  de  ellas,  en  virtud  de  comunica- 
ciones del  Illmo.  y  Excmo.  Sr.  Gobernador  y  Capitán  General,  Ba- 
rón de  la  Laguna,  con  este  Excmo.  Cabildo,  sin  haber  hasta  ahora 
estado  totalmente  expedito  para  poder  hacerlo  con  aquella  es- 
pontaneidad que  da  inequívocas  señales  de  adhesión  a  la  causa 
que  de  buena  voluntad  se  sigue,  y  es  en  el  presente  caso  la  del 
Brasil..."   (3). 

Acreditaban  las  referencias  que  los  capitulares  hacían,  las 
ceremonias  celebradas  en  el  mes  de  Abril,  en  Maldonado,  Cerro 
Largo,  San  José,  Colonia,  Paysandú,  Guadalupe,  Soriano  y  otros 


(1)  Archivo   G.   Administrativo.  Borrador  del  Gobernador  Intendente. 

(2)  Archivo   G.  Administrativo.  Borrador  del  Gobernador  Intendente 

(3)  Deodoro  de  Pascual,  op.  cit. 


—  118  — 

pueblos,  cuyo  objeto  consistió  en  votar  la  incorporación  al  Brasil. 
De  loque  ahora  se  trataba  era  de  manifestar  con  igual  solemnidad, 
la  voluntad  de  someterse  a  la  constitución  del  Imperio;  y,  en  ese 
sentido,  el  Cabildo  comunicaba  a  todas  las  clases  de  ciudadanos, 
"que  habiendo  leído  y  examinado  dicho  proyecto  (de  Constitu- 
ción) con  madura  atención  — especialmente  desde  que  ocupada 
de  regreso  esta  Ciudad  por  las  armas  imperiales,  pudo  verificarlo 
sin  zozobra  ni  temor —  no  le  queda  que  hacer  alguna  reflexión  so- 
bre su  contenido,  puesto  que  permanece  vigente  en  debidos  tér- 
minos lo  acordado  el  año  21  al  Congreso  Cisplatino"  (1).  "Así 
que  hubo  dado  su  aprobación  el  Estado  Cisplatino  a  la  constitu- 
ción, se  pasó  a  celebrar  la  jura  de  la  misma,  lo  que  tuvo  lugar  el 
domingo  9  de  Mayo  con  toda  solemnidad  en  la  capital  de  Monte- 
video, cuyo  Cabildo,  justicias  y  regimientos  invitaron  a  todas  las 
clases  de  la  sociedad  a  prestarle,  señalando  desde  el  13  hasta  el 
18  del  mismo  mes  como  el  plazo  en  que  podían  presentarse  en  la 
sala  capitular  para  verificarlo.  Llegado  el  día  se  presentaron  594 
ciudadanos,  sin  contar  los  empleados  públicos,  por  haberlo  nicho 
ya  en  sus  respectivas  oficinas,  y  juraron  bajo  esta  forma:  Juro 
por  los  santos  Evangelios  obedecer  y  ser  fiel  a  la  constitución 
política  de  la  nación  brasileña,  a  todas  sus  leyes  y  al  emperador 

constitucional  y  defensor  perpetuo  del  Brasil,  Pedro  I"   (2). 

Lecor  y  el  Síndico  García  de  Zúñiga  seguirán  pensando,  en- 
tretanto, "que  el  país  no  estaba  en  estado  de  recibir  formas  cons- 
titucionales, que  eso  era  para  allá,  después,  con  el  tiempo"  (3). 

2.     Los  emigrados  en  Buenos  Aires.  —  Refiere  Lavalleja  que 

mientras  duró  su  estada  en  Santa  Fe,  ya  fracasadas  las  gestiones 
del  año  23,  conservó  y  siguió  cultivando  su  amistad  con  don  Es- 
tanislao López;  "y  este  señor,  ya  fuera  por  vernos  desgraciados 
o  por  patriotismo,  siempre  alimentaba  la  esperanza  a  Lavalleja; 
el  caso  es  que  le  propuso  que  él  creía  había  algún  modo  como 
pelear  a  los  portugueses,  que  dejara  en  pie  aquella  compañía 
(la  que  se  reclutó  en  1823)  con  los  mismos  oficiales  orientales 
que  la  forman  y  aquellos  que  le  merecieran  mayor  confianza,  pues 
era  preciso  mucha  reserva  y  que  él  pagaría  dicha  fuerza  con  los 
fondos  de  la  Provincia  Ínterin  estuvieran  al  servicio  de  ella;  en 
esta  época  (Febrero  de  1824)  cumplió  legalmente  su  tiempo  el 
Gobernador  Mansilla  y  fué  nombrado  el  señor  don  León  Solas, 
amigo  de  Lavalleja.  El  Gobernador  López  le  propuso  a  Lavalleja 
fuera  a  hablar  con  Solas,  que  le  daría  una  carta  de  recomendación 
y  que  en  ella  le  aseguraría  también  su  protección  en  lo  que  estu- 
biera  de  su  parte,  sin  comprometer  la  dignidad  de  su  Gobierno" 


(1)  Deodoro  de  Pascual,  op.  cit. 

(2)  Deodoro  de  Pascual,  op.  cit. 

(3)  De  la  Sota,  manuscrito  citado. 


—  119  — 

(1).  La  aludida  gestión  de  Lavalleja  ante  el  nombrado  Goberna- 
dor de  Entre  Ríos  resulta  comprobada  con  los  documentos  que 
en  seguida  se  mencionan,  el  primero  de  los  cuales  es  la  carta  que 
Estanislao  López  escribió  a  León  Solas  el  5  de  Mayo  de  1824, 
cuyo  texto  dice  así:  "El  conductor  de  ésta,  don  Juan  Antonio  La- 
valleja, pasa  a  ese  Destino  agitado  siempre  del  vivo  deseo  de  sal- 
var su  Provincia  del  Poder  que  la  oprime.  El  objeto  en  sí  es  sin 
duda  interesante  para  todo  americano  amante  de  su  patria  y  de 
por  sí  recomienda  sus  designios.  Mas,  como  para  conseguirlo  se 
deben  tocar  resortes  que  comprometan  tal  vez  la  suerte  de  nues- 
tras Provincias  si  se  malogra,  y  estos  males  puede  cada  uno  con- 
cebirlos, de  mayor  o  menor  magnitud  según  el  modo  y  principios 
de  calcular,  no  se  debe  extrañar  que  sean  divergentes  las  opinio- 
nes de  los  gobiernos  en  este  particular.  Así,  pues,  si  impuesto 
del  nuevo  proyecto  de  Lavalleja  no  encuentra  motivos  de  temor 
sobre  su  honor,  y  la  tranquilidad  de  su  Provincia  me  es  muy  satis- 
factorio recomendárselo"  *(2). 

"Alimentado  con  esta  esperanza  — continúa  el  General  La- 
valleja en  su  manuscrito — ,  marchó  inmediatamente  a  hablar  con 
Solas.  Este  señor  le  hizo  la  oferta  de  un  escuadrón  pronto,  dán- 
dole 3.000  pesos  para  prepararlo,  y  acordaron  que  para  el  día  1.° 
de  Octubre  estaría  pronto  en  Mandisoví,  y  que  a  efectos  consi- 
guientes nombraría  un  Comandante  de  toda  confianza  para  que 
se  pusiese  a  las  órdenes  de  Lavalleja;  efectivamente,  todo  se  con- 
vino y  Lavalleja  marchó  a  Buenos  Aires  a  preparar  los  recursos 
necesarios  para  la  empresa  en  el  tiempo  indicado"  (3).  Los  nue- 
vos desvelos  que  ponía  a  contribución  Lavalleja,  no  debían  tener 
más  éxito  que  sus  anteriores  empeños.  El  1.°  de  Julio  siguiente, 
el  Gobernador  de  Entre  Ríos  le  contestaría  en  estos  términos: 
WÁ  otra  cosa;  boy  a  ablarle  a  V.  con  franqueza:  yo  jamás  dexaré 
de  ser  henemigo  de  los  portugueses,  y  amigo  de  los  ombres  pa- 
triotas, y  en  particular  lo  soy  de  V.,  pero  permítame  por  haora 
más  tiempo  para  rresollar  en  el  todo  de  nuestro  asunto,  por  que 
a  la  berdad  tengo  un  proyecto  de  mucha  importancia.  .  .  Yo  eter- 


(1)  Papeles  del  General  Juan  Antonio  Lavalleja  (manuscrito  citado, 
en  el  Archivo  y  Museo  Histórico). 

(2)  Papeles  del  General  Juan  Antonio  Lavalleja,  Archivo  y  Museo 
Histórico. 

(3)  No  obstante  la  versión  que  da  como  disuelto  el  cuerpo  de  milicias 
orientales  de  Santa  Fe  en  Setiembre  de  1823,  el  General  Lavalleja  afirma 
que  a  su  regreso  a  Buenos  Aires  —que  fué  ya  bien  entrado  el  año  1824 — 
aquella  dotación  quedó  a  cargo  de  su  hermano,  Manuel  Lavalleja;  que  fué 
empleada  contra  los  indios;  que  posteriormente  fué  destinada  a  la  guarnición 
del  Pueblo  de  Rosario;  y  que  a  raíz  del  engaño  de  uno  de  sus  oficiales,  que 
encargado  de  cobrar  los  sueldos  lo  consiguió  pero  se  pasó  a  los  portugue- 
ses, y  como  consecuencia  del  fracaso  de  la  esperada  cooperación  del  Go- 
bernador Solas,  mandó  Lavalleja  disolver  la  compañía,  con  lo  que  los  ofi- 
ciales de  mayor  confianza  pasaron  a  Buenos  Aires. 


—  120  — 

ñámente  travaxaré  por  el  bien  de  V.  y  en  el  último  caso  yo  le 
avisaré,  no  es  tiempo  todavía.  .  .  Tenga  paciencia,  que  el  que  ha 
pasado  lo  más  puede  sufrir  lo  menos"   (1). 

Ratifica  el  Gobernador  Solas  la  línea  de  conducta  que  se 
había  trazado,  cuando  al  día  siguiente,  2  de  Julio,  le  dice  a  La- 
valleja:  "Yo  bien  beo  que  V.  medirá  que  en  la  tardanza  está  el 
peligro.  .  .  Yo  conbengo  en  ello,  pero  no  alio  medio  en  mí  que 
desirle  a  V.  la  verdad.  .  .  Yo  no  soy  hombre  que  pretendo  poner 
en  los  cuernos  del  toro  a  mis  paisanos,  aora  ni  jamás.  Don  Frutos 
me  an  dicho  que  quiere  tener  una  entrebista  con  migo.  .  .  El  pa- 
rece que  está  patriota  con  la  boca,  quién  sabe  con  las  obras..."  (2). 

Pero  el  futuro  jefe  de  la  cruzada,  poseído  de  la  misión  que 
pesa  sobre  él  y  de  la  responsabilidad  que  entrañaría  el  menor 
renunciamiento  ante  su  exigente  e  inflexible  patriotismo,  no  cede. 
'Sólo  sí  suplico  a  V.,  le  dice  a  León  Solas  el  20  de  Julio,  no  nos 
e,che  en  olvido;  la  época  es  la  más  favorable  para  nuestro  asunto." 
Y  termina:  "Amigo:  yo  conozco  muy  bien  la  pobreza  en  que  nos 
hallamos  tanto  V.  como  yo  para  emprehenderla  (la  empresa); 
pero,  amigo,  tenemos  muchas  vacas  del  otro  lado.  .  ."  (3).  Refe- 
rente a  la  gestión,  dice  además  Lavalleja,  que  "la  contestación 
del  señor  Solas  fué  evadiéndose,  diciendo  que  se  hallaba  ligado 
por  el  tratado  cuadrilátero,  y  que  sería  un  compromiso  mui  grande 
para  él  y  particularmente  para  la  Provincia  de  su  mando,  pues  si 
ios  portugueses  lo  invadían,  los  demás  de  la  liga  lo  dejarían  en 
la  estacada  y  que  por  consequencia  no  podía  ser"  (4). 

Llegado  Lavalleja  a  Buenos  Aires,  sus  trabajos  en  pro  del 
movimiento  patriótico  que  desde  tanto  tiempo  atrás  se  venía  ges- 
tando, debieron  continuar  activamente,  porque  en  carta  de  22  de 
Julio  a  don  Manuel  Cifuentes,  radicado  en  Montevideo,  le  decía 
desde  aquella  ciudad:  "Ocurrencias  que  tal  vez  no  pueden  ocul- 
tarse a  V,  me  obligan  a  suplicarle  que  este  asunto  (se  refería  a 
un  negocio  privado  de  Lavalleja  que  tenía  por  objeto  asegurar 
recursos  a  su  esposa  e  hijos),  debe  ser  reservado;  no  se  las  ma- 
nifiesto a  V.  por  no  fiarlas  a  la  pluma,  y  que  tal  vez  perjudicaran 
a  V.  mismo  si  se  hicieran  trascendentales"  (5).  En  copia  o  bo- 
rrador de  carta  a  don  Domingo  Cúllen,  fecha  20  de  Julio,  de  puño 
y  letra  de  Lavalleja,  éste  se  expresa  así:  "En  la  de  V.  hallo  mucho 
temor,  no  en  que  Solas  nos  falte,  ni  en  la  escasez  de  recursos; 
sólo,  sí,  en  el  feliz  resultado  de  la  empresa.  Cuando  se  trató  de 
este  negocio,  y  acordamos  con  V.  seguir  con  el  proyecto,  no  fué 


(1)  Carta  de  León  Solas  a  Juan  Antonio  Lavalleja,  Archivo  y  Museo 
Histórico. 

(2)  Carta  de  León  Solas  a  Lavalleja,  Archivo  y  Museo  Histórico, 

(3)  Borrador,  Archivo  y  Museo  Histórico. 

(4)  Archivo  y  Museo  Histórico. 

(5)  Manuscrito,  Archivo  y  Museo  Histórico. 


—  121  — 

contando  con  más  recursos.  .  ."  (1).  El  31  de  Agosto,  don  Pas- 
cual Costa  daba  cuenta  a  Lavalleja  de  estar  "alistado  el  lanchón 
nombrado  "vl.°  de  Octubre";  si  este  nombre  no  le  parece  a  V.  bien, 
puede  ponerle  el  que  guste"  (2). 

Entre  los  papeles  del  General  Lavalleja,  tantas  veces  citados, 
se  conserva  también  un  borrador  de  carta  a  don  José  Vidal,  vecino 
de  Montevideo,  en  el  que  a  pesar  de  las  rayas  con  que  ha  sido 
testado,  se  lee  lo  siguiente:  "Yo  no  dejaré  de  escribir  a  V.  mien- 
tras mis  letras  no  puedan  causar  algún  disgusto  a  V.;  yo  vien  veo 
que  en  la  época  es  preciso  medirse  mui  mucho  para  poner  la 
pluma"  (3).  El  nombrado  don  José  Vidal,  desde  Montevideo,  le 
escribía  a  Lavalleja  el  23  de  Noviembre:  "Si  no  fueran  las  espe- 
ranzas, habríamos  de  desesperar,  pero  no  miramos  los  dos  por 
un  mismo  anteojo.  De  donde  V.  se  promete  algo,  yo  nada  aguardo, 
al  menos  que  un  genio  como  el  de  Bolívar  no  compulse"  (4). 

Se  ha  dicho  antes,  haciendo  la  transcripción  de  un -documento 
del  General  Lavalleja,  que  cuando  algunos  de  los  componentes 
del  regimiento  de  orientales  de  Santa  Fe  regresaron  a  Buenos 
Aires,  se  encontraron  allí  con  los  emigrados  de  Montevideo.  Se 
ha  visto  también,  por  las  propias  declaraciones  de  Lavalleja,  cómo 
por  las  comunicaciones  de  León  Solas,  de  Vidal  y  de  Estanislao 
López,  que  el  primero  de  los  nombrados,  a  su  llegada  a  Buenos 
Aires,  continuaba  con  toda  decisión  y  energía  sus  planes  de  in- 
vasión a  la  Banda  Oriental  y  acariciaba  siempre  con  porfiada 
tenacidad  sus  propósitos  de  dar  en  tierra  con  la  conquista  que 
seguía  oprimiendo  a  los  orientales,  Todos  los  relatos  de  estos 
sucesos  preliminares  coinciden  en  cuanto  a  que  los  emigrados 
orientales  llegaron  a  formar  en  Buenos  Aires  un  grupo  caracte- 
rístico, cuya  fuerza  de  cohesión  consistía  en  la  uniformidad  de 
sus  miras.  La  finalidad  esencial  era  entonces  como  había  sido 
un  año  antes,  como  había  sido  siempre,  libertar  al  país  de  la 
fuerza  negativa  que  le  impedía  evolucionar  conforme  a  la  volun- 
tad de  sus  naturales;  y  como  el  empeño  requería  organización  y 
recursos,  los  emigrados  pugnaban  por  allanar  los  obstáculos  que 
la  hostilidad,  el  interés  o  la  indiferencia  pudieran  oponerles.  La 
celeridad  con  que  obraban  obedecía,  a  no  dudarlo,  al  propósito 
de  impedir  que  el  enorme  ascendiente  moral  que  el  movimiento 
de  1823  había  ejercido  en  el  país,  se  perdiera.  Porque  si  la  revo- 
lución que  un  año  antes  había  tenido  por  teatro  a  Montevideo  no 
había  producido  entonces  los  resultados  que  se  esperaban,  era 
indiscutible  que  su  fracaso  no  acusaba  en  realidad  sino  falta  de 
lealtad  en  aquellos  que  se  consideró  aliados  y  suerte  adversa 
en  las  circunstancias,  nunca  falta  de  disposición  en  el  ambiente 


(1)  Archivo  y  Museo  Histórico. 

(2)  Archivo  y  Museo  Histórico. 

(3)  Manuscrito  de  Lavalleja,  Archivo  y  Museo  Histórico. 

(4)  Archivo  y  Museo  Histórico. 


—  122  — 

para  secundarlo  (1).  Así  las  cosas,  la  obra  en  que  los  emigrados 
se  hallaban  empeñados  era  de  magnitud  y  de  apremio.  De  ahí  las 
reuniones,  los  conciliábulos,  las  continuas  comunicaciones  con  las 
provincias  y  Montevideo;  de  ahí  las  nuevas  emigraciones  que  van 
a  engrosar  el  primer  núcleo. 

No  hay  un  acuerdo  definitivo  sobre  el  lugar  que  los  orientales 
elegían  habitualmente  para  sus  deliberaciones;  pero  parece  indu- 
dable que  frecuentaban  por  igual  la  casa  de  comercio  de  don  Luis 
Ceferino  de  la  Torre,  de  quien  era  socio  don  Antonio  Villanueva, 
y  los  saladeros  de  don  Pedro  Trápani,  en  la  Ensenada,  y  de  don 
Pascual  Costa,  en  San  Isidro,  del  que  Lavalleja  llegó  a  ser  ma- 
yordomo, según  De-María.  En  carta  a  Lavalleja,  después  de  la 
cruzada,  don  José  Mauricio  Trápani  se  complace  en  expresarle 
la  satisfacción  que  experimenta  por  sus  victorias;  y  entre  otras 
consideraciones  le  dice:  "S.  E.  no  olbidará  cuánto  hemos  hablado 
en  la  quinta  de  mi  hermano  Costa  a  ese  respecto,  y  tanto  que  yo 
perdí  el  juicio  por  algún  tiempo,  volviéndolo  a  recuperar  p 
que  quizá  pueda  ser  un  día  útil  a  mi  cara  Patria"  (2).  No  obstante 
la  poca  precisión  que  esta  carta  revela,  parece  indudable  la  alu- 
sión al  saladero  de  don  Pascual  Costa. 

¿Quiénes  eran  esos  emigrados  que  con  Lavalleja  combinaban 
los  planes  de  la  futura  emancipación?  Los  que  primero  rodearon 
a  Lavalleja  y  con  él  cooperaron  en  los  primeros  paros,  fueron, 
según  todas  las  probabilidades,  Manuel  Oribe,  Manuel  Lavalleja, 
Simón  del  Pino,  Manuel  Meléndez,  Pedro  Trápani  y  Luis  Ceferino 
de  la  Torre,  a  quienes  se  unirían  después  Pablo  Zufriategui,  Ata- 
nasio  Sierra,  Manuel  Freyre  y  Basilio  Araújo.  No  hay  discrepan- 
cia apreciable  entre  los  historiadores  acerca  de  los  nombres  de 
Oribe,  Zufriategui,  del  Pino,  Meléndez,  De  la  Torre  y  Manuel 
Lavalleja;  pero  si  puede  ser  interesante  precisar  las  personas  que 
tuvieron  la  iniciativa  de  concretar  un  impulso  que  todas  sentían, 
fuera  mezquino  retaceo  sacar  de  esta  sola  circunstancia,  ninguna 
otra  consecuencia  de  entidad,  máxime  cuando  hombres  como  don 
Pedro  Trápani,  que  es,  a  nuestro  juicio,  con  Lavalleja,  la  figura 
más  saliente  de  todo  el  movimiento,  no  aparecen  incluidos  por 
algunos  de  los  cronistas  de  la  cruzada. 

Antes  de  ahora  hemos  hecho  alusión  a  los  sucesos  en  que 
directamente  intervinieron  Lavalleja,  Oribe  y  Zufriategui,  con  lo 
que  su  presencia  en  Buenos  Aires  en  la  época  a  que  llega  esta 


(1)  El  historiador  Berra  afirma,  en  este  sentido,  que  la  fibra  patriótica 
de  Lavalleja  "se  había  sentido  herida  en  1823  por  el  grito  de  los  montevi- 
deanos". Bosquejo  Histórico. 

(2)  Colección  Lamas,  Documento  núm.  297,  Archivo  y  Museo  Histó- 
rico. "José  Mauricio  Trápani  estuvo  en  esta  Banda,  mas  ignoro  si  con  co- 
misión del  Gobierno  o  de  su  hermano  Pedro,  unido  al  cual  fué  ei  que  pro- 
porcionó al  General  Lavalleja  armas,  municiones  y  demás  recursos..."  — 
Joaquín  Suárez,  Informe  Julio  22  de  1886,  "La  Alborada",  1899. 


—  123  — 

exposición,  no  necesita  más  comentario.  En  cuanto  a  Manuel 
Lavalleja,  que,  según  se  expresó,  había  quedado  al  mando  de  la 
"compañía  de  orientales"  de  Santa  Fe,  disuelta  aquélla  siguió  los 
pasos  de  su  hermano  y  a  su  lado  pasó  en  Buenos  Aires.  Simón 
del  Pino,  a  quien  los  dirigentes  de  la  revolución  de  1823  se  diri- 
gieron especialmente  para  que  secundara  el  movimiento,  había 
sido  arrastrado  por  la  emigración  que  siguió  al  convenio  entre 
Lecor  y  Da  Costa.  Luis  Ceferino  de  la  Torre,  oriental,  estaba  ra- 
dicado en  Buenos  Aires,  "en  calidad  de  gerente  primero,  y  en  ca- 
lidad de  socio  después",  de  la  casa  de  comercio  de  don  José  An- 
tonio Villanueva.  Manuel  Meléndez,  que  había  llegado  en  la  milicia 
al  grado  de  Teniente,  había  corrido  la  misma  suerte  que  sus  com- 
pañeros." 

La  misión  que  estos  hombres  sencillos  volvían  a  emprender, 
es  el  último  acto  del  drama  cuyo  desenlace  es  la  cruzada.  Eran 
los  mismos  hombres  que  en  1822  daban  escape  a  sus  contenidos 
impulsos  y  agitaban  la  campaña  oriental,  y  proclamaban  la  revo- 
lución desde  Montevideo,  y  peregrinaban  por  Santa  Fe  y  Entre 
Ríos,  y  libraban  en  Buenos  Aires  la  gran  batalla  contra  la  indi- 
ferencia. No  surgía  de  las  cordiales  reuniones  de  Buenos  Aires, 
la  idea  de  libertar  a  la  patria,  ni  siquiera  la  idea  más  concreta  de 
la  "cruzada".  En  las  deliberaciones  de  la  casa  de  Villanueva  o 
en  las  tertulias  del  saladero  de  don  Pascual  Costa,  no  se  elabo- 
raba la  idea  de  la  cruzada;  y  decimos  que  tal  cosa  no  sucedía, 
porque  la  cruzada  estaba  manifiesta  en  el  pensamiento  de  los 
patriotas  desde  fines  de  1822,  cuando  trabajaban  heroicamente 
en  "reunir  al  menos  cien  hombres  con  los  cuales  debe  pasar  en 
breves  días  Lavalleja  en  seis  lanchones  que  ya  están  listos  para 
desembarcar  en  Santo  Domingo  de  Soriano"  (1).  No  asistimos 
a  la  iniciación  del  drama  de  la  revolución,  porque  la  revolución 
ya  está  en  todas  partes:  en  la  campaña  v  en  los  centros  urbanos; 
en  los  hombres  de  espada  y  en  los  hombres  de  pensamiento;  en 
el  programa  de  los  doctrinarios  v  en  el  alma  de  las  multitudes. 
Todas  las  líneas  están  ya  tendidas;  todas  las  voluntades  libres 
están  acordes;  todas  las  energías  puestas  ya  en  guardias,  sólo 
esperan  el  toque  de  atención. 

ó.  Preliminares  de  la  cruzada.  —  Es  unánime  entre  los  cro- 
nistas de  la  cruzada,  destacar  como  su  causa  ocasional  más  de- 


(1)  Luis  Eduardo  Pérez  y  Ramón  de  Acha  al  Cabildo,  Abril  27  de  1823. 
Archivo  General  Administrativo.  En  carta  de  5  de  Marzo  de  1856,  don  Fran- 
cisco S.  Antuña,  al  felicitar  a  don  Gabriel  Pereira  por  su  elección  dice  tener 
para  ello  motivos  especiales,  "y  uno  de  ellos  es  el  recuerdo  de  que  usted; 
el  finado  patriota  Echeverriarza  y  yo,  los  tres  solos  acordamos  poner  y  pu- 
simos el  día  4  de  Octubre  de  1822  la  primera  piedra  sobre  que  se  cimentó 
la  reconquista  de  la  indeoendencia  de  nuestra  patria.  El  pronunciamiento 
de  aquel  día  nos  trajo  el  19  de  Abril  de  1825."  —  Correspondencia  confiden- 
cial y  política  del  señor  don  Gabriel  A.  Pereira. 


—  124  — 

cisiva,  la  noticia  de  la  victoria  de  Ayacucho.  Dice  de  la  Torre  en 
sus  ya  recordadas  memorias,  que  desde  el  día  en  que  aquélla  se 
supo  en  Buenos  Aires,  los  siete  emigrados  que  él  cita  en  su  relato 
"se  reunieron  diariamente  en  la  casa  de  la  Torre  y  se  acordaban 
los  trabajos  que  cada  uno  debía  desempeñar".  Refiere  asimismo 
que  él  personalmente,  "reunía  el  armamento  posible  y  construyó 
con  sus  propias  manos  las  dos  banderas  que  debían  tremolar 
triunfantes  en  su  Patria"    (1). 

Otra  de  las  providencias  que  los  emigrados  tomaron  a  raíz 
de  Ayacucho,  conjuntamente  con  la  redacción  y  firma  del  com- 
promiso escrito  que  se  les  atribuye,  consistió  en  designar  por  su 
jefe  y  jefe  de  la  empresa,  a  Lavalleja.  Las  dos  medidas  revelan 
ya  el  espíritu  de  organización  y  de  orden  que  dentro  de  las  im- 
posiciones del  medio  ambiente  caracterizaría  todos  los  hechos 
mili-tares  e  institucionales  que  a  la  cruzada  se  siguieron.  Es  cu- 
rioso reproducir  aquí,  porque  de  ella  se  deducen  interesantes  con- 
clusiones, la  carta  que  Lavalleja  escribió  dos  meses  antes  de  co- 
nocer el  acontecimiento  de  Ayacucho,  a  don  Francisco  juanicó.. 
Dice  así:  "Nuevamente  han  llegado  los  momentos  que  preciso  de 
su  protección.  He  arrendado  el  saladero  de  don  Pascual  Costa 
para  hacer  carnes  saladas;  el  principal  que  tengo  es  corto  y  pre- 
ciso que  me  socorran  mis  amigos.  Yo  jamás  he  dudado  de  sus 
buenos  deseos  hacia  mí  y  toda  mi  familia.  Y  puede  figurarse  quál 
estará  mi  espíritu  dos  años  peregrinando  por  estas  provincias  y 
sin  tener  a  quién  arrimarme"  (2).  El  contenido  de  esta  carta  debe 
ser  interpretado  examinando,  si  es  posible,  otras  manifestaciones 
del  mismo  Lavalleja  que  tengan  alguna  relación  con  los  hechos 
a  que  la  carta  hace  alusión.  "Lavalleja  trató  en  Buenos  Aires  de 
figurar  pasarse  a  comerciante,  tratando  un  lugar  para  llevar  efec- 
tos al  Paraná,  donde  debía  establecerse.  Mientras  llegaba  esta 
decisión  (de  llevar  a  cabo  la  empresa),  Lavalleja  estableció  en 
Buenos  Aires  un  saladero,  con  dos  objetos:  primero,  aguardar  los 
resultados  del  Para,  y  segundo,  distraer  los  portugueses,  que  es- 
taban con  el  ojo  sobre  él"  (3).  Quiere  decir,  pues,  que  sin  desistir 
de  sus  proyectos  y  de  la  gestión  activa  que  hasta  finalizar  el  año 
24  absorbe  todas  sus  energías,  Lavalleja  se  da  una  tregua,  espe- 
rando una  ocasión  más  propicia;  y  de  paso  se  sustrae  a  la  severa 
vigilancia  brasilera,  con  lo  que  sus  trabajos  pueden  contar  desde 
entonces  con  este  nuevo  factor  favorable.  Empero  Ayacucho  tras- 
torna todos  los  planes,  porque  cuando  Buenos  Aires  recibe  albo- 
rozada la  noticia,  nadie  la  esperaba. 

Aceptadas  las  circunstancias  como  las  más  favorables  para 


(1)  Memorias  de  los  sucesos   de   1825,  Luis  C.  de  la  Torre,   Revista 
Histórica. 

(2)  Carta  del  22  de  Noviembre  de  1824,  "La  Democracia". 

(3)  Papeles   del   General   Juan    Antonio   Lavalleja.    Archivo   y  Museo 
Histórico. 


—  125  — 

llevar  el  proyecto  a  los  hechos,  deciden  los  patriotas  pulsar  de 
nuevo,  no  tanto  el  espíritu  de  la  población  oriental,  que  ellos  ya 
conocían,  sino  más  bien  la  disposición  de  ciertos  elementos  pres- 
tigiosos, que  con  su  influencia  podían  llegar  a  constituir  factores 
decisivos  de  éxito  o  de  fracaso.  "Don  Manuel  Lavalleja,  don  Ata- 
nasio  Sierra  y  clon  Manuel  Freiré  fueron  destinados  a  la  Banda 
Oriental  en  comisión,  que  partieron  secretamente  de  Buenos  Ai- 
res, desembarcaron  en  la  Agraciada,  dirigiéndose  a  la  estancia 
de  don  Tomás  Gómez  (hoy  Coronel),  a  quien  comunicaron  el 
objeto,  y  afiliándose  a  él  les  facilitó  caballos  para  que  se  dirigie- 
sen a  Montevideo.  Esta  comisión  era  la  de  hablar  en  nombre  de 
los  firmantes  a  todos  los  patriotas  conocidos  en  el  tránsito,  exa- 
minando sus  opiniones  en  favor  de  la  empresa.  Puestos  de  acuerdo 
con  inmensidad  de  ellos,  como  los  Burgueño,  Figueredo,  Latorre, 
Duranes,  Calleros  y  muchos  que  no  se  recuerdan  y  que  han  figu- 
rado de  jefes,  regresaron  para  Buenos  Aires,  embarcándose  por 
el  mismo  punto  de  la  Agraciada"  (1).  Respecto  de  estos  comi- 
sionados, don  Isidro  De-María  agrega  que  eran  portadores  de 
cartas  para  varias  personas.  Las  trajeron  en  rollos,  ocultas  en  los 
bastos  de  los  recados.  Desembarcaron  disfrazados  de  peones  en 
la  Agraciada,  costa  del  Uruguay,  aparentando  venir  a  buscar  tra- 
bajo en  alguna  estancia"  (2).  En  su  obra  "Los  Treinta  y  Tres", 
don  Luis  Revuelta  dice  que  los  comisionados,  comunicando  con 
el  señor  don  Tomás  Gómez,  a  quien  conocía  íntimamente  Lava- 
lleja, lo  iniciaron  en  el  secreto,  pidiéndole  el  auxilio  de  caballos 
para  llevar  su  comisión,  así  como  el  de  ese  elemento  oportuno 
para  el  personal  de  la  invasión.  Luego  se  dirigieron  a  Montevideo, 
comunicándose  con  personas  cuyos  sentimientos  patrióticos  co- 
nocían. Recordamos  habérsenos  citado  por  Manuel  Freiré  a  las 
siguientes  personas,  que  aceptaron  entusiastas  la  idea  y  se  pu- 
sieron con  decisión  a  su  servicio:  Juan  Arenas,  oficial  en  esa  época 
al  servicio  del  Brasil,  pero  patriota  de  corazón;  los  Burgueño,  los 
Figueredo,  los  Latorre  y  los  Calleros,  y  la  señora  doña  Josefa 
Oribe  de  Contucci". 

Entretanto  los  emigrados  continuaban  en  Buenos  Aires  sus 
trabajos  y  reunían  elementos  secretamente,  como  lo  afirma  de  la 
Torre  en  sus  memorias.  En  carta  del  24  de  Marzo  a  don  Gabriel 
Antonio  Pereira,  don  Manuel  Oribe  Te  decía:  "Sé  que  has  sido 
informado  por  Lavalleja  de  nuestra  próxima  empresa  de  invasión; 
y  que  nuestro  amigo  Lecocq  te  habrá  dado  los  detalles  de  que 
era  él  portador.  Es  preciso  una  reserva  absoluta  y  completa,  pues 
parece  que  el  Gobierno  de  aquí  ha  recibido  reiteradas  reclama- 
ciones, para  alejarnos  y  hostilizarnos  y  que  algo  se  recela,  pues 


(1)  Luis  C.  de  la  Torre,  Memoria  citada. 

(2)  Dice   el  historiador  De-María  que   estos  datos  son  referencias  de 
don  Manuel  Freiré  y  don  Manuel  Lavalleja. 


—  126 — - 

vivimos  con  una  vigilancia  que  no  nos  dejan  respirar"  (1).  Acerca 
de  la  vigilancia  de  que  los  patriotas  eran  objeto  de  parte  de  los 
portugueses,  el  General  Lavalleja  refiere  en  su  memoria,  varias 
veces  citada,  que  uno  de  los  fines  que  tuvo  en  vista  al  arrendar 
un  saladero  en  Buenos  Aires,  fué  "distraer  a  los  portugueses,  que 
estaban  con  el  ojo  sobre  él".  En  idéntico  sentido,  "El  Nacional" 
del  12  de  Mayo  de  1825,  expresaba  a  propósito  de  la  cruzada: 
"La  empresa  fué  concebida  y  combinada  con  tal  reserva,  que  no 
llegó  a  traslucirse  sino  después  que  estos  bravos  habían  dejado 
nuestras  playas"   (2). 

"  Si  bien  es  rigurosamente  exacto  que  Lavalleja,  Oribe,  Zu- 
friategui,  Simón  del  Pino,  Manuel  Lavalleja,  Freiré,  Araújo,  Jacinto 
Trápani  y  otros  eran  los  directores  de  las  combinaciones  militares 
que  se  habían  propuesto,  también  es  no  menos  cierto  que  los  ciu- 
dadanos civiles  del  grupo  confabulado,  Luis  Ceferino  de  la  Torre 
y  Pedro  Trápani,  fueron  el  alma  en  Buenos  Aires  de  los  trabajos 
preparatorios  de  la  Cruzada  Libertadora,  y  no  solamente  se  ha- 
bían inscripto  en  el  registro  de  aclherentes  con  fuertes  sumas  de 
dinero,  sino  que  recolectaban  muy  estimables  donativos  de  orien- 
tales y  argentinos  que  se  mostraron  partidarios  del  movimiento 
reivindicador"  (3).  Los  primeros  resultados  de  la  actividad 
desplegada  por  los  emigrados  y  por  los  orientales  que  radicados 
en  Buenos  Aires  los  secundaban,  empezaron  a  hacerse  apreciables; 
y  a  las  donaciones  de  Lavalleja,  de  la  Torre  y  Trápani,  hubo  que 
agregar  las  de  "don  Nicolás  y  don  Juan  José  Anchorena,  don  Pe- 
dro Lezica,  don  Alejandro  Martínez,  don  Miguel  Riglos  y  don  Ra- 
món Larrea"  (4). 

La  crónica  destaca  en  estos  laboriosos  preliminares  de  la 
cruzada,  el  plan  de  una  revolución  dentro  de  Montevideo,  utili- 
zando para  ese  fin  la  cooperación  eficacísima  del  Batallón  de 
Pernambucanos  confinados  en  aquella  plaza.  "Este  trabajo  le  fué 
encomendado  a  la  señora  Josefa  Oribe  de  Contucci,  patriota  en- 
tusiasta, que  logró  seducir  a  los  sargentos,  que  en  prueba  de  su 
decisión  remitieron  a  Buenos  Aires  un  Acta  de  compromiso  y  pi- 
diendo una  persona  que  se  pusiese  a  la  cabeza,  pero  se  creyó 
conveniente  retardarlo  hasta  que  al  frente  de  Montevideo  los 
patriotas  pudiesen  proteger  el  movimiento".  Agrega  de  la  Torre 
que  él  remitió  de  su  peculio  18  onzas  de  oro  para  que  fuesen  re- 
partidas entre  los  sargentos,  y  tres  cajones  de  cartuchos  a  bala 


(1)  Correspondencia  confidencial  y  política  del  señor  don  Gabriel 
A.  Pereira. 

(2)  "El  Nacional",  núm.  21,  Colección  de!  doctor  Luis  Melián  Lafinur. 
Don  Juan  Spikermann,  en  su  memoria  "La  primera  quincena  de  los  Treinta 
y  Tres",  afirma  que  él  y  sus  compañeros  se  habían  ocultado  del  Gobierno 
de  Buenos  Aires  para  salir  de  su  territorio. 

(3)  J.  Muñoz  Miranda,  "Sarandí",  Revista  Histórica. 

(4)  F.  A.  Berro,  op.  cit. 


—  12?  — 

que  clandestinamente  consiguió  extraer  del  Parque  de  Buenos 
Aires  y  que  fueron  conducidos  a  Montevideo  en  el  paquete  "Pepa", 
capitán  Chentopé,  a  ser  entregados  a  la  misma  señora  de  Oribe, 
con  quien  se  entendían  los  sargentos"  (1).  Conocedora  la  señora 
de  Contucci  del  estado  de  ánimo  de  los  sargentos  pernambucanos, 
por  sus  criados  y  sirvientes,  con  los  cuales  tenían  aquéllos  estre- 
chas relaciones,  había  salido  airosa  en  la  arriesgada  empresa  de 
hacer  sublevar  el  batallón"  (2). 

Para  apreciar  la  tensión  del  espíritu  patriota  dentro  de  las 
murallas  de  Montevideo  e  ilustrar  en  lo  posible,  con  un  antece- 
dente sugestivo,  el  concepto  que  entonces  debía  predominar  aún 
en  las  clases,  colocadas  en  más  humilde  nivel,  y  por  ende  en  aque- 
lla a  que  los  soldados  pernambucanos  pertenecían,  he  aquí  un 
curioso  documento  dirigido  a  Lavalleja  al  finalizar  el  año  1825: 
"Comprometidos  nosotros  todos  los  del  color  bajo  a  tomar  las 
armas  para  defender  nuestra  patria  y  derramar  ambos  la  última 
gota  de  sangre  para  libertar  a  nuestro  país  del  tirano  portugués, 
con  el  myor  silencio  y  secreto,  se  pone  de  dicho  color  bajo  400  a 
500  hombres,  solamente  para  defender  el  pavellón  de  nuestra 
patria;  y  con  el  mayor  silencio  sorprendiendo  las  dos  guardias 
principales;  que  son  la  del  Muelle  y  del  Portón,  y  en  el  mismo 
instante  presentando  V.  E.  las  tropas  que  le  parece  sean  bastantes 
para  asaltar  la  plaza,  con  lo  que  creemos  será  suficiente  para 
romper  las  cadenas  de  nuestra  esclavitud,  y  así  suplicamos  a  V.  E. 
sea  servido  mandarnos  un  giador,  por  el  cual  quedremos  ser  di- 
rigidos a  la  gran  empresa.  V.  E.  podrá  discurrir  un  modo  por  el 
cual  puede  mandarnos  armas  y  municiones  para  librar  la  plaza 
de  los  tiranos.  También  tenemos  los  Libertos  preparados  y  sólo 
esperan  el  más  mínimo  movimiento  para  declararse  cuanto  antes 
contra  el  tirano  Emperador.  A  V.  E.  suplicamos  tener  la  contes- 
tación lo  más  breve  que  se  pueda.  —  Comprometidos  para  la  em- 
presa: Pedro  Barreiro,  Juan  Escobar,  León  Cuchos,  Ciríaco  Mar- 
tínez, Pedro  Fernández,  Pedro  Cipriano,  Felipe  Figueroa,  Rufino 
Gasarte,  Gregorio  Martínez,  Luis  Giménez,  todos  comprometidos 
bajo  el  juramento  que  han  de  derramar  su  última  gota  de  sangre 
y  hacer  los  mayores  esfuerzos  para  libertar  la  patria  y  morir  des- 
cuartizados. Guarde  Dios  a  V.  E.  muchos  años.  —  Montevideo, 
10  de  Diciembre  de  1825.  —  Pedro  José  Barreiro"  (3). 

En  cuanto  a  la  empresa  que  doña  Josefa  Oribe  de  Contucci, 


(1)  De  la  Torre,  Memorias  citadas.  "En  "La  Pepa",  cuyo  capitán 
era  Santiago  Sciurano,  alias  Chentopé,  se  trajeron  de  Buenos  Aires  el  dinero 
y  los  tres  cajones  de  cartuchos  a  bala  destinados  a  los  conjurados  del  ba- 
tallón de  pernambucanos  y  que  les  fueron  entregados  por  doña  Josefa  Oribe 
de  Contucci,  alma  de  esa  conspiración,  a  favor  de  la  causa  libertadora", 
Aureliano  G.  Berro,  op.  cit. 

(2)  Muñoz  Miranda,  "Sarandí",  Revista  Histórica. 

(3)  Colección  Lamas,  Documento  núm.  300,  Archivo  y  Museo  Histór. 


—  128  — 

hermana  de  don  Manuel  Oribe,  había  tomado  bajo  su  responsa- 
bilidad, ésta,  al  remitir  a  los  patriotas  el  documento  de  compro- 
miso que  los  sargentos  pernambucanos  habían  suscrito,  invocaba 
la  necesidad  de  recursos  pecuniarios,  los  que,  según  se  dijo,  antes 
le  fueron  remitidos.  El  gesto  de  la  iniciadora  de  esta  arriesgada 
conspiración  tiene  por  sí  mismo  demasiada  elocuencia  y  relieve 
para  agregarle  un  comentario.  Baste  señalar  que  "la  perspectiva 
terrible  de  la  Isla  das  Cobras  no  doblegaba  su  audacia.  Y  eso  que 
Lecor,  desconfiado  o  ya  puesto  en  autos,  extremaba  las  medidas 
preventivas,  haciendo  del  "Peirajo",  anclado  en  nuestro  puerto, 
cárcel  flotante  para  los  sospechosos  de  patriotismo  activo"   (1). 

Es  notorio  que  el  plan  tan  sigilosamente  fraguado  fracasó. 
Pero  debe  destacarse  una  vez  más,  que  el  fracaso  no  fué  produ- 
cido ni  por  falta  de  ambiente  ni  por  escasez  de  decisión.  Obró, 
sí,  demasiado  eficazmente,  la  sugestión  patriótica;  y  los  pernam- 
bucanos, como  todos  los  habitantes  de  Montevideo,  cuando  el  7 
de  Mayo  de  1825  divisaron  en  la  cumbre  del  Cerrito  un  movi- 
miento inusitado  de  hombres  que  no  eran  sus  opresores,  debieron 
violentar  sus  impulsos  para  que  el  alborozo  de  los  espíritus  no 
trascendiera.  Pero  los  pobres  pernambucanos,  los  humildes  per- 
nambucanos, de  organización  sentimental  más  simple,  no  supie- 
ron ocultar  ni  pudieron  reprimir  sus  primeros  impulsos,  y  cuando 
los  detenidos  por  sospechosos  vieron  nítida  la  amenaza  que  les 
esperaba,  sus  bocas  se  cerraron  a  toda  delación,  como  antes  sus 
corazones  de  soldados  se  habían  abierto  sin  reservas  ni  retaceos 
a  la  insinuante  sugestión  de  una  mujer  heroica. 

Pero  sigamos  a  los  emigrados.  En  los  apremios  de  sus  apres- 
tos, don  Manuel  Oribe  se  comunicaba  con  el  patriota  español,  ve- 
cino de  Montevideo,  don  José  María  Platero,  y  le  pedía  "unas 
200  tercerolas  que  desde  el  año  1823  tenía  depositadas  en  la 
Aduana,  que  le  fueron  cedidas  generosamente  y  despachadas  por 
el  vista  don  Gregorio  Gómez,  con  conocimiento  del  objeto  a  que 
se  destinaban.  Este  señor,  amigo  de  don  Manuel  Oribe,  merece 
una  particular  mención  por  aquel  servicio"  (2). 

Los  patriotas  están  ya  a  punto  de  dar  cima  a  los  preliminares 
de  la  empresa.  Basilio  Araújo  es  despachado  a  Entre  Ríos,  "con 
el  objeto  de  apalabrar  al  coronel  don  Andrés  Latorre,  para  que 
invadiese  por  el  Uruguay  a  la  altura  del  Hervidero".  Asimismo 
se  encarga  de  análoga  comisión  en  Montevideo  a  don  Francisco 
Lecocq,  cuyo  cometido  puede  deducirse  de  los  términos  de  una 
carta  de  Lavalleja  a  don  Gabriel  Antonio  Pereira,  de  que  aquél 
es  portador  y  que  dice  así:  "Pongo  en  su  conocimiento  que  dentro 
de  muy  poco  tiempo  invadiremos  a  nuestra  patria  para  conquistar 
el  lauro  de  nuestra  independencia  contra  la  usurpación  y  dominio 


(1)  Juana  de  Ibarbourou,  "Los  33  orientales",  "La  Democracia". 

(2)  De  la  Torre,  Memorias  citadas. 


—  129  — 

y  sacudir  su  yugo  ominoso.  El  conductor  de  ésta,  que  lo  es  dort 
Francisco  Lecocq,  va  instruido  de  todo,  y  expresará  a  Vd.  lo  que 
por  medio  de  una  carta  no  se  puede  expresar  ni  es  tampoco  pru- 
dente, así  es  que  dé  crédito  completo  a  todo  lo  que  le  informe. 
Ahora  sí,  es  preciso  que  Vds.  como  patriotas  nos  secunden  y  ayu- 
den para  ver  a  nuestra  patria  libre  y  feliz  del  poder  ominoso  de! 
extranjero  usurpador  del  suelo  natal,  como  nosotros  estamos  dis- 
puestos a  sacrificar  nuestras  existencias  por  la  patria"  (1).  Oribe, 
en  una  carta  ya  recordada,  le  expresa  al  mismo  Pereira:  "Sé  que 
has  sido  informado  por  Lavalleja  de  nuestra  próxima  empresa 
de  invasión;  y  que  nuestro  amigo  Lecocq  te  habrá  dado  los  de- 
talles de  que  era  portador".  Y  termina  así:  "Estamos  decididos 
a  invadir  lo  más  pronto  y  salir  de  una  vez  de  esta  situación  in- 
cierta e  insegura.  Creo  que  saldremos  airosos  de  nuestra  em- 
presa, contando  que  los  patriotas  como  tú  secundarán  nuestra 
obra  de  regenerar  la  patria,  conquistar  su  libertad  y  lanzar  al 
extranjero  usurpador  de  nuestro  hermoso  territorio.  Esta  te  la 
entregará  el  amigo  Trápani"   (2). 

Todo  está  dispuesto.  Los  aceros  están  prontos  para  entrar 
en  acción.  Las  voluntades,  resueltas  a  dar  el  último  paso,  trazan 
nítidamente  el  programa  rectilíneo  e  inflexible  de  sus  planes.  To- 
das las  dudas  se  aclaran;  todos  los  desfallecimeintos  se  descartan; 
todos  los  renunciamientos  se  sofocan.  Es  la  hora  del  supremo 
trance. 

4.  Ayacucho.  —  "La  victoria  de  Ayacucho,  que  puso  fin  a 
la  dominación  española  en  América,  tuvo  en  el  Plata  profunda 
resonancia  guerrera"  (3). 

Se  liquidaba  con  ella,  definitivamente,  cuando  no  se  espe- 
raba, la  situación  de  incertidumbre  en  que  los  pueblos  habían 
vivido  hasta  entonces,  ante  el  temor,  que  muchas  circunstancias 
hacían  fundado,  de  la  reconquista  española  en  el  Río  de  la  Plata. 

Fuera  de  las  proyecciones  que  el  hecho  en  sí  mismo  presen- 
taba, con  él  se  excitaban  y  de  él  recibían  nuevo  y  eficaz  aliento, 
aspiraciones  y  tendencias  que,  al  influjo  de  los  sucesos,  se  habían 
ido  elaborando  progresivamente  en  los  espíritus  y  pugnaban  por 
concretarse  en  realidades  ostensibles,  cada  vez  que  una  nueva 
modalidad  de  los  sucesos  parecía  romper  las  vallas  que  a  sus 
propósitos  y  planes  se  oponían.  Eran  tendencias  y  aspiraciones 
que  si  bien  carecían  a  veces  de  precisión  en  el  objetivo  y  finalidad 
perseguidos,  tenían  de  común  ser  el  fruto  de  un  estado  de  ánimo 
de  rebelión,  de  resistencia,  estado  siempre  latente,  que  se  había 
arraigado  y  se  había  trasmitido  en  los  nativos  del  Río  de  la  Plata, 


(1)  Carta  del  20  de  Marzo  de   1825,  Correspondencia   confidencial  y 
política  del  señor  don  Gabriel  A.  Pereira. 

(2)  Carta  del  24  de  Marzo,  Correspondencia  de  don  Gabriel  A.  Pe- 
reira, ya  citada. 

(3)  Arreguine,  "Historia  del  Uruguay". 


—  130  — 

estimulado  por  el  peso  de  la  dominación  extranjera. 

Traducíase,  pues,  en  una  favorable  disposición  de  ánimo 
frente  a  todo  lo  que  significase  un  palmo  menos  en  tierra  con- 
quistada y  oprimida,  o  un  obstáculo  salvado  que  fuera  quebrando 
la  cadena,  que  también  ata,  de  las  circunstancias  adversas. 

Ayacucho  era  gloriosa,  porque  desvanecía  el  temor  a  la  con- 
quista española;  pero  era  también  gloriosa,  porque  halagaba  el 
instinto  innato  de  rebelión,  que,  libre  de  una  traba  más,  se  dispo- 
nía a  ejercitarse  en  nuevos  y  armónicos  empeños. 

"A  las  ocho  de  la  noche  del  21  de  Enero  de  1825,  llegó  a 
Buenos  Aires  la  noticia  de  la  batalla  de  Ayacucho  en  el  Perú.  Una 
victoria  tan  decisiva,  i  casi  puede  decirse,  inesperada,  produjo 
una  verdadera  explosión  de  entusiasmo  i  alegría.  El  pueblo  se 
agrupaba  en  los  cafés  i  parajes  públicos  para  oir  a  los  diversos 
oradores,  que  con  la  exaltación  del  patriotismo  daban  detalles 
sobre  la  batalla.  A  las  10  de  la  noche  hizo  un  saludo  la  fortaleza, 
que  fué  contestado  por  el  "Aranzazú",  bergantín  de  guerra  na- 
cional, i  por  otro  bergantín  de  guerra  brasilero,  anclados  ambos 
en  balizas  interiores.  Se  iluminó  como  por  encanto  gran  parte  de 
la  ciudad  i  el  ruido  de  cohetes  era  incesante"  (1). 

Dos  hechos  casi  simultáneos  con  la  noticia  de  la  batalla  de 
los  generales,  ''contribuyeron  a  que  el  júbilo  del  pueblo  de  Buenos 
Aires  cobrara  tan  inusitada  intensidad.  Por  una  parte,  la  reciente 
instalación  del  Congreso  Nacional  Constituyente  y  Legislativo,  y 
la  aprobación  de  la  ley  de  23  de  Enero  de  1825,  en  virtud  de  la 
cual  los  diputados  renovaban,  "del  modo  más  solemne"  (2),  el 
pacto  con  que  las  provincias  habían  estado  ligadas  antes,  con  lo 
que  se  anunciaba  en  forma  auspiciosa  el  fin  de  la  anarquía;  y 
encomendaban  provisoriamente  al  Gobierno  de  Buenos  Aires  el 
desempeño  del  poder  ejecutivo  nacional. 

No  de  menos  trascendencia  resultaba  el  hecho  de  que  Ingla- 
terra, por  intermedio  de  su  Cónsul  Woobdine  Parish,  entraba  a 
negociar  con  el  Gobierno  de  las  Provincias  Unidas,  un  tratado 
de  amistad. 

Entre  las  manifestaciones  patrióticas  que  los  acontecimientos 
enunciados  provocaron,  merecen  destacarse  "los  paseos  cívicos". 
"Eran  caravanas  de  jóvenes  de  todas  las  clases,  desfiles  que  mar- 
chaban a  discreción  al  compás  de  alegres  músicas.  Recorrían  la 
ciudad  vitoreando  a  la  Patria  y  a  los  vencedores  da  Ayacucho, 
pasaban  a  congratular  a  los  representantes  de  la  nación,  dete- 
niéndose a  ratos  frente  a  la  casa  de  algunos  viejos  patriotas  para 
escuchar  los  discursos  de  no  pocos  oradores  improvisados"   (3). 

El  doctor  Wilde,  en  su  libro  ya  citado,  agrega:  "En  la  noche 


(1)  José  Antonio  Wilde.  "Buenos  Aires  desde   70  años  atrás",   1881. 

(2)  Ver  actas  del  Congreso  Nacional  Constituyente  y  Legislativo,  tomo 
núm.   14,  pág.  46. 

(3)     Gabriel  Rene  Moreno,  "Ayacucho  en  Buenos  Aires". 


—  131  — 

del  22  hubo  una  representación  dramática  en  nuestro  teatro  Ar- 
gentino, antecediendo  el  himno  nacional  en  medio  de  estrepitosos 
vivas  a  la  patria,  a  Bolívar,  a  Sucre,  etc.  El  Coronel  Ramírez,  pa- 
rado en  un  palco,  leyó  el  boletín  oficial,  vivado  con  igual  frenesí. 
La  iluminación  del  teatro  se  había  duplicado,  los  palcos  osten- 
taban festones  de  seda  blancos  y  celestes,  i  una  banda  de  música 
militar  tocaba  en  la  calle,  frente  al  teatro.  Las  fiestas  duraron 
tres  noches  i  el  entusiasmo  era  inmenso."  El  interés  de  este  relato 
y  el  haber  sido  su  autor  testigo  de  los  hechos  que  refiere,  nos  lleva 
a  prolongar  esta  transcripción:  "El  café  de  la  Victoria  estaba 
completamente  lleno,  lo  mismo  que  toda  la  cuadra.  Allí  se  suce- 
dían los  brkidis  patrióticos...  Grandes  grupos  con  música  y 
banderas  desplegadas,  recorrían  las  calles  cantando  la  "canción" 
i  vivando  en  la  casa  de  los  patriotas.  Varios  banquetes  se  dieron 
en  el  afamado  hotel  de  Faunch.  Cubrían  las  paredes  del  comedor 
las  banderas  de  todas  las  naciones,  entre  las  que  aparecían  retra- 
tos de  Bolívar,  Sucre,  etc.  La  banda  tocó  "Good  save  the  King" 
al  brindarse  por  el  Rey  de  Inglaterra."  Un  banquete  que  según 
los  papeles  públicos  de  la  época  hizo  mucho  ruido,  fué  el  que 
tuvo  por  marco  solemne  los  viejos  salones  del  Consulado,  y  por 
obligado  complemento  la  apertura  de  la  llamada  "sala  de  eti- 
queta", historiado  salón  de  los  virreyes.  A  propósito,  dice  Gabriel 
Rene  Moreno:  "Gran  concurso  selecto".  "Hubo  arengas".  "Seis 
horas  cabales  duró  el  banquete  a  que  se  ha  hecho  antes  referencia. 
Este  hecho  lo  dice  todo  sobre  la  expansión  cordial  que  ahí  reinaba. 
De  esta  última  puede  decirse  que  el  Río  de  la  Plata  se  abrió  esa 
noche  en  dos  brazos  espumantes,  uno  de  champaña  y  otro  de 
palabras". 

Los  acontecimientos  que  se  celebraban  no  eran  para  menos. 
De  un  lado,  Ayacucho,  anulaba,  como  se  ha  dicho,  la  amenaza 
de  la  reconquista  siempre  temida;  a  su  vez  Inglaterra,  nada  menos 
que  Inglaterra,  pactaba  con  las  Provincias  Unidas.  "Nuestro  tra- 
tado, dijo  en  aquella  ocasión  el  Cónsul  Parish,  es  un  suceso  que 
os  coloca  en  el  rango  de  las  naciones  reconocidas  del  mundo,  su- 
ceso debido  enteramente  a  vuestros  propios  esfuerzos  y  a  la  li- 
bertad política  aquí  adoptada". 

"Las  fiestas,  agrega  el  viejo  y  pintoresco  cronista  del  antiguo 
Buenos  Aires,  duraron  los  tres  días  de  Carnaval;  en  la  lista  civil 
y  militar  que  asistió  al  "Te-Deum"  iban  incluidos  los  cónsules 
extranjeros.  Caminaban  a  la  par  Mr.  Pousset,  vicecónsul  inglés, 
i  Mr.  Slacum,  cónsul  norteamericano."  "Cincuenta  años  atrás,  dice 
el  escritor  Mr.  Love,  refiriéndose  en  aquel  tiempo  a  este  suceso, 
¿quién  hubiera  soñado  semejante  acontecimiento?  Un  cónsul  bri- 
tánico, unido  en  un  cortejo  a  un  cónsul  de  sus  colonias,  hoi  inde- 
pendientes, para  celebrar  la  independencia  de  otra  parte  del  con- 


—  132  — 

tinente  americano"   (1). 

"La  noticia  de  Ayacucho  hizo  pensar  a  los  argentinos  que 
habían  desaparecido  las  causas  que  los  condenaran  a  la  inacción 
después  de  la  retirada  de  Gómez  (2),  enardeció  los  ánimos  y 
provocó  vehementes  manifestaciones  en  contra  del  Brasil.  No 
había  número  de  periódico  que  no  se  ocupara  del  asunto  de  un 
modo  u  otro;  y  como  si  no  bastaran  los  quince  órganos  de  publi- 
cidad que  había,  se  fundaron  otros  especialmente  destinados  a  la 
cuestión  de  la  Banda  Oriental"  (3). 

En  ese  ambiente,  agitado  por  el  entusiasmo  patriótico  y  do- 
minado por  la  nota  optimista,  los  emigrados  orientales,  que  vio- 
lentando sus  más  vehementes  disposiciones,  habían  debido  dar 
entonces,  por  imposición  de  las  cosas,  un  nuevo  compás  de  espera 
a  sus  aprestos  militares  y  a  su  decisión  de  llevarlos  a  cabo,  sin 
cesar  por  esto  su  activa  obra  de  propaganda,  sintieron,  quizá  con 
no  igualada  intensidad,  que  la  hora  había  sonado  para  liquidar 
con  hechos  la  obra  en  que  desde  tanto  tiempo  atrás  estaban  em- 
peñados. Comentando  los  resultados  negativos  que  se  siguieron 
a  la  revolución  del  año  23,  declara  el  General  Lavalleja  que  él 
"calculó  que  Ínterin  no  se  decidiera  la  suerte  de  las  armas  de  los 
patriotas  en  el  País,  nada  se  podría  hacer,  pues  si  ésta  era  adversa 
a  la  República  Argentina,  su  primer  dever  sería  atender  a  sí  y  no 
a  los  orientales,  aun  cuando  se  hubieran  emprehendido.  Mientras 
llegaba  esta  decisión,  Lavalleja  estableció  en  Buenos  Aires  un 
saladero  con  dos  objetivos:  primero,  aguardar  los  resultados  del 
Perú,  y  segundo,  distraer  a  los  portugueses,  que  estaban  con  el 
ojo  sobre  él,  y  al  mismo  tiempo  emplear  a  sus  compañeros  en  algo. 
Llegó  la  jornada  de  Ayacucho,  y  desde  este  momento  con  la  ma- 
yor reserva  empezó  a  aprontarse";  y  en  carta  dirigida  a  Estanislao 
López  "le  pedía  un  auxilio  en  la  Provincia  de  su  mando,  consis- 
tiendo éste  en  una  chacra  en  el  rincón  para  ponerse  a  laborar  en 
el  caso  de  ser  desgraciado,  y  escapar  con  vida"  (4). 

"La  batalla  de  Ayacucho,  ganada  por  los  patriotas  en  Di- 
ciembre de  1824,  que  decidió  de  los  destinos  de  la  América  es- 
pañola, inflamó  el  patriotismo  de  los  emigrados,  que  reunidos  en 
la  casa  de  comercio  que  regenteaba  don  Luis  Ceferino  de  la  Torre, 
firmaron  espontáneamente  un  compromiso,  jurando  sacrificar  sus 
vidas  en  la  libertad  de  su  Patria,  dominada  por  el  Imperio  del 
Brasil"   (5). 

Contribuía  no  poco  a  la  intensa  expectativa  de  los  emigrados, 


(1)  Wilde,  op.  cit. 

(2)  Alusión  a  la  misión  Gómez  a  Río  de  Janeiro  en  los  años  1823-1824. 

(3)  F.  A.  Berra,  op.  cit. 

(4)  Papeles   del   General  Juan   Antonio  Lavalleja,   1821-1824.    Manus- 
crito original  en  el  Archivo  y  Museo  Histórico. 

(5)  Memoria   de  los   sucesos   de   1825   por  Luis  de   la  Torre,  Revista 
Histórica. 


—  133  — 

ante  la  victoria  de  Ayacucho,  el  hecho  de  haber  puesto  en  prác- 
tica, en  combinación  con  los  opositores  del  Gobierno  de  Buenos 
Aires,  medios  de  interesar  al  Libertador  Bolívar  en  la  causa  de 
la  Banda  Oriental.  Conviene  señalar  aquí,  que  en  carta  al  Ministro 
de  Marina  de  su  Gobierno,  un  emisario  francés,  Mr.  Rósame^  le 
manifestaba  que  en  conversación  con  el  Libertador,  le  había  oído 
decir  que  "consideraba  como  una  vergonzosa  expoliación  la  acción 
del  Portugal  al  apoderarse  de  la  Banda  Oriental  del  Plata"   (1). 

En  Montevideo,  la  noticia  de  Ayacucho  no  podía  dar  lugar  a 
las  explosiones  delirantes  que  tuvieron  por  teatro  Buenos  Aires, 
porque  en  aquella  ciudad,  sometida  a  la  dominación  de  Lecor, 
toda  demostración  de  -contento  hubiera  sido  severamente  repri- 
mida, y  los  ánimos  estaban  agobiados  por  el  peso  de  la  conquista 
extranjera. 

Faltaban,  pues,  los  factores  que  obraban  activamente  en  la 
otra  orilla,  pero  más  de  uno  de  los  vecinos  de  Montevideo  debió 
mirar  la  fausta  nueva  como  una  deseada  y  edificante  sugestión. 

No  obstante  los  motivos  que  obraban  en  contrario,  hay  cons- 
tancia de  haberse  celebrado  el  acontecimiento  con  relativa  publi- 
cidad, en  , actos  que  sin  duda  fueron  aislados,  pero  que  son  muy 
significativos  para  configurar  el  semblante  de  aquel  vecindario, 
ante  la  victoria  de  Ayacucho.  He  aquí,  a  propósito,  una  curiosa 
prueba  documental:  "Excmo,  señor:  En  consequencia  a  rumores 
que  se  esparcieron  en  esta  Capital  de  resultas  de  las  penúltimas 
noticias  venidas  de  Buenos  Ayres  relativas  a  que  en  aquella  Ciu- 
dad se  tenía  por  cierto  haver  sido  batidas  en  Huamanguilla  el 
nueve  de  Diciembre  por  las  tropas  patriotas  al  mando  del  General 
Bolívar  las  tropas  realistas  mandadas  por  el  Virrey  Laserna,  se 
me  ciió  aviso  de  que  en  un  tambo  a  extramuros  de  esta  Plaza, 
había  tenido  lugar  una  merienda  concurridísima  de  gentes  exal- 
tadas, con  el  fin  de  celebrar  la  para  ellos  fausta  noticia,  a  que  se 
siguieron  brindis  chocantes  con  los  principios  de  paz,  orden  y 
buena  armonía,  tan  encargados  por  S.  M.  el  Emperador,  y  que  la 
suma  prudencia  que  en  V.  E.  resplandece  ha  procurado  en  bene- 
ficio público  con  todo  esmero  sostener.  Los  deberes  de  mi  empleo 
me  obligaron  a  dar  cuenta  de  este  incidente  a  V.  E.  después  de 
haber  llamado  y  reprehendido  a  un  joven  entenado  de  don  Fran- 
cisco Farías,  quien  jamás  quiso  denunciar  sus  cómplices,  alegando 


(1)  Vill,anueva,  "El  Imperio  de  los  Andes".  Referente  a  la  disposición 
de  Bolívar  a  intervenir  en  los  sucesos  del  Río  de  la  Plata,  en  "El  Piloto"  del 
29  de  Setiembre  de  1825  se  hace  referencia  a  carta  de  persona  allegada  al 
Libertador  en  que  se  expresa:  "El  General  Bolívar  espera  diariamente  los 
diputados  de  Buenos  Aires.  En  el  acto  piensa  marchar  con  su  ejército  a 
libertar  la  Provincia  Oriental:  ha  dado  nuevas  órdenes  para  reclutar  20.000 
hombres,  armarlos  y  uniformarlos,  y  todo  queda  aprontándose."  (Colección 
particular  citada.) 


—  134  — 

que  todo  ello  no  había  sido  otra  cosa  que  un  recreo    de    pura 
diversión. 

Pero  V.  E.  se  sirvió  ordenarme  se  procediese  a  una  informa- 
ción sumaria  de  este  hecho,  y  habiendo  sido  propuesta  al  Excmo. 
Cabildo,  dixeron  algunos  vocales  sería  lo  mejor  dar  al  olvido  dicho 
suceso,  y  otros  fueron  de  opinión  que  yo  como  encargado  por  la 
Corporación  expusiese  verbalmente  a  V.  E.  que  para  proceder  a 
la  mencionada  información  sumaria,  sería  bien  se  sirviese  V.  E. 
expedir  la  orden  por  escrito,  pues  siendo  este  negocio  uno  de 
aquellos  de  alto  Gobierno,  era  de  la  inmediata  atribución  de  V.  E., 
o  quando  menos  precisaba  el  que  V.  E=  mismo  se  sirviese  delegar 
en  parte  para  ello  sus  superiores  facultades.  Es  quanto  tengo  que 
exponer  en  el  particular,  y  V.  E.  se  servirá  en  el  caso  como  lo 
considere  más  justo  y  arreglado.  Dios  guarde  a  V.  E.  muchos 
años.  —  Montevideo,  4  de  Febrero  de  1825.  —  Illmo.  y  Excmo. 
Señor.  —  Firmado:  Santiago  Sainz  de  la  Maza.  —  limo,  y  Excmo. 
Señor  Capitán  General,  Barón  de  la  Laguna."  —  Al  margen:  "El 
siete  ofició  SS.  mandando  suspender  la  sumaria,  pero  que  se  in- 
dagase los  sujetos  concurrentes  a  tales  actos  y  prepárese  relación 
de  ello  para  Gobierno.  —  Castillo"  (1). 


(1)     Archivo  de   la  Escribanía  de  Gobierno   y   Hacienda.    Catalogado: 
"Celebridad  Bolívar,  28-1895". 


CAPÍTULO  VIII 

LA       CRUZADA 

1.  La  gran  jornada. 

¿.  Los   Treinta  y  Tres. 

ó.  Lugar  del  desembarco. 

4.  Primeras  consecuencias. 

1.  Todo  hombre  nacido  en  esta  tierra,  que  con  el  pensa- 
miento o  con  el  corazón  se  acerque  al  acontecimiento  legendario 
de  la  Cruzada,  ha  de  sentir  en  su  espíritu  y  hasta  en  su  cuerpo, 
la  conmoción  que  sigue  a  toda  extraordinaria  revelación.  Si  a  la 
visión  simple  y  escueta  del  hecho  inaudito  se  agrega  la  de  su  real 
significado,  la  conmoción  alcanzará  a  remover,  por  misteriosas  e 
instintivas  repercusiones,  todas  las  raíces  de  su  ser. 

A  la  Naturaleza  parece  reservado  el  poder  de  provocar  en 
nosotros  estas  hondas  y  perdurables  sensaciones;  pero  los  hom- 
bres, mejor  aún,  algunos  hombres,  suelen  poner  de  tal  manera 
en  los  hechos  y  en  las  cosas  el  sello  de  su  influjo,  que  llegamos 
a  sentir  su  obra  con  la  misma  intensidad  que  nos  sobrecoge  y  nos 
desconcierta  frente  a  las  representaciones  más  acabadas  de  la 
Naturaleza.  Reproduciendo  a  nuestros  ojos,  con  no  sospechada 
fidelidad,  la  obra  del  gran  artífice,  aparecen  los  hombres  diri- 
giendo a  los  hechos.  Y  entonces  nosotros  los  vemos  agrandados, 
enormes,  imponentes,  sublimes,  porque  los  vemos  en  los  hechos, 
en  las  cosas,  en  el  ambiente,  abarcándolo  y  llenándolo  todo. 

Los  hombres  de  1825  son  así.  Empeñosos,  han  cultivado  día 
a  día  el  espíritu  de  sus  hermanos  de  infortunio  y  han  visto  multi- 
plicarse el  número  de  sus  prosélitos;  recios  y  sufridos,  han  pre-r 
dicado  la  buena  nueva  de  la  libertad,  y  la  santidad  de  su  causa 
ha  encontrado  junto  con  el  aliento  del  desinterés,  la  pasividad 
del  egoísmo;  tocados  por  el  destino  para  ser  los  ejecutores  de  un 
plan  providencial,  desproporcionado  a  sus  medios,  a  él  entregan 
vidas  y  haciendas,  sin  tasa  ni  medida;  y  cuando  llega  el  momento 
de  sofocar  su  vocación  guerrera  para  dar  comienzo  a  la  obra  du- 
radera de  la  paz,  del  orden,  del  límite  a  la  arbitrariedad,  estos 
hombres  extraordinarios  bajan  sus  espadas  en  señal  de  acata- 
miento al  gobierno  incipiente. 

Símbolo  son  de  las  ideas  democráticas  que  vienen  a  implan- 
tar. Son  hijos  del  pueblo,  con  arraigo  en  el  pueblo,  y  su  única 
esperanza  y  su  única  fe,  es  también  el  pueblo.  Jamás  usarán  de 
la  fuerza  sino  como  un  medio  imprescindible  para  aniquilar  a  una 
fuerza  contraria  y  opresora.    Fieles  intérpretes  del  hermoso  pos- 


—  137  — 

tulado  que  encarnan,  será  su  finalidad  esencial  edificar  sobre 
las  ruinas. 

Si  desde  el  punto  de  vista  patriótico  son  grandes  estos  raros 
ejemplares  de  valor  y  desinterés,  también  son  grandes  desde  un 
punto  de  vista  puramente  humano.  Grandes,  porque  vienen  a  li- 
bertar a  sus  hermanos  de  la  fuerza  que  los  oprime  y  de  la  rapa- 
cidad que  los  aniquila;  grandes,  porque  repudian  los  halagos  y 
los  premios  ganados  al  bajo  precio  de  la  sumisión  y  del  renun- 
ciamiento; grandes,  porque  se  mueven  y  reaccionan  al  influjo  de 
ideales  desinteresados.  La  Patria  es  la  obsesión  de  todas  sus 
horas.  Cuando  pisan  el  arenal  y  se  hace  el  silencio  solemne,  y 
en  él  se  destacan  y  ruedan  las  palabras  del  gallardo  paladín,  algo 
más  que  la  proximidad  de  los  cuerpos  acerca  y  ata  a  los  33  hom- 
bres allí  congregados:  es  el  pasado  que  revive  en  aquella  escena; 
es  la  lucha  incruenta,  cruel  y  siempre  renovada  para  alcanzar  la 
ansiada  libertad;  es  el  pasado  que  vuelve,  inexorable,  a  consumar 
el  designio  providencial;  y  los  recuerdos  se  agolpan  a  la  memoria, 
y  los  corazones  laten  con  violencia  inusitada,  y  el  milagro  empieza 
a  consumarse. 

Cuando  Artigas,  al  decidir  su  retirada  al  Paraguay,  después 
de  sus  últimas  derrotas,  mandó  a  Lavalleja,  que  se  hallaba  pri- 
sionero en  la  Isla  das  Cobras,  aquel  simbólico  auxilio  de  4.000 
pesos,  debió  tener  una  anticipada  visión  de  este  inconfundible 
pronunciamiento. 


Volvamos  a  tomar  el  hilo  de'  los  hechos. 

Dice  don  Luis  Ceferino  de  la  Torre,  que  dispuestas  las  cosas 
y  prontos  para  arrojarse  a  la  empresa,  partieron  nuevamente  de 
Buenos  Aires,  Manuel  Lavalleja,  Sierra  y  Freiré  con  una  docena 
de  compañeros,  conduciendo  el  armamento  a  depositarlo  en  la 
Isla  Brazo  Largo,  punto  de  reunión  acordado,  que  estando  cerca 
de  la  costa  y  de  la  estancia  de  Tomás  Gómez,  debían  convinar 
con  éste  el  día  que  los  arrimase  caballos  a  los  expedicionarios" 
(I).  Spikerman,  en  su  diario,  declara  que  el  1.°  de  Abril  se  em- 
barcaron a  las  12  de  la  noche,  en  la  costa  de  San  Isidro,  en  un 
lanchón,  los  nueve  primeros  individuos  de  la  expedición,  desem- 
barcando y  acampando  en  una  isla  formada  por  un  ramal  del 
Paraná,  llamada  Brazo  Largo.  Los  nueve  individuos  eran:  don 
Manuel  Oribe,  don  Manuel  Freiré,  don  Manuel  Lavalleja,  don 
Atanasio  Sierra,  don  Juan  Spikerman,  don  Carmelo  Colman,  Sar- 
gento Areguatí,  don  José  Leguizamón  (a)  Palomo  y  baqueano 
Manuel  Cheveste  (2). 


(1)  Memorias    citadas.      En    el    mismo    sentido,    Domingo    Ordoñan-a. 
"Conferencias  Sociales  y  Económicas". 

(2)  Juan  Spikerman,  "La  primera  quincena  de  los  Treinta  y  Tres". 


—  1 38  — 

De-María  incluye  también  en  este  primer  contingente  a  Dio- 
nisio Oribe,  criado  de  don  Manuel  Oribe  (1). 

"  Este  primer  grupo  era  portador  de  cantidad  de  armas,  per- 
trechos y  equipos  recolectados  en  Buenos  Aires  (2).  Dice  Spi- 
kerman  que  el  primer  grupo  de  cruzados  permaneció  quince  días 
a  la  espera  de  los  compañeros  que  debían  venir  con  Lavalleja;  y 
De-María  asegura  que  durante  la  estada  de  aquéllos  en  la  isla, 
"pasaron  de  oculto  a  la  costa  oriental,  Oribe,  Lavalleja  (Manuel) 
y  el  baqueano  Cheveste,  con  el  objeto  de  hablar  con  Gómez  (don 
Tomás)  y  convenir  el  día  y  punto  en  que  debía  esperar  con  ca- 
ballada a  los  expedicionarios".  Vueltos  a  la  Isla  de  Brazo  Largo, 
aguardaron  el  arribo  de  la  segunda  expedición  unos  diez  días 
más,  al  cabo  de  los  cuales  "don  Manuel  Lavalleja  y  don  Manuel 
Oribe,  genios  impacientes  y  movedizos,  determinaron  irse  con 
Cheveste  a  inquerir  la  causa  de  aquel  silencio  y  buscar  qué  comer, 
que  por  lo  pronto  era  la  primera  necesidad  que  había  que  satis- 
facer. Al  llegar  a  tierra  la  noche  era  obscura,  y  casi  a  tientas  die- 
ron con  una  carbonería,  cuyo  dueño  los  llevó  a  la  inmediata  es- 
tancia de  los  Ruiz,  quienes  les  explicaron  que  don  Tomás  Gómez 
había  sido  descubierto,  teniendo  que  escaparse  para  Buenos  Aires, 
y  que  las  caballadas  de  la  costa  habían  sido  recogidas  e  interna- 
das. Cuando  Ruiz  concluyó  su  narración,  Oribe  le  contestó  re- 
sueltamente: Pues,  amigo,  nosotros  vamos  a  desembarcar,  aunque 
sea  para  marchar  a  pie;  mientras  tanto,  vean  de  darnos  un  poco 
de  carne,  porque  nos  morimos  de  hambre  en  la  isla.  Vista  por  los 
hermanos  Ruiz  la  decisión  de  los  expedicionarios,  convinieron  en 
favorecer  resueltamente  sus  intentos,  en  hacer  las  señales  de  apro- 
ximación, en  aprontar  los  caballos,  en  hablar  con  algunos  amigos 
y  en  evitar  cualquier  choque  extemporáneo  con  aquel  terrible 
Tornero  que  guardaba  la  costa"  (3). 

Volviendo  a  los  demás  expedicionarios  y  respev:to  de  ias 
incidencias  de  su  travesía,  es  interesante  la  versión  de  Luis  Sa- 
carello,  que  vino  como  marinero  en  los  lanchones  de  la  segunda 
expedición.  "Hallábase  Sacarello  el  año  25  en  Barracas,  entre- 
gado a  sus  faenas  de  carpintero  de  ribera,  cuando  en  la  tarde  del 
15  de  Abril  fué  tomado  por  un  carpintero  Manuel,  de  la  partida, 
y  sin  permitirle  hablar,  embarcólo  en  un  lanchón".  "Poco  antes 
de  ponerse  el  Sol  partió  el  lanchón  en  dirección  al  Paraná  de  las 
Palmas,  pero  atracando  a  la  costa  de  San  Isidro  recibió  en  esa 
noche  a  su  bordo  al  General  Lavalleja,  siete  oficiales  y  varios 
otros  individuos".  Y  agrega  el  relato:  "En  el  resto  de  la  noche- 
remontamos  el  Canal  del  Chana,  hasta  la  boca  del  Miní,  en  donde 


(1)~    De-María,  op.  cit. 

(2)  De-María,  op.  cit. 

(3)  Domingo   Ordoñana,   op.   cit.    Tornero   era  un  jefe   brasilero  que 
vigilaba  la  costa  del  Uruguay. 


—  139  — 

nos  acercamos  a  una  isla  y  continuamos  la  noche  siguiente,  del  17, 
hasta  la  boca  de  Guazú,  y  nos  escondimos  en  la  isla  que  está 
frente  a  Punta  Gorda;  a  la  noche  siguiente,  del  18,  se  nos  dio  la 
voz  de  silencio  y  palada  seca,  por  el  temor  que  había  a  la  vigi- 
lancia de  los  cruceros  brasileros,  y  en  cuanto  llegamos  a  la  Punta 
Gorda  bajaron  a  tierra  dos  hombres,  que  volvieron  pronto.  Em- 
pezamos, a  costear  río  arriba  hasta  Punta  Chaparro,  en  donde 
bajaron  los  dos  hombres;  seguimos  a  Casa  Blanca  (estancia),  y 
allí  también  bajaron;  continuamos  hasta  la  Punta  del  Arenal 
Grande,  y  allí  bajaron  y  hablaron  los  dos  hombres  con  un  aus- 
tríaco que  .tenía  inmediato  a  la  costa  un  rancho,  quien  dio  la  no- 
ticia de  que  la  gente  que  buscábamos  se  hallaba  en  el  Rincón, 
entre  el  monte,  y  entonces  fuimos  hasta  la  Punta  de  Amarillo,  que 
es  la  de  San  Salvador,  en  donde  desembarcaron  todos  a  las  tres 
de  la  mañana  del  19.  Parece  que  allí  encontraron  gente  reunida  y 
entonces  se  internaron  y  nosotros  nos  volvimos  para  Buenos  Ai- 
res" (1).  La  versión  transcripta  no  armoniza  con  lo  declarado 
por  Spikerman,  en  cuanto  éste  atribuye  la  demora  de  Lavalleja  a 
un  temporal  que  habría  obligado  a  los  expedicionarios  a  dete- 
nerse para  no  perecer;  y  al  mismo  tiempo  pone  en  evidencia  la 
inquietud  que  dominaba  a  los  Cruzados,  que  en  todas  partes  ha- 
cían alto  y  a  la  que  no  sería  ajeno  el  temor  por  la  suerte  de  sus 
compañeros.  Con  Lavalleja  venían  don  Pablo  Zufriategui  y  20 
individuos  más. 

Reunidos  todos  los  expedicionarios,  "nos  embarcamos  en  dos 
lanchones  y  navegamos  toda  la  noche  hasta  ponernos  a  la  vista 
de  la  costa  oriental,  a  fin  de  hacer  la  travesía  del  Uruguay  en  la 
noche  del  19.  El  río  estaba  cruzado  por  lanchas  de  guerra  impe- 
riales, y  por  consiguiente  emprendimos  marcha  en  esa  noche.  A 
las  siete,  habiendo  navegado  como  dos  horas,  nos  encontramos 
entre  dos  buques  enemigos,  uno  a  babor  y  otro  a  estribor;  veíamos 
sus  faroles  a  muy  poca  distancia;  el  viento  era  Sur,  muy  lento,  y 
tuvimos  que  hacer  uso  de  los  remos"  (2). 

_  La  noche  anterior,  "una  fogata  encendida  en  una  quebrada 
indicaba  el  punto  a  que  debían  dirigirse  en  la  ribera;  pero,  como 
la  noche  fuese  muy  oscura  y  el  viento  contrariase  la  dirección  de 
las  velas,  Ruiz  cambió  el  punto  en  que  debían  aproximarse,  que 
era  en  el  Sauce,  por  otro  de  más  favorable  corriente,  encendiendo 
otra  fogata  fugitiva  en  la  embocadura  de  un  arroyo  llamado  Gu- 
tiérrez, de  la  jurisdicción  de  la  Agraciada".  En  el  sitio  elegido 
para  el  desembarco,  "los  hermanos  Ruiz  y  algunos  orientales 
más  esperaban  allí  con  setenta  caballos  escondidos  en  unas  bre- 
ñas inmediatas"   (3).    Contradicen  esta  afirmación,  el  relato  de 

(1)  La  revolución  de  les  Treinta  y  Tres.    Benigno  T.  Martínez,  Re- 
vista de  la  Sociedad  Universitaria. 

(2)  Spikerman,  op.  cit. 

(3)  Domingo  Ordoñan-a,  op.  cit. 


—  140  — 

Spikerman,  las  memorias  del  General  Lavalleja  y  la  opinión  de 
la  mayoría  de  los  historiadores,  según  se  verá  en  seguida. 

Rezan  las  crónicas  de  la  epopeya,  que  cuando  los  cruzados 
pisaron  el  suelo  de  la  patria,  no  pudieron  reprimir  un  impulso 
que  los  llevó  a  besarlo.  La  escena,  de  por  sí  solemne,  debió  co- 
brar entonces  toda  su  intensidad.  No  constituía  este  hermoso 
gesto  de  honda  emoción,  una  nota  discordante  ni  extraña  a  la 
modalidad  de  aquellos  hombres  de  sencillo  corazón.  Si  bien  se 
mira,  su  obra  entera  era  más  que  nada  una  obra  de  sentimiento. 
El  cálculo  o  las  ventajas  jamás  dan  resultados  tan  sorprendentes. 
Las  convicciones  doctrinarias,  por  sí  solas,  podrán  hacer  legislas, 
pero  nunca  héroes.  Estas  grandes  e  inauditas  empresas  han  de 
partir  del  corazón.  Y  el  corazón  había  sido  el  único  regulador 
en  la  vida  abnegada  y  altruista  de  estos  héroes  auténticos.  Hacían 
bien  en  besar  el  suelo  de  la  patria;  tenían  derecho  a  hacerlo. 

Ya  están  los  emigrados  en  la  orilla  deseada.  Son  treinta  y 
tres  hombres,  los  mismos  que  desde  1822  recorrieron  en  incan- 
sable peregrinaje  el  territorio  de  las  Provincias  Unidas,  y  levan- 
taron en  Montevideo  la  bandera  de  la  rebelión.  De  sus  malhadadas 
andanzas  no  traen  más  que  el  cansancio  del  camino  y  un  poco 
menos  de  fe  en  la  solidaridad  humana.  Están  solos,  como  entonces 
estaban.  Abandonados  a  sí  mismos  por  todos  aquellos  a  quienes 
llamaron  en  su  ayuda,  parece  que  buscaran  lo  imposible.  Nadie 
tiene  fe  en  ellos,  y  ellos  la  siguen  teniendo  en  sus  principios.  Pa- 
recen iniciados  en  una  religión  que  nadie  entiende  ni  quiere  en- 
tender. Ellos,  empero,  avanzan  sin  vacilaciones,  como  si  mar- 
charan sobre  un  surco  abierto  de  antemano  o  sobre  los  rastros 
de  una  huella. 

Refiere  un  cronista  de  los  hechos,  que  tomada  tierra  por  los 
expedicionarios  y  escondidas  las  chalanas  en  el  arroyo  de  Gu- 
tiérrez, volvióse  Lavalleja  a  sus  compañeros  y  con  voz  conmovida 
les  dijo:  "Amigos,  estamos  en  nuestra  patria;  Dios  ayudará  nues- 
tros esfuerzos,  y  si  hemos  de  morir,  moriremos  como  buenos 
orientales  en  nuestra  propia  tierra".  Agrega  el  mismo  cronista 
que  inmediatamente  se  ensillaron  los  caballos  (1),  se  hicieron 
los  cargueros,  y  la  expedición  se  internó  en  el  bosque,  buscando 


(1)  Centra  lo  que  Ordoñana  declara  en  párrafo  antes  transcripto,  el 
20  de  Abril  encontró  a  los  errzados  "a  pie  en  la  espesura  del  monte  tala- 
que  los  encubría,  con  la  esperanza  de  poder  montar  a  caballo.  A  su  amparo 
hicieron  la  descubierta,  y  no  habiendo  novedad  divisaron  un  rancho  -al  cuai 
se  dirigió  den  Manuel  Lavalleja  con  el  baqueano  Cheveste,  con  los  frenos 
en  la  mano  en  busca  de  caballos.  En  esa  choza  de  un  'austríaco,  encontraron 
un  caballo  atado.  Lo  toman,  montan  en  él  enancados  Lavalleja  y  el  ba- 
queano. Por  fin,  a  eso  de  las  siete  de  la  mañana  divisaron  a  cierta  distancia 
+res  jinetes  conduciendo  una  tropilla  de  caballos.  Eran  los  hermanos  Manuel 
y  Laureano  Ruiz,  que  con  el  peón  Mariano  Bujan  venían  con  caballada"'. 
De-María,  op.  cit. 


— 141- — ■ 

Un  punto  más  secreto  y  franco  para  despachar  bomberos  y  chas- 
ques y  ordenar  el  plan  de  campaña"  (1). 

Veamos  ahora  cómo  relataba  la  heroica  hazaña  "La  Gaceta 
Mercantil",  de  Buenos  Aires,  en  su  número  del  30  de  Abril:  "Banda 
Oriental.  —  En  este  momento  acabamos  de  recibir  la  plausible 
noticia  del  desembarco  de  los  Bravos  Orientales  en  su  país,  y  del 
buen  éxito  de  su  primer  encuentro  con  las  fuerzas  del  Brasil  (Ar- 
gentino extraordinario  de  ayer).  Don  Juan  Antonio  Lavalleja,  don 
Manuel  Oribe  y  otros  varios  oficiales  y  vecinos  de  la  Banda  Orien- 
tal que  salieron  de  Buenos  Aires  decididos  a  libertar  su  provincia 
del  yugo  ominoso  y  degradante  del  Brasil,  supieron  el  jueves  2  1 
(es  noticia  traída  por  uno  de  los  individuos  que  salieron  en  tan 
heroica  empresa)  que  algunos  de  los  individuos  de  quienes  espe- 
raban caballos  y  otros  recursos  en  el  momento  de  su  desembarco 
habíanse  visto  precisados  a  fugar.  .  ."  (2).  Por  su  parte,  "El  Ar- 
gos", del  14  de  Mayo,  decía:  "Los  sucesos  que  hoy  tienen  lugar 
en  la  Banda  Oriental  del  Río  de  la  Plata  merecen  llamar  la  aten- 
ción de  los  críticos  públicos,  por  la  importancia  y  trascendencia 
que  ellos  traen  consigo.  Es  bien  sabido  ya  que  unos  beneméritos 
patriotas  decididos  a  sacrificar  su  quietud,  su  bienestar  y  hasta 
su  vida  o  redimir  a  su  patria  de  la  opresión  y  servidumbre  en  que 
está  hace  algunos  años,  concibieron  el  atrevido  proyecto  de  pre- 
sentarse ante  sus  compatriotas  y  de  moverlos  en  masa  para  que 
los  auxiliasen  en  la  ejecución  de  su  plan.  Aquél  se  ha  ejecutado 
dé  un  modo  que  excede  las  esperanzas  qu£  se  habían  formado  al 
convinarlo,  y  que  promete  resultados  los  más  prósperos  a  la  con- 
clusión de  la  guerra  de  la  independencia  por  todas  partes,  y  al 
establecimiento  de  una  completa  libertad  en  todos  los  puntos  del 
continente  americano".  Y  agregaba  haberse  "sentido  en  todos 
los  puntos  de  la  Banda  Oriental  un  sentimiento  uniforme  y  deci- 
dido por  sacudir  su  esclavitud  y  romper  violentamente  los  vínculos 
que  la  ligaban  a  un  gobierno  extranjero"  (3). 

El  programa  de  los  patriotas  es  claro  y  terminante  como  la 
firme  resolución  que  los  mueve.  Son  estos  sus  términos:  "Llegó 
en  fin  el  momento  de  redimir  nuestra  amada  patria  de  la  ignomi- 
niosa esclavitud  con  que  ha  gemido  por  tantos  años  y  elevarla 
con  nuestro  esfuerzo  al  puesto  eminente  que  le  reserva  el  destino 
sobre  los  pueblos  libres  del  nuevo  mundo.  El  grito  heroico  de 
libertad  retumba  ya  por  nuestros  dilatados  campos  con  el  estré- 
pito belicoso  de  la  guerra.  El  negro  pabellón  de  la  venganza  se 
ha  desplegado,  y  el  exterminio  de  los  tiranos  es  indudable.  ¡Ar- 
gentinos, Orientales!  Aquellos  compatriotas  nuestros,  en  cuyos 
pechos  arde  inexausto  el  fuego  sagrado  del  amor  patrio,  y  de  que 


(1)  Ordoñana,  op.  cit. 

(2)  •  "La  Gaceta  Mercantil",  núm.  457,  Biblioteca  Nacional,  Bs.  Aires. 

(3)  "El  Argos",  núm.   150,  Biblioteca  Nacional,  Buenos  Aires. 


—  142  — 

más  de  uno  ha  dado  relevantes  pruebas  de  su  entusiasmo  y  su 
valor,  no  han  podido  mirar  con  indiferencia  el  triste  cuadro  que 
ofrece  nuestro  desdichado  país,  bajo  el  yugo  ominoso  del  déspota 
del  Brasil.  Unidos  por  su  patriotismo,  guiados. por  su  magnani- 
midad, han  emprendido  el  noble  designio  de  libertadores.  Deci- 
didos a  arrostrar  con  frente  serena  toda  clase  de  peligros  se  han 
lanzado  al  campo  de  Marte  con  la  firme  resolución  de  sacrificarse 
en  aras  de  la  Patria  o  reconquistar  su  libertad,  sus  derechos,  su 
tranquilidad  y  su  gloria. 

Vosotros,  que  os  habéis  distinguido  siempre  por  vuestra  de- 
cisión y  energía,  por  vuestro  entusiasmo  y  bravura,  ¿consentiréis 
aún  en  oprobio  vuestro  el  infame  yugo  de  un  cobarde  usurpador? 
¿Seréis  insensibles  al  eco  dolorido  de  la  Patria,  que  implora 
vuestro  auxilio?  ¿Miraréis  con  indiferencia  el  rol  degradante  que 
ocupamos  entre  los  pueblos?  ¿No  os  conmoverá  vuestra  misma 
infeliz  situación,  vuestro  abatimiento,  vuestra  deshonra?  No,  com- 
patriotas; los  libres  os  hacen  la  justicia  de  creer  que  vuestro  pa- 
triotismo y  valor  no  se  han  extinguido,  y  que  vuestra  indignación 
se  inflama  al  ver  la  Provincia  Oriental  como  un  conjunto  de  seres 
esclavos  sin  gobierno,  sin  nada  propio  más  que  sus  deshonras  y 
sus  desgracias.  Cesen  ya,  pues,  nuestros  sufrimientos.  Empuñe- 
mos la  espada,  corramos  al  combate  y  mostremos  al  mundo  entero 
que  merecemos  ser  libres.  Venguemos  nuestra  patria;  venguemos 
nuestro  honor,  y  purifiquemos  nuestro  suelo  con  sangre  de  trai- 
dores y  tiranos.  Tiemble  el  déspota  del  Brasil  de  nuestra  justa 
venganza.  Su  cetro  tiránico  será  convertido  en  polvo,  y  nuestra 
cara  Patria  verá  brillar  en  sus  sienes  el  laurel  augusto  de  una 
gloria  inmortal.  Argentinos  Orientales:  Las  Provincias  hermanas 
sólo  esperan  vuestro  pronunciamiento  para  protejeros  en  la  he- 
roica empresa  de  reconquistar  vuestros  derechos.  La  gran  nación 
argentina,  de  que  sois  parte,  tiene  gran  interés  de  que  seáis  libres, 
y  el  Congreso  que  rige  sus  destinos  no  trepidará  en  asegurar  los 
vuestros.  Decidios,  pues,  y  que  el  árbol  de  la  libertad,  fecundi- 
zado con  sangre,  vuelva  a  aclimatarse  para  siempre  en  la  Provin- 
cia Oriental.  Compatriotas:  Vuestros  libertadores  confían  en 
vuestra  cooperación  a  la  honrosa  empresa  que  han  principiado. 
Colocado  por  voto  unánime  a  la  cabeza  de  estos  héroes,  yo  tengo 
el  honor  de  protestaros  en  su  nombre  y  en  el  mío  propio,  que 
nuestras  aspiraciones  sólo  llevan  por  objeto  la  felicidad  de  nues- 
tro país,  adquirirle  su  libertad.  Constituir  la  provincia  bajo  el 
régimen  representativo  republicano,  en  uniformidad  a  las  demás 
de  la  antigua  unión.  Estrechar  con  ellas  los  dulces  vínculos  que 
antes  la  ligaban.  Preservarla  de  la  horrible  plaga  de  la  anarquía 
y  fundar  el  imperio  de  la  ley.  He  aquí  nuestros  votos:  Retirados 
a  nuestros  hogares  después  de  terminar  la  guerra,  nuestra  más 
digna  recompensa  será  la  gratitud  de  nuestros  conciudadanos. 
Argentinos  -  Orientales:    El   mundo   ha  fijado   sobre  vosotros   su 


143 


atención.  La  guerra  va  a  sellar  nuestros  destinos.  Combatid,  pues, 
y  reconquistad  el  hecho  más  precioso  del  hombre  digno  de  serlo. — 
Campo  volante,  Abril  de  1825.  —  Juan  A.  Lavalleja." 

2.  En  su  obra  "Los  Treinta  y  Tres",  el  doctor  Luis  Melián 
Lafinur,  después  de  una  seria  y  laboriosa  investigación  de  docu- 
mentos, referencias  y  antecedentes,  llega  a  la  conclusión  de  que 
la  única  lista  auténtica  de  los  cruzados,  es  la  comprendida  en  el 
Catálogo  de  la  Correspondencia  Militar  del  año  1825,  publicada 
oficialmente  por  la  Inspección  General  de  Armas. 

He  aquí  esa  lista: 

Coronel  Comandante  en  Jefe     Don  Juan  Antonio  Lavalleja 


Mayor 


Capitán 


Teniente 


Alférez    . 
Cadete    . 
Sargento 
Cabo  1.° 
Baqueano 
Soldado 


Manuel  Oribe 
Pablo  Zufriategui 
Simón  del  Pino 
Manuel  Lavalleja 
Manuel  Freiré 
Jacinto  Trápani 
Gregorio  Sanabria 
Manuel  Meléndez 
Atanasio  Sierra 
Santiago  Gadea 
Pantaleón  Artigas 
Andrés  Spikerman 
Juan  Spikerman 
Celedonio  Rojas 
Andrés  Cheveste 
Juan  Ortiz 
Ramón  Ortiz 
Avelino  Miranda 
Carmelo  Coimán 
Santiago  Nievas 
Miguel  Martínez 
Juan  Rosas 
Tiburcio  Gómez 
Ignacio  Núñez 
Juan  Acosta 
José  Leguizamón 
Francisco  Romero 
Norberto  Ortiz 
Luciano  Romero 
Juan  Arteaga 
Dionisio  Oribe 
Joaquín  Artigas 


El  Capitán  don  Basilio  Araújo  no  vino  incorporado  a  los 
Treinta  y  Tres,  pero  sí  en  la  misma  condición  hizo  el  viaje  por 
tierra,  pasó  el  Uruguay,  cumplió  su  comisión  y  se  unió  en  la  costa 
a  los  Treinta  y  Tres". 


—  Í44 — ^ 


Cuando  el  doctor  Melián  Lafinur  publicó  la  obra  que  se  ha 
citado,  basaba  sus  conclusiones  en  la  primera  revista  de  Comi- 
sario fechada  el  30  de  Abril  de  1825  (1),  en  la  lista  publicada  por 
Washington  P.  Bermúdez  en  el  periódico  "Baturrillo  Uruguayo" 
con  las  firmas  de  don  Juan  Antonio  Lavalleja  y  don  Pablo  Zufria- 
tegui;  y,"  por  último,  en  la  lista  contenida  en  un  libro  editado  en 
París  el  año  1826,  con  un  apéndice  referente  a  la  usurpación  de 
Montevideo  por  los  gobiernos  portugués  y  brasilero  (2).  La  au- 
toridad indiscutible  del  investigador  y  la  procedencia  de  los  do- 
cumentos tomados  como  fuente,  nos  eximirán  de  entrar  en  nuevas 
consideraciones  acerca  de  la  lista  de  los  Treinta  y  Tres.  Pero  he 
aquí  que  el  mismo  doctor  Melián  Lafinur,  con  posterioridad  a  la 
publicación  de  su  folleto  sobre  "Los  Treinta  y  Tres",  halló  para 
confirmarlo  más  en  su  primer  aserto,  un  nuevo  antecedente  de 
inapreciable  significado,  que  con  una  pequeña  variante  reproduce 
en  lo  demás,  exactamente,  la  nómina  del  Catálogo  de  la  Corres- 
pondencia Militar.  Ese  nuevo  antecedente  documental  lo  consti- 
tuye la  lista  de  los  33  publicada  en  "El  Piloto"  del  7  de  Enero 
de  1826,  que  textualmente  dice  así; 

"  Para  la  historia.  —  Relación  exacta  de  los  33  héroes  orien- 
tales que  llevaron  la  libertad  a  su  patria: 

Sr.  Don  Juan  Antonio  Lavalleja.    Sold.  Manuel  Ortiz. 


Manuel  Oribe. 

Pablo  Zufriategui. 

Simón  del  Pino. 

Manuel  Lavalleja. 

Manuel  Meléndez. 

Manuel  Freiré. 

Anatasio  Sierra. 

Jacinto  Trápani. 

Gregorio  Sanabria. 

Santiago  Gadea. 

Pantaleón  Artigas. 

Juan  Piquiman. 

Andrés  Piquiman. 
Sargento  Celedonio  Rojas. 
Baqueano  Andrés  Cheveste. 


Ramón  Ortiz. 
Avelino  Miranda. 
Carmelo  Coimán. 
Santiago  Nievas. 
Miguel  Martínez. 
Juan  Rosas. 
Tiburcio  Gómez. 
Matías  (ya  no  existe). 
Juan  Acosta. 
José  Leguizamón. 
Francisco  Romero. 
Luciano  Romero. 
Norberto  Ortiz. 
Juan  Arteaga. 
Dionisio  Oribe. 
Joaquín  Artigas  "   (3). 


La  investigación  parece  haber  constatado  que  los  cruzados 
no  eran  treinta  y  tres,  y  ha  llegado  a  comprobar  que  no  todos 
eran  orientales. 

En  cuanto  al  error  de  cantidad,  con  que  se  impugna  la  de- 
nominación más  corriente  de  los  cruzados  — los  33 — ,  creemos 


(1)  Ver  "Anales  del  Ateneo  de!  Uruguay". 

(2)  Noticias  históricas,  políticas  y  estadísticas  de  las  Provincias  Uni- 
das del  Río  de  la  Plata,  Lonches,  1825. 

(3)  "El  Piloto",  Colección  del  doctor  Luis  Melián  Lafinur. 


—  145  — 

que  no  justificaría  una  variación  de  lo  que  constituye  un  bautismo 
popular,  mantenido  y  trasmitido  de  generación  en  generación  du- 
rante un  siglo.  Todos  los  razonamientos  en  pro  de  la  precisión  y 
de  la  exactitud,  resultarían  en  este  caso  pequeños.  Las  caracte- 
rísticas esenciales  de  la  cruzada  y  el  origen  de  sus  elementos  di- 
rigentes, hacen  de  aquélla  una  obra  eminentemente  oriental,  no 
obstante  la  nacionalidad  de  algunos  de  sus  componentes. 

Lavalleja,  Oribe-,  Zufriategui,  del  Pino,  Manuel  Lavalleja, 
Freiré,  Trápani  y  la  mayor  parte  de  los  cruzados,  eran  orientales; 
y  eran  orientales  no  sólo  por  haber  nacido  en  la  Banda  Oriental. 
Eran  orientales,  sobre  todo,  por  lo  que  desde  1811  habían  hecho. 
Eran  orientales,  en  último  término,  porque  cuando  desembarcaron 
en  la  Agraciada,  la  Patria  estaba  con  ellos  y  sólo  con  ellos. 

3.  Nuevas  disidencias  acusa  la  crónica  en  la  determinación 
del  lugar  preciso  en  que  los  Treinta  y  Tres  desembarcaron.  Mien- 
tras unos  afirman  que  fué  en  la  Agraciada  (1),  otros  atribuyen  al 
Arenal  Grande  (2)  la  gloria  de  tan  elevado  destino.  El  doctor 
Berra,  en  su  "Bosquejo  Histórico"  y  en  sus  notas  a  un  trabajo 
alusivo,  publicado  en  1884  en  la  Revista  de  la  Sociedad  Univer- 
sitaria, empieza  por  declarar  que  a  su  juicio  "no  hay  verdadera 
disidencia  entre  las  dos  versiones".  "Examinada  la  región  del 
Uruguay  en  que  el  hecho  se  realizó,  se  ve  que  desemboca  el  Ca- 
talán, formado  por  la  confluencia  del  Arenal  Grande  y  del  Arenal 
Lhico.  Dos  o  tres  leguas  al  Sud  desagua  el  Agraciada,  arroyo  de 
mucha  menos  agua  y  extensión  que  el  otro.  Y  más  al  Sud,  algunas 
cuadras  más  al  Norte  que  la  punta  de  Chaparro,  sale  una  cañada 
que  se  llamó  a  principios  de  este  siglo  de  Guardiazabal;  años 
después,  hacia  1825,  de  los  Ruices,  y  después,  hasta  hoy,  de  Gu- 
tiérrez". Después  de  afirmar  que  los  Treinta  y  Tres  desembarca- 
ron en  el  arroyo  de  los  Ruices,  concluye  en  que  "si  dicen  algunos 
que  el  desembarco  se  efectuó  en  la  Agraciada,  es  porque  aluden 
al  distrito  a  que  el  arroyo  así  llamado  da  su  nombre",  y  si  otros 
convienen  en  que  aquél  tuvo  lugar  en  el  Arenal  Grande,  "es  porque 
tal  era  en  1825  el  nombre  con  que  se  designaba  la  extensión  de 
tierra  en  que  están  comprendidos  el  arroyo  de  los  Ruices  (Gutié- 
rrez) y  el  Agraciada".  En  síntesis,  la  opinión  del  doctor  Berra 
— acorde  en  lo  esencial  con  la  de  Ordoñana  y  con  una  base  tan 
respetable  como  el  testimonio  de  don  Ignacio  Núñez —  es  que  los 
Treinta  y  Tres  desembarcaron  "en  el  Arroyo  de  los  Ruices,  en  el 
Arenal  Grande"  (3). 

4.  Primeras  consecuencias.  — -  internada  la  expedición  en 
el  territorio  del  país,  ve  multiplicarse  a  su  paso  el  contingente  de 
sus  adeptos.  En  el  trayecto  hasta  la  barra  de  San  Salvador  "treinta 


(1)  Demingo  Ordoñana,  op.  cit.    De-María,  op,  cit. 

(2)  De  la  Torre,  memoria  citada.  —  Spikerman,  op.  cit.  —  Oribe,  ci- 
tado por  Berra. 

(3)  Ignacio  Núñez,  "Efemérides",  citado  por  Berra,  op.  cit. 


—  146  — 

o  cuarenta  hombres  montaraces",  buscan  un  lugar  en  las  filas;  y 
aquellos  otros  hombres,  montaraces  también,  a  su  manera,  los 
reciben  con  los  brazos  abiertos.  No  era  raro  que  en  un  pueblo 
oprimido,  todos  los  hombres  montaraces  se  sintieran  hermanos. 

Próximos  ya  al  pueblo  de  San  Salvador,  que  por  informes 
recogidos  se  hallaba  ocupado  por  una  fuerza  enemiga  como  de 
cien  hombres,  al  mando  de  Laguna,  la  noche  favorece  sus  planes 
y  consiguen  acercarse  más,  sin  ser  sentidos,  pues  los  oficiales  de 
la  guarnición  están  de  baile  (1).  Advertido  Laguna  de  la  presen- 
cia de  los  patriotas,  dispone  que  un  oficial  Balbuena  vaya  a  reco- 
nocerlos. Al  encuentro  del  emisario  se  adelanta  don  Manuel  La- 
valleja,  quien  preguntado  por  Balbuena  sobre  qué  gente  era  aque- 
lla, contesta  Lavalleja:  "Es  la  vanguardia  del  ejército  libertador" 
(2).  Instado  para  que  se  plegase  al  movimiento,  Julián  Laguna 
abandona  el  campo  patriota  después  de  conferenciar  con  Lava- 
lleja, quien  entonces  le  advierte  "que  lo  iba  a  cargar  inmediata- 
mente" (3).  Es  el  primer  choque  de  las  armas  patriotas.  La  brega 
es  corta  y  pronto  sobreviene  la  dispersión  de  los  imperiales.  No 
exageraba  don  Manuel  Oribe,  cuando  afirmaba  en  carta  a  don 
Luis  C.  de  la  Torre:  "..  .  ,  el  23  batimos  en  San  Salvador  a  Ser- 
vando Gómez  y  al  Coronel  Laguna,  donde  los  dispersamos  sin 
tirar  un  tiro  y  sí  sólo  a  sable"  (4).  Al  día  siguiente  entran  los 
expedicionarios  en  Santo  Domingo  de  Soriano  y  el  pueblo  los 
recibe  sin  ninguna  muestra  de  reserva.  "En  esta  muy  noble,  ba- 
lerosa  y  leal  villa  de  Santo  Domingo  Soriano,  puerto  de  la  salud 
del  Río  Negro,  en  24  días  del  mes  de  Abril  de  1825.  Los  señores 
Justicia  y  Regimiento  juntos  y  congregados  en  esta  casa  de  nues- 
tro Alcalde  de  primer  voto,  don  José  Vicente  Gallegos,  a  pedimento 
del  Comandante  de  las  fuerzas  armadas  de  la  Patria,  don  Juan 
Antonio  Lavalleja,  que  dentro  este  día  en  esta  Villa,  quien  juntos 
nos  pasó  tres  oficios:  el  1.°  para  que  en  el  momento  se  mandaran 
aprestar  las  milicias  del  Departamento,  que  se  hallaban  bajo  el 
mando  de  la  Patria;  el  2.°,  encargándonos  el  orden  y  sostén  del 
vecindario  y  castigara  a  los  malos,  hasta  la  última  pena  si  sus 
delitos  así  lo  merecieran,  y  el  3.°,  privando  todo  auxilio  a  las  fuer- 
zas enemigas  de  la  patria;  cuyas  contestaciones  pasó  nuestro  Al- 
calde a  nombre  de  este  Cabildo;  y  no  teniendo  más  que  acordar, 
cerramos  este  nuestro  acuerdo"  (5).  Con  posterioridad  los  capi- 
tulares de  Soriano  dieron  cuenta  a  Lecor  "de  la  entrada  de  las 
fuerzas  de  la  patria  en  esta  Villa",  y  le  acompañaron  copia  de  los 


(1) 

Spikerman 

,   op.    cit. 

(2) 

De-María, 

op.  cit. 

(3) 

Spikerman 

,  op.  cit. 

(4) 

De-María, 

op.  cit. 

(5) 

Archivo    General    Ad 

ministrativo. 

de 

Soriano. 

Libro    de    Actas    del    Cabildo 


—  147  — 

oficios  de  Lavalleja  y  de  las  contestaciones  del  Cabildo  (1). 

La  laboriosa  gestación  está  dando  sus  primeros  frutos.  La 
campaña,  hasta  entonces  oprimida,  corre  a  agruparse  en  torno  de 
los  que  vienen  a  salvarla.  De  linde  a  linde  hay  como  un  estreme- 
cimiento de  nueva  vida.  Son  las  fuerzas  dormidas,  pero  no  muer- 
tas, que  vuelven  a  recuperar  el  impulso  inicial.  "Vamos  a  tener 
patria,  y  si  tan  pronto  la  tenemos  se  lo  debemos  a  su  coraje  y 
decisión"  (2).  No  hacía  Santiago  Vázquez  sino  reflejar  la  nota 
dominante  de  este  ambiente  alborozado,  cuando  expresaba  a  La- 
valleja: "La  suerte  de  la  Banda  Oriental  puede  estar  sujeta  a  ac- 
cidentes y  alternativas,  pero  jamás  lo  estará  la  carrera  magestuosa 
que  V.  y  sus  dignos  compañeros  se  han  abierto  para  la  inmorta- 
lidad"  (3). 

"La  Gaceta  Mercantil",  de  Buenos  Aires,  es  bien  explícita 
respecto  de  la  magnitud  del  pronunciamiento,  cuando  haciéndose 
eco  de  informes  de  un  individuo  conductor  de  la  noticia,  expresa 
que  "quedaban  con  el  valiente  Lavalleja  más  de  200  hombres  a 
los  que  se  "agolpaban"  en  cáela  momento  los  desgraciados  "orien- 
tes", ansiosos  de  vengar  la  opresión  en  que  los  pusieran  la  trai- 
ción y  aspiración  de  un  Imperio"  (4). 

En  su  número  del  4  de  Mayo  refiere  "El  Argos"  el  banquete 
con  que  los  ingleses  habían  celebrado  el  23  de  Abril,  en  la  fonda 
de  Faunch,  el  día  de  San  Jorge;  y  entre  los  brindis  pronunciados, 
reproduce  uno  del  gran  patriota  Pedro  Trápani,  cuyo  tono  revela 
las  esperanzas  que  los  sucesos  alentaban  en  los  nativos.  Dice  así: 
"Por  que  se  consigan  los  esfuerzos  que  hacen  los  patriotas  por 
libertar  una  pequeña  parte  de  este  continente  que  aún  gime  bajo 
las  ignominiosas  cadenas  de  los  déspotas.  Hablo,  señores,  de  la 
linda  y  desgraciada  Banda  Oriental,  cuyos  hijos  han  demostrado 
ser  tan  dignos  enemigos  de  los  ingleses  en  la  guerra  como  amigos 
sinceros  de  ellos  en  la  paz"  (5).  El  mismo  periódico,  en  suelto 
del  14  de  Mayo,  asegura  que  los  pueblos  de  la  Banda  Oriental 
llegarán  a  ser  libres  de  sus  opresores  porque  sus  sacrificios  y  su 
resolución  así  lo  exigen". 

Prosigamos  el  relato  de  los  hechos.  Mientras  los  cruzados 
tentaban  sus  primeros  pasos,  Rivera  había  dado  cuenta  a  Félix 
Olivera,  de  "haber  desembarcado  en  el  Arenal  Grande  como  50  o 
60  hombres,  los  más  oficiales,  con  Dorrego  y  Lavalleja",  los  cua- 
les, según  agregaba,  "dispersaron  al  Coronel  Laguna,  que  se  ha- 


(1)  Archivo    General    Administrativo.      Libro    de    actas    del    Cabildo 
de  Soriano. 

(2)  Carta  de  José  J.  Muñoz  a  Lavalleja.    Colección  Lamas.    Archivo 
y  Museo  Histórico. 

(3)  Colección  Lamas,  Archivo  y  Museo  Histórico. 

(4)  Biblioteca  Nacional,  Buenos  Aires. 

(5)  "El  Argos",  núm.  146.    Biblioteca  Nacional,  Buenos  Aires. 


—  148  — 

liaba  sólo  con  12  hombres  en  San  Salvador"  (1).  La  noticia  ha- 
bía partido  quizá  de  Buenos  Aires,  pues  el  Cónsul  del  Imperio, 
Pereira  Sodré,  anunciaba  al  Gobernador  de  la  Colonia,  el  18  de 
Abril,  que  habían  pasado  para  esta  banda,  "Lavalleja,  Manuel 
Oribe,  Alemán  y  juntamente  algunos  oficiales  más  con  20  o  30 
soldados  con  bastante  armamento  y  dinero"  (2).  A  su  vez  el 
Gobernador  de  la  Colonia  respondía  a  este  oficio,  manifestando 
que  "el  señor  brigadier  don  Frutos  por  estos  días  estará  sobre 
ellos  con  500  hombres"  (3).  El  suceso  de  Monzón  desbarata, 
después,  los  cálculos  de  los  imperiales,  y  la  revolución  se  ex- 
tiende, rotas  ya  las  únicas  vallas  que  detenían  todavía  su  natural 
expansión.  El  prodigio  se  cumple.  Es  siempre  el  pasado  que 
vuelve  para  combinar  la  disposición  de  las  cosas  y  dirigir  las 
voliciones  de  los  hombres  conforme  a  un  plan  providencial.  La- 
valleja y  Rivera  están  juntos  otra  vez.  Son  los  hombres  de  1817 
que  vuelven.  Es  la  consigna  y  hay  que  cumplirla.  Quizá  en  la 
noche,  cuando  el  reflejo  de  los  fogones  iluminó  con  su  luz  mor- 
tecina y  gloriosa  la  paz  del  campamento,  ahora  todo  uno,  aquellos 
dos  hombres,  que  acababan  de  sacrificar  sus  rencores  y  reservas, 
debieron  sentir  que  la  suerte  toda  de  la  patria  estaba  en  sus  ma-, 
nos.  Todo  vuelve  a  lo  que  antes  fué.  Al  cabo  de  los  años  trans- 
curridos, las  manos  se  estrechan  y  los  corazones  se  entienden. 
Es  el  milagro  de  la  voluntad  cuando  es  cosa  del  corazón  lo  que 
la  mueve. 

El  2  de  Mayo  Lavalleja  escribe  a  su  esposa,  doña  Ana  Mon- 
terroso,  desde  San  José:  "El  19  de  Abril  salté  en  tierra  con  los  33 
patriotas;  el  23  ataqué  a  don  Julián  Laguna  y  a  Servando  en  San 
Salvador.  El  24  entré  en  Soriano.  No  quise  atacar  a  la  Capilla 
de  Mercedes  por  evitar  un  desorden  en  los  vecinos  de  aquel  pue- 
blo. Continué  mi  marcha  al  interior  de  la  campaña  y  tuve  noticia 
que  don  Frutos  venía  en  marcha  de  la  Colonia  a  incorporarse  a 
una  fuerza  de  300  portugueses  que  cruzaban  la  campaña,  y  ésta 
fué  cortada  por  nosotros.  Desatendí  todas  las  atenciones  y  me 
propuse  perseguirlo,  y  el  29  a  las  once  de  la  mañana  lo  tomé  con 
seis  oficiales  que  le  acompañaban  y  50  y  tantos  soldados"   (4). 

Los  aptriotas  siguen  sin  obstáculos  su  marcha,  y  después  de 
pasar  por  Canelones,  llegan  en  la  mañana  del  7  de  Mayo  al  Cerrito 
de  la  Victoria.  "El  corto  escuadrón  desplegóse  al  galope  por  re- 
taguardia de  la  cabeza  en  batalla,  contestando  al  unísono  a  una 
arenga  breve  de  su  jefe,  en  tanto  el  porta  elevaba  la  bandera  en 
la  cumbre  del  pequeño  calvario,  sitio  de  históricas  leyendas"  (5). 


vl)  Catálogo  de  la  Correspondencia  Militar  del  año  1825. 

(?.)  Deodoro  de   Pascual,   op.  cit. 

(3-)  Deodoro  de  Pascual,  op.  cit. 

(4)  De-María,  op.  cit. 

(5)  Acevedo  Díaz,  "Grito  de  Gloria". 


—  149  — 

Ya  se  insinuó  antes  que  el  acuerdo  entre  Rivera  y  Lavalleja 
fué  un  factor  decisivo  en  la  marcha  de  la  revolución.  Compren- 
diéndolo ellos  así,  quisieron  hacerlo  bien  palpable  a  los  orientales 
y  a  los  brasileros;  y  el  medio  de  difusión  lo  constituyeron  los 
manifiestos  que  se  transcriben.  Para  exhortar  a  las  tropas  de  su 
mando,  Lavalleja  y  Rivera  les  decían:  "Amigos:  Vuestros  Jefes 
os  saludan,  llenos  del  afecto  con  que  siempre  avéis  distinguido 
nuestras  personas  y  animados  de  vuestro  decidido  patriotismo, 
luego  que  nos  avéis  visto  unidos  para  salvar  nuestra  digna  patria 
os  entregasteis  al  impulso  y  sin  trepidar  un  solo  momento  an 
volado  aseguirnos;  nuestra  gratitud  será  eterna,  nueva  muestra 
de  vuestra  noble  confianza;  nosotros  afianzaremos  asta  llenar 
vuestras  dignas  esperanzas  y  corresponderemos  en  un  todo  a 
vuestro  empeño  sagrado.  Nosotros  confiamos  con  vuestra  cons- 
tancia para  la  consolidación  de  la  grande  obra.  Sed  constantes, 
orientales,  y  no  separéis  de  vuestra  vista  el  precioso  objeto  de  la 
revolución;  es  preciso  que  avriguéis  en  vuestro  seno  todas  las 
virtudes  que  os  han  echo  hijos  de  la  grandesa:  no  manchéis  un 
renombre  tan  glorioso  con  una  conducta  vil;  vuestros  Jefes  y  ami- 
gos os  suplican  y  mandan  que  respetéis  al  vecindario,  su  familia 
y  sus  averes;  ellos  han  prodigado  el  fruto  desunidor,  minorando 
el  alimento  de  sus  hijos  para  facilitar  la  empresa;  la  sangre  con 
que  se  ha  regado  los  campos  que  han  servido  de  teatro  a  nuestras 
glorias,  es  la  de  los  amigos,  ermanos  y  parientes;  todo  lo  han 
perdido  en  la  empresa  y  conformados  esperan  recibir  por  nosotros 
su  Libertad,  su  soriego  y  respetados  como  propios  ciudadanos  de 
un  país  livre.  .  .  —  Arroyo  de  la  Virgen,  5  de  Mayo  de  1825"  (1). 

Tratando  de  estimular  en  las  tropas  brasileras  sentimientos 
de  solidaridad  con  la  causa  que  los  patriotas  representaban,  era 
esta  su  exhortación:  "Don  Fructuoso  Rivera  y  don  Juan  Antonio 
Lavalleja,  a  quienes  muchos  de  voostros  conocéis,  tienen  la  satis- 
facción de  saludaros  y  haceros  saver  que  el  Brasil  en  1822  des- 
cortinó sus  miras  y  aclamó  su  Independencia.  Portugal  hacía  más 
de  diez  años  que  preveía  estas  consecuencias,  y  para  frustrarlas 
maquinó  la  injusta  invación  de  este  Territorio  en  el  año  16,  pre- 
textando mediar  nuestras  diferencias..."  "Vosotros  Brasileros 
conosisteis  esto  mismo  quando  os  resolvisteis  en  823  a  despedazar 
el  yugo  y  proclamar  buestra  Libertad  e  independencia,  pero  la 
maliciosa  política  de  esos  Tiranos  tendió  nuevos  lazos  a  vuestra 
incauta  fee,  para  haceros  bolber  a  buestra  antigua  servidumbre  y 
de  acuerdo  el  hijo  con  el  padre  tubieron  la  osadía  de  hechar  por 
tierra  el  soverano  Congreso  que  havíais  instalado,  cuya  represen- 
tación entorpecía  sus  miras  ambiciosas".  "Tropas  Brasileras,  Je- 
fes, Oficiales  superiores,  Inferiores  y  soldados:  Nosotros  os  halla- 
mos con  la  verdad  que  nos  es  característica;  si  vosotros  sois  Li- 
verales,  ¿por  qué  queréis  desmentir  buestros  principios  oponién- 
doos a  nuestra  sagrada  Livertad?    Consentir  en  nuestras  ideas  y 

(1)     Archivo  y  M.- Histórico,  papeles  del  Juzgado  de  San  José  (copia). 


—  150  — 

en  nosotros  hallaréis  hospitalidad  y  un  comercio  pacífico  que  es- 
treche más  y  más  los  vínculos  de  nuestra  perpetua  amistad"  (1). 

En  consonancia  con  la  anterior  exhortación,  exponían  a  los 
vecinos  brasileros:  "Don  Fructuoso  de  Rivera  y  don  Juan  Antonio 
Lavalleja,  a  quienes  los  más  de  vosotros  conocéis  de  bien  cerca, 
hos  hablan  con  toda  la  pureza  de  sus  sentimientos,  para  asegu- 
raros que  sin  embargo  del  desenrrollo  que  este  país  a  hecho  a 
nuestra  dirección  para  proporcionarse  su  livertad  justa,  así  como 
el  Brasil  a  proclamado  la  suya,  esto  hera  consiguiente,  pero  así 
mismo  la  guerra  no  hes  movida  contra  buestras  personas  y  vienes, 
es  solamente  contra  la  fuerza  armada  que  se  oponga  y  quiera  pri- 
varnos de  nuestros  derechos;  por  esta  razón  nos  apresuramos  a 
haceros  savedores  de  que  podréis  sin  cuidado  alguno  quedar  en 
la  Provincia,  seguros  que  en  toda  forma  seréis  respetados  y  pro- 
tegidos por  el  Gobierno  y  de  todos  los  que  dependan  de  sus  ór- 
denes. La  guerra  será  honrrosa  y  terminará  muy  en  brebe,  por 
cuanto  nuestros  derechos  se  reclaman  solamente  a  libertar  nuestro 
país.  Los  brasileros  serán  nuestros  amigos  toda  vez  que  sin  opo- 
sición evacúen  la  Provincia  y  se  retiren  a  sus  pertenencias.  Ve- 
cinos brasileros:  No  despreciéis  la  oferta  que  hos  hacen  vuestros 
amigos,  en  que  hos  ofrecen  su  palabra  de  honor"  (2).  Cuando 
las  tropas  levantan  su  bandera  en  el  Cerrito,  Montevideo  se  dis- 
pone a  sufrir  una  vez  más  la  irritación  de  Lecor.  Este  hombre 
vulgar,  que  entonces  había  perdido  hasta  las  buenas  maneras, 
"desconfía  de  todos,  arresta  a  muchos  patriotas,  desarma  al  Pue- 
blo y  de  a  tan  sólo  las  armas  en  manos  de  portugueses"  (3). 

Los  sitiadores,  en  tanto,  en  número  de  73,  van  a  librar  el 
primer  lance  con  fuerzas  de  la  plaza.  Son  Oribe,  Manuel  Lava- 
lleja y  Atanasio  Sierra  los  que  dirigen.  El  choque  obliga  a  los 
imperiales  a  retirarse  con  precipitación. 

Los  reveses  excitan  la  saña  de  los  conquistadores  y  comien- 
zan las  prisiones  y  los  confinamientos  en  el  bergantín  de  guerra 
"Pirajá",  que  anclado  en  Montevideo,  llena  cumplidamente  los 
más  siniestros  designios  de  Lecor.  En  "La  Gaceta  Mercantil"  del 
5  de  Mayo,  se  recoge  la  versión  de  que  las  prisiones  han  sido 
numerosas  en  Montevideo  y  de  haber  abandonado  la  ciudad,  entre 
otros,  Juan  Giró,  Juan  Benito  Blanco,  Lorenzo  Pérez,  José  Cátala, 
José  Alvarez,  León  Ellauri,  Emilio  González,  Ramón  Massini,  José 
Vidal,  Manuel  Vidal,  Fernando  Otorguez,  Juan  Pérez,  Manuel  So- 
ria y  Antuña  (4). 

Dentro  del  recinto  de  Montevideo  fracasa  entonces  el  pro- 
yectado movimiento  de  los  pernambucanos;  y  las  persecuciones 

(1)  Archivo  y  Museo   Histórico   (copia). 

(2)  Archivo   y   Museo   Histórico    (papeles   del   Juzgado   Letrado   de 
San  José). 

(3)  De  la  Sota,  manuscrito  citado. 

(4)  Núm.  461,  Biblioteca  Nacional.  Buenos  Aires. 


—  151  — 

continúan,  y  por  todos  los  medios  se  trata  de  intimidar  a  la  po- 
blación, hasta  llegar  los  brasileros  a  reclamar  airados,  "la  tras- 
plantación de  todo  hombre  que  hablase  castellano"   (1). 

La  empresa  militar  de  los  cruzados  ha  tendido  todas  sus  lí- 
neas. Lavalleja  se  estacionará  en  el  Pintado;  Rivera  quedará  en 
el  Durazno;  Oribe  y  Calderón  en  el  Cerrito;  sobre  las  Vacas  mar- 
chará desde  Maldonado  Leonardo  Olivera;  Simón  del  Pino  man- 
tendrá sus  cuarteles  en  sus  pagos  de  Canelones,  y  Manuel  Duran 
operará  en  San  José,  mientras  otras  partidas  atenderán  los  re- 
clamos de  la  Colonia.  Es  la  materialización  de  la  obra  estupenda 
de  los  cruzados,  "Desbórdase  la  revolución  hasta  la  frontera  de 
Cerro  Largo,  sin  quedar  más  puntos  en  poder  de  los  brasileros, 
en  la  parte  meridional  del  Río  Negro,  que  Colonia  y  Montevideo". 

Y  es  tal  la  sugestión  y  el  arraigo  del  patriótico  empeño,  que 
según  relato  de  un  cronista  digno  de  crédito,  600  hombres  de 
caballería  brasilera  que  se  hallaban  en  Punta  de  Carretas  cuando 
los  orientales  llegaron  al  Cerrito,  permanecieron  "en  fría  expecta- 
ción" frente  a  las  partidas  que  coronaban  la  eminencia,  mientras 
la  enseña  de  los  Treinta  y  Tres  se  levantaba  como  la  bandera  de 
la  mañana  que  entonces  empezaba  a  clarear. 


(1)     De   la  Sota,   manuscrito   citado» 


CAPÍTULO  IX 
ACTOS  INSTITUCIONALES 

1.     ti  Uobierno  Provisorio. 

¿.     La  declaratoria  de  independencia. 

6.    La  incorporación  a  las  Provincias  Unidas. 

1. — La  empresa  de  los  Treinta  y  Tres,  que  a  juzgar  por  los  es- 
casos elementos  externos  que  en  los  momentos  de  su  iniciación 
presentaba,  parecía  destinada  a  reducirse  a  un  esfuerzo  aislado 
e  inorgánico,  sin  arraigo  en  el  país  ni  repercusiones  fuera  de  sus 
fronteras,  después  de  cumplir  en  pocos  días  el  programa  preli- 
minar que  sus  dirigentes  se  habían  trazado  de  antemano,  se  dis- 
pone a  dar  una  tregua  a  sus  providencias,  hasta  entonces  pura- 
mente militares  — sin  perder  de  vista,  claro  está,  las  exigencias 
que  el  momento  plantea — ,  y  entrando,  dentro  de  lo  posible,  en 
el  terreno  de  las  realizaciones  permanentes,  se  aboca  sin  dudas  ni 
vacilaciones  a  la  organización  de  una  autoridad  regular  y  or- 
denada. 

Fuera  ocioso  e  inoportuno  querer  destacar  la  trascendencia 
que  la  decisión  de  los  patriotas  entraña,  Pero  no  lo  es  el  señalar 
la  fidelidad  con  que  estos  hombres,  en  los  primeros  pasos  de  su 
empresa,  procuran  encarnar  en  los  hechos  los  postulados  de  su 
credo  democrático.  Los  más  de  ellos  militares,  actuando  en  un 
ambiente  de  guerra  y  con  la  perspectiva  de  que  la  situación 
anormal  que  atraviesan,  deberá  prolongarse  por  un  tiempo  cuyo 
final  no  es  fácil  prever,  pugnan  por  que  la  situación  de  fuerza 
creada  y  mantenida  a  favor  de  circunstancias  transitorias  y  do- 
tada por  naturaleza  de  poderes  discrecionales,  ceda  cuanto  antes 
su  lugar  y  su  jerarquía  al  régimen  ordenado  de  la  legalidad,  en 
que  se  reduce  mucho  la  influencia  de  los  factores  de  puro  hecho 
y  se  elimina  la  variabilidad  infinita  de  las  decisiones,  sometién- 
dolas a  normas  generales  y  permanentes. 

Hace  apenas  dos  meses  que  estos  hombres  extraordinarios 
consumaron  la  temeraria  cruzada.  La  lucha  con  los  usurpadores 
está  recién  en  sus  comienzos.  Y  mientras  Lecor  pide  a  su  Em- 
perador tropas  y  más  tropas,  estos  hombres  rinden,  en  medio  del 
ruido  de  las  armas,  su  primer  homenaje  a  los  principios. 

Con  fecha  27  de  Mayo,  Lavalleja  ordena  a  los  Cabildos  que 
se  proceda  a  la  elección  de  un  ciudadano  por  cada  Departamento, 
para  constituir  el  Gobierno  Provisorio  de  la  Provincia.  La  elec- 
ción deberá  verificarse  en  juntas  designadas  con  ese  fin.  Y  la 
elección  se  realiza,  y  al  cumplirse  dos  meses  del  desembarco,  se 
instala  en  la  Florida  el  Gobierno  Provisorio.     Sólo  la  fe  en  los 


—  154  — 

dogmas  es  capaz  de  tan  insólitas  revelaciones.  Resultaban  pro- 
féticas  estas  palabras  de  "El  Piloto":  "La  Provincia  Oriental 
vuelve  hoy  a  la  carrera  de  su  felicidad,  pero  para  llegar  a  ella  no 
basta  triunfar  del  enemigo  sobre  el  campo  de  batalla;  es  preciso 
que  la  razón  y  el  convencimiento  auxilien  la  obra  del  tiempo,  y 
que  las  úlceras  que  la  anarquía  hizo  en  los  corazones,  queden 
para  siempre  cicatrizadas.  Es  preciso  que  las  instituciones  sigan 
el  último  paso  de  la  victoria"  (1).  Era  una  etapa  más;  ella  llevaría 
a  los  pasmosos  resultados  "que  desvanecieron  completamente  los 
justos  temores  de  los  unos  y  sobrepasaron  extraordinariamente 
las  alegres  esperanzas  de  los  otros"  (2). 

Lo  esencial  es  que  los  patriotas  revelan  que  se  hacen  cargo 
de  la  índole  de  la  conquista  portuguesa  y  aciertan  en  los  medios 
más  eficaces  para  que  aquel  castillo  de  codicia,  de  ambición  y  de 
intriga,  se  desmorone.  Lo  esencial  es  que  sin  descuidar  ni  des- 
atender la  guerra,  ellos  van  minando  los  cimientos  en  que  la 
usurpación  parecía  asentarse,  y  junto  a  los  campamentos  que 
están  alerta,  los  Cabildos  acatan  la  decisión  del  pueblo  de  orga- 
nizarse y  constituirse,  y  se  levanta,  inconfundible  y  dominadora, 
la  bandera  del  orden.  Lo  esencial  es  que  ejército  y  pueblo  están 
afanosamente  empeñados  en  una  empresa  a  la  que  concurren  con 
decisión  y  uniformidad  encomiables,  y  que  dan  la  impresión  de 
actuar  como  soberanos  en  sus  dominios.  Lo  esencial  es  que  la 
obra  se  concreta  y  trasciende,  y  los  pueblos  vecinos  primero  y 
los  otros  pueblos  después,  se  sienten  atraídos  por  el  espectáculo 
edificante  y  sugestivo  de  un  pueblo  joven  que  empieza  a  decidir 
de  sus  destinos. 

Y  ese  pueblo  está  solo.  Son  sus  hijos,  sólo  sus  hijos  (3),  los 
que  esgrimen  las  armas  contra  el  conquistador;  son  también  sus 
hijos,  sólo  sus  hijos,  los  que  van  a  iniciar  en  las  asambleas  la 
obra  realmente  constructiva.  Todo  esto  es  la  cruzada,  todo  esto 
es  el  coronamiento  de  su  impulso  inicial. 

Eran  exactas  las  palabras  de  Agustín  Francisco  Wright, 
cuando  en  carta  a  Lavalleja,  le  decía:  "Yo  no  puedo  menos  que 
incistir  en  la  necesidad.de  que  a  la  mayor  brevedad  elija  esa 
Provincia  su  Gobierno  y  de  que  V.  se  haga  cargo  de  él.  Para  el 
sistema  de  govierno  y  de  orden  que  V.  conforme  a  sus  sentimien- 
tos trata  de  establecer  en  esa  Provincia,  le  ha  de  ser  a  V.  con- 
veniente atraerse  todos  los  hombres  de  más  viso  de  ella  por  su 


(1)  "El  Piloto",  30  Junio  1825.  Colección  del  Dr.  Luis  Melián  Lafinur. 

(2)  "El  Nacional",  13  Octubre  1825,  Colee,  del  Dr.  Luis  Melián  Lafinur. 

(3)  Julián  S.  de  Agüero,  en  carta  del  17  de  Abril  de  1827,  decía  a 
Lavalleja:  "Acuérdese  usted  que  usted  solo  precipitó  una  guerra  para  la 
cual  no  había  preparación  alguna".  Colección  Lamas,  Archivo  y  Museo 
Histórico.  —  Manuel  José  García,  en  nota  del  8  de  Julio  de  1825,  expresaba 
al  vicealmirante  de  la  escuadra  brasilera:  "La  actual  insurrección  ha  sido 
obra  exclusiva  de  sus  habitantes  (de  la  Provincia  Oriental)".  Actas  del 
Congreso  Legislativo  y  Constituyente,  año  1824. 


—  155  — 

crédito,  su  riqueza  y  su  saber;  sólo  con  estos  elementos  podrá  V. 
levantar  un  edificio  sólido  y  que  corresponda  a  los  deseos  de  V.  y 
haga  la  felicidad  de  esos  pueblos"  (1). 

Pueden  servir  de  comentario  a  los  primeros  ensayos  insti- 
tucionales de  la  cruzada,  los  términos  de  una  nota  de  la  Comisión 
delegada  en  Buenos  Aires,  en  que  se  afirmaba:  "Pero  lo  que  sobre 
todo  ha  colmado  la  ansiedad  de  la  Comisión  y  la  de  todos  los 
amigos  de  esa  Provincia,  es  el  anuncio  que  hace  el  señor  Co- 
mandante en  Jefe  de  que  el  12  del  presente  quedará  ya  nombrado 
el  Gobierno  Provincial"  (2).  Entretanto,  la  propia  Comisión  an- 
ticipa que  ve  complacida,  en  las  operaciones  de  los  jefes  orien- 
tales, "el  orden  más  estricto",  "el  honor  que  esto  da  a  la  em- 
presa", "el  admirable  efecto  que  produce  a  todos  los  aspectos"; 
y  declara  estar  convencida  hasta  la  evidencia  de  "que  es  el  único 
rumbo  por  donde  ha  de  llegarse  al  deseado  puerto  de  la  felicidad". 

Nunca  se  destacará  bastante  este  aspecto  fundamental  del 
movimiento  institucional  y  guerrero  del  año  25.  En  el  fondo  de 
todas  las  declaraciones,  en  la  esencia  misma  de  los  sucesos,  la 
realidad  indiscutible  y  única  es  esta:  resistencia  unánime  contra 
la  conquista  y  empeño  de  organizarse  y  constituirse  mediante  la 
implantación  de  un  sistema  de  autoridad  reglada  y  de  gobierno 
propio.  Se  avanzaba  así,  gradualmente,  en  la  obra  del  orden,  y 
se  lograba  dotar  de  alguna  personalidad  a  la  entidad  inorgánica 
que  entonces  constituía  la  Provincia  Oriental. 

Decía  bien  una  hoja  pública  de  Buenos  Aires,  cuando  afir- 
maba que  no  era  bastante  que  los  orientales  "hubiesen  sacudido 
por  un  esfuerzo  heroico  la  opresión  extranjera,  si  los  habitantes 
de  la  provincia  no  se  mostraban  capaces  de  gobernarse  regular- 
mente. .  .  Ellos  lo  han  hecho  de  un  modo  que  admira  a  sus  pro- 
pios enemigos"   (3). 

Comentando  la  trascendencia  de  los  primeros  intentos  de 
organización,  Rivera  escribía  a  Lavalleja:  "Es  indecible  el  placer 
que  me  ha  ocasionado  la  noticia  de  la  instalación  de  nuestro  Go- 
vierno  Provisorio  y  la  providencia  tan  acertada  con  que  ha  prin- 
cipiado sus  tareas,  nombrándolo  Brigadier  General  y  Comandante 
en  Jefe  de  las  tropas  de  la  Patria.  Este  paso,  la  representación 
de  nuestro  Govierno  y  nuestra  constancia  y  esfuerzos,  me  hace 
creer  que  nuestra  cara  Patria  se  halla  ya  en  el  goce  de  sus  dere- 
chos" (4).  Y  Rivera  cerraba  su  carta  declarando  que  la  instala- 
ción del  Gobierno  y  la  designación  de  Lavalleja,  habían  sido  re- 
cibidas en  el  ejército  "con  la  más  esclarecida  alegría". 

2« — En  consonancia  con  miras  tan  acertadas  y  con  tan  favo- 

(1)  Junio  1  de  1825,  Colección  Lamas,  Archivo  y  Museo  Histórico. 

(2)  La  Comisión  a  los  Jefes  Orientales.    7  Junio  1825.    Colección  La- 
mas, Archivo  y  Museo  Histórico. 

(3)  "Mensajero  Argentino",  29  Noviembre   1825,  Biblioteca  Nacional. 

(4)  Junio  17  de  1825.    Colección  Lamas.    Archivo  y  Museo  Histórico. 


—  156  — 

rabie  acogida,  a  la  instalación  del  Gobierno  Provisorio  sigue  la 
de  la  Asamblea  de  Representantes  de  la  Florida,  etapa  culminante 
de  este  proceso. 

El  programa  de  la  magna  asamblea  está  más  que  esbozado 
en  la  correspondencia  preliminar  que  los  delegados  de  la  revo- 
lución, radicados  en  Buenos  Aires,  mantenían  asiduamente  con  los 
dirigentes  del  movimiento  (1).  "Mucho  celebraré  que  se  reúna  la 
representación  provincial  y  que  se  expida  del  modo  que  está  in- 
dicado", dice  don  Francisco  Muñoz  en  carta  a  don  Manuel  Ca- 
lleros (2).  Y  entre  los  principales  objetos  de  la  convocatoria  se- 
ñala el  "declarar  ilegales  e  inconvenientes  los  actos  del  Congreso 
Cisplatino  y  los  demás  que  tubieron  lugar  en  aquella  época  hasta 
el  día.  Esto  es  lo  esencial  por  ahora,  y  vamos  contrayéndonos  a 
la  guerra  y  conservación  del  orden".  "Insten  por  la  anulación  de 
lo  determinado  por  el  maldito  Congreso  Cisplatino",  es  la  frase 
con  que  Pedro  Trapa: li  llama  la  atención  de  Lavalleja  y  Rivera 
sobre  la  primera  y  m/,3  apremiante  cuestión  del  momento. 

La  Asamblea  de  la  Florida  no  descuida  ninguno  de  los  pro- 
blemas fundamentales  que  le  salen  al  paso;  y  su  fórmula  simple 
y  categórica,  que  bien  pudiera  llamarse  el  credo  de  nuestra  libe- 
ración, declara:  "írritos,  nulos,  disueltos  y  de  ningún  valor  para 
siempre,  todos  los  actos  de  incorporación,  reconocimientos,  acla- 
maciones y  juramentos  arrancados  a  los  pueblos  de  la  Provincia 
Oriental,  por  la  violencia  de  la  fuerza  unida  a  la  perfidia  de  los 
intrusos  poderes  de  Portugal  y  el  Brasil  que  la  han  tiranizado, 
hollado  y  usurpado  sus  inalienables  derechos,  y  sujetádolos  al 
yugo  de  un  absoluto  despotismo  desde  el  año  de  1817  hasta  el 
presente  de  1825.  Y  por  cuanto  el  Pueblo  Oriental  aborrece  y 
detesta  hasta  el  recuerdo  de  los  documentos  que  comprenden  tan 
ominosos  actos,  los  Magistrados  Civiles  de  los  pueblos  en  cuyos 
archivos  se  hallan  depositados  aquéllos  luego  que  reciban  la  pre- 
sente disposición,  concurrirán  el  primer  día  festivo  en  unión  del 
Párroco  y  vecindario  y  con  asistencia  del  Escribano,  Secretario  o 
quien  haga  sus  veces,  a  la  casa  de  Justicia,  y  antecedida  la  lectura 
de  este  Decreto  se  testará  y  borrará  desde  la  primera  línea  hasta 
la  última  firma  de  dichos  documentos,  extendiendo  en  seguida  un 
certificado  que  haga  constar  haberlo  verificado,  con  el  que  deberá 
darse  cuenta  oportuna  al  Gobierno  de  la  Provincia".  "En  conse- 
cuencia de  la  antecedente  declaración,  reasumiendo  la  Provincia 
Oriental  la  plenitud  de  los  derechos,  libertades  y  prerrogativas 
inherentes  a  los  demás  pueblos  de  la  tierra,  se  declara  de  hecho 
y  de  derecho  libre  e  independiente  del  Rey  de  Portugal,  del  Em- 
perador del  Brasil  y  de  cualquiera  otro  del  universo,  y  con  amplio 


(1)  Ver  Colección  Lamas  en  el  Archivo  y  Museo  Histórico. 

(2)  17  de  Agosto  de  1825,  Archivo  y  Museo  Histórico. 


r-.tW  — 

y  pleno  poder  para  darse  las  formas  que  en  uso  y  ejercicio  de  su 
soberanía  estime  convenientes". 

Es  esta  una  declaración  en  que  la  letra  no  traiciona  al  espí- 
ritu y  en  que  cada  palabra  tiene  en  su  apoyo  un  hecho  consumado. 
Para  mantener  la  integridad  de  sus  afirmaciones,  están  en  armas 
todos  los  hombres  válidos  del  país.  Su  contenido  es,  pura  y  sim- 
plemente, una  definición  — la  más  radical —  de  la  soberanía.  En 
cuanto  a  sus  proyecciones  fuera  de  fronteras,  ¿es  acaso  calculable 
el  enorme  influjo  que  estos  hechos  — que  en  seguida  se  hicieron 
notorios —  debieron  ejercer  en  los  demás  pueblos  americanos  y 
en  los  otros  pueblos  de  Europa  que  seguían  nuestros  pasos  con 
marcado  interés?  ¿Es  acaso  calculable  el  golpe  certero  que  estos 
ensayos  de  organización  y  de  gobierno  propio  debieron  represen- 
tar para  el  total  desprestigio  y  el  total  aniquilamiento  de  la  con- 
quista portuguesa?  Y  si  las  cosas  son  así;  si  los  hombres  de  la 
cruzada  iniciaron  y  empezaron  a  consumar  la  extinción  de  la  con- 
quista extranjera,  de  la  abrumadora  y  aplastante  conquista;  y  si 
ellos  mismos  dieron  al  pueblo  los  medios  de  decir  libremente  su 
voluntad,  y  el  pueblo  y  ellos  — que  eran  su  espíritu —  echaron  los 
cimientos  del  gobierno,  tentaron  los  primeros  pasos  dentro  de  la 
legalidad  y  afirmaron  así,  en  forma  rotunda  y  categórica,  la  per- 
sonalidad soberana  de  ia  entidad  de  que  formaban  parte;  y  si 
todo  esto  se  hizo  por  libérrima  disposición  de  los  hombres  de  la 
cruzada,  que  la  voluntad  del  país  ratificó  después  en  voto  incon- 
fundible, ¿puede  negarse  que  estamos  asistiendo  a  un  definitivo 
alumbramiento?  Es  el  Pueblo  Oriental  que  en  función  de  soberano, 
atiende  a  los  reclamos  de  la  guerra,  proclama  su  calidad  de  agru- 
pación autónoma  y  se  da  las  normas  que  han  de  regirlo.  Son  los 
conceptos  de  Patria  y  de  Soberanía,  que  ruda  pero  categórica- 
mente se  exteriorizan,  en  medio  del  asentimiento  jubiloso  de 
los  pueblos,  que  así  traducen  su  arraigada  vocación  autonómica. 
Y  es,  sobre  todo,  la  fidelidad  a  los  dogmas  de  la  revolución,  la  fe 
ciega  en  el  pueblo,  que  vuelve  a  obrar  eficazmente  sobre  los  es- 
píritus, mientras  los  emisarios  de  Buenos  Aires  andan  de  emba- 
jada en  embajada  y  de  cancillería  en  cancillería,  buscando  ansio- 
samente una  corona. 

Alguien  ha  expresado  que  en  medio  del  silencio  que  siguió 
ai  desembarco  de  ios  Treinta  y  Tres,  el  batir  de  los  corazones  al 
unísono  pudo  hacer  pensar  que  era  un  solo  corazón  el  que  palpi- 
taba. Cuando  el  25  de  Agosto  se  instaló  en  la  Florida  la  Sala  dé 
Representantes,  no  debió  ser  menor  la  emoción  ni  menos  solemnes 
las  circunstancias:  el  pueblo  empezaba  a  deliberar  como  soberano. 

3.  "La  H.  Sala  de  Representantes  de  la  Provincia  Oriental 
del  Río  de  la  Plata,  en  virtud  de  la  soberanía  ordinaria  y  extraor- 
dinaria que  legalmente  reviste  para  resolver  y  sancionar  todo 
cuanto  tienda  a  la  felicidad  de  ella,  declara:  que  su  voto  general, 
constante,  solemne  y  decidido  es,  y  debe  ser,  por  la  unidad  con 


—  158  — 

las  dems  provincias  argentinas  a  que  siempre  perteneció  por  los 
vínculos  más  sagrados  que  el  mundo  conoce.  Por  tanto,  ha  san- 
cionado y  decreta  por  ley  fundamental  la  siguiente:  Queda  la  Pro- 
vincia Oriental  del  Río  de  la  Plata  unida  a  las  demás  de  este 
nombre  en  el  territorio  de  Sud-América,  por  ser  la  libre  y  es- 
pontánea voluntad  de  los  Pueblos  que  la  componen,  manifestada 
con  testimonios  irrefragables  y  esfuerzos  heroicos  desde  el  primer 
período  de  la  regeneración  política  de  dichas  Provincias". 

El  problema  que  suscita  esta  decisión  de  la  Sala  de  Repre- 
sentantes de  la  Florida,  lo-  plantea  dos  años  antes  la  revolución 
de  1823.  Y  como  los  hombres  que  actuaron  en  1823  son  los  mis- 
mos que  en  1825  tuvieron  la  dirección  de  los  sucesos,  y  como 
todos  se  hallaron  empeñados  en  un  mismo  y  único  objeto,  no  será 
inconveniente  considerar  aquel  problema  a  través  de  los  aconte- 
cimientos que  entre  esas  dos  fechas  se  producen. 

El  planteamiento  de  la  cuestión  propuesta  se  ha  reducido, 
generalmente,  a  contraponer  como  únicas  las  dos  hipótesis  extre- 
mas, vale  decir:  si  la  revolución  que  Montevideo  inició  en  1823  y 
que  culminó  después  en  la  Florida,  pugnaba  por  conquistar  la 
independencia  absoluta  del  país,  con  lo  que  el  acta  de  incorpo- 
ración a  las  Provincias  Unidas  se  habría  reducido  a  un  mero  re- 
curso de  circunstancias;  o  si,  por  el  contrario,  la  única  finalidad 
de  aquel  movimiento  consistía  en  que  la  Provincia  Oriental  desa- 
pareciese, para  entrar  a  formar  parte  de  Buenos  Aires  o  de  la 
Argentina. 

Trátase,  como  se  ve,  de  dos  tesis  extremas  y  por  consiguiente 
simplistas,  que  quizá  no  sean  suficientemente  comprensivas  como 
para  poder  llegar  a  expresar  con  fidelidad  la  trama  complicada  de 
los  hechos  que  ambas,  cada  una  a  su  modo,  pretenden  interpretar. 

La  época  que  estamos  estudiando  y  el  ambiente  a  que  se 
circunscriben  nuestras  observaciones,  si  de  algo  debieron  nece- 
sariamente carecer,  fué  de  precisión  en  las  ideas  tal  como  nosotros 
las  concebimos,  sobre  todo  en  las  ideas  políticas  y  en  los  concep- 
tos hoy  familiares  a  la  doctrina  constitucional. 

Separados  de  nosotros  por  un  siglo  y  sometidos  al  yugo  de 
una  dominación  extranjera,  que  en  1823  ya  mediaba  una  década 
de  permanencia;  ligados  3.  los  pueblos  vecinos  por  vínculos  es- 
trechos que  la  solidaridad  y  el  común  origen  habían  ido  fortale- 
ciendo, y  que  a  pesar  de  parciales  y  transitorias  desintegraciones, 
no  habían  llegado  nunca  a  romperse  del  todo,  los  hombres  de  1823 
y  1825,  sin  dejar,  de  sentir  hondamente  y  con  no  superada  inten- 
sidad la  idea  de  patria  y  los  sentimientos  que  le  son  anejos,  y  sin 
dejar  de  considerarse  fuertemente  atados  al  territorio  que  pisaban, 
debían  sufrir  — ellos  y  sus  ideas —  el  influjo  de  los  factores  de 
hecho  que  sobre  ellos  especialmente  actuaban. 

Partícipes  los  más  de  las  luchas  contra  la  dominación  espa- 
ñola, cuya  extinción  en  el  Río  de  la  Plata  databa  en  1825  de  muy 


—  159  — 

pocos  años;  en  pugna  después  con  la  conquista  portuguesa;  y 
unidos  a  Buenos  Aires  y  a  las  demás  provincias  bajo  el  apremio 
del  enemigo  común  — Inglaterra  siendo  aún  españoles;  más  ade- 
lante España  y  Portugal — ,  la  noción  de  patria  hubo  de  coexistir 
en  ellos  con  un  arraigado  sentimiento  de  solidaridad,  de  comuni- 
dad, con  sus  aliados,  mejor  aún,  con  sus  hermanos  (1);  senti- 
miento que  debió  tener  un  fondo  de  americanismo,  pero  que  debió 
ser  nítidamente  rioplatense,  en  un  sentido  aproximado  a  lo  que 
antes  se  consideró  Virreynato  del  Río  de  la  Plata.  Y,  en  efecto, 
el  problema  vital  que  las  circunstancias  planteaban  a  los  diri- 
gentes de  1823  y  1825,  seguía  siendo  — en  sus  líneas  fundamen- 
tales^—  el  mismo  que  desde  1810  venía  agitando  a  esta  parte  de 
América  contra  las  miras  de  la  conquista  extraña.  Antes  había 
sido  España  y  ahora  era  Portugal  y  el  Brasil;  pero  siempre,  ahora 
y  antes,  era  algo  que  tenía  de  común  el  venir,  por  lo  menor  ori- 
ginariamente, de  fuera  de  América.  Como  consecuencia  de  este 
hecho,  que  no  necesita  comprobación,  el  concepto  de  extranjero 
debió  ser,  en  cierto  sentido,  restringido,  hasta  llegar  a  valer  como 
el  sinónimo  más  aproximado  de  europeo.  Y  en  ese  concepto  de 
extranjero,  casi  equivalente  a  europeo,  jamás  llegó  a  incluirse  a 
ningún  pueblo  americano  y  menos  que  a  ninguno  al  de  las  Pro- 
vincias Unidas.  De  ahí  que  el  vínculo  de  solidaridad  que  la  guerra 
con  el  común  enemigo  fué  anudando  entre  orientales  y  argentinos, 
no  llegara  a  desaparecer  por  celos  o  rencillas  de  nacionalismo,  a 
pesar  de  las  disidencias  que  se  produjeron.  Los  pueblos  del  Plata, 
hermanos  y  unidos  en  las  luchas  con  el  conquistador  europeo,  no 
pudieron  llegar  a  sentirse  extraños  del  todo;  y  así  perduró  — sin 
desmedro  de  la  noción  de  patria  y  de  autonomía —  el  concepto  de 
aquella  comunidad  rioplatense,  cuyas  raíces  se  pierden  en  la  re- 
mota consolidación  de  la  conquista  española. 

Contribuía  no  poco  a  que  este  lazo  de  solidaridad  se  conser- 
vase, el  hecho  de  que  los  pueblos  rioplatenses  — la  Banda  Oriental 
entre  ellos — ,  a  quince  años  apenas  de  iniciada  la  revolución, 
constituían  agrupaciones  inorgánicas,  en  las  que  debía  parecer 
prematuro  todo  plan  definitivo  de  organización,  aunque  fuera  so- 
bre la  base,  que  hoy  tanto  nos  seduce,  de  formar  cada  una,  una 
entidad  absolutamente  independiente.  La  época  era,  para  los 
orientales,  de  lucha,  de  apremio;  y  para  todos  los  pueblos  de  esta 
parte  del  continente,  de  expectativa,  de  espera,  si  acaso  de  inten- 
tos de  organización,  pero  no  de  soluciones  definitivas. 

Todo  contribuía,  pues,  a  que  la  unión  de  las  distintas  por- 
ciones del  antiguo  virreynato  se  prolongase.  Y  téngase  presente 
que  como  ya  se  ha   dicho,   esta  comunidad   entre   argentinos  y 


(1)  El  General  Rivera,  refiriéndose  a  la  batalla  de  Guayabos,  librada 
entre  argentinos  y  orientales,  dice  que  "ella  por  desgracia  fué  de  hermanos 
contra  hermanos".     "Memoria  de  los  sucesos  de  armas",  op.  cit 


—  160  — 

orientales  había  tenido,  para  arraigar  en  los  hechos  y  consoli- 
darse y  trasmitirse  en  los  sentimientos  de  los  nativos,  el  antece- 
dente decisivo  de  la  dominación  española  en  el  Río  de  la  Plata. 

Los  sucesos  de  1823  y  1825  se  desarrollan  en  este  escenario 
y  sufren  la  influencia  de  los  factores  que  se  han  señalado.  Per- 
siste, por  una  parte,  la  orientación  ya  destacada,  de  comunidad  y 
solidaridad  con  las  Provincias  Unidas;  se  insinúa  y  se  afirma, 
por  otra,  la  vocación  autonómica  de  la  Banda  Oriental,  en  los 
acuerdos  del  Cabildo  del  23  y  en  los  felices  ensayos  de  gobierno 
del  año  25,  a  que  antes  se  hizo  referencia;  y  la  guerra  con  Portu- 
gal y  el  Brasil,  es  otra  ocasión  más  para  que  cobre  — si  cabe — 
nueva  actualidad,  la  tendencia  de  unión  de  las  Provincias  Unidas, 
frente  al  nuevo  enemigo  común  o  que  puede  llegar  a  ser  común. 

Factores  tan  variados  y  complejos  debieron  acentuar' la  poca 
fijeza  de  las  ideas.  De  ahí  que  muchos  conceptos  y  declaraciones 
que  frente  a  los  sucesos  fueron  concretándose,  no  tengan,  aisla- 
damente considerados,  sino  un  valor  muy  relativo.  Y  así  es  que 
ha  podido  decirse  que  el  término  "independencia"  significó  mu- 
chas veces  en  las  prédicas  de  la  época,  la  ansiada  extinción  de  la 
conquista  portuguesa;  y  así  también  pudiera  señalarse  que  en 
más  de  una  declaración,  los  vocablos  "independencia"  y  "Pro- 
vincia", fueron  empleados  con  repetida  simultaneidad. 

Antecedentes  tan  diversos  hacen  difícil  reflejar  con  alguna 
exactitud  el  escenario  de  aquel  momento  histórico  y  desentrañar 
de  los  sucesos  un  juicio  acertado.  A  la  diversidad  de  los  factores 
influyentes,  que  ya  entraña  — por  sí  sola —  el  riesgo  de  incurrir 
en  apreciaciones  erróneas  o  incompletas,  únese  la  distancia  en 
el  tiempo,  que  nos  separa  materialmente  de  los  hechos  tanto  como 
nos  aleja  espiritualmente  de  los  sentimientos  y  de  las  ideas  do- 
minantes. 

La  revolución  de  1823,  que  no  podía  sustraerse  a  la  influencia 
de  las  causas  que  se  han  esbozado,  no  se  caracteriza  por  la  pre- 
cisión de  su  finalidad  o  de  su  objeto.  Es  claro  que  con  ella  se 
intentaba  la  liberación  de  la  Banda  Oriental  del  dominio  portu- 
gués, y  en  esto  el  propósito  de  los  iniciadores  es  evidente.  Pero, 
si  se  busca  una  respuesta  radical  que  armonice  con  alguna  de  las 
dos  tesis  extremas  — la  de  la  independencia  absoluta  o  la  de  la 
sumisión  a  Buenos  Aires — ,  esa  respuesta  no  aparece.  El  histórico 
acuerdo  del  16  de  Diciembre  de  1822,  mientras  por  una  parte 
consagra  a  favor  del  Cabildo  y,  por  ende,  del  pueblo  que  aquél 
representa,  discrecionalidad  para  decidir  de  sus  destinos,  insi- 
nuando la  idea  de  soberanía  absoluta,  hace,  por  otra,  repetidas 
referencias  a  la  "Provincia",  denominación  con  que  se  designa  a 
la  Banda  Oriental.  El  primer  acuerdo  del  Cabildo  electo  el  1.°  de 
Enero  de  1823,  después  de  aludir  en  forma  concluyente  a  la  "Pa- 
tria" y  al  "Pueblo",  termina  encareciendo  la  necesidad  de  recor- 
dar a  los  habitantes  de  la  "Provincia",  la  protección  de  las  pro- 


—  161  — 

víncias  hermanas.  Mientras  el  mismo  Cabildo  expone  a  Da  Costa 
"que  los  habitantes  de  la  Provincia  no  anhelan  otro  fin  que  el  de 
su  absoluta  libertad  e  independencia",  la  declaración  pierde  el 
carácter  radical  en  que  parecía  haber  sido  planteada,  pues  a  ren- 
glón seguido  los  capitulares  expresan  más  nítidamente  su  ver- 
dadero pensamiento,  declarando  que  están  decididos  a  mantener 
la  independencia;  "para  lo  cual"  destruirán  las  fuerzas  del  Brasil, 
y  llegado  el  caso  las  de  Da  Costa;  con  lo  que  el  término  indepen- 
dencia se  acerca  y  casi  se  confunde  con  la  idea  de  libertarse  del 
Brasil  y  Portugal.  Mientras,  las  autoridades  brasileras,  desde  San 
José,  lanzan  su  anatema  a  la  revolución,  y  su  argumento  más 
poderoso  para  aniquilarla  consiste  en  hacer  resaltar  que  con  ella 
se  busca  la  independencia  absoluta;  los  dirigentes  del  movimiento 
van  oficialmente  autorizados  a  Buenos  Aires,  Santa  Fe  y  Entre 
Ríos,  a  buscar  auxilios  para  la  empresa,  y  — en  buenas  cuentas — 
a  preparar  allí,  fuera  del  país,  el  gran  contingente  militar  para  la 
campaña  que  se  anunciaba.  Por  su  parte,  los  Caballeros  Orien- 
tales o  "independentistas",  que  en  su  representación  del  26  de 
Diciembre  de  1822  al  Gobernador  López,  dan  — a  mi  juicio —  la 
nota  más1  clara  en  el  sentido  de  la  independencia  absoluta,  por 
boca  de  su  órgano  de  opinión  más  caracterizado,  exponen  o  ha- 
cen suyas  manifestaciones  como  estas:  "Todo  nos  demuestra  que 
desde  la  ribera  occidental  del  Río  de  la  Plata  hasta  la  última  de 
las  provincias  de  la  Unión,  es  uniforme  el  clamor  por  que  Mon- 
tevideo vuelva  a  cerrar  el  círculo  de  la  confederación  argentina". 
"Véase  aquí  las  ideas  con  que  siempre  nos  alimentamos;  y  cier- 
tamente ellas  son  las  mismas  que  la  campaña  oriental,  siguiendo 
la  marcha  circunspecta  de  sus  compatriotas  de  la  Plaza,  apurará 
aquel  instante  en  que  sus  manos  y  las  nuestras  y  el  gorro  encima, 
ofrezcan  de  nuevo  ese  espectáculo  armonioso  y  respetable  que 
rompió  una  serie  funesta  de  fatalidades".  "¿Conviene  más  a  la 
felicidad  de  esta  provincia  constituirse  en  un  estado  particular 
independiente  y  aislado  de  las  demás  provincias  del  Río  de  la 
Plata,  o  entrar  convencionalmente  en  la  alianza  de  todas  o  algu- 
nas de  ellas,  suponiéndolas  dispuestas  a  unirse  por  las  bases  de 
una  convención?  Los  editores  opinamos  por  la  segunda  parte  de 
la  proposición"   (1). 

Otro  papel  público,  que  fué  también  portavoz  de  los  Caba- 
lleros Orientales,  "El  Pampero",  estampaba  en  sus  columnas,  con 
marcada  insistencia,  artículos  de  periódicos  de  la  otra  orilla,  en 
los  que  se  llegaba  a  decir:  "Montevideo.  ¡Viva  la  Patria!  Este 
pueblo  argentino  (alude  a  la  Banda  Oriental)  ha  despedazado  ya 
las  cadenas  que  lo  ligaban  al  Brasil,  por  declaración  solemne  de 
su  heroico  Cabildo"  (transcripción  de  "El  Argos",  de  Buenos 
Aires) . 


(1)     "La  Aurora",  4  Febrero  y  18  Marzo  1823.    Biblioteca  Nacional 


—  162  — 

Por  último,  la  declaración  del  Cabildo  de  Montevideo,  del 
29  de  Octubre  de  1823,  y  la  nota  que  esta  misma  corporación 
dirigió  al  General  Soler  en  Diciembre  siguiente,  coinciden  en  que 
la  Provincia  Oriental  "no  pertenece,  ni  debe,  ni  quiere  pertenecer 
a  otro  Poder,  o  Estado,  o  Nación,  que  la  que  componen  las  Pro- 
vincias de  la  antigua  Unión  del  Río  de  la  Plata,  de  que  ha  sido  y 
es  una  parte.  .  .". 

La  poca  precisión  que  todo  esto  pone  en  evidencia,  revela  la 
acción  de  los  factores  a  que  antes  aludimos.  Y  revela,  asimismo, 
que  bajo  el  influjo  de  elementos  tan  variados  y  tan  complejos,  no 
siempre  se  logró  expresar,  nítida  y  fielmente,  el  fondo  del  pen- 
samiento que  regulaba  las  acciones. 

El  dualismo  de  1823  vuelve  a  plantearse  en  1825,  en  decla- 
raciones trascendentales.  Las  primeras  normas  que  en  uso  de  su 
soberanía  se  dicta  la  Banda  Oriental  por  medio  de  sus  represen- 
tantes, proclaman  con  carácter  de  ley  fundamental,  su  indepen- 
dencia del  Rey  de  Portugal,  del  Emperador  del  Brasil  y  de  "cual- 
quier otro  del  universo",  y  su  unión  a  las  demás  provincias  del 
Río  de  la  Plata. 

Frente  a  estas  dos  afirmaciones  categóricas,  el  análisis 
ahonda  más  la  separación  de  las  dos  tesis  extremas  a  que  se  hizo 
referencia.  ¿Era  la  independencia  absoluta  lo  que  aquellos  hom- 
bres buscaban,  o  era  su  propósito  suprimir  la  entidad  de  que  for- 
maban parte  y  hacerla  desaparecer  en  el  conjunto  de  la  Nación 
Argentina?  La  respuesta  la  dan,  elocuente,  los  hechos  y  los  do- 
cumentos que  los  perpetuaron:  los  orientales  de  1823  y  1825,  ni 
tenían  como  objetivo  inmediato  la  independencia  absoluta  de  la 
Banda  Oriental,  ni  consentían  en  renunciar  a  su  vocación  auto- 
nómica. Pugnaban,  sí,  por  la  unión  convencional  con  las  Pro- 
vincias Unidas  del  Río  de  la  Plata,  y  en  este  sentido  la  documen- 
tación oficial  y  privada  no  acusa,  en  los  dirigentes  de  la  época, 
ninguna  disidencia  apreciable  (1). 


(1)  Comentando  la  ley  del  Congreso  Legislativo  y  Constituyente  reu- 
nido en  Buenos  Aires,  que  declaraba  la  incorporación  de  la  Provincia  Orien- 
tal a  las  demás  del  Río  de  la  Plata,  decía  Lavalleja  al  Ministro  Balcarce: 
"Este  paso,  señor,  nos  eleva  al  distinguido  puesto  de  nacionales,  y  para  los 
orientales  no  es  menos  glorioso  este  acontecimiento  que  la  jomada  de  Sa- 
randí."    ("Mensajero  Argentino",  25  de  Nov.  de  1825.    Biblioteca  Nacional.) 

El  15  de  Julio  de  1825,  Pedro  Trápani  decía  a  Lavalleja:  "Si  llegan  a 
esa  impresos  que  hablen  contra  el  Govierno  de  Buenos  Aires,  deve  Vm.  des- 
preciarlos, pues  este  Govierno  es  compuesto  de  personas  patriotas,  honra- 
das y  de  talento,  las  que  prosederán  siempre  en  conformidad  con  los  mejores 
intereses  de  la  nación  en  que  los  orientales  son  y  serán  parte  integrante." 
(Colección  Lamas,  Archivo  y  Museo  Histórico.) 

El  Congreso  Legislativo  y  Constituyente  de  las  Provincias  Unidas,  por 
ley  del  3  de  Enero  de  1826,  dispuso:  "En  atención  a  los  distinguidos  servi- 
cios que  han  prestado  en  favor  de  la  libertad  de  la  Provincia  Oriental  don 
Juan  Antonio  Lavalleja  y  don  Fructuoso  Rivera,  se  autoriza  ai  Poder  Eje- 


—  163  — 

La  doctrina  de  la  Sala  de  Representantes  de  la  Florida  tra- 
taba de  combinar  — no  pudiendo  eludirlas —  las  fuerzas  concu- 
rrentes que  en  diversos  sentidos  actuaban,  cuya  influencia  va- 
riable nos  desorienta  y  nos  hace  ver  en  aquel  escenario,  la  poca 
fijeza  de  las  ideas,  el  dualismo  de  que  nos  venimos  ocupando. 
Acaso  ésta  que  hoy  miramos  como  dualidad,  no  era,  en  sustancia, 
sino  la  formulación  de  dos  aspectos  complementarios  y  no  con- 
tradictorios de  una  misma  y  única  idea:  la  patria,  considerada 
como  hecho  predominantemente  natural,  espontáneo,  indiscutible, 
y  que  como  tal  había  que  mantener,  constituir  y  perpetuar;  la 
unión  convencional,  la  confederación,  la  unión  con  las  demás 
provincias,  como  solución  predominantemente  política,  pero  como 
solución  política  no  de  circunstancias,  sino  permanente. 

¿Entrañaba  la  unión  a  las  Provincias  Unidas  una  verdadera 
innovación?  Los  Capitulares  de  1823  y  los  Representantes  de  la 
Florida  no  innovan,  porque  es  el  viejo  programa  artiguista  el  que 
postulan. 

No  es  la  sumisión  a  Buenos  Aires  la  solución  que  ellos  pro- 
pician, como  lo  demuestra  la  resistencia  de  Lavalleja,  de  Trápani 
y  de  los  que  con  ellos  compartían  la  dirección  de  los  sucesos,  a 
tos  intentos  de  "nacionalización"  y  de  "unitarismo"  que  prestigia 
en  la  metrópoli  porteña  don  Bernardino  Rivadavia  (1). 

No  es  tampoco  la  sumisión  de  la  Banda  Oriental  a  la  Nación 
Argentina,  porque  la  Nación  Argentina  no  existe  entonces  (2). 


cutivo  Nacional  para  que  les  expida  despachos  de  brigadieres."  Rivera  y 
Lavalleja  aceptaron  el  grado  militar  que  el  Gobierno  del  General  Las  Heras 
les  confería. 

El  9  de  Abril  de  1827,  el  patricio  don  Joaquín  Suárez,  en  su  carácter 
de  Gobernador  Provincial,  promulga  la  Constitución  sancionada  por  el  Con- 
greso Constituyente  y  Legislativo  de  las  Provincias  Unidas  del  Río  de  la 
Plata.  En  análogo  sentido  puede  verse  la  Colección  Lamas,  documentos 
números  16,  18,  19,  132,  140,  157,  291,  409,  426,  460,  484,  487,  495,  565, 
871  y  873.    Archivo  y  Museo  Histórico. 

(1)  Ver  la  correspondencia  del  General  Lavalleja  en  la  Colección 
Lamas.    Archivo  y  Museo  Histórico. 

(2)  He  aquí  algunas  transcripciones  del  diario  de  sesiones  del  Con- 
greso Legislativo  y  Constituyente  de  1824: 

El  diputado  Acosta  hace  presente  que  están  "las  provincias  dislocadas 
e  independientes,  sin  una  asociación  que  las  rija".  (Sesión  del  22  de  Di- 
ciembre de   1924.) 

Afirma  el  diputado  Agüero:  "Yo  voy  a  contraerme  a  una  sola  reflexión, 
que  es  la  situación  de  nuestras  provincias  por  la  disolución  del  Estado."  — 
(Sesión  del  22  de     Diciembre  de  1824.) 

"Se  ha  dicho  que  no  fstá  constituida  (la  nación);  también  es  cierto", 
dice  el  diputado  Gómez  en  el  seno  de  aquella  corporación. 

Define  el  diputado  Agüero  la  situación  exacta  del  país,  declarando  que 
"no  hay  sino  provincias  independientes".    (Sesión  del  19  de  Enero  de  1825.) 

El  mismo  Agüero,  aludiendo  a  la  actitud  del  Gobierno  de  Buenos  Aires 
al  tomar  a  su  cargo  los  intereses  que  correspondían  a  la  nación,  legitima 
aquel  hecho  en  la  circunstancia  de  que  el  titular  de  esos  intereses,  o  sea  la 


—  164  — 

No  es  ni  siquiera  la  unión  a  Buenos  Aires  solamente. 

Es,  sí,  la  unión  a  las  Provincias  Unidas,  a  Santa  Fe,  a  Entre 
Ríos,  a  Corrientes,  a  Córdoba;  a  las  mismas  provincias  que  en 
1815  proclamaron  a  Artigas,  protector  de  los  pueblos  libres.  Es 
el  ideario  de  Artigas  que  surje  una  vez  más  y  que  tantas  otras 
fracasara  por  sus  disidencias  con  los  políticos  porteños. 

Nunca  se  insistirá  demasiado  en  una  distinción  que  es  capital 
en  la  cuestión  que  analizamos,  a  saber:  que  la  pugna  de  Artigas, 
desde  los  principios  de  la  lucha  en  adelante,  fué  sólo  con  los 
hombres  de  Buenos  Aires  y  radicó  en  el  repudio  de  la  primacía 
que  esta  provincia  pretendía  atribuirse  sobre  la  Banda  Oriental  y 
sobre  las  demás  del  Río  de  la  Plata;  y  que  la  unión  de  la  Banda 
Oriental  a  las  Provincias  Unidas,  constituyó  invariablemente  para 
el  Protector,  el  principal  objeto  de  sus  afanes  (1). 

Respecto  de  las  demás  provincias,  la  estrecha  vinculación 
que  con  Artigas  las  ligaba  es  evidente,  hasta  el  punto  de  que  la 
hostilidad  de  Buenos  Aires  hacia  el  "jefe  de  los  Orientales",  pro- 
viene de  que  aquéllas,  aleccionadas  por  la  vocación  localista  de 
su  protector,  acentúan  más  sus  resistencias  a  la  tendencia  absor- 
bente y  centralista  de  la  que  fué  y  pretendía  seguir  siendo,  capital 
del  antiguo  Virreynato  del  Río  de  la  Plata. 

Los  Representantes  de  la  Florida  están,  pues,  en  buena  com- 
pañía. La  Provincia  Oriental  entrará  "en  una  firme  liga  de  amis- 
tad con  cada  una  de  las  otras  para  su  defensa  común,  seguridad 
de  su  libertad  y  para  su  mutua  y  general  felicidad,  obligándose  a 
asistir  a  cada  una  de  las  otras  contra  toda  violencia  o  ataques 
hechos  sobre  ellas,  o  sobre  alguna  de  ellas  por  motivo  de  religión, 
soberanía,  tráfico  o  algún  otro  pretexto  cualquiera  que  sea".  "La 
Provincia  retiene  su  soberanía,  libertad  e  independencia,  todo 
poder,  jurisdicción  y  derecho  que  no  es  delegado  expresamente 
por  la  confederación  a  las  Provincias  Unidas  juntas  en  congreso". 
Son  éstas  las  bases  mediante  las  cuales  Artigas  postulaba  su  fe 


nación,  no  podía  atenderlos  "por  hallarse  disuelta".  (Sesión  del  5  de  Enero 
de  1825.) 

Ver  Juan  B.  Alberdi:  "Bases",  De  la  integridad  nacional  de  la  Repú- 
blica Argentina.  —  Ramos  Mejía:  "El  federalismo  argentino".  —  M.  A.  Mon- 
tes de  Oca:  "Lecciones  de  Derecho  Constitucional",  tomo  I. 

(1)  "Yo  no  hice  otra  cosa  — dice  el  Gneral  Artigas —  q^e  responder 
con  la  guerra  a  los  manejos  tenebrosos  del  Directorio,  y  a  la  guerra  que  él 
me  hacía  por  considerarme  enemigo  del  Centralismo,  el  cual  sólo  distaba 
un  paso  entonces  del  realismo.  Tomando  por  modelo  a  los  Estados  Unidos, 
yo  quería  la  autonomía  de  las  provincias,  dándole  a  cada  Estado  su  gobierno 
propio,  su  Constitución,  su  bandera,  y  el  derecho  de  elegir  sus  represen- 
tantes, sus  jueces  y  sus  gobernadores,  entre  los  ciudadanos  naturales  de 
cada  Estado.  Esto  es  lo  que  yo  había  pretendido  para  mi  Provincia  y  para 
las  que  me  habían  proclamado  su  Protector.  Hacerlo  así,  habría  sido  darle 
a  cada  uno  lo  suyo."  (Entrevista  del  General  Paz  con  el  General  Artigas 
en  el  Paraguay,  citada  por  don"  Isidoro  De-María  en  su  "Compendio  de  la 
Historia  de  la  República  Oriental  del  Uruguay".) 


—  165  — 

en  la  Confederación  de  las  Provincias  Unidas  del  Río  de  la  Plata; 
y  es  ésta  la  esencia  de  la  declaración  de  la  Florida,  si  se  tiene 
presente  que  cuando  la  ley  de  unión  se  comunicaba  al  Gobierno 
y  al  Congreso  Legislativo  y  Constituyente  reunido  en  Buenos  Ai- 
res, este  último  se  reducía  a  una  asamblea  en  que  los  represen- 
tantes de  varias  provincias,  dislocadas,  separadas  e  independien- 
tes, iban  a  deliberar  sobre  su  suerte  futura,  y  empezaban  por  de- 
clarar que  hasta  la  promulgación  de  la  Constitución  que  el  Con- 
greso formase,  "las  Provincias  se  regirían  por  sus  actuales  ins- 
tituciones". Y  es  de  tener  en  cuenta  que  esto  sucedía  en  el  te- 
rreno legal. 

En  el  terreno  de  los  hechos,  las  provincias,  repuestas  apenas 
del  caos  y  de  la  anarquía  que  las  habían  separado  y  aislado  unas 
de  otras,  intentaban  una  nueva  unión;  y  las  actas  del  Congreso 
Constituyente,  a  que  venimos  aludiendo,  son  bien  elocuentes  y 
categóricas  acerca  de  la  firmeza  y  hasta  de  la  agresividad  con 
que  los  diputados  del  interior  entraban  a  defender  bravamente 
las  autonomías  locales.  Las  provincias  estaban  "dislocadas  e  in- 
dependientes", según  la  expresión  del  diputado  Acosta.  "No  hay 
sino  provincias  independientes",  decía  con  su  autorizada  palabra 
el  diputado  Agüero.  La  obra  del  Congreso  tuvo  que  empezar  "or- 
ganizando antes  de  constituir",  expresa  con  elocuencia  Alberdi. 

Si  a  esto  se  agrega  que  los  escasos  antecedentes  legales, 
entonces  en  vigor  entre  algunas  provincias,  se  reducían  al  tratado 
Cuadrilátero  — que  expresamente  consagraba  "la  libertad,  inde- 
pendencia, representación  y  derechos"  de  las  cuatro  partes  con- 
tratantes (1) — ,  no  es  aventurado  afirmar  que  el  ambiente  y  los 
sucesos  debieron  parecer  favorables  para  llevar  adelante  las  ideas 
de  confederacin  que  habían  arraigado  en  los  hombres  de  1825, 
desde  que  Artigas  — su  auténtico  paladín —  las  expusiera  en  sus 
memorables  Instrucciones. 

Tacuarembó  y  la  Agraciada,  que  acusan  una  manifiesta  co- 
munidad como  hechos  de  guerra  contra  la  conquista  portuguesa, 
coinciden  también  en  la  obra  constructiva  de  la  paz. 

Múltiples  factores  variaron  después  la  marcha  de  los  sucesos; 
pero  en  medio  de  la  trama  complicada  de  los  hechos  y  de  la  con- 
fusión de  las  ideas,  la  obra  de  los  cruzados  alentó  y  mantuvo  in- 
alterable la  idea  de  patria,  con  el  calor  que  aquellos  hombres 
ponían  en  sus  sentimientos  y  hasta  en  sus  convicciones  doctrina- 
rias. Buscaron  la  confederación  con  las  demás  provincias,  pero 
antes  afirmaron,  en  función  de  soberanos,  la  personería  y  la  vida 
institucional  de  la  entidad  de  que  ellos  eran  parte.  Y  la  obra  dio 
sus  frutos. 

Para  quienes  han  declarado  que  los  acontecimientos  del  año 


(1)     Buenos  Aires,  Santa  Fe,  Entre  Ríos  y  Corrientes. 


—  166  — 

25  son  fechas  argentinas,  escribió  Pedro  Trápani  sus  cartas  la- 
pidarias (1). 

En  medio  de  una  tendencia  general  a  la  declamación  y  al  én- 
fasis, que,  por  otra  parte,  las  circunstancias  favorecían,  Pedro 
Trápani  rompe  con  los  modelos  artificiosos  de  su  época,  y  llana- 
mente y  aún  con  mucho  desaliño  en  su  estilo  pintoresco,  saca  de 
la  realidad  sus  conceptos;  y  con  una  elocuencia  que  a  las  veces 
asombra,  logra  destacar  de  los  hechos  que  relata,  aspectos  y  mo- 
dalidades que  vienen  a  ser,  quizá  sin  él  mismo  sospecharlo,  su 
síntesis  más  acabada.  Quien  penetre  el  espíritu  de  ese  sencillo 
epistolario,  si  sabe  apartar  a  un  lado  los  elementos  transitorios 
y  sorprender  la  intimidad  afectuosa  que  constituye  su  fondo,  no 
podrá  negar  que  aquellas  cordiales  conversaciones  con  Lavalleja, 
revelan  a  las  claras  en  los  dos  interlocutores,  una  estrecha  y  uni- 
forme vocación  sentimental,  que  no  logra  ocultar  ni  aún  el  relato 
escueto  de  las  finanzas  de  la  guerra.  No  es  sólo  una  cuestión  de 
interés  o  de  más  o  menos  ventaja  la  que  allí  se  debate  y  se  co- 
menta. Es  otra  su  naturaleza.  Sin  llegar  a  nombrarla,  el  lect&r 
adivina  que  es  cosa  del  corazón,  porque  las  frases  que  la  rozan 
ponen,  como  entre  líneas,  un  toque  de  honda  y  penetrante  emoción. 
Es  la  Patria,  a  la  que  Lavalleja  y  Trápani  dieran,  abnegadamente, 
todas  las  energías  de  sus  vidas. 


(1)     Archivo  y  Museo  Histórico. 


ÍNDICE 


T 


CAPITULO  I  (pág.  3).  —  PRIMERAS  CAUSAS.  —  1.  Tacuarembó  y  la 
Agraciada.  —  2.  Los  tenientes  de  Artigas.    Sumisión  del  país. 

CAPITULO  II  (pág.  7).  —  FACTORES  DE  LA  CONQUISTA  PORTU- 
GUESA. —  1.  España  y  Portugal  en  Europa.  —  2.  España  y  Portugal 
en  América.  —  3.  Buenos  Aires  y  las  Provincias.  Artigas.  —  4.  La  di- 
plomacia argentina  en  Río  de  Janeiro.  —  5.  El  anuncio  de  la  invasión 
portuguesa.  —  6.  La  diplomacia  española  y  la  expedición  de  Cádiz.  — 
7.  Todo  favorece  los  planes  de  Portugal. 

CAPITULO  III  (pág.  19).—  EL  CONGRESO  CISPLATINO.  —  1.  Antece- 
dentes. —  2.  Medidas  preparatorias.  —  3.  El  Congreso  y  sus  delibera- 
ciones. La  incorporación.  —  4.  El  Congreso  y  su  finalidad  esencial. 
Opinión  unánime  de  publicistas  e  historiadores.  —  5.  D.  Juan  VI  y 
Lecor.,  —  6.  Fué  el  Congreso  un  hecho  sin  arraigo. 

CAPÍTULO  IV  (pág.  35).  —  LA  BANDA  ORIENTAL  BAJO  LA  DOMINA- 
CIÓN PORTUGUESA.  —  1.  Factores  que  contrariaban  la  expansión  de 
la  conquista  portuguesa.  —  2.  La  conquista  y  sus  medios:  a),  Nulidad 
de  su  aporte;  b),  Fué  una  obra  de  rapacidad;  c),  Desproporción  entre 
funcionarios  y  gobernados;  d),  Fué  una  ocupación  puramente  militar; 
e),  Nunca  fué  aceptada  por  los  nativos;  f),  Estuvo  confiada  a  la  dis- 
crecionalidad  de  un  jefe  irresponsable. 

CAPÍTULO  V  (pág.  49).  —  INDEPENDENCIA  DEL  BRASIL.  —  1.  El  es- 
píritu antimonárquico  en  el  Reino  Unido.  —  2.  La  revolución  en  Portugal 
y  en  el  Brasil.  —  3.  Regreso  del  Rey  a  Portugal.  La  obra  de  las  Cor- 
tes. —  4.  La  independencia  del  Brasil.  —  5.  La  independencia  del  Brasil 
en  la  Banda  Oriental. 

CAPÍTULO  VI  (pág.  57).  —  LA  REVOLUCIÓN  DE  1823.  —  1.  Su  inicia- 
ción. —  2.  Repercusiones  del  movimiento  en  la  campaña.  Suceso  del 
Rincón  de  Clara.  —  3.  Los  "Caballeros  Orientales".  —  4.  Las  resolu- 
ciones del  Cabildo.  —  5.  El  Cabildo  y  D.  Juan  Antonio  Lavalleja.  — 
6.  Los  diputados  del  Cabildo  en  Santa  Fe.  —  7.  Los  diputados  del  Ca- 
bildo y  el  Gobierno  de  Buenos  Aires.  —  8.  La  revolución  de  1823.  Su 
fracaso.  —  9.  Síntesis. 

CAPÍTULO  VII  (pág.  113).  —  LA  ÚLTIMA  ETAPA.  —  1.  Lecor  en  Mon- 
tevideo. Emigración  patriota.  —  2.  Los  emigrados  en  Buenos  Aires.  — 
3.  Preliminares  de  la  Cruzada.  —  4.  Ayacucho. 

CAPITULO  VIH  (pág.  136).  —  LA  CRUZADA.  —  1.  La  gran  jornada.  — 
2.  Los  Treinta  y  Tres.  —  3.  Lugar  del  desembarco.  —  4.  Primeras 
consecuencias. 

CAPÍTULO  IX  (pág.  153).  —  ACTOS  INSTITUCIONALES.  —  1.  El  Go- 
bierno Provisorio.  —  2.  La  declaratoria  de  independencia.  —  3.  La 
incorporación  a  las  Provincias  Unidas. 


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